NOS
CONVERTIMOS Y ACEPTAMOS A DIOS. Miércoles de Ceniza 26 de febrero 2020. El Apóstol san Pablo
nos recomienda: “En el nombre de Jesucristo les suplico que se reconcilien con
Dios” (1 Corintios 5, 20). Reconocemos públicamente nuestra condición de pecadores
y damos el paso para aceptar la acción de Dios en nuestras vidas. Marcar la
señal de la cruz en nuestra frente (Miércoles de Ceniza) nos recuerda quiénes
somos, y qué pudiéramos hacer para darle a Dios lo que es de Dios. Padre, Jairo
Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué.
El ideal: Actuar y vivir, como hombres y mujeres de fe.
Solo un
corazón limpio puede saber lo que Dios quiere de ti °°° “Comienza por ver aquello
que está muerto en tu vida. Aquellas ramas que se han de podar, que estorban
porque no permiten que la vida se regenere, que de lo viejo surja algo nuevo. Y
termina con el asombro de la nueva vida, de los frutos que surgen de nosotros
cuando nos dejamos invadir por la Vida que nos viene de Jesús resucitado.”
“La Cuaresma debe dejar una impronta fuerte
e indeleble en nuestra vida. Debe renovar en nosotros la conciencia de
nuestra unión con Jesucristo, que nos hace ver la necesidad de la conversión y
nos indica los caminos para realizarla. La oración, el ayuno y la limosna son
precisamente los caminos que Cristo nos ha indicado.
EL RETO DE LA CONVERSIÓN ES SUPERAR LA
TENTACIÓN
Dice el
Santo Evangelio: “En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: cuidad de no practicar vuestra justicia
delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis
recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no
vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las
sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os
aseguro que ya han recibido su paga. Tú,
en cambio, cuando hagas limosna que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu
derecha, así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre que ve en lo secreto, te
lo pagará. Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta
rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea
la gente. Os aseguro que ya han recibido
su paga. °°° (Mateo 6, 1-6. 16-18.).
Dos
términos engendran la dinámica espiritual de relación entre el Padre celestial
y su querido Hijo: Tierno y sutil. Dios preparó y dispuso todo desde la fuente
del amor, quiso que todo tuviese origen en el amor, porque sabía perfectamente
que el amor lo entiende todo, lo
comprende todo, lo ordena todo. Cristo nos enseñó esa gran norma de vida:
“Amaos los unos a los otros”, Cristo se
dejó amar de su Padre celestial; cuando se ama a Dios, se deja uno guiar por el
Espíritu de Dios, aprendemos a defendernos de la sutileza del mal, entendemos
perfectamente que no todo lo puedo hacer, que no todo me conviene, que la vida
tiene un orden, la perfección no admite equivocaciones; con los asuntos del mal
no me puedo dar el lujo de abrirle la puerta, de probarlo para saber hasta
dónde llega, de probarme a mí mismo, de tomarlo como un reto personal.
Alerta: es
altamente peligroso ponerse cita en el mismo ring con el mal. El Hijo de Dios recomienda: Que no sepa tu
mano izquierda lo que hace tu derecha. Cuando ores, cierra la puerta y reza a
tu Padre. Que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo
escondido.
El miércoles de Ceniza es el principio de la
Cuaresma; un día
especialmente penitencial, en el que manifestamos nuestro deseo personal de
conversión a Dios. Al acercarnos a los templos a que nos impongan la ceniza,
expresamos con humildad y sinceridad de corazón, que deseamos convertirnos y
creer de verdad en el Evangelio. Cuaresma debe ser una experiencia de
liberación, no de esclavitud. Hay que abandonar la situación de pecado para
vivir en la libertad de los hijos de Dios. Todo lo que hoy nos impide y estorba
en nuestro camino hacia Dios, se transformarán en ceniza algún día y, por
tanto, no vale la pena poner en ellas nuestro corazón. Hay
que salir al desierto y privarnos de los placeres y de las comodidades
materiales para practicar la misericordia con los demás. Las obras de
misericordia son eternas, ellas no se transforman en ceniza. Frente a Dios debemos vivir una religión de
corazón; es la religión que siempre ha existido, del corazón y del amor de Dios
brotó la creación, nació el hombre y la mujer como continuadores de la obra de
Dios.
