21 de febrero de 2020

Nos convertimos y aceptamos a Dios: Miércoles de Ceniza 26 de febrero 2020


NOS CONVERTIMOS Y ACEPTAMOS A DIOS. Miércoles de Ceniza 26 de febrero 2020. El Apóstol san Pablo nos recomienda: “En el nombre de Jesucristo les suplico que se reconcilien con Dios” (1 Corintios 5, 20). Reconocemos públicamente nuestra condición de pecadores y damos el paso para aceptar la acción de Dios en nuestras vidas. Marcar la señal de la cruz en nuestra frente (Miércoles de Ceniza) nos recuerda quiénes somos, y qué pudiéramos hacer para darle a Dios lo que es de Dios. Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué.
El ideal: Actuar y vivir,  como hombres y mujeres de  fe.
Solo un corazón limpio puede saber lo que Dios quiere de ti °°° “Comienza por ver aquello que está muerto en tu vida. Aquellas ramas que se han de podar, que estorban porque no permiten que la vida se regenere, que de lo viejo surja algo nuevo. Y termina con el asombro de la nueva vida, de los frutos que surgen de nosotros cuando nos dejamos invadir por la Vida que nos viene de Jesús resucitado.”

La Cuaresma debe dejar una impronta fuerte e indeleble en nuestra vida. Debe renovar en nosotros la conciencia de nuestra unión con Jesucristo, que nos hace ver la necesidad de la conversión y nos indica los caminos para realizarla. La oración, el ayuno y la limosna son precisamente los caminos que Cristo nos ha indicado.

EL RETO DE LA CONVERSIÓN ES SUPERAR LA TENTACIÓN
Dice el Santo Evangelio: “En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga.  Tú, en cambio, cuando hagas limosna que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre que ve en lo secreto, te lo pagará. Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente.  Os aseguro que ya han recibido su paga. °°° (Mateo 6, 1-6. 16-18.).  

Dos términos engendran la dinámica espiritual de relación entre el Padre celestial y su querido Hijo: Tierno y sutil. Dios preparó y dispuso todo desde la fuente del amor, quiso que todo tuviese origen en el amor, porque sabía perfectamente que el amor lo entiende todo, lo comprende todo, lo ordena todo. Cristo nos enseñó esa gran norma de vida: “Amaos los unos a los otros”,  Cristo se dejó amar de su Padre celestial; cuando se ama a Dios, se deja uno guiar por el Espíritu de Dios, aprendemos a defendernos de la sutileza del mal, entendemos perfectamente que no todo lo puedo hacer, que no todo me conviene, que la vida tiene un orden, la perfección no admite equivocaciones; con los asuntos del mal no me puedo dar el lujo de abrirle la puerta, de probarlo para saber hasta dónde llega, de probarme a mí mismo, de tomarlo como un reto personal. 

Alerta: es altamente peligroso ponerse cita en el mismo ring con el mal.  El Hijo de Dios recomienda: Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha. Cuando ores, cierra la puerta y reza a tu Padre. Que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido.

El miércoles de Ceniza es el principio de la Cuaresma; un día especialmente penitencial, en el que manifestamos nuestro deseo personal de conversión a Dios. Al acercarnos a los templos a que nos impongan la ceniza, expresamos con humildad y sinceridad de corazón, que deseamos convertirnos y creer de verdad en el Evangelio.  Cuaresma debe ser una experiencia de liberación, no de esclavitud. Hay que abandonar la situación de pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios. Todo lo que hoy nos impide y estorba en nuestro camino hacia Dios, se transformarán en ceniza algún día y, por tanto, no vale la pena poner en ellas nuestro corazón.  Hay que salir al desierto y privarnos de los placeres y de las comodidades materiales para practicar la misericordia con los demás. Las obras de misericordia son eternas, ellas no se transforman en ceniza.  Frente a Dios debemos vivir una religión de corazón; es la religión que siempre ha existido, del corazón y del amor de Dios brotó la creación, nació el hombre y la mujer como continuadores de la obra de Dios. 

