12 de febrero 2020. Exhortación Apostólica Postsinodal. “Querida
Amazonia”
Santo Padre Francisco al pueblo de Dios y a todas las
personas de buena voluntad
1. La querida Amazonia se muestra ante el mundo con todo su
esplendor, su drama, su misterio. Dios nos regaló la gracia de tenerla
especialmente presente en el Sínodo que tuvo lugar en Roma entre el 6 y el 27
de octubre 2019, y que concluyó con un texto titulado Amazonia: nuevos caminos
para la Iglesia y para una ecología integral.
El sentido de esta Exhortación
2. Escuché las intervenciones durante el Sínodo y leí con
interés las aportaciones de los círculos menores. Con esta Exhortación quiero
expresar las resonancias que ha provocado en mí este camino de diálogo y
discernimiento.
No desarrollaré aquí todas las cuestiones abundantemente
expuestas en el Documento conclusivo. No pretendo ni reemplazarlo ni repetirlo.
Sólo deseo aportar un breve marco de reflexión que encarne en la realidad
amazónica una síntesis de algunas grandes preocupaciones que ya expresé en mis
documentos anteriores y que ayude y oriente a una armoniosa, creativa y
fructífera recepción de todo el camino sinodal.
3. Al mismo tiempo quiero presentar oficialmente ese
Documento, que nos ofrece las conclusiones del Sínodo, en el cual han
colaborado tantas personas que conocen mejor que yo y que la Curia romana la
problemática de la Amazonia, porque viven en ella, la sufren y la aman con
pasión. He preferido no citar ese Documento en esta Exhortación, porque invito
a leerlo íntegramente.
4. Dios quiera que toda la Iglesia se deje enriquecer e
interpelar por ese trabajo, que los pastores, consagrados,
consagradas y fieles laicos de la Amazonia se empeñen en su aplicación, y que
pueda inspirar de algún modo a todas las personas de buena voluntad.
6. Todo lo que la Iglesia ofrece debe encarnarse de modo
original en cada lugar del mundo, de manera que la Esposa de Cristo adquiera
multiformes rostros que manifiesten mejor la inagotable riqueza de la gracia. La predicación
debe encarnarse, la espiritualidad debe encarnarse, las estructuras de la
Iglesia deben encarnarse. Por ello me atrevo humildemente, en esta
breve Exhortación, a expresar cuatro grandes sueños que la Amazonia me inspira.
7. Sueño con una
Amazonia que luche por los derechos de los más pobres, de los pueblos
originarios, de los últimos, donde su voz sea escuchada y su dignidad sea
promovida. Sueño con una Amazonia que preserve esa riqueza cultural que la
destaca, donde brilla de modos tan diversos la belleza humana. Sueño con una
Amazonia que custodie celosamente la abrumadora hermosura natural que la
engalana, la vida desbordante que llena sus ríos y sus selvas. Sueño con comunidades cristianas capaces de
entregarse y de encarnarse en la Amazonia, hasta el punto de regalar a la Iglesia
nuevos rostros con rasgos amazónicos.
CAPÍTULO
PRIMERO
UN
SUEÑO SOCIAL
8. Nuestro sueño es el de una Amazonia que integre y
promueva a todos sus habitantes para que puedan consolidar un “buen vivir”.
Pero hace falta un grito profético y una ardua tarea por los más pobres.
Porque, si bien la Amazonia enfrenta un desastre ecológico, cabe destacar que
«un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que
debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar
tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres». No nos sirve un
conservacionismo «que se preocupa del bioma pero ignora a los pueblos
amazónicos».
9. Los intereses colonizadores que expandieron y expanden
—legal e ilegalmente— la extracción de madera y la minería, y que han ido
expulsando y acorralando a los pueblos indígenas, ribereños y
afrodescendientes, provocan un clamor que grita al cielo:
«Son muchos los árboles donde habitó la tortura y bastos los
bosques comprados entre mil muertes». «Los madereros tienen parlamentarios y
nuestra Amazonia ni quién la defienda […] Exilian a los loros y a los monos […]
Ya no será igual la cosecha de la castaña».
10. Esto alentó los movimientos migratorios más recientes de
los indígenas hacia las periferias de las ciudades. Allí no encuentran una real
liberación de sus dramas sino las peores formas de esclavitud, de sometimiento
y miseria. En estas ciudades, caracterizadas por una gran desigualdad, donde
hoy habita la mayor parte de la población de la Amazonia, crecen también la
xenofobia, la explotación sexual y el tráfico de personas. Por eso el grito de
la Amazonia no brota solamente del corazón de las selvas, sino también desde el
interior de sus ciudades.
11. No es necesario que yo repita aquí los diagnósticos tan
amplios y completos que fueron presentados antes y durante el Sínodo.
Recordemos al menos una de las voces escuchadas: «Estamos siendo afectados por
los madereros, ganaderos y otros terceros. Amenazados por actores económicos que
implementan un modelo ajeno en nuestros territorios. Las empresas madereras
entran en el territorio para explotar el bosque, nosotros cuidamos el bosque
para nuestros hijos, tenemos la carne, pesca, remedios vegetales, árboles
frutales […]. La construcción de hidroeléctricas y el proyecto de hidrovías
impacta sobre el río y sobre los territorios […]. Somos una región de
territorios robados».
12. Ya mi predecesor, Benedicto XVI, denunciaba «la devastación ambiental de la Amazonia y
las amenazas a la dignidad humana de sus poblaciones». Quiero agregar que
muchos dramas estuvieron relacionados con una falsa “mística amazónica”.
Notoriamente desde las últimas décadas del siglo pasado, la Amazonia se
presentó como un enorme vacío que debe ocuparse, como una riqueza en bruto que
debe desarrollarse, como una inmensidad salvaje que debe ser domesticada. Todo
esto con una mirada que no reconoce los derechos de los pueblos originarios o
sencillamente los ignora como si no existieran o como si esas tierras que ellos
habitan no les pertenecieran. Aun en los planes educativos de niños y jóvenes,
los indígenas fueron vistos como intrusos o usurpadores. Sus vidas, sus
inquietudes, su manera de luchar y de sobrevivir no interesaban, y se los
consideraba más como un obstáculo del cual librarse que como seres humanos con
la misma dignidad de cualquier otro y con derechos adquiridos.
13. Algunos eslóganes aportaron a esta confusión, entre
otros aquel de “no entregar”, como si este avasallamiento pudiera venir sólo
desde afuera de los países, cuando también poderes locales, con la excusa del
desarrollo, participaron de alianzas con el objetivo de arrasar la selva —con
las formas de vida que alberga— de manera impune y sin límites. Los pueblos
originarios muchas veces han visto con impotencia la destrucción de ese entorno
natural que les permitía alimentarse, curarse, sobrevivir y conservar un estilo
de vida y una cultura que les daba identidad y sentido. La disparidad de poder
es enorme, los débiles no tienen recursos para defenderse, mientras el ganador
sigue llevándoselo todo, «los pueblos
pobres permanecen siempre pobres, y los ricos se hacen cada vez más ricos».
14. A los emprendimientos, nacionales o internacionales, que
dañan la Amazonia y no respetan el derecho de los pueblos originarios al
territorio y a su demarcación, a la autodeterminación y al consentimiento
previo, hay que ponerles los nombres que les corresponde: injusticia y crimen.
Cuando algunas empresas sedientas de rédito fácil se apropian de los
territorios y llegan a privatizar hasta el agua potable, o cuando las
autoridades dan vía libre a las madereras, a proyectos mineros o petroleros y a
otras actividades que arrasan las selvas y contaminan el ambiente, se
transforman indebidamente las relaciones económicas y se convierten en un
instrumento que mata. Se suele acudir a recursos alejados de toda ética, como
penalizar las protestas e incluso quitar la vida a los indígenas que se oponen
a los proyectos, provocar intencionalmente incendios forestales, o sobornar a
políticos y a los mismos indígenas. Esto viene acompañado de graves violaciones
de los derechos humanos y de nuevas esclavitudes que afectan especialmente a
las mujeres, de la peste del narcotráfico que pretende someter a los indígenas,
o de la trata de personas que se aprovecha de quienes fueron expulsados de su
contexto cultural. No podemos permitir que la globalización se convierta en «un
nuevo tipo de colonialismo».
