21 de febrero 2019. La Iglesia en un momento de crisis. Responsabilidad
del obispo. Enfrentar los conflictos y las tensiones y actuar decididamente
Cardenal Rubén Salazar Gómez
Arzobispo de Bogotá
A lo largo del día estamos respondiendo a una pregunta muy
concreta frente a la crisis que estamos viviendo en la Iglesia. ¿Cuál es la
responsabilidad del obispo? Para poder comprender esta responsabilidad y
asumirla es indispensable tratar de categorizar, en la medida de lo posible, la
naturaleza de la crisis.
También al analizar la forma como en general se ha
respondido a esta crisis descubrimos que hemos manejado una comprensión
equivocada de cómo ejercer el ministerio que ha llevado a cometer serios errores de autoridad que han agigantado la gravedad de
la crisis. Esto tiene un nombre: clericalismo.
Es esta realidad la que el santo Padre Francisco describe en
su carta al pueblo de Dios en agosto del año pasado: "Esto se manifiesta
con claridad en una manera anómala de entender la autoridad en la Iglesia -tan
común en muchas comunidades en las que se han dado las conductas de abuso
sexual, de poder y de conciencia- como es el clericalismo... Decir no al abuso, es decir enérgicamente
no a cualquier forma de clericalismo."
Palabras claras que nos urgen a ir a la raíz del problema
para poder enfrentarlo. Pero no es fácil "decir enérgicamente no a
cualquier forma de clericalismo" porque es una mentalidad que ha calado en
nuestra Iglesia a lo largo de los tiempos y que, casi siempre, no somos
conscientes de que subyace a nuestra manera de concebir el ministerio y de
actuar en los momentos decisivos. Esta constatación significa que se hace
necesario desenmascarar el clericalismo
subyacente y lograr un cambio de mentalidad; lo cual, expresado en términos
más precisos, se llama conversión.
Nuestra responsabilidad se expresa fundamentalmente en una
coherencia minuciosa entre nuestras palabras y nuestras acciones. Es necesaria
una revisión a fondo de la mentalidad que está detrás de las palabras para que
nuestras palabras y acciones sean aquellas que correspondan a la voluntad de
Dios en este momento de la Iglesia. Esta invitación a la
conversión se dirige a toda la Iglesia, pero, en primer lugar, a nosotros que
somos sus pastores.
I. LA RESPONSABILIDAD
DEL OBISPO A LA LUZ DEL OFICIO RECIBIDO Y SU CORRESPONSABILIDAD COMO MIEMBRO
DEL COLEGIO EPISCOPAL BAJO LA SUPREMA AUTORIDAD DE LA IGLESIA
1.1. La responsabilidad
del obispo como pastor
Como Obispos, Nuestra
responsabilidad empieza, por lo tanto, en acrecentar permanentemente la
conciencia de que, por nuestra propia cuenta, no somos nada, no podemos nada,
ya que no somos nosotros los que hemos elegido el ministerio sino que es el
Señor quien nos ha elegido (cf. Jn 15,16 ́18) para hacer presente su salvación
por la fuerza de la acción eclesial, sin empañar su presencia con la oscuridad
de nuestro contra testimonio.
Conscientes de esta
tarea, tenemos que admitir que muchas veces la Iglesia -en las personas de sus
obispos- no supo y todavía, en ocasiones, no sabe comportarse como debe para
afrontar con rapidez y decisión la crisis provocada por los abusos. Muchas veces se procede como los
asalariados que al ver venir el lobo huyen dejando desprotegido el rebaño.
Y se huye de muchas maneras: tratando de negar la dimensión de las denuncias
presentadas, no escuchando a las víctimas, ignorando el daño causado en los que
sufren los abusos, trasladando a los acusados a otros sitios donde estos siguen
abusando o tratando de llegar a compromisos monetarios para comprar el
silencio.
Actuando de esa manera, manifestamos claramente una
mentalidad clerical que nos lleva a poner el
mal entendido bien de la institución eclesial sobre el dolor de las víctimas
y las exigencias de la justicia; a poner por encima del testimonio de los
afectados las justificaciones de los victimarios; a guardar un silencio que
acalla el grito de dolor de los victimizados con tal de no enfrentar el ruido
público que puede suscitar una denuncia ante la autoridad civil o un juicio; a
tomar medidas contraproducentes que no tienen en cuenta el bien de las
comunidades y de los más vulnerables; a confiar exclusivamente en la asesoría
de abogados, siquiatras y especialistas de todo tipo descuidando el sentido
profundo de la compasión y la misericordia; a llegar incluso a la mentira o a
tergiversar los hechos para no confesar la horrible realidad que se presenta.