El Papa Francisco propone el método de
conversión, como un
medio propicio para desenmascarar las tentaciones y dejar que nuestro corazón
vuelva a latir al palpitar del Corazón de Jesús. El método circula a través del
verbo “Detener”, dice el santo Padre: “Detente
de ese mandamiento de vivir acelerado que dispersa, divide y termina
destruyendo el tiempo de la familia, el tiempo de la amistad, el tiempo de los
hijos. °°° Detente un poco ante la mirada altanera, el comentario fugaz y
despreciativo que nace del olvido de la ternura, de la piedad y la reverencia
para encontrar a los otros. °°° Detente
un poco ante la compulsión de querer controlar todo, saberlo todo, devastar
todo; que nace del olvido de la gratitud frente al don de la vida y a tanto
bien recibido. °°° Detente un poco
ante el ruido ensordecedor que atrofia y aturde nuestros oídos y nos hace
olvidar del poder fecundo y creador del silencio. °°° Detente un poco ante la
actitud de fomentar sentimientos estériles, infecundos, que brotan del encierro
y la auto-compasión y llevan al olvido de ir al encuentro de los otros para
compartir las cargas y sufrimientos. °°° Detente
ante la vacuidad de lo instantáneo, momentáneo y fugaz que nos priva de las
raíces, de los lazos, del valor de los procesos y de sabernos siempre en
camino. ¡Detente para mirar y contemplar!. (Homilía, Papa Francisco 14 de
febrero 2018). El camino de la
conversión inicia con el miércoles de ceniza y termina con la vigilia del
fuego, del agua y de la luz. Así lo entiende, lo enseña y lo practica la
liturgia católica cristiana.
LA PROPUESTA DEL EVANGELIO ES
CONVIÉRTETE, CREE Y VIVE EL EVANGELIO
El Papa san Juan Pablo II advertía
que: el significado primero y principal de la penitencia es interior,
espiritual. El esfuerzo principal de la penitencia consiste en entrar en sí
mismo, en lo más profundo de la propia entidad, entrar en esa dimensión de la
propia humanidad en la que, en cierto sentido, Dios nos espera. Jesucristo
indica claramente que también los actos de devoción y de penitencia (como el
ayuno, la limosna, la oración) que por su finalidad religiosa son
principalmente interiores, pueden ceder al exteriorizan corriente, y, por lo
tanto, pueden ser falsificados. En cambio, la penitencia, como conversión a
Dios, exige sobre todo que el hombre rechace las apariencias, sepa liberarse de
la falsedad y encontrarse en toda su verdad interior.
ES
LIBERACIÓN ESPIRITUAL
La corriente
principal de la Cuaresma debe correr a través del hombre interior, a través de
corazones y conciencias. En esto consiste el esfuerzo esencial de la
penitencia. En este esfuerzo, la voluntad humana de convertirse a Dios es
investida por la gracia proveniente de conversión y, al mismo tiempo, de perdón
y liberación espiritual. La penitencia no es sólo un esfuerzo, una carga, sino
también una alegría. (Catequesis san Juan Pablo II. 13 de febrero 1979).
CAMBIAR TOTALMENTE LA DIRECCIÓN
Conversión
es ir contracorriente, donde la “corriente” es el estilo de vida superficial, incoherente e ilusoria, que a
menudo nos arrastra, nos domina y nos hace esclavos del mal y prisioneros de la mediocridad moral.
Con la
conversión, en cambio, se apunta a la medida alta de la vida cristiana, se nos confía al Evangelio vivo y personal, que es
Cristo Jesús.
La
conversión es el "Sí" total de quien entrega su propia existencia al
Evangelio, respondiendo libremente a Cristo, que se ofreció al hombre como
camino, verdad y vida, aquel libera y salva. (Fuente: Siembra amor)
LA RECONCILIACIÓN
HA IDO DE LA MANO CON LA HISTORIA DE LA
SALVACIÓN
Siempre ha
estado la Misericordia y la acción De Dios en la vida del hombre. Reconciliarse
con Dios y Con la comunidad.
El mensaje
de los profetas han girado en torno a un cambio de conducta y de corazón. (cf. Isaías. 1, 10-19) Conversión radical, fruto del Espíritu de
Dios Lucas 3, 16-17 Convertirse a la
Cercanía de Dios. Comenzar a
vivir de la fe. Creer en la
Buena Nueva Convertirse al pensamiento y al sentir de Dios.
A la reconciliación se llega con el perdón. Jesucristo anuncia el perdón de los pecados.
Libertad a los oprimidos. Tiempo de Gracia del
Señor (cf. Lucas. 4,16ss) Vino por los pecadores. La misión es decir,
hacer, lo que dijo e hizo Jesús “Perdonaos”
Mateo 28,16-20. Sanar y perdonar son los gestos comunes en Jesús
de Nazareth. (cf. Mateo 11, 4-5).