15. Es necesario indignarse, como se indignaba Moisés (cf. Ex
11,8), como se indignaba Jesús (cf. Mc 3,5), como Dios se indigna ante la
injusticia (cf. Am 2,4-8; 5,7-12; Sal 106,40). No es sano que nos habituemos al
mal, no nos hace bien permitir que nos anestesien la conciencia social mientras «una estela de dilapidación, e incluso
de muerte, por toda nuestra región […] pone en peligro la vida de millones de
personas y en especial el hábitat de los campesinos e indígenas». Las historias
de injusticia y crueldad ocurridas en la Amazonia aun durante el siglo pasado
deberían provocar un profundo rechazo, pero al mismo tiempo tendrían que
volvernos más sensibles para reconocer formas también actuales de explotación
humana, de atropello y de muerte. Con respecto al pasado vergonzoso, recojamos,
por ejemplo, una narración sobre los padecimientos de los indígenas de la época
del caucho en la Amazonia venezolana: «A los indígenas no les daban plata, sólo
mercancía y cara, y nunca terminaban de pagarla, […] pagaban pero le decían al
indígena: “Ud. está debiendo tanto” y tenía que volver el indígena a trabajar
[…]. Más de veinte pueblos ye’kuana fueron enteramente arrasados. Las mujeres
ye’kuana fueron violadas y amputados sus pechos, las encintas desventradas. A
los hombres se les cortaban los dedos de las manos o las muñecas a fin de que
no pudieran navegar, […] junto con otras escenas del más absurdo sadismo».
16. Esta historia de dolor y de desprecios no se sana
fácilmente. Y la colonización no se detiene, sino que en muchos lugares se
transforma, se disfraza y se disimula,[13] pero no pierde la prepotencia contra
la vida de los pobres y la fragilidad del ambiente. Los Obispos de la Amazonia
brasileña recordaron que «la historia de la Amazonia revela que siempre fue una
minoría la que lucraba a costa de la pobreza de la mayoría y de la depredación sin
escrúpulos de las riquezas naturales de la región, dádiva divina para los
pueblos que aquí viven desde milenios y para los migrantes que llegaron a lo
largo de los siglos pasados».
17. Al mismo tiempo que dejamos brotar una sana indignación,
recordamos que siempre es posible superar las diversas mentalidades de
colonización para construir redes de solidaridad y desarrollo; «el desafío
consiste en asegurar una globalización en la solidaridad, una globalización sin
dejar nadie al margen». Se pueden
buscar alternativas de ganadería y agricultura sostenibles, de energías que no
contaminen, de fuentes dignas de trabajo que no impliquen la destrucción del
medioambiente y de las culturas. Al mismo tiempo, hace falta asegurar para los
indígenas y los más pobres una educación adaptada que desarrolle sus
capacidades y los empodere. Precisamente en estos objetivos se juegan la
verdadera astucia y la genuina capacidad de los políticos. No será para
devolver a los muertos la vida que se les negó, ni siquiera para compensar a
los sobrevivientes de aquellas masacres, sino al menos para ser hoy realmente
humanos.
18. Nos alienta recordar que, en medio de los graves excesos
de la colonización de la Amazonia, llena de «contradicciones y
desgarramientos», muchos misioneros llegaron allí con el Evangelio, dejando sus
países y aceptando una vida austera y desafiante cerca de los más
desprotegidos. Sabemos que no todos fueron ejemplares, pero la tarea de los que
se mantuvieron fieles al Evangelio también inspiró «una legislación como las
Leyes de Indias que protegían la dignidad de los indígenas contra los
atropellos de sus pueblos y territorios». Dado que frecuentemente eran los
sacerdotes quienes protegían de salteadores y abusadores a los indígenas, los
misioneros relatan: «Nos pedían con insistencia que no los abandonáramos y nos
arrancaban la promesa de volver nuevamente».
19. En el momento actual la Iglesia no puede estar menos
comprometida, y está llamada a escuchar los clamores de los pueblos amazónicos
«para poder ejercer con transparencia su rol profético».[19] Al mismo tiempo,
ya que no podemos negar que el trigo se mezcló con la cizaña y que no siempre
los misioneros estuvieron del lado de los oprimidos, me avergüenzo y una vez
más «pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia
sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada
conquista de América»[20] y por los atroces crímenes que siguieron a través de
toda la historia de la Amazonia. A los miembros de los pueblos originarios, les
doy gracias y les digo nuevamente que «ustedes con su vida son un grito a la
conciencia […]. Ustedes son memoria viva de la misión que Dios nos ha
encomendado a todos: cuidar la Casa común».
Sentido comunitario
20. La lucha social implica una capacidad de fraternidad, un
espíritu de comunión humana. Entonces, sin disminuir la importancia de la
libertad personal, se evidencia que los pueblos originarios de la Amazonia
tienen un fuerte sentido comunitario. Ellos viven de ese modo «el trabajo, el
descanso, las relaciones humanas, los ritos y las celebraciones. Todo se
comparte, los espacios privados —típicos de la modernidad— son mínimos. La vida
es un camino comunitario donde las tareas y las responsabilidades se dividen y
se comparten en función del bien común. No hay lugar para la idea de individuo
desligado de la comunidad o de su territorio».[22] Esas relaciones humanas
están impregnadas por la naturaleza circundante, porque ellos la sienten y
perciben como una realidad que integra su sociedad y su cultura, como una
prolongación de su cuerpo personal, familiar y grupal:
«Aquel lucero se aproxima aletean los colibríes más que la
cascada truena mi corazón con esos tus labios regaré la tierra que en nosotros
juegue el viento».
21. Esto multiplica el efecto desintegrador del desarraigo
que viven los indígenas que se ven obligados a emigrar a la ciudad, intentando
sobrevivir, incluso a veces indignamente, en medio de los hábitos urbanos más
individualistas y de un ambiente hostil. ¿Cómo sanar tanto daño? ¿Cómo
recomponer esas vidas desarraigadas? Frente a tal realidad, hay que valorar y
acompañar todos los esfuerzos que hacen muchos de estos grupos para conservar
sus valores y estilo de vida, e integrarse en los contextos nuevos sin
perderlos, más bien, ofreciéndolos como una contribución propia al bien común.
22. Cristo redimió al ser humano entero y quiere recomponer
en cada uno su capacidad de relación con los otros. El Evangelio propone la caridad divina que
brota del Corazón de Cristo y que genera una búsqueda de justicia que es
inseparablemente un canto de fraternidad
y de solidaridad, un estímulo para la cultura del encuentro. La
sabiduría de la manera de vivir de los pueblos originarios —aun con todos los
límites que pueda tener— nos estimula a profundizar este anhelo. Por esa razón
los Obispos del Ecuador reclamaron «un nuevo sistema social y cultural que
privilegie las relaciones fraternas, en un marco de reconocimiento y valoración
de las diversas culturas y de los ecosistemas, capaz de oponerse a toda forma
de discriminación y dominación entre los seres humanos».
Instituciones dañadas
23. En Laudato si’ recordábamos que «si todo está
relacionado, también la salud de las instituciones de una sociedad tiene
consecuencias en el ambiente y en la calidad de vida humana […]. Dentro de cada
uno de los niveles sociales y entre ellos, se desarrollan las instituciones que
regulan las relaciones humanas. Todo lo que las dañe entraña efectos nocivos,
como la pérdida de la libertad, la injusticia y la violencia. Varios países se
rigen con un nivel institucional precario, a costa del sufrimiento de las
poblaciones».
24. ¿Cómo están las instituciones de la sociedad civil en la
Amazonia? El Instrumentum laboris del Sínodo, que recoge muchas aportaciones de
personas y grupos de la Amazonia, se refiere a «una cultura que envenena al
Estado y sus instituciones, permeando todos los estamentos sociales, incluso
las comunidades indígenas. Se trata de un verdadero flagelo moral; como resultado
se pierde la confianza en las instituciones y en sus representantes, lo cual
desprestigia totalmente la política y las organizaciones sociales.
Los pueblos amazónicos no son ajenos a la corrupción, y se convierten en sus
principales víctimas».
