31 de marzo 2018. "La piedra del sepulcro gritó y anunció para todos un nuevo camino". Homilía Papa Francisco en la Vigilia Pascual, año 2018. Esta celebración la hemos comenzado
fuera... inmersos en la oscuridad de la noche y en el frío que la acompaña.
Sentimos el peso del silencio ante la muerte del Señor, un silencio en el que
cada uno de nosotros puede reconocerse y cala hondo en las hendiduras del
corazón del discípulo que ante la cruz se queda sin palabras.
Son las horas del discípulo enmudecido frente al dolor que
genera la muerte de Jesús: ¿Qué decir ante tal situación? El discípulo que se
queda sin palabras al tomar conciencia de sus reacciones durante las horas
cruciales en la vida del Señor: frente a la injusticia que condenó al Maestro,
los discípulos hicieron silencio; frente a las calumnias y al falso testimonio
que sufrió el Maestro, los discípulos callaron. Durante las horas difíciles y
dolorosas de la Pasión, los discípulos experimentaron de forma dramática su
incapacidad de «jugársela» y de hablar en favor del Maestro. Es más, no lo
conocían, se escondieron, se escaparon, callaron (cfr. Juan 18,25-27).
Es la noche del silencio del discípulo que se encuentra
entumecido y paralizado, sin saber hacia dónde ir frente a tantas situaciones
dolorosas que lo agobian y rodean. Es el discípulo de hoy, enmudecido ante una
realidad que se le impone haciéndole sentir, y lo que es peor, creer que nada
puede hacerse para revertir tantas injusticias que viven en su carne nuestros
hermanos.
Es el discípulo atolondrado por estar inmerso en una rutina
aplastante que le roba la memoria, silencia la esperanza y lo habitúa al
«siempre se hizo así». Es el discípulo enmudecido que, abrumado, termina
«normalizando» y acostumbrándose a la expresión de Caifás: «¿No les parece
preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no perezca la nación
entera?» (Juan 11,50).
Y en medio de nuestros silencios, cuando callamos tan
contundentemente, entonces las piedras empiezan a gritar (cf. Lc 19,40) y a
dejar espacio para el mayor anuncio que jamás la historia haya podido contener
en su seno: «No está aquí ha resucitado» (Mt 28,6). La piedra del sepulcro
gritó y en su grito anunció para todos un nuevo camino. Fue la creación la
primera en hacerse eco del triunfo de la Vida sobre todas las formas que
intentaron callar y enmudecer la alegría del evangelio. Fue la piedra del
sepulcro la primera en saltar y a su manera entonar un canto de alabanza y
admiración, de alegría y de esperanza al que todos somos invitados a tomar
parte.
Y si ayer, con las mujeres contemplábamos «al que
traspasaron» (Juan 19,36; cf. Za 12,10); hoy con ellas somos invitados a
contemplar la tumba vacía y a escuchar las palabras del ángel: «no tengan
miedo… ha resucitado» (Mt 28,5-6). Palabras que quieren tocar nuestras
convicciones y certezas más hondas, nuestras formas de juzgar y enfrentar los
acontecimientos que vivimos a diario; especialmente nuestra manera de
relacionarnos con los demás. La tumba vacía quiere desafiar, movilizar,
cuestionar, pero especialmente quiere animarnos a creer y a confiar que Dios
«acontece» en cualquier situación, en cualquier persona, y que su luz puede llegar
a los rincones menos esperados y más cerrados de la existencia. Resucitó de la
muerte, resucitó del lugar del que nadie esperaba nada y nos espera —al igual
que a las mujeres— para hacernos tomar parte de su obra salvadora. Este es el
fundamento y la fuerza que tenemos los cristianos para poner nuestra vida y
energía, nuestra inteligencia, afectos y voluntad en buscar, y especialmente en
generar, caminos de dignidad. ¡No está aquí…ha resucitado! Es el anuncio que
sostiene nuestra esperanza y la transforma en gestos concretos de caridad.
¡Cuánto necesitamos dejar que nuestra fragilidad sea ungida por esta
experiencia, cuánto necesitamos que nuestra fe sea renovada, cuánto necesitamos
que nuestros miopes horizontes se vean cuestionados y renovados por este
anuncio! Él resucitó y con él resucita nuestra esperanza y creatividad para
enfrentar los problemas presentes, porque sabemos que no vamos solos.
Celebrar la Pascua, es volver a creer que Dios irrumpe y no
deja de irrumpir en nuestras historias desafiando nuestros «conformantes» y
paralizadores determinismos. Celebrar la Pascua es dejar que Jesús venza esa
pusilánime actitud que tantas veces nos rodea e intenta sepultar todo tipo de
esperanza. La piedra del sepulcro tomó parte, las mujeres del evangelio tomaron
parte, ahora la invitación va dirigida una vez más a ustedes y a mí: invitación
a romper las rutinas, renovar nuestra vida, nuestras opciones y nuestra
existencia. Una invitación que va dirigida allí donde estamos, en lo que
hacemos y en lo que somos; con la «cuota de poder» que poseemos. ¿Queremos
tomar parte de este anuncio de vida o seguiremos enmudecidos ante los
acontecimientos? ¡No está aquí ha resucitado! Y te espera en Galilea, te invita
a volver al tiempo y al lugar del primer amor y decirte: No tengas miedo,
sígueme. Fuente: Aciprensa.