Una manifestación de
esa mentalidad aparece también en la tendencia a afirmar que la Iglesia no está ni tiene por
qué estar sometida al poder de la autoridad civil, como los demás ciudadanos,
sino que podemos y debemos manejar todos nuestros asuntos dentro de la Iglesia
regidos únicamente por el derecho canónico, e incluso llegar a considerar la
intervención de la autoridad civil como una intromisión indebida que, en estos
tiempos de creciente secularismo, se ve con tintes de persecución contra la fe.
Tenemos que reconocer
esta crisis a profundidad, a reconocer que el daño no lo hacen los de fuera
sino que los primeros enemigos están dentro de nosotros, entre los obispos y
los sacerdotes y los consagrados que no hemos estado a la altura de nuestra
vocación. Tenemos que reconocer que el enemigo está dentro.
Reconocer y enfrentar la crisis -superando nuestra
mentalidad clerical-significa también no minimizarla afirmando que en otras
instituciones suceden abusos a mayor escala. El hecho de que se presenten
abusos en otras instituciones y grupos y no justifica nunca la presencia de
abusos en la Iglesia porque contradice la esencia misma de la comunidad
eclesial y constituye una tergiversación monstruosa del ministerio sacerdotal
que, por su propia naturaleza, debe buscar el bien de las almas como su supremo
fin. No hay ninguna justificación
posible para no denunciar, para no desenmascarar, para no enfrentar con
valor y contundencia cualquier abuso que se presente al interior de nuestra
Iglesia.
También tenemos que
reconocer que el papel desempeñado por la prensa y los medios de comunicación y
las redes sociales ha sido muy importante en el ayudarnos a no soslayar sino a
afrontar la crisis. Los medios de
comunicación hacen en este sentido un trabajo de gran valor que es necesario
apoyar. "Hablando de esta herida -dijo claramente el papa Francisco en
su discurso de Navidad a la curia-, algunos dentro de la Iglesia, se alzan
contra ciertos agentes de la comunicación, acusándolos de ignorar la gran
mayoría de los casos de abusos, que no son cometidos por ministros de la
Iglesia -las estadísticas hablan de más del 95%-, y acusándolos de querer dar
de forma intencional una imagen falsa, como si este mal golpeara solo a la
Iglesia Católica. En cambio, me gustaría agradecer sinceramente a los
trabajadores de los medios que han sido honestos y objetivos y que han tratado
de desenmascarar a estos lobos y de dar voz a las víctimas. Incluso si se
tratase solo de un caso de abuso -que ya es una monstruosidad por sí mismo- la
Iglesia pide que no se guarde silencio y salga a la luz de forma objetiva,
porque el mayor escándalo en esta materia es encubrir la verdad."
Sin duda, es mucho lo que hemos hecho para enfrentar la
crisis de los abusos. Sin embargo, si no hubiera sido por la insistencia
valiosa de las víctimas y la presión ejercida por los medios de comunicación,
tal vez no nos hubiéramos decidido a enfrentar como se ha hecho esta crisis
vergonzosa. Es tan hondo el daño causado, es tan profundo el dolor infligido,
son tan inmensas las consecuencias de los abusos que han sucedido en la Iglesia
que nunca podremos decir que hemos hecho todo lo que es posible hacer y nuestra
responsabilidad nos lleva a trabajar todos los días para que nunca más en la
Iglesia se presenten abusos y para que los que eventualmente se presenten
reciban el castigo y la reparación que exigen.
1.2. La
responsabilidad del obispo como miembro del colegio episcopal bajo la suprema
autoridad de la Iglesia
En el tratamiento de la crisis y
en el proceso de conversión que debe emprender para poder enfrentarla, el
obispo no está solo. Su ministerio es un ministerio colegial. Por su ordenación
episcopal, el obispo entra a formar parte del colegio formado por todos los
sucesores de los apóstoles bajo la guía y autoridad del sucesor del apóstol
Pedro. Más que nunca tenemos que sentirnos llamados a fortalecer nuestros
vínculos fraternos, a entrar en un verdadero discernimiento comunitario, a
actuar siempre con los mismos criterios y apoyarnos mutuamente en la toma de
decisiones. Nuestra fortaleza depende, sin duda, de la unidad profunda que
marque nuestro ser y actuar.