25. No podemos
excluir que miembros de la Iglesia hayan sido parte de las redes de corrupción,
a veces hasta el punto de aceptar guardar silencio a cambio de ayudas
económicas para las obras eclesiales. Precisamente por esto han llegado
propuestas al Sínodo que invitan a «prestar una especial atención a la
procedencia de donaciones u otra clase de beneficios, así como a las
inversiones realizadas por las instituciones eclesiásticas o los cristianos».
Diálogo social
26. La Amazonia debería ser también un lugar de diálogo
social, especialmente entre los distintos pueblos originarios, para encontrar
formas de comunión y de lucha conjunta. Los demás estamos llamados a participar
como “invitados” y a buscar con sumo respeto caminos de encuentro que
enriquezcan a la Amazonia. Pero si queremos dialogar, deberíamos hacerlo ante
todo con los últimos. Ellos no son un interlocutor cualquiera a quien hay que
convencer, ni siquiera son uno más sentado en una mesa de pares. Ellos son los
principales interlocutores, de los cuales ante todo tenemos que aprender, a
quienes tenemos que escuchar por un deber de justicia, y a quienes debemos
pedir permiso para poder presentar nuestras propuestas. Su palabra, sus
esperanzas, sus temores deberían ser la voz más potente en cualquier mesa de
diálogo sobre la Amazonia, y la gran pregunta es: ¿Cómo imaginan ellos mismos
su buen vivir para ellos y sus descendientes?
27. El diálogo no solamente debe privilegiar la opción
preferencial por la defensa de los pobres, marginados y excluidos, sino que los
respeta como protagonistas. Se trata de reconocer al otro y de
valorarlo “como otro”, con su sensibilidad, sus opciones más íntimas, su manera
de vivir y trabajar. De otro modo, lo que resulte será, como siempre, «un
proyecto de unos pocos para unos pocos», cuando no «un consenso de escritorio o
una efímera paz para una minoría feliz». Si esto sucede «es necesaria una voz
profética» y los cristianos estamos llamados a hacerla oír. De aquí nace el
siguiente sueño.
CAPÍTULO
SEGUNDO
UN
SUEÑO CULTURAL
28. El asunto es promover la Amazonia, pero esto no implica
colonizarla culturalmente sino ayudar a que ella misma saque lo mejor de sí.
Ese es el sentido de la mejor tarea educativa: cultivar sin
desarraigar, hacer crecer sin debilitar la identidad, promover sin invadir. Así
como hay potencialidades en la naturaleza que podrían perderse para siempre, lo
mismo puede ocurrir con culturas que tienen un mensaje todavía no escuchado y
que hoy están amenazadas más que nunca.
El poliedro amazónico
29. En la Amazonia existen muchos pueblos y nacionalidades,
y más de 110 pueblos indígenas en aislamiento voluntario (PIAV). Su situación
es muy frágil y muchos sienten que son los últimos depositarios de un tesoro
encaminado a desaparecer, como si sólo se les permitiera sobrevivir sin
molestar, mientras la colonización posmoderna avanza. Hay que evitar entenderlos como salvajes
“incivilizados”. Simplemente ellos gestaron culturas diferentes y otras formas
de civilización que antiguamente llegaron a ser muy desarrolladas.
30. Antes de la colonización, la población se concentraba en
los márgenes de los ríos y lagos, pero el avance colonizador expulsó a los
antiguos habitantes hacia el interior de la selva. Hoy la creciente
desertificación vuelve a expulsar a muchos que terminan habitando las
periferias o las aceras de las ciudades a veces en una miseria extrema, pero
también en una fragmentación interior a causa de la pérdida de los valores que
los sostenían. Allí suelen faltarles los puntos de referencia y las raíces
culturales que les daban una identidad y un sentido de dignidad, y engrosan el
sector de los desechados. Así se corta la transmisión cultural de una sabiduría
que fue traspasándose durante siglos de generación en generación. Las ciudades,
que deberían ser lugares de encuentro, de enriquecimiento mutuo, de fecundación
entre distintas culturas, se convierten en el escenario de un doloroso
descarte.
31. Cada pueblo que
logró sobrevivir en la Amazonia tiene su identidad cultural y una riqueza única
en un universo pluricultural, debido a la estrecha relación que establecen
los habitantes con su entorno, en una simbiosis —no determinista— difícil de
entender con esquemas mentales externos:
«Una vez había un paisaje que salía con su río, sus animales,
sus nubes y sus árboles. Pero a veces, cuando no se veía por ningún lado el paisaje
con su río y sus árboles, a las cosas les tocaba salir en la mente de un
muchacho». «Del río haz tu sangre […]. Luego plántate, germina y crece que tu
raíz se aferre a la tierra por siempre jamás y por último sé canoa, bote,
balsa, pate, tinaja, tambo y hombre».
32. Los grupos humanos, sus estilos de vida y sus
cosmovisiones, son tan variados como el territorio, puesto que han debido
adaptarse a la geografía y a sus posibilidades. No son lo mismo los pueblos
pescadores que los pueblos cazadores y recolectores de tierra adentro o que los
pueblos que cultivan las tierras inundables. Todavía encontramos en la Amazonia
miles de comunidades indígenas, afrodescendientes, ribereños y habitantes de
las ciudades que a su vez son muy diferentes entre sí y albergan una gran
diversidad humana. A través de un territorio y de sus características Dios se
manifiesta, refleja algo de su inagotable belleza. Por lo tanto, los distintos
grupos, en una síntesis vital con su entorno, desarrollan un modo propio de
sabiduría. Quienes observamos desde afuera deberíamos evitar generalizaciones
injustas, discursos simplistas o conclusiones hechas sólo a partir de nuestras
propias estructuras mentales y experiencias. Cuidar las raíces
33. Quiero recordar ahora que «la visión consumista del ser humano, alentada por los engranajes de la
actual economía globalizada, tiende a homogeneizar las culturas y a debilitar
la inmensa variedad cultural, que es un tesoro de la humanidad». Esto
afecta mucho a los jóvenes, cuando se tiende «a disolver las diferencias
propias de su lugar de origen, a convertirlos en seres manipulables hechos en
serie». Para evitar esta dinámica de empobrecimiento humano, hace falta amar y
cuidar las raíces, porque ellas son «un punto de arraigo que nos permite
desarrollarnos y responder a los nuevos desafíos». Invito a los jóvenes de la
Amazonia, especialmente a los indígenas, a «hacerse cargo de las raíces, porque
de las raíces viene la fuerza que los va a hacer crecer, florecer y
fructificar». Para los bautizados entre ellos, estas raíces incluyen la
historia del pueblo de Israel y de la Iglesia hasta el día de hoy. Conocerlas
es una fuente de alegría y sobre todo de esperanza que inspira acciones
valientes y valerosas.
34. Durante siglos, los pueblos amazónicos transmitieron su
sabiduría cultural de modo oral, con mitos, leyendas, narraciones, como ocurría
con «esos primitivos habladores que recorrían los bosques llevando historias de
aldea en aldea, manteniendo viva a una comunidad a la que sin el cordón
umbilical de esas historias, la distancia y la incomunicación hubieran
fragmentado y disuelto». Por eso es importante «dejar que los ancianos hagan largas
narraciones» y que los jóvenes se detengan a beber de esa fuente.
35. Mientras el riesgo de que se pierda esta riqueza
cultural es cada vez mayor, gracias a Dios en los últimos años algunos pueblos
han comenzado a escribir para narrar sus historias y describir el sentido de
sus costumbres. Así ellos mismos pueden reconocer de manera explícita que hay
algo más que una identidad étnica y que son depositarios de preciosas memorias
personales, familiares y colectivas. Me hace feliz ver que, quienes han perdido
el contacto con sus raíces, intenten recuperar la memoria dañada. Por otra
parte, también en los sectores profesionales fue desarrollándose un mayor
sentido de identidad amazónica y aun para ellos, muchas veces descendientes de
inmigrantes, la Amazonia se convirtió en fuente de inspiración artística,
literaria, musical, cultural. Las diversas artes y destacadamente la poesía, se
dejaron inspirar por el agua, la selva, la vida que bulle, así como por la
diversidad cultural y por los desafíos ecológicos y sociales.
