6 de febrero 2020. “Manos unidas para el desarrollo”. Autor:
Cardenal Antonio Cañizares. El amor de Dios, destinado a todos, se identifica y
se dirige de manera privilegiada a los pobres, a los últimos, a los que tienen
hambre, a los que lloran. «Bienaventurados los pobres, los que tenéis hambre,
los que ahora lloráis», leemos en el Evangelio de las bienaventuranzas. Es
necesario meterse en el corazón mismo de Dios y sentir con Él el dolor de un
amor divino, gratuito y generoso, compartir los sufrimientos y tristezas, las
carencias y necesidades de toda la humanidad, despojándose de todo y no reservarse
nada para sí. A eso nos invita Manos Unidas en esta Jornada contra el Hambre en
el Mundo.
Es necesario, particularmente urgente en nuestro tiempo, que
nos volvamos a Dios y pongamos nuestra confianza en Él, que nos arraiguemos en
Él, que Dios sea todo para nosotros, para que Él entre en lo profundo de
nuestras vidas, nos cambie radicalmente tanto en nuestra forma de ser como en
nuestros valores y en nuestra forma de actuar, en el estilo de vivir. Si, de
verdad, nos arraigásemos en Dios, nos sentiríamos más cercanos ante nuestros
millones y millones de hermanos que carecen de casi todo lo más fundamental y
primario para vivir, sin llevar cuentas de lo que nos puede pasar y sin
cálculos.
Cuando se pone la confianza verdaderamente en Dios, todo se
dirige al bien del hombre, de la persona humana, singularmente del que está más
necesitado. El mundo de hoy, sin embargo, parece confiar sólo en el hombre, en
sus fuerzas, en sus economías y técnicas económicas. Muchos hombres, en efecto,
sobre todo en las regiones desarrolladas, parecen guiarse únicamente por la
economía, de tal manera que casi toda su vida personal y social está teñida de
cierto espíritu economicista y de la medida de la rentabilidad.
«En un momento en que el desarrollo de la vida económica,
con tal que se lo dirija y ordene de manera racional y humana, podría mitigar
las desigualdades sociales, con demasiada frecuencia trae consigo un
endurecimiento de ellas y a veces hasta un retroceso en las condiciones de vida
de los más débiles y un desprecio de los pobres. Mientras muchedumbres inmensas
carecen de lo estrictamente necesario, algunos, aun en los países menos
desarrollados, viven en la opulencia o malgastan sin consideración. Y mientras
unos pocos disponen de un poder amplísimo de decisión, muchos carecen de toda
iniciativa viviendo en condiciones de vida y trabajo indignas de la persona
humana» (Gaudium et Spes, 63).
Ante la lectura de las bienaventuranzas que hay que hacer
frecuentemente, el zarpazo del hambre en el mundo nos lleva a darnos cuenta de
que apoyarnos en Dios es vivir conforme
a su amor; y que el cumplimiento de este camino trazado por el Señor no es otro
que el del cumplimiento de su voluntad, es decir el de la Caridad, el de
compartir el pan de cada día. Nadie, conforme a esta voluntad de Dios
manifestada en Jesucristo, puede ser excluido de nuestro amor: porque Él, Hijo
único de Dios, con su encarnación se ha unido, en cierto modo, a todo hombre.
En la persona de los pobres hay una especial presencia suya que impone a la
Iglesia una opción preferencial por ellos. Es la hora de hacernos cercanos y
solidarios con los que sufren; es la hora de compartir fraternalmente con
ellos.
No es necesario insistir mucho en la importancia fundamental
de la formación tanto para la vida del hombre como para el progreso social. La
formación o educación es para el hombre un elemento imprescindible para su
desarrollo integral y para su inserción en la sociedad, y para los pueblos es
un instrumento necesario y privilegiado para su desarrollo y progreso social,
cultural y económico. Promover estudios y formación en las ciencias que
contribuyan al desarrollo es algo inaplazable. Derecho fundamental de todos los
hombres y que debería alcanzar a todos es el de esta formación para el
desarrollo integral y sostenible. Sin embargo, en los países pobres son muchos
los que allí no tienen acceso a esta formación humana integral, y en los países
ricos no se forma para promover y sentirse llamados a esta formación. Así, el
progreso y desarrollo humano y social está fuertemente amenazado.
Es una llamada a nuestras conciencias para que todos nos
pongamos manos a la obra en hacer posible esta urgente necesidad. A esta obra
es preciso que contribuyamos de tantas maneras posibles como viene haciendo en
sus campañas anuales tan admirablemente en la concienciación de la gente Manos
Unidas. Podemos y debemos cambiar esta situación; con la ayuda de Dios y con la
contribución de todos es posible; está en nuestras manos por muy inmenso que
nos parezca este empeño y por muy grande que sea esta necesidad. Solos, poco
podemos hacer. Pero juntos, unidos, sí que es posible. La campaña anual de
Manos Unidas nos provoca a pensar en el desafío de una carencia tan primaria
como es la formación para el desarrollo y a dar los pasos que nos corresponda a
cada uno en su remedio. Ojalá escuchemos la voz del Señor. Él aguarda de nosotros
justicia y amor. Él ha hecho suyo el destino de todos los pobres de la tierra;
y el juicio divino será sobre el amor; todo se decidirá según nos hayamos
comportado con los últimos, y, entre éstos, se encuentran los que no saben o no
tienen capacidad y formación para el desarrollo integral. Dar de comer al
hambriento reclama también dar el pan del saber y de la educación para el
desarrollo al que no lo tiene. No olvidemos nunca que entre las obras de
misericordia se encuentra: «Enseñar al que no sabe», igual que dar de comer al
hambriento, o posada al peregrino, o visitar a los enfermos. Toda manifestación
de ese camino, de esa bella aventura de las bienaventuranzas, es retrato vivo
del Señor, Jesús, y de los cristianos.
Que la Santísima Virgen María ilumine y ayude a todos; que
Nuestra Señora de Lourdes, cuya fiesta celebraremos próximamente, «Salud de los
enfermos» acompañe a los enfermos y consiga para ellos la fortaleza de la fe y
la salud; que Ella, que es la pobre de Yahvé, Dios de Israel, pobre entre los
pobres, se muestre como la madre solícita que tiene preferencia por los hijos
más pobres y necesitados. Publicado en La Razón el 5 de febrero de 2020.
Fuente: Religión en Libertad. Com