El Papa Francisco propone el método de conversión, como un medio propicio para desenmascarar las tentaciones y dejar que nuestro corazón vuelva a latir al palpitar del Corazón de Jesús. El método circula a través del verbo “Detener”, dice el santo Padre: “Detente de ese mandamiento de vivir acelerado que dispersa, divide y termina destruyendo el tiempo de la familia, el tiempo de la amistad, el tiempo de los hijos. °°° Detente un poco ante la mirada altanera, el comentario fugaz y despreciativo que nace del olvido de la ternura, de la piedad y la reverencia para encontrar a los otros. °°° Detente un poco ante la compulsión de querer controlar todo, saberlo todo, devastar todo; que nace del olvido de la gratitud frente al don de la vida y a tanto bien recibido. °°° Detente un poco ante el ruido ensordecedor que atrofia y aturde nuestros oídos y nos hace olvidar del poder fecundo y creador del silencio. °°° Detente un poco ante la actitud de fomentar sentimientos estériles, infecundos, que brotan del encierro y la auto-compasión y llevan al olvido de ir al encuentro de los otros para compartir las cargas y sufrimientos. °°° Detente ante la vacuidad de lo instantáneo, momentáneo y fugaz que nos priva de las raíces, de los lazos, del valor de los procesos y de sabernos siempre en camino. ¡Detente para mirar y contemplar!. (Homilía, Papa Francisco 14 de febrero 2018). El camino de la conversión inicia con el miércoles de ceniza y termina con la vigilia del fuego, del agua y de la luz. Así lo entiende, lo enseña y lo practica la liturgia católica cristiana.

LA PROPUESTA DEL EVANGELIO ES
CONVIÉRTETE, CREE Y VIVE EL EVANGELIO
            El Papa san Juan Pablo II advertía que: el significado primero y principal de la penitencia es interior, espiritual. El esfuerzo principal de la penitencia consiste en entrar en sí mismo, en lo más profundo de la propia entidad, entrar en esa dimensión de la propia humanidad en la que, en cierto sentido, Dios nos espera. Jesucristo indica claramente que también los actos de devoción y de penitencia (como el ayuno, la limosna, la oración) que por su finalidad religiosa son principalmente interiores, pueden ceder al exteriorizan corriente, y, por lo tanto, pueden ser falsificados. En cambio, la penitencia, como conversión a Dios, exige sobre todo que el hombre rechace las apariencias, sepa liberarse de la falsedad y encontrarse en toda su verdad interior.
ES LIBERACIÓN ESPIRITUAL
La corriente principal de la Cuaresma debe correr a través del hombre interior, a través de corazones y conciencias. En esto consiste el esfuerzo esencial de la penitencia. En este esfuerzo, la voluntad humana de convertirse a Dios es investida por la gracia proveniente de conversión y, al mismo tiempo, de perdón y liberación espiritual. La penitencia no es sólo un esfuerzo, una carga, sino también una alegría. (Catequesis san Juan Pablo II. 13 de febrero 1979).


CONVERTIRSE SIGNIFICA
CAMBIAR TOTALMENTE LA DIRECCIÓN
Conversión es ir contracorriente, donde la “corriente”  es el estilo de vida superficial, incoherente e ilusoria, que a menudo nos arrastra, nos domina y nos hace esclavos del mal  y prisioneros de la mediocridad moral.
Con la conversión, en cambio, se apunta a la medida alta  de la vida cristiana, se nos confía al Evangelio vivo y personal, que es Cristo Jesús.
La conversión es el "Sí" total de quien entrega su propia existencia al Evangelio, respondiendo libremente a Cristo, que se ofreció al hombre como camino, verdad y vida, aquel libera y salva. (Fuente: Siembra amor)

LA RECONCILIACIÓN
HA IDO DE LA MANO CON LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN
Siempre ha estado la Misericordia y la acción De Dios en la vida del hombre. Reconciliarse con Dios y Con la comunidad.
El mensaje de los profetas han girado en torno a un cambio de conducta y de corazón. (cf. Isaías. 1, 10-19) Conversión radical, fruto del Espíritu de Dios   Lucas 3, 16-17 Convertirse a la Cercanía de Dios. Comenzar a vivir de la fe. Creer en la Buena Nueva Convertirse al pensamiento y al sentir de Dios.
A la reconciliación se llega con el perdón. Jesucristo anuncia el perdón de los pecados. Libertad a los oprimidos. Tiempo de Gracia del Señor  (cf. Lucas. 4,16ss) Vino por los pecadores.   La misión es decir, hacer, lo que dijo e hizo Jesús “Perdonaos”  Mateo 28,16-20. Sanar y perdonar son los gestos comunes en Jesús de Nazareth. (cf.  Mateo 11, 4-5). Acogida, comprensión y perdón, muestran la bondad del Hijo de Dios. (cf. Mateo 11,19; 9,36; 5,3). Jesucristo prefiere la sanación, la conversión y la liberación de las personas, más no su condenación. (cf. Mateo 4, 23-24. 9,18. Marcos 7, 31-37).