Encuentro intercultural
36. Como toda realidad cultural, las culturas de la Amazonia
profunda tienen sus límites. Las culturas urbanas de occidente también los
tienen. Factores como el consumismo, el individualismo, la discriminación, la
desigualdad, y tantos otros, componen aspectos frágiles de las culturas
supuestamente más evolucionadas. Las etnias que desarrollaron un tesoro
cultural estando enlazadas con la naturaleza, con fuerte sentido comunitario,
advierten con facilidad nuestras sombras, que nosotros no reconocemos en medio
del pretendido progreso. Por consiguiente, recoger su experiencia de la vida
nos hará bien.
37. Desde nuestras raíces nos sentamos a la mesa común,
lugar de conversación y de esperanzas compartidas. De ese modo la diferencia,
que puede ser una bandera o una frontera, se transforma en un puente. La identidad y
el diálogo no son enemigos. La propia identidad cultural se arraiga
y se enriquece en el diálogo con los diferentes y la auténtica preservación no
es un aislamiento empobrecedor. De ahí que no sea mi intención proponer un
indigenismo completamente cerrado, ahistórico, estático, que se niegue a toda
forma de mestizaje. Una cultura puede volverse estéril cuando «se encierra en
sí misma y trata de perpetuar formas de vida anticuadas, rechazando cualquier
cambio y confrontación sobre la verdad del hombre». Esto podría parecer poco
realista, ya que no es fácil protegerse de la invasión cultural. Por ello, este
interés en cuidar los valores culturales de los grupos indígenas debería ser de
todos, porque su riqueza es también nuestra. Si no crecemos en este sentido de corresponsabilidad ante la diversidad
que hermosea nuestra humanidad, no cabe exigir a los grupos de selva adentro
que se abran ingenuamente a la “civilización”.
38. En la Amazonia, aun entre los diversos pueblos
originarios, es posible desarrollar «relaciones interculturales donde la
diversidad no significa amenaza, no justifica jerarquías de poder de unos sobre
otros, sino diálogo desde visiones culturales diferentes, de celebración, de
interrelación y de reavivamiento de la esperanza».
Culturas amenazadas, pueblos en riesgo
39. La economía globalizada daña sin pudor la riqueza
humana, social y cultural. La desintegración de las familias, que se da a
partir de migraciones forzadas, afecta la transmisión de valores, porque «la
familia es y ha sido siempre la institución social que más ha contribuido a
mantener vivas nuestras culturas». Además, «frente a una invasión colonizadora
de medios de comunicación masiva», es necesario promover para los pueblos
originarios «comunicaciones alternativas desde sus propias lenguas y culturas»
y que «los propios sujetos indígenas se hagan presentes en los medios de
comunicación ya existentes».
40. En cualquier proyecto para la Amazonia «hace falta
incorporar la perspectiva de los derechos de los pueblos y las culturas, y así
entender que el desarrollo de un grupo social […] requiere del continuado protagonismo de los actores
sociales locales desde su propia cultura. Ni siquiera la noción de calidad de
vida puede imponerse, sino que debe entenderse dentro del mundo de símbolos y
hábitos propios de cada grupo humano». Pero si las culturas ancestrales de los
pueblos originarios nacieron y se desarrollaron en íntimo contacto con el
entorno natural, difícilmente puedan quedar indemnes cuando ese ambiente se
daña.
Esto abre paso al siguiente sueño.
CAPÍTULO
TERCERO
UN
SUEÑO ECOLÓGICO
41. En una realidad cultural como la Amazonia, donde existe
una relación tan estrecha del ser humano con la naturaleza, la existencia
cotidiana es siempre cósmica. Liberar a los demás de sus esclavitudes implica
ciertamente cuidar su ambiente y defenderlo, pero todavía más ayudar al corazón
del hombre a abrirse confiadamente a aquel Dios que, no sólo ha creado todo lo
que existe, sino que también se nos ha dado a sí mismo en Jesucristo. El Señor,
que primero cuida de nosotros, nos enseña a cuidar de nuestros hermanos y
hermanas, y del ambiente que cada día Él nos regala. Esta es la primera ecología
que necesitamos. En la Amazonia se comprenden mejor las palabras de Benedicto
XVI cuando decía que «además de la ecología de la naturaleza hay una ecología
que podemos llamar “humana”, y que a su vez requiere una “ecología social”.
Esto comporta que la humanidad […] debe tener siempre presente la interrelación
ente la ecología natural, es decir el respeto por la naturaleza, y la ecología
humana». Esa insistencia en que «todo está conectado» vale especialmente para
un territorio como la Amazonia.
42. Si el cuidado de las personas y el cuidado de los
ecosistemas son inseparables, esto se vuelve particularmente significativo allí
donde «la selva no es un recurso para explotar, es un ser, o varios seres con
quienes relacionarse». La sabiduría de los pueblos originarios de la Amazonia
«inspira el cuidado y el respeto por la creación, con conciencia clara de sus
límites, prohibiendo su abuso. Abusar de la naturaleza es abusar de los
ancestros, de los hermanos y hermanas, de la creación, y del Creador, hipotecando
el futuro». Los indígenas, «cuando permanecen en sus territorios, son
precisamente ellos quienes mejor los cuidan», siempre que no se dejen atrapar
por los cantos de sirena y por las ofertas interesadas de grupos de poder. Los
daños a la naturaleza los afectan de un modo muy directo y constatable, porque
—dicen—: «Somos agua, aire, tierra y vida del medio ambiente creado por Dios.
Por lo tanto, pedimos que cesen los maltratos y el exterminio de la Madre
tierra. La tierra tiene sangre y se está desangrando, las multinacionales le
han cortado las venas a nuestra Madre tierra».
Este sueño hecho de agua
43. En la Amazonia el agua es la reina, los ríos y arroyos
son como venas, y toda forma de vida está determinada por ella:
«Allí, en la plenitud de los estíos ardientes, cuando se
diluyen, muertas en los aires inmóviles, las últimas ráfagas del este, el
termómetro está substituido por el higrómetro en la definición del clima. Las
existencias derivan de una alternativa dolorosa de bajantes y crecientes de los
grandes ríos. Estos se elevan siempre de una manera asombrosa. El Amazonas,
repleto, sale de su lecho, levanta en pocos días el nivel de sus aguas […]. La
creciente es una parada en la vida. Preso entre las mallas de los igarapíes, el
hombre aguarda entonces, con raro estoicismo ante la fatalidad irrefrenable, el
término de aquel invierno paradójico, de temperaturas elevadas. La bajante es
el verano. Es la resurrección de la actividad rudimentaria de los que por allí
se agitan, de la única forma de vida compatible con la naturaleza que se
extrema en manifestaciones dispares, tornando imposible la continuación de
cualquier esfuerzo».
44. El agua deslumbra en el gran Amazonas, que recoge y
vivifica todo a su alrededor: «Amazonas capital de las sílabas del agua, padre
patriarca, eres la eternidad secreta de las fecundaciones, te caen ríos como
aves…».
45. Es además la columna vertebral que armoniza y une: «El
río no nos separa, nos une, nos ayuda a convivir entre diferentes culturas y
lenguas». Si bien es verdad que en este territorio hay muchas “Amazonias”, su
eje principal es el gran río, hijo de muchos ríos:
«De la altura extrema de la cordillera, donde las nieves son
eternas, el agua se desprende y traza un esbozo trémulo en la piel antigua de
la piedra: el Amazonas acaba de nacer. Nace a cada instante. Desciende lenta,
sinuosa luz, para crecer en la tierra. Espantando verdes, inventa su camino y
se acrecienta. Aguas subterráneas afloran para abrazarse con el agua que
desciende de Los Andes. De la barriga de las nubes blanquísimas, tocadas por el
viento, cae el agua celeste. Reunidas avanzan, multiplicadas en infinitos
caminos, bañando la inmensa planicie […]. Es la Gran Amazonia, toda en el
trópico húmedo, con su selva compacta y atolondrante, donde todavía palpita,
intocada y en vastos lugares jamás sorprendida por el hombre, la vida que se
fue urdiendo en las intimidades del agua [...]. Desde que el hombre la habita,
se yergue de las profundidades de sus aguas, y se escurre de los altos centros
de su selva un terrible temor: de que esa vida esté, despacito, tomando el
rumbo del fin».
46. Los poetas populares, que se enamoraron de su inmensa
belleza, han tratado de expresar lo que este río les hace sentir y la vida que
él regala a su paso, en una danza de delfines, anacondas, árboles y canoas.
