9 de octubre 2019. No luchar contra las personas, sino
contra el mal. Audiencia del Papa Francisco. Hermanos y hermanas: A partir del
episodio de la lapidación de Esteban, aparece una figura que, junto a Pedro, es
la más presente e incisiva de los Hechos de los Apóstoles: la de “un joven
llamado Saulo” (Hechos 7,58). Se le describe al principio como alguien que
aprueba la muerte de Esteban y quiere destruir a la Iglesia (cf. Hechos 8:3);
pero luego se convertirá en el instrumento elegido por Dios para anunciar el
Evangelio a las gentes (cf. Hechos 9:15; 22:21; 26:17).
Con el permiso del sumo sacerdote, Saulo persigue a los
cristianos y los captura. Vosotros, que venís de algunos pueblos que han sido
perseguidos por las dictaduras entendéis muy bien lo que significa perseguir a
la gente y capturarla. Y lo hace pensando en servir a la ley del Señor. Lucas
dice que Saulo “respiraba” “amenazas y
muertes contra los discípulos del Señor” (Hechos 9,1): en él hay un aliento
que huele a muerte, no a vida.
El joven Saulo es retratado como un intransigente, es decir,
uno que manifiesta intolerancia con los que piensan diferente a él, absolutiza
su propia identidad política o religiosa y reduce al otro a un enemigo
potencial contra quien combatir. Un ideólogo. En Saulo la religión se había transformado en ideología: ideología
religiosa, ideología social, ideología política. Sólo después de ser
transformado por Cristo enseñará que la verdadera batalla “no es contra la
carne y la sangre, sino contra […] los Dominadores de este mundo tenebroso,
contra los Espíritus del mal” (Efesios 6,12).
Enseñará que no debemos luchar
contra las personas, sino contra el mal que inspira sus acciones.
La condición de rabia
-porque Saulo estaba rabioso- y de conflicto de Saulo invita a que cada
uno se pregunte: ¿Cómo vivo mi vida de fe? ¿Salgo al encuentro de los demás o
estoy en contra de ellos? ¿Pertenezco a la Iglesia universal (buenos y malos,
todos) o tengo una ideología selectiva? ¿Adoro
a Dios o adoro las fórmulas dogmáticas? ¿Cómo es mi vida religiosa? ¿La fe
en Dios que profeso me hace amigable u hostil a los que son diferentes a mí?
Lucas nos dice que, mientras Saulo se dedica intensamente a
erradicar a la comunidad cristiana, el Señor sigue sus huellas para llegar a su
corazón y convertirlo a sí. Es el método del Señor: llegar al corazón. El
Resucitado toma la iniciativa y se manifiesta en Saulo en el camino de Damasco,
acontecimiento que se narra tres veces en el libro de los Hechos (cf. Hechos 9,
3-19; 22, 3-21; 26, 4-23). A través del binomio de “luz” y “voz”, característico
de las teofanías, el Resucitado se le aparece a Saulo y le pide cuentas de su
furia fratricida: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? “(Hechos 9:4). Aquí el
Resucitado manifiesta su ser una sola cosa con los que creen en Él: ¡atacar a un miembro de la Iglesia es atacar
al mismo Cristo! También los que son ideólogos porque quieren el “purismo”
–entre comillas- de la Iglesia, atacan a Cristo.
La voz de Jesús dice a Saulo: “Levántate, entra en la
ciudad, y se te dirá lo que debes hacer”
(Hechos 9,6). Sin embargo, cuando se levanta, Saulo no ve nada, se ha vuelto
ciego, y de hombre fuerte, autoritario e
independiente se vuelve débil, necesitado y dependiente de los demás porque no
ve. La luz de Cristo lo ha deslumbrado y
cegado:” Así, se presenta también exteriormente lo que era su realidad
interior, su ceguera respecto de la verdad, de la luz que es Cristo.”
(Benedicto XVI, Audiencia general, 3 de septiembre de 2008).
De este “cuerpo a cuerpo” entre Saulo y el Resucitado,
comienza una transformación que muestra la “pascua personal” de Saulo, su paso
de la muerte a la vida: lo que una vez fue gloria se convierte en “basura” que
hay que rechazar para adquirir la verdadera ganancia que es Cristo y la vida en
él (cf. Filipenses 3, 7-8
Pablo recibe el bautismo. El bautismo marca así para Saulo,
como para cada uno de nosotros, el comienzo de una nueva vida, y se acompaña de
una nueva mirada hacia Dios, hacia sí mismo y hacia los demás, que de enemigos
se convierten en hermanos en Cristo. Pidamos al Padre que nos haga
experimentar, como a Saulo, el impacto con su amor que sólo puede hacer de un
corazón de piedra un corazón de carne (cf. Ezequiel 11,15), capaz de acoger en
sí “los mismos sentimientos que Cristo” (Filipenses 2,5). Fuente: Zenit. Org.