1 de abril 2018. “La resurrección de Cristo es la verdadera
esperanza del mundo. Ángelus Regina coeli, Papa Francisco, bendición Urbi et
Orbi, en la pascua del año 2018. Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua! Jesús
ha resucitado de entre los muertos. Junto con el canto del aleluya, resuena en
la Iglesia y en todo el mundo, este mensaje: Jesús es el Señor, el Padre lo ha
resucitado y él vive para siempre en medio de nosotros.
Jesús mismo había preanunciado su muerte y resurrección con
la imagen del grano de trigo. Decía: «Si el grano de trigo no cae en tierra y
muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Y esto es lo
que ha sucedido: Jesús, el grano de trigo sembrado por Dios en los surcos de la
tierra, murió víctima del pecado del mundo, permaneció dos días en el sepulcro;
pero en su muerte estaba presente toda la potencia del amor de Dios, que se
liberó y se manifestó el tercer día, y que hoy celebramos: la Pascua de Cristo
Señor.
Nosotros, cristianos, creemos y sabemos que la resurrección
de Cristo es la verdadera esperanza del mundo, aquella que no defrauda. Es la
fuerza del grano de trigo, del amor que se humilla y se da hasta el final, y
que renueva realmente el mundo. También hoy esta fuerza produce fruto en los
surcos de nuestra historia, marcada por tantas injusticias y violencias. Trae
frutos de esperanza y dignidad donde hay miseria y exclusión, donde hay hambre
y falta trabajo, a los prófugos y refugiados —tantas veces rechazados por la
cultura actual del descarte—, a las víctimas del narcotráfico, de la trata de
personas y de las distintas formas de esclavitud de nuestro tiempo.
Y, hoy, nosotros pedimos frutos de paz para el mundo entero,
comenzando por la amada y martirizada Siria, cuya población está extenuada por
una guerra que no tiene fin. Que la luz de Cristo resucitado ilumine en esta
Pascua las conciencias de todos los responsables políticos y militares, para
que se ponga fin inmediatamente al exterminio que se está llevando a cabo, se
respete el derecho humanitario y se proceda a facilitar el acceso a las ayudas
que estos hermanos y hermanas nuestros necesitan urgentemente, asegurando al
mismo tiempo las condiciones adecuadas para el regreso de los desplazados.
Invocamos frutos de reconciliación para Tierra Santa, que en
estos días también está siendo golpeada por conflictos abiertos que no respetan
a los indefensos, para Yemen y para todo el Oriente Próximo, para que el
diálogo y el respeto mutuo prevalezcan sobre las divisiones y la violencia. Que
nuestros hermanos en Cristo, que sufren frecuentemente abusos y persecuciones,
puedan ser testigos luminosos del Resucitado y de la victoria del bien sobre el
mal.
Suplicamos en este día frutos de esperanza para cuantos
anhelan una vida más digna, sobre todo en aquellas regiones del continente
africano que sufren por el hambre, por conflictos endémicos y el terrorismo.
Que la paz del Resucitado sane las heridas en Sudán del Sur y en la atormentada
República Democrática del Congo: abra los corazones al diálogo y a la comprensión
mutua. No olvidemos a las víctimas de ese conflicto, especialmente a los niños.
Que nunca falte la solidaridad para las numerosas personas obligadas a
abandonar sus tierras y privadas del mínimo necesario para vivir.
Imploramos frutos de diálogo para la península coreana, para
que las conversaciones en curso promuevan la armonía y la pacificación de la
región. Que los que tienen responsabilidades directas actúen con sabiduría y
discernimiento para promover el bien del pueblo coreano y construir relaciones
de confianza en el seno de la comunidad internacional. Pedimos frutos de paz
para Ucrania, para que se fortalezcan los pasos en favor de la concordia y se
faciliten las iniciativas humanitarias que necesita la población.
Suplicamos frutos de consolación para el pueblo venezolano,
el cual —como han escrito sus Pastores— vive en una especie de «tierra
extranjera» en su propio país. Para que, por la fuerza de la resurrección del
Señor Jesús, encuentre la vía justa, pacífica y humana para salir cuanto antes
de la crisis política y humanitaria que lo oprime, y no falten la acogida y
asistencia a cuantos entre sus hijos están obligados a abandonar su patria
Traiga Cristo Resucitado frutos de vida nueva para los niños
que, a causa de las guerras y el hambre, crecen sin esperanza, carentes de
educación y de asistencia sanitaria; y también para los ancianos desechados por
la cultura egoísta, que descarta a quien no es «productivo». Invocamos frutos
de sabiduría para los que en todo el mundo tienen responsabilidades políticas,
para que respeten siempre la dignidad humana, se esfuercen con dedicación al
servicio del bien común y garanticen el desarrollo y la seguridad a los propios
ciudadanos.
Queridos hermanos y hermanas:
También a nosotros, como a las mujeres que acudieron al
sepulcro, van dirigidas estas palabras: «¿Por qué buscáis entre los muertos al
que vive? No está aquí. Ha resucitado» (Lc 24,5-6). La muerte, la soledad y el
miedo ya no son la última palabra. Hay una palabra que va más allá y que solo
Dios puede pronunciar: es la palabra de la Resurrección (cf. Juan Pablo II,
Palabras al término del Vía Crucis, 18 abril 2003). Ella, con la fuerza del
amor de Dios, «ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a
los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia,
doblega a los poderosos» (Pregón pascual). ¡Feliz Pascua a todos! Fuente:
Redacción Aciprensa.