Pero también lamentan los peligros que lo amenazan. Estos poetas,
contemplativos y proféticos, nos ayudan a liberarnos del paradigma tecnocrático
y consumista que destroza la naturaleza y que nos deja sin una existencia
realmente digna:
«El mundo sufre de la transformación de los pies en caucho,
de las piernas en cuero, del cuerpo en paño y de la cabeza en acero […]. El
mundo sufre la transformación de la pala en fusil, del arado en tanque de
guerra, de la imagen del sembrador que siembra en la del autómata con su
lanzallamas, de cuya sementera brotan desiertos. Sólo la poesía, con la
humildad de su voz, podrá salvar a este mundo»
El grito de la Amazonia
47. La poesía ayuda a expresar una dolorosa sensación que
hoy muchos compartimos. La verdad insoslayable es que, en las actuales
condiciones, con este modo de tratar a la Amazonia, tanta vida y tanta
hermosura están “tomando el rumbo del fin”, aunque muchos quieran seguir
creyendo que no pasa nada:
«Los que creyeron que el río era un lazo para jugar se
equivocaron. El río es una vena delgadita en la cara de la tierra. […] El río
es una cuerda de donde se agarran los animales y los árboles. Si lo jalan muy duro,
el río podría reventarse. Podría reventarse y lavarnos la cara con el agua y
con la sangre».
48. El equilibrio planetario depende también de la salud de
la Amazonia. Junto con el bioma del Congo y del Borneo, deslumbra por la
diversidad de sus bosques, de los cuales también dependen los ciclos de las
lluvias, el equilibrio del clima y una gran variedad de seres vivos. Funciona
como un gran filtro del dióxido de carbono, que ayuda a evitar el calentamiento
de la tierra. En gran parte, su suelo es pobre en humus, por lo cual la selva
«crece realmente sobre el suelo y no del suelo». Cuando se elimina la selva, esta no es
reemplazada, porque queda un terreno con pocos nutrientes que se convierte en
territorio desértico o pobre en vegetación. Esto es grave, porque en
las entrañas de la selva amazónica subsisten innumerables recursos que podrían
ser indispensables para la curación de enfermedades. Sus peces, frutas y otros
dones desbordantes enriquecen la alimentación humana. Además, en un ecosistema
como el amazónico, la importancia de cada parte en el cuidado del todo se
vuelve ineludible. Las tierras bajas y la vegetación marina también necesitan
ser fertilizadas por lo que arrastra el Amazonas. El grito de la Amazonia
alcanza a todos porque la «conquista y explotación de los recursos […] amenaza
hoy la misma capacidad de acogida del medioambiente: el ambiente como “recurso”
pone en peligro el ambiente como “casa”».
El
interés de unas pocas empresas poderosas no debería estar por encima del bien
de la Amazonia y de la humanidad entera.
49. No es suficiente prestar atención al cuidado de las
especies más visibles en riesgo de extinción. Es crucial tener en cuenta que en
«el buen funcionamiento de los ecosistemas también son necesarios los hongos,
las algas, los gusanos, los insectos, los reptiles y la innumerable variedad de
microorganismos. Algunas especies poco numerosas, que suelen pasar
desapercibidas, juegan un rol crítico fundamental para estabilizar el
equilibrio de un lugar». Esto fácilmente es ignorado en la evaluación del
impacto ambiental de los proyectos económicos de industrias extractivas,
energéticas, madereras y otras que destruyen y contaminan. Por otra parte, el
agua, que abunda en la Amazonia, es un bien esencial para la sobrevivencia
humana, pero las fuentes de contaminación son cada vez mayores.
50. Es verdad que, además de los intereses económicos de
empresarios y políticos locales, están también «los enormes intereses
económicos internacionales». La solución no está, entonces, en una
“internacionalización” de la Amazonia, pero se vuelve más grave la
responsabilidad de los gobiernos nacionales. Por esta misma razón «es loable la
tarea de organismos internacionales y de organizaciones de la sociedad civil
que sensibilizan a las poblaciones y cooperan críticamente, también utilizando
legítimos mecanismos de presión, para que cada gobierno cumpla con su propio e
indelegable deber de preservar el ambiente y los recursos naturales de su país,
sin venderse a intereses espurios locales o internacionales».
51. Para cuidar la Amazonia es bueno articular los saberes
ancestrales con los conocimientos técnicos contemporáneos, pero siempre
procurando un manejo sustentable del territorio que al mismo tiempo preserve el estilo de vida y
los sistemas de valores de los pobladores. A ellos, de manera especial a los pueblos
originarios, corresponde recibir —además de la formación básica— la información
completa y transparente de los proyectos, de su alcance, de sus efectos y
riesgos, para poder relacionar esta información con sus intereses y con su
propio conocimiento del lugar, y así poder dar o no su consentimiento, o bien
proponer alternativas.
52. Los más poderosos no se conforman nunca con las ganancias
que obtienen, y los recursos del poder económico se agigantan con el desarrollo
científico y tecnológico. Por ello todos deberíamos insistir en la
urgencia de «crear un sistema normativo que incluya límites infranqueables y
asegure la protección de los ecosistemas, antes que las nuevas formas de poder
derivadas del paradigma tecnoeconómico terminen arrasando no sólo con la
política sino también con la libertad y la justicia». Si el llamado de Dios
necesita de una escucha atenta del clamor de los pobres y de la tierra al mismo
tiempo, para nosotros «el grito de la Amazonia al Creador, es semejante al
grito del Pueblo de Dios en Egipto (cf. Ex 3,7). Es un grito de esclavitud y
abandono, que clama por la libertad».
La profecía de la
contemplación
53. Muchas veces dejamos cauterizar la conciencia, porque
«la distracción constante nos quita la valentía de advertir la realidad de un
mundo limitado y finito». Si se mira la superficie quizás parece «que las cosas
no fueran tan graves y que el planeta podría persistir por mucho tiempo en las
actuales condiciones. Este comportamiento evasivo nos sirve para seguir con
nuestros estilos de vida, de producción y de consumo. Es el modo como el ser
humano se las arregla para alimentar todos los vicios autodestructivos:
intentando no verlos, luchando para no reconocerlos, postergando las decisiones
importantes, actuando como si nada ocurriera».
54. Más allá de todo esto, quiero recordar que cada una de
las distintas especies tiene un valor en sí misma, pero «cada año desaparecen
miles de especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros
hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre. La inmensa mayoría se extinguen
por razones que tienen que ver con alguna acción humana. Por nuestra causa,
miles de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán
comunicarnos su propio mensaje. No tenemos derecho».
55. Aprendiendo de los pueblos originarios podemos
contemplar la Amazonia y no sólo analizarla, para reconocer ese misterio
precioso que nos supera. Podemos amarla y no sólo utilizarla, para que el amor
despierte un interés hondo y sincero. Es más, podemos sentirnos íntimamente
unidos a ella y no sólo defenderla, y entonces la Amazonia se
volverá nuestra como una madre. Porque «el mundo no se contempla desde fuera
sino desde dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a
todos los seres».
56. Despertemos el sentido estético y contemplativo que Dios
puso en nosotros y que a veces dejamos atrofiar. Recordemos que «cuando alguien
no aprende a detenerse para percibir y valorar lo bello, no es extraño que todo
se convierta para él en objeto de uso y abuso inescrupuloso». En cambio, si
entramos en comunión con la selva, fácilmente nuestra voz se unirá a la de ella
y se convertirá en oración: «Recostados a la sombra de un viejo eucalipto
nuestra plegaria de luz se sumerge en el canto del follaje eterno». Esta
conversión interior es lo que podrá permitirnos llorar por la Amazonia y gritar
con ella ante el Señor.
57. Jesús decía: «¿No se venden cinco pajarillos por dos
monedas? Pues bien, ninguno de ellos está olvidado ante Dios» (Lc 12,6). El
Padre Dios, que creó cada ser del universo con infinito amor, nos convoca a ser
sus instrumentos en orden a escuchar el grito de la Amazonia. Si nosotros
acudimos ante ese clamor desgarrador, podrá manifestarse que las creaturas de
la Amazonia no han sido olvidadas por el Padre del cielo. Para los cristianos,
el mismo Jesús nos reclama desde ellas, «porque el Resucitado las envuelve
misteriosamente y las orienta a un destino de plenitud. Las mismas flores del
campo y las aves que Él contempló admirado con sus ojos humanos, ahora están
llenas de su presencia luminosa». Por estas razones, los creyentes encontramos en la Amazonia un
lugar teológico, un espacio donde Dios mismo se muestra y convoca a sus hijos.