Convertirse significa cambiar de dirección en el camino de la vida: pero no para un pequeño ajuste, sino con una verdadera y total inversión de la marcha. Conversión es ir contracorriente, donde la “corriente” es el estilo de vida superficial, incoherente e ilusorio, que a menudo nos arrastra, nos domina y nos hace esclavos del mal y prisioneros de la mediocridad moral.
Con la conversión, en cambio, se apunta a la medida alta de la vida cristiana, se nos confía al Evangelio vivo y personal, que es Cristo Jesús.
La conversión es el "Sí" total de quien entrega su propia existencia al Evangelio, respondiendo libremente a Cristo, que se ofreció al hombre como camino, verdad y vida, aquel libera y salva.

Cuáles defectos impiden mi conversión:
Creer que siempre tengo la razón. Egoísmo, excusas, orgullo, impaciencia, susceptibilidad, resentimiento, intolerancia, dilación, deshonestidad, envidia, falsedad.

La conversión apunta al bien y a la felicidad
La pregunta sería: De qué me debo arrepentir?  Qué debo reconocer?
De todo pecado: Pensamientos: (promovidos y mantenidos) Deseos: (Fomentados y sostenidos) Palabras (Consentimiento claro). Omisiones (Consentimiento claro)
De todo resentimiento: Perdónanos porque también nosotros Perdonamos. Daños a los demás: Lastimaduras: Injusticias. Daños recibidos. Heridas recibidas.
Precisamente por ser pecadores, nos cegamos ante nuestros pecados. Satanás quiere hacernos ver que no hay mal en lo que hacemos. Entonces el corazón se endurece, se hace insensible a las exigencias del amor. Por eso es tan importante la conversión del corazón.

El Papa emérito, Benedicto XVI, dice que «la Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad.

En efecto, éste es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en la espera de vivir la alegría pascual».

En el corazón más palpitante de la Iglesia está la caridad, núcleo mismo del Evangelio, y principio vital de la Iglesia y de la vida cristiana. «Sin caridad nada somos, ni nada nos aprovecha» (1 Corintios, 13, 23). La práctica concreta y efectiva de la caridad, que ha de vivirse en el seno materno de la Iglesia, debiera ser el ámbito activo y concreto que caracteriza la vida cristiana y la comunidad eclesial, el ambiente en el que respire la vida de fe que obra por la caridad, el alimento que nutra a los que siguen a Jesús, el clima en el que se viva el existir cristiano; esto siempre, pero avivado aún más en el tiempo cuaresmal en y por la comunidad eclesial.

            La Cuaresma no nos cierra los ojos ante todo lo que está sucediendo en estos momentos: graves problemas económicos, sociales y familiares, quiebra moral, marginación y desigualdades graves, individualismo e insolidaridad, violencia doméstica, manipulación de las conciencias, pérdida del sentido religioso y olvido de Dios, y tantas otras cosas que nos están pasando, sin olvidar ni omitir los pecados, las debilidades y las infidelidades a la fe y a la Iglesia por parte de los cristianos. Todo esto puede inducirnos fácilmente a condenar estos tiempos, que, sin embargo, están tan necesitados de infinita compasión, de misericordia, de amor, de gratuidad, de justicia, de perdón, de aquella «caridad paciente, amable, desinteresada, que no se irrita, que no lleva cuentas del mal, disculpa sin límites, se alegra con la verdad, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta», de la que nos habla san Pablo (cf. 1 Corintios 13). Sin esa caridad nada cambia, nada habrá cambiado ni habrá sido renovado. En esa caridad se descubrirá y se verá a Dios, que es Caridad y que todo lo hace nuevo.

            La verdadera y honda renovación, éste es el verdadero cambio, que hará brillar el rostro de la Iglesia con la Luz que ilumina todo, Jesucristo. Esto es lo que habría de ocuparnos; entonces mostraríamos que es verdad que nos ocupamos ante todo y sobre todo de Dios, única esperanza y luz para la humanidad entera, la fuente inagotable de libertad, de bienaventuranza, de verdad y de amor. Esto ha de ser acompañado –se necesita– de la oración, de la adoración, de la Palabra de Dios, de la Eucaristía.