Para ayudarnos en esta tarea los papas nos han iluminado con
sus palabras y los diferentes dicasterios de la Curia Romana han emitido
disposiciones que nos muestran el camino que tenemos que recorrer. Ya sabemos
cómo hay que proceder, pero parece deseable que se ofrezca al obispo un
"Código de Conducta" que, en armonía con el "Directorio para los
Obispos", muestre claramente cómo debe ser el proceder del obispo en el
contexto de esta crisis. El papa Francisco con su carta apostólica en forma de
motu proprio "Como una madre amorosa" nos presenta la exigencia de la
actuación del obispo y de su remoción en caso de una negligencia grave
comprobada en estos casos. El
"Código de Conducta" vendrá a clarificar y a exigirnos la conducta
que es la propia del obispo. Su obligatoriedad será una garantía de que
todos actuemos al unísono y en la dirección correcta, ya que nos permite tener
un control claro sobre nuestra conducta y nos da las indicaciones concretas para
los correctivos que sean necesarios. Será, además, una guía para la Iglesia y
la sociedad que permitirá a todos mirar adecuadamente el proceder del obispo en
los casos específicos y podrá darnos a todos la confianza de que se está
actuando bien. Será, además, una forma concreta de fortalecer la comunión que
nace de la colegialidad episcopal.
La formación
permanente del obispo ha sido una preocupación constante de la Iglesia. Los
tiempos cambiantes plantean desafíos nuevos a los cuales el obispo debe
responder y para ello es necesaria una actualización permanente. En nuestro
actuar frente a esta crisis necesitamos también estar en proceso permanente de
ser actualizados, formados, instruidos, para que nuestra respuesta sea siempre
la indicada y esto con carácter obligatorio ya que tenemos que mostrar ante el
mundo una perfecta unidad en la respuesta.
Una vez más la crisis
se hace un llamado a una conversión que llegue hasta lo profundo de nuestro
actuar eclesial. El encuentro que estamos viviendo es un signo claro y una
oportunidad real para crecer en este espíritu de comunión.
II. LA
RESPONSABILIDAD DEL OBISPO PARA CON SUS SACERDOTES Y CONSAGRADOS
La responsabilidad
del obispo se prolonga en la responsabilidad por la santificación de los
presbíteros y consagrados. Esta responsabilidad abarca un amplio radio de
acción porque debe ser entendida en el contexto de un proceso que empieza con
el discernimiento de la vocación en los futuros presbíteros y consagrados,
continúa en la formación inicial y debe acompañar toda la existencia de los que
han sido llamados a una vida de total dedicación al servicio de la Iglesia. A
la luz de la crisis desatada por las denuncias de abusos sexuales por parte de
los clérigos, esta responsabilidad ha adquirido dimensiones especiales, en las
que, la cercanía del obispo se hace imprescindible. El diálogo permanente -de
amigo, de hermano, de padre- que permite al obispo conocer a sus sacerdotes y
acompañarlos en sus alegrías y tristezas, en sus logros y fracasos, en sus dificultades
y éxitos, es el camino permanente que el obispo debe recorrer en la relación
con sus sacerdotes.
¿Y cuál es nuestra
responsabilidad frente a los sacerdotes abusadores? Como obispos, debemos
cumplir con nuestro deber de enfrentar enseguida la situación que se presenta a
partir de una denuncia. Toda denuncia
debe desencadenar enseguida los procedimientos que están indicados tanto en el
derecho canónico como en el derecho civil de cada nación, según las
líneas-guía marcadas por cada conferencia episcopal. Nos ayudará distinguir
siempre entre pecado sometido a la misericordia divina, crimen eclesial sometido
a la legislación canónica y crimen civil sometido a la legislación civil
correspondiente. Son campos que no se deben confundir y que, cuando se
distinguen y separan convenientemente, nos permiten actuar con plena justicia.
Hoy tenemos claro que cualquier negligencia de nuestra parte nos puede acarrear
penas canónicas, incluso la remoción del ministerio, y penas civiles que pueden
llegar hasta ser condenados a prisión por encubrimiento o complicidad.
A lo largo del
proceso canónico, es fundamental que el
acusado sea escuchado. La cercanía bondadosa del obispo es un primer paso
hacia la recuperación del culpable. El seguimiento concienzudo de las
líneas-guía trazadas por la propia conferencia episcopal permite al obispo
trazar para su diócesis la ruta que se debe seguir en los diferentes casos de
acusación de abuso por parte de un clérigo. Del cuidado especial que se tenga
en esta implementación dependerá en buena parte que los procesos se puedan
desarrollar con plena justicia. Pero no basta enjuiciar y condenar al
denunciado, cuando se compruebe la falta, sino que es necesario mirar también
hacia su tratamiento para que no reincida.