Educación y hábitos ecológicos
58. Así podemos dar un paso más y recordar que una ecología
integral no se conforma con ajustar cuestiones técnicas o con decisiones
políticas, jurídicas y sociales. La gran ecología siempre incorpora un aspecto
educativo que provoca el desarrollo de nuevos hábitos en las personas y en los
grupos humanos. Lamentablemente muchos habitantes de la Amazonia han adquirido
costumbres propias de las grandes ciudades, donde el consumismo y la cultura
del descarte ya están muy arraigados. No habrá una ecología sana y sustentable, capaz de
transformar algo, si no cambian las personas, si no se las estimula
a optar por otro estilo de vida, menos voraz, más sereno, más respetuoso, menos
ansioso, más fraterno.
59. Porque «mientras más vacío está el corazón de la
persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir. En este
contexto, no parece posible que alguien acepte que la realidad le marque
límites. […] No pensemos sólo en la posibilidad de terribles fenómenos
climáticos o en grandes desastres naturales, sino también en catástrofes
derivadas de crisis sociales, porque la obsesión por un estilo de vida
consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos puedan sostenerlo, sólo podrá
provocar violencia y destrucción recíproca».
60. La Iglesia, con su larga experiencia espiritual, con su
renovada consciencia sobre el valor de la creación, con su preocupación por la
justicia, con su opción por los últimos, con su tradición educativa y con su
historia de encarnación en culturas tan diversas de todo el mundo, también
quiere aportar al cuidado y al crecimiento de la Amazonia.
Esto da lugar al siguiente sueño, que quiero compartir más
directamente con los pastores y fieles católicos.
CAPÍTULO
CUARTO
UN
SUEÑO ECLESIAL
61. La Iglesia está llamada a caminar con los pueblos de la
Amazonia. En América Latina este caminar tuvo expresiones privilegiadas como la
Conferencia de Obispos en Medellín (1968) y su aplicación a la Amazonia en
Santarem (1972); y luego en Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y Aparecida
(2007). El camino continúa, y la tarea misionera, si quiere desarrollar una
Iglesia con rostro amazónico, necesita crecer en una cultura del encuentro
hacia una «pluriforme armonía». Pero para que sea posible esta encarnación de
la Iglesia y del Evangelio debe resonar, una y otra vez, el gran anuncio
misionero. El anuncio indispensable en la Amazonia
62. Frente a tantas necesidades y angustias que claman desde
el corazón de la Amazonia, podemos responder a partir de organizaciones
sociales, recursos técnicos, espacios de debate, programas
políticos, y todo eso puede ser parte de la solución. Pero los cristianos no
renunciamos a la propuesta de fe que recibimos del Evangelio. Si bien queremos
luchar con todos, codo a codo, no nos avergonzamos de Jesucristo. Para quienes
se han encontrado con Él, viven en su amistad y se identifican con su mensaje,
es inevitable hablar de Él y acercar a los demás su propuesta de vida nueva:
«¡Ay de mí si no evangelizo!» (1 Co 9,16).
63. La auténtica opción por los más pobres y olvidados, al
mismo tiempo que nos mueve a liberarlos de la miseria material y a defender sus
derechos, implica proponerles la amistad con el Señor que los
promueve y dignifica. Sería triste que reciban de nosotros un código de
doctrinas o un imperativo moral, pero no el gran anuncio salvífico, ese grito
misionero que apunta al corazón y da sentido a todo lo demás. Tampoco podemos
conformarnos con un mensaje social. Si damos la vida por ellos, por la justicia
y la dignidad que ellos merecen, no podemos ocultarles que lo hacemos porque
reconocemos a Cristo en ellos y porque descubrimos la inmensa dignidad que les
otorga el Padre Dios que los ama infinitamente.
64. Ellos tienen derecho al anuncio del Evangelio,
sobre todo a ese primer anuncio que se llama kerygma y que «es el anuncio
principal, ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y ese
que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra». Es el anuncio de
un Dios que ama infinitamente a cada ser humano, que ha manifestado plenamente
ese amor en Cristo crucificado por nosotros y resucitado en nuestras vidas.
Propongo releer un breve resumen sobre este contenido en el capítulo IV de la
Exhortación Christus vivit. Este anuncio debe resonar constantemente en la
Amazonia, expresado de muchas modalidades diferentes. Sin este anuncio
apasionado, cada estructura eclesial se convertirá en una ONG más, y así no
responderemos al pedido de Jesucristo: «Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio
a toda la creación» (Mc 16,15).
65. Cualquier propuesta de maduración en la vida cristiana
necesita tener como eje permanente este anuncio, porque «toda formación
cristiana es ante todo la profundización del kerygma que se va haciendo carne
cada vez más y mejor». La reacción fundamental ante ese anuncio, cuando logra
provocar un encuentro personal con el Señor, es la caridad fraterna, ese
«mandamiento nuevo que es el primero, el más grande, el que mejor nos
identifica como discípulos». Así, el kerygma y el amor fraterno conforman la
gran síntesis de todo el contenido del Evangelio que no puede dejar de ser
propuesta en la Amazonia. Es lo que vivieron grandes evangelizadores de América
Latina como santo Toribio de Mogrovejo o san José de Anchieta.
La inculturación
66. La Iglesia, al mismo tiempo que anuncia una y otra vez
el kerygma, necesita crecer en la Amazonia. Para ello siempre reconfigura su
propia identidad en escucha y diálogo con las personas, realidades e historias
de su territorio. De esa forma podrá desarrollarse cada vez más un necesario
proceso de inculturación, que no desprecia nada de lo bueno que ya existe en
las culturas amazónicas, sino que lo recoge y lo lleva a la plenitud a la luz
del Evangelio. Tampoco desprecia la riqueza de sabiduría cristiana transmitida
durante siglos, como si se pretendiera ignorar la historia donde Dios ha obrado
de múltiples maneras, porque la Iglesia tiene un rostro pluriforme «no sólo
desde una perspectiva espacial [...] sino también desde su realidad temporal».
Se trata de la auténtica Tradición de la Iglesia, que no es un depósito
estático ni una pieza de museo, sino la raíz de un árbol que crece. Es la
Tradición milenaria que testimonia la acción divina en su Pueblo y «tiene la
misión de mantener vivo el fuego más que conservar sus cenizas».
67. San Juan Pablo II enseñaba que, al presentar su
propuesta evangélica, «la Iglesia no pretende negar la autonomía de la cultura.
Al contrario, tiene hacia ella el mayor respeto», porque la cultura
«no es solamente sujeto de redención y elevación, sino que puede también jugar
un rol de mediación y de colaboración». Dirigiéndose a los indígenas del
Continente americano recordó que «una fe que no se haga cultura es una fe no
plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida». Los desafíos
de las culturas invitan a la Iglesia a «una actitud de vigilante sentido
crítico, pero también de atención confiada».
68. Cabe retomar aquí lo que ya expresé en la Exhortación
Evangelii gaudium acerca de la inculturación, que tiene como base la convicción
de que «la gracia supone la cultura, y el don de Dios se encarna en la cultura
de quien lo recibe». Percibamos que esto implica un doble movimiento. Por una
parte, una dinámica de fecundación que permite expresar el Evangelio en un
lugar, ya que «cuando una comunidad acoge el anuncio de la salvación, el
Espíritu Santo fecunda su cultura con la fuerza transformadora del Evangelio».
Por otra parte, la misma Iglesia vive un camino receptivo, que la enriquece con
lo que el Espíritu ya había sembrado misteriosamente en esa cultura. De ese
modo, «el Espíritu Santo embellece a la Iglesia, mostrándole nuevos aspectos de
la Revelación y regalándole un nuevo rostro». Se trata, en definitiva, de
permitir y de alentar que el anuncio del Evangelio inagotable, comunicado «con
categorías propias de la cultura donde es anunciado, provoque una nueva
síntesis con esa cultura».