Acogida, comprensión y perdón, muestran la bondad del Hijo de Dios. (cf. Mateo
11,19; 9,36; 5,3). Jesucristo prefiere la sanación, la conversión y la
liberación de las personas, más no su condenación. (cf. Mateo 4, 23-24. 9,18.
Marcos 7, 31-37).
Convertirse significa
cambiar de dirección en el camino de la vida: pero no para un pequeño
ajuste, sino con una verdadera y total inversión de la marcha. Conversión es ir
contracorriente, donde la “corriente” es el estilo de vida superficial,
incoherente e ilusorio, que a menudo nos arrastra, nos domina y nos hace
esclavos del mal y prisioneros de la mediocridad moral.
Con la conversión, en cambio, se apunta a la medida alta de
la vida cristiana, se nos confía al Evangelio vivo y personal, que es Cristo
Jesús.
La conversión es el "Sí" total de quien entrega su
propia existencia al Evangelio, respondiendo libremente a Cristo, que se
ofreció al hombre como camino, verdad y vida, aquel libera y salva.
Cuáles defectos
impiden mi conversión:
Creer que siempre tengo la razón. Egoísmo, excusas, orgullo,
impaciencia, susceptibilidad, resentimiento, intolerancia, dilación,
deshonestidad, envidia, falsedad.
La pregunta sería: De qué me debo arrepentir? Qué debo reconocer?
De todo pecado: Pensamientos: (promovidos y mantenidos)
Deseos: (Fomentados y sostenidos) Palabras (Consentimiento claro). Omisiones
(Consentimiento claro)
De todo resentimiento: Perdónanos porque también nosotros
Perdonamos. Daños a los demás: Lastimaduras: Injusticias. Daños recibidos.
Heridas recibidas.
Precisamente por ser pecadores, nos cegamos ante nuestros
pecados. Satanás quiere hacernos ver que no hay mal en lo que hacemos. Entonces
el corazón se endurece, se hace insensible a las exigencias del amor. Por eso
es tan importante la conversión del corazón.
El Papa emérito, Benedicto XVI, dice que «la Cuaresma nos
ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida
cristiana: la caridad.
En efecto, éste es un tiempo
propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos,
renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un
itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno,
en la espera de vivir la alegría pascual».
En el corazón más
palpitante de la Iglesia está la caridad, núcleo mismo del Evangelio, y
principio vital de la Iglesia y de la vida cristiana. «Sin caridad nada
somos, ni nada nos aprovecha» (1 Corintios, 13, 23). La práctica concreta y
efectiva de la caridad, que ha de vivirse en el seno materno de la Iglesia, debiera
ser el ámbito activo y concreto que caracteriza la vida cristiana y la
comunidad eclesial, el ambiente en el que respire la vida de fe que obra por la
caridad, el alimento que nutra a los que siguen a Jesús, el clima en el que se
viva el existir cristiano; esto siempre, pero avivado aún más en el tiempo
cuaresmal en y por la comunidad eclesial.
La Cuaresma no nos cierra los ojos ante
todo lo que está sucediendo en estos momentos: graves problemas económicos,
sociales y familiares, quiebra moral, marginación y desigualdades graves,
individualismo e insolidaridad, violencia doméstica, manipulación de las
conciencias, pérdida del sentido religioso y olvido de Dios, y tantas otras
cosas que nos están pasando, sin olvidar ni omitir los pecados, las debilidades
y las infidelidades a la fe y a la Iglesia por parte de los cristianos. Todo
esto puede inducirnos fácilmente a condenar estos tiempos, que, sin embargo,
están tan necesitados de infinita compasión, de misericordia, de amor, de
gratuidad, de justicia, de perdón, de aquella «caridad paciente, amable,
desinteresada, que no se irrita, que no lleva cuentas del mal, disculpa sin
límites, se alegra con la verdad, todo lo cree, todo lo espera, todo lo
soporta», de la que nos habla san Pablo (cf. 1 Corintios 13). Sin esa caridad
nada cambia, nada habrá cambiado ni habrá sido renovado. En esa caridad se
descubrirá y se verá a Dios, que es Caridad y que todo lo hace nuevo.
La
verdadera y honda renovación, éste es el verdadero cambio, que hará brillar el
rostro de la Iglesia con la Luz que ilumina todo, Jesucristo. Esto es lo que
habría de ocuparnos; entonces mostraríamos que es verdad que nos ocupamos ante
todo y sobre todo de Dios, única esperanza y luz para la humanidad entera, la
fuente inagotable de libertad, de bienaventuranza, de verdad y de amor. Esto ha
de ser acompañado –se necesita– de la oración, de la adoración, de la Palabra
de Dios, de la Eucaristía.