La forma concreta
como se implemente la justicia en los diferentes procesos para enfrentar a los
clérigos abusadores es una de las llaves maestras para poder superar la crisis
en lo que respecta a la salud de los presbiterios, ya que con frecuencia se oye
decir, "¿Dónde están los derechos de los sacerdotes?" El hecho de que haya casos de sacerdotes y
consagrados acusados no puede llevarnos, bajo ninguna razón, a justificar la
actuación indebida de aquellos que los han cometido. En las investigaciones
previas, en los procesos canónicos y civiles que se han abierto, ha sido y debe
ser siempre una preocupación el salvaguardar los derechos inalienables de los
posibles victimarios. Aún más, muchas veces ha sido el temor a violar esos
derechos lo que ha llevado a actuaciones que más tarde han podido ser
calificadas como encubrimientos y complicidades. Sin embargo, tenemos que tener
claro que los derechos de los victimarios -por ejemplo, a su buena fama, al
ejercicio de su ministerio, a seguir llevando una vida normal al interior de la
sociedad- no pueden nunca primar sobre los derechos de las víctimas, de los más
débiles, de los más vulnerables.
III. LA
RESPONSABILIDAD DEL OBISPO PARA CON EL SANTO PUEBLO FIEL DE DIOS
¿Cuál ha sido la reacción de los católicos frente al
escándalo de los abusos por parte del clero y de los consagrados? La respuesta
no puede ser unívoca, pero una vez más se ha constatado que para la inmensa
mayoría de las personas católicas o no católicas la Iglesia se identifica con
los sacerdotes y consagrados. Es a la Iglesia a la que se le responsabiliza de
lo acaecido. Esta realidad nos debe mover a lograr una cercanía creciente con
el pueblo de Dios que está llamado a crecer cada día en su conciencia de
pertenencia a la Iglesia y de sentirse corresponsable de ella.
En el contexto de esta cercanía al pueblo de Dios, hay que
situar nuestro proceder para con las víctimas del abuso. Y nuestro primer deber
es escucharlas. Uno de los pecados originales cometidos al inicio de la crisis
fue precisamente no haber escuchado con apertura de corazón a aquellos que
denunciaban haber sido abusados por clérigos.
Escuchar a las
víctimas empieza por no minimizar el daño causado y el dolor producido. En
muchos casos se llegó a pensar que el único motivo que impulsaba a las
denuncias era el buscar compensaciones económicas. "Lo único que buscan es
el dinero.", se solía repetir. No hay duda de que a veces se orquestan
acusaciones. No hay duda tampoco que en muchas ocasiones se ha tratado de
reducir la reparación de las víctimas a una indemnización monetaria sin tener
en cuenta el verdadero alcance de esa reparación. Y no hay duda de que también
en muchas ocasiones, hemos cedido a la tentación de tratar de arreglar con
dinero situaciones insostenibles para acallar el posible escándalo.
Esta nefasta realidad no nos puede impedir, sin embargo,
tomar conciencia de la responsabilidad seria y grave que nos corresponde en la
reparación de las víctimas. El dinero no puede nunca reparar el daño causado,
pero se hace necesario en muchos casos para que las víctimas puedan seguir los
tratamientos psicoterapéuticos que necesitan y que generalmente son muy
costosos, algunos no han logrado reponerse al daño causado y no son capaces de
trabajar y necesitan del apoyo económico para sobrevivir y para algunos el
reconocimiento pecuniario se hace parte de un reconocimiento del año causado.
Es claro que estamos obligados a ofrecerles todos los medios necesarios
-espirituales, sicológicos, siquiátricos, sociales- para la recuperación
exigida. La responsabilidad del obispo es muy amplia, abarca muchos campos,
pero siempre es insoslayable.
Conclusión
San Juan Pablo II en el discurso a los cardenales americanos
en el 2002 daba la dirección esencial que deben tener todos nuestros esfuerzos
para superar la crisis actual: "Tanto
dolor y tanto disgusto deben llevar a un sacerdocio más santo, a un episcopado
más santo y a una Iglesia más santa."
Con la ayuda del Señor y con nuestra docilidad a su gracia vamos a lograr que esta crisis lleve a una
profunda renovación de toda la Iglesia con obispos más santos, más conscientes
de su misión de pastores y padres de la grey; con sacerdotes y consagrados más
santos, más conscientes de su servicio ejemplar para con el pueblo de Dios;
con un pueblo de Dios más santo, más consciente de su corresponsabilidad de
edificar permanentemente una Iglesia de comunión y participación, en donde los
niños y adolescentes, y todas las personas, encuentren siempre un lugar seguro
que propicien su crecimiento humano y la vivencia de la fe. Así contribuiremos
a erradicar la cultura del abuso en el mundo en que vivimos. Fuente: El Catolicismo.