69. Por esto, «como podemos ver en la historia de la
Iglesia, el
cristianismo no tiene un único modo cultural» y «no haría justicia a la lógica
de la encarnación pensar en un cristianismo monocultural y monocorde». Sin embargo, el riesgo de los evangelizadores que
llegan a un lugar es creer que no sólo deben comunicar el Evangelio sino
también la cultura en la cual ellos han crecido, olvidando que no se trata de
«imponer una determinada forma cultural, por más bella y antigua que sea». Hace
falta aceptar con valentía la novedad del Espíritu capaz de crear siempre algo
nuevo con el tesoro inagotable de Jesucristo, porque «la inculturación coloca a
la Iglesia en un camino difícil, pero necesario». Es verdad que «aunque estos
procesos son siempre lentos, a veces el miedo nos paraliza demasiado» y
terminamos como «espectadores de un estancamiento infecundo de la Iglesia». No temamos, no
le cortemos las alas al Espíritu Santo.
Caminos de inculturación en la Amazonia
70. Para lograr una renovada inculturación del Evangelio en
la Amazonia, la Iglesia necesita escuchar su sabiduría ancestral, volver a dar
voz a los mayores, reconocer los valores presentes en el estilo de vida de las
comunidades originarias, recuperar a tiempo las ricas narraciones de los
pueblos. En la Amazonia ya hemos recibido riquezas que vienen de las culturas
precolombinas, «como la apertura a la acción de Dios, el sentido de la gratitud
por los frutos de la tierra, el carácter sagrado de la vida humana y la
valoración de la familia, el sentido de solidaridad y la corresponsabilidad en
el trabajo común, la importancia de lo cultual, la creencia en una vida más
allá de la terrenal, y tantos otros valores».
71. En este contexto, los pueblos indígenas amazónicos expresan la auténtica
calidad de vida como un “buen vivir” que implica una armonía personal,
familiar, comunitaria y cósmica, y que se expresa en su modo comunitario de
pensar la existencia, en la capacidad de encontrar gozo y plenitud
en medio de una vida austera y sencilla, así como en el cuidado responsable de
la naturaleza que preserva los recursos para las siguientes generaciones. Los
pueblos aborígenes podrían ayudarnos a percibir lo que es una feliz sobriedad y
en este sentido «tienen mucho que enseñarnos». Ellos saben ser felices con
poco, disfrutan los pequeños dones de Dios sin acumular tantas cosas, no
destruyen sin necesidad, cuidan los ecosistemas y reconocen que la tierra, al
mismo tiempo que se ofrece para sostener su vida, como una fuente generosa,
tiene un sentido materno que despierta respetuosa ternura. Todo eso debe ser valorado y recogido en la
evangelización.
72. Mientras luchamos por ellos y con ellos, estamos
llamados «a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la
misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos». Los habitantes
de las ciudades necesitan valorar esta sabiduría y dejarse “reeducar”
frente al consumismo ansioso y al aislamiento urbano. La Iglesia misma puede
ser un vehículo que ayude a esta recuperación cultural en una preciosa síntesis
con el anuncio del Evangelio. Además, ella se convierte en instrumento de
caridad en la medida en que las comunidades urbanas no sólo sean misioneras en
su entorno, sino también acogedoras ante los pobres que llegan del interior
acuciados por la miseria. Lo es igualmente en la medida en que las comunidades
estén cerca de los jóvenes migrantes para ayudarles a integrarse en la ciudad
sin caer en sus redes de degradación. Estas acciones eclesiales, que brotan del
amor, son valiosos caminos dentro de un proceso de inculturación.
73. Pero la inculturación eleva y plenifica. Ciertamente hay que
valorar esa mística indígena de la interconexión e interdependencia de todo lo
creado, mística de gratuidad que ama la vida
como don, mística de admiración sagrada ante la naturaleza que nos
desborda con tanta vida. No obstante, también se trata de lograr que esta
relación con Dios presente en el cosmos se convierta, cada vez más, en la
relación personal con un Tú que sostiene la propia realidad y quiere darle un
sentido, un Tú que nos conoce y nos ama:
«Flotan sombras de mí, maderas muertas. Pero la estrella nace
sin reproche sobre las manos de este niño, expertas, que conquistan las aguas y
la noche. Me ha de bastar saber que Tú me sabes entero, desde antes de mis
días».
74. De igual modo, la relación con Jesucristo, Dios y hombre
verdadero, liberador y redentor, no es enemiga de esta cosmovisión marcadamente
cósmica que los caracteriza, porque Él también es el Resucitado que penetra
todas las cosas. Para la experiencia cristiana, «todas las criaturas del
universo material encuentran su verdadero sentido en el Verbo encarnado, porque
el Hijo de Dios ha incorporado en su persona parte del universo material, donde
ha introducido un germen de transformación definitiva». Él está gloriosa y
misteriosamente presente en el río, en los árboles, en los peces, en el viento,
como el Señor que reina en la creación sin perder sus heridas transfiguradas, y
en la Eucaristía asume los elementos del mundo dando a cada uno el sentido del
don pascual.
Inculturación social y espiritual
75. Esta inculturación, dada la situación de pobreza y
abandono de tantos habitantes de la Amazonia, necesariamente tendrá que tener
un perfume marcadamente social y caracterizarse por una firme defensa de los
derechos humanos, haciendo brillar ese rostro de Cristo que «ha querido
identificarse con ternura especial con los más débiles y pobres». Porque «desde
el corazón del Evangelio reconocemos la íntima conexión que existe entre
evangelización y promoción humana», y esto implica para las comunidades
cristianas un claro compromiso con el Reino de justicia en la promoción de los
descartados. Para ello es sumamente importante una adecuada formación de los
agentes pastorales en la Doctrina Social de la Iglesia.
76. Al mismo tiempo, la inculturación del Evangelio en la Amazonia debe
integrar mejor lo social con lo espiritual, de manera que los más pobres no
necesiten ir a buscar fuera de la Iglesia una espiritualidad que responda a los
anhelos de su dimensión trascendente. Por lo tanto, no se trata de
una religiosidad alienante e individualista que acalle los reclamos sociales
por una vida más digna, pero tampoco se trata de mutilar la dimensión
trascendente y espiritual como si al ser humano le bastara el desarrollo
material. Esto nos convoca no sólo a combinar las dos cosas, sino a conectarlas
íntimamente. Así brillará la verdadera hermosura del Evangelio, que es
plenamente humanizadora, que dignifica íntegramente a las personas y a los
pueblos, que colma el corazón y la vida entera.
Puntos de partida para una santidad amazónica
77. Así podrán nacer testimonios de santidad con rostro
amazónico, que no sean copias de modelos de otros lugares, santidad hecha de
encuentro y de entrega, de contemplación y de servicio, de soledad receptiva y
de vida común, de alegre sobriedad y de lucha por la justicia. A esta santidad
la alcanza «cada uno por su camino», y eso vale también para los pueblos, donde
la gracia se encarna y brilla con rasgos distintivos. Imaginemos una santidad
con rasgos amazónicos, llamada a interpelar a la Iglesia universal.
78. Un proceso de inculturación, que implica caminos no sólo
individuales sino también populares, exige amor al pueblo cargado de respeto y
comprensión. En buena parte de la Amazonia este proceso ya se ha
iniciado. Hace más de cuarenta años los Obispos de la Amazonia del Perú
destacaban que en muchos de los grupos presentes en esa región «el sujeto de
evangelización, modelado por una cultura propia múltiple y cambiante, está
inicialmente evangelizado» ya que posee «ciertos rasgos de catolicismo popular
que, aunque primitivamente quizás fueron promovidos por agentes pastorales,
actualmente son algo que el pueblo ha hecho suyo y hasta les ha cambiado los
significados y los transmite de generación en generación». No nos apresuremos en calificar de
superstición o de paganismo algunas expresiones religiosas que surgen
espontáneamente de la vida de los pueblos. Más bien hay que saber
reconocer el trigo que crece entre la cizaña, porque «en la piedad popular
puede percibirse el modo en que la fe recibida se encarnó en una cultura y se
sigue transmitiendo».
79. Es posible recoger de alguna manera un símbolo indígena
sin calificarlo necesariamente de idolatría. Un mito cargado de sentido
espiritual puede ser aprovechado, y no siempre considerado un error pagano.
Algunas fiestas religiosas contienen un significado sagrado y son espacios de
reencuentro y de fraternidad, aunque se requiera un lento proceso de
purificación o de maduración. Un misionero de alma trata de descubrir qué
inquietudes legítimas buscan un cauce en manifestaciones religiosas a veces
imperfectas, parciales o equivocadas, e intenta responder desde una
espiritualidad inculturada.
80. Será sin duda una espiritualidad centrada en el único
Dios y Señor, pero al mismo tiempo capaz de entrar en contacto con las
necesidades cotidianas de las personas que procuran una vida digna, que quieren
disfrutar de las cosas bellas de la existencia, encontrar la paz y la armonía,
resolver las crisis familiares, curar sus enfermedades, ver a sus hijos crecer
felices. El peor peligro sería alejarlos del encuentro con Cristo por
presentarlo como un enemigo del gozo, o como alguien indiferente ante las
búsquedas y las angustias humanas. Hoy es indispensable mostrar que la santidad no deja a
las personas sin «fuerzas, vida o alegría».
La inculturación de la liturgia
81. La inculturación de la espiritualidad cristiana en las
culturas de los pueblos originarios tiene en los sacramentos un camino de
especial valor, porque en ellos se une lo divino y lo cósmico, la gracia y la
creación. En la Amazonia no deberían entenderse como una separación con
respecto a lo creado. Ellos «son un modo privilegiado de cómo la naturaleza es
asumida por Dios y se convierte en mediación de la vida sobrenatural». Son una
plenificación de lo creado, donde la naturaleza es elevada para que sea lugar e
instrumento de la gracia, para «abrazar el mundo en un nivel distinto».
82. En la Eucaristía, Dios «en el colmo del misterio de la
Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia.
[…] [Ella] une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado». Por esa
razón puede ser «motivación para nuestras preocupaciones por el ambiente, y nos
orienta a ser custodios de todo lo creado». Así «no escapamos del mundo ni
negamos la naturaleza cuando queremos encontrarnos con Dios». Esto nos permite
recoger en la liturgia muchos elementos propios de la experiencia de los
indígenas en su íntimo contacto con la naturaleza y estimular expresiones autóctonas en cantos,
danzas, ritos, gestos y símbolos. Ya el Concilio Vaticano II había
pedido este esfuerzo de inculturación de la liturgia en los pueblos indígenas,
pero han pasado más de cincuenta años y hemos avanzado poco en esta línea.
83. Al domingo, «la espiritualidad cristiana incorpora el
valor del descanso y de la fiesta. El ser humano tiende a reducir el descanso
contemplativo al ámbito de lo infecundo o innecesario, olvidando que así se
quita a la obra que se realiza lo más importante: su sentido. Estamos llamados
a incluir en nuestro obrar una dimensión receptiva y gratuita». Los pueblos
originarios saben de esta gratuidad y de este sano ocio contemplativo. Nuestras
celebraciones deberían ayudarles a vivir esta experiencia en la liturgia
dominical y a encontrarse con la luz de la Palabra y de la Eucaristía que
ilumina nuestras vidas concretas.
84. Los sacramentos muestran y comunican al Dios cercano que
llega con misericordia a curar y a fortalecer a sus hijos. Por lo tanto deben
ser accesibles, sobre todo para los pobres, y nunca deben negarse por razones
de dinero. Tampoco
cabe, frente a los pobres y olvidados de la Amazonia, una disciplina que
excluya y aleje, porque así ellos son finalmente descartados por una Iglesia
convertida en aduana. Más bien, «en las difíciles situaciones que
viven las personas más necesitadas, la Iglesia debe tener un especial cuidado
para comprender, consolar, integrar, evitando imponerles una serie de normas
como si fueran una roca, con lo cual se consigue el efecto de hacer que se
sientan juzgadas y abandonadas precisamente por esa Madre que está llamada a
acercarles la misericordia de Dios». Para
la Iglesia la misericordia puede volverse una mera expresión romántica si no se
manifiesta concretamente en la tarea pastoral.
La inculturación de la ministerialidad
85. La inculturación también debe desarrollarse y reflejarse
en una forma encarnada de llevar adelante la organización eclesial y la
ministerialidad. Si se incultura la espiritualidad, si se incultura la santidad, si se
incultura el Evangelio mismo, ¿cómo evitar pensar en una
inculturación del modo como se estructuran y se viven los ministerios
eclesiales? La pastoral de la Iglesia tiene en la Amazonia una presencia
precaria, debida en parte a la inmensa extensión territorial con muchos lugares
de difícil acceso, gran diversidad cultural, serios problemas sociales, y la
propia opción de algunos pueblos de recluirse. Esto no puede dejarnos
indiferentes y exige de la Iglesia una respuesta específica y valiente.
86. Se requiere lograr que la ministerialidad se configure
de tal manera que esté al servicio de una mayor frecuencia de la celebración de
la Eucaristía, aun en las comunidades más remotas y escondidas. En Aparecida se
invitó a escuchar el lamento de tantas comunidades de la Amazonia «privadas de
la Eucaristía dominical por largos períodos». Pero al mismo tiempo se necesitan
ministros que puedan comprender desde dentro la sensibilidad y las culturas
amazónicas.
87. El modo de configurar la vida y el ejercicio del
ministerio de los sacerdotes no es monolítico, y adquiere diversos matices en
distintos lugares de la tierra. Por eso es importante determinar qué es lo más
específico del sacerdote, aquello que no puede ser delegado. La
respuesta está en el sacramento del Orden sagrado, que lo configura con Cristo
sacerdote. Y la primera conclusión es que ese carácter exclusivo recibido en el
Orden, lo capacita sólo a él para presidir la Eucaristía. Esa es su función
específica, principal e indelegable. Algunos piensan que lo que distingue al
sacerdote es el poder, el hecho de ser la máxima autoridad de la comunidad.
Pero san Juan Pablo II explicó que aunque el sacerdocio se considere
“jerárquico”, esta función no tiene el valor de estar por encima del resto,
sino que «está
ordenada totalmente a la santidad de los miembros del Cuerpo místico de Cristo».
Cuando se afirma que el sacerdote es signo de “Cristo cabeza”, el sentido
principal es que Cristo es la fuente de la gracia: Él es cabeza de la Iglesia
«porque tiene el poder de hacer correr la gracia por todos los miembros de la
Iglesia».
88. El sacerdote es signo de esa Cabeza que derrama la
gracia ante todo cuando celebra la Eucaristía, fuente y culmen de toda la vida
cristiana. Esa es su gran potestad, que sólo puede ser recibida en el
sacramento del Orden sacerdotal. Por eso únicamente él puede decir: “Esto es mi
cuerpo”. Hay otras palabras que sólo él puede pronunciar: “Yo te absuelvo de
tus pecados”. Porque el perdón sacramental está al servicio de una celebración
eucarística digna. En estos dos sacramentos está el corazón de su identidad
exclusiva.
89. En las circunstancias específicas de la Amazonia, de
manera especial en sus selvas y lugares más remotos, hay que encontrar un modo
de asegurar ese ministerio sacerdotal. Los laicos podrán anunciar la Palabra,
enseñar, organizar sus comunidades, celebrar algunos sacramentos, buscar
distintos cauces para la piedad popular y desarrollar la multitud de dones que
el Espíritu derrama en ellos. Pero necesitan la celebración de la Eucaristía
porque ella «hace la Iglesia», y llegamos a decir que «no se edifica ninguna comunidad cristiana
si esta no tiene su raíz y centro en la celebración de la sagrada Eucaristía».
Si de verdad creemos que esto es así, es urgente evitar que los pueblos
amazónicos estén privados de ese alimento de vida nueva y del sacramento del
perdón.
90. Esta acuciante necesidad me lleva a exhortar a todos los
Obispos, en especial a los de América Latina, no sólo a promover la oración por
las vocaciones sacerdotales, sino también a ser más generosos, orientando a los
que muestran vocación misionera para que opten por la Amazonia. Al mismo tiempo
conviene revisar a fondo la estructura y el contenido tanto de la formación
inicial como de la formación permanente de los presbíteros, para que adquieran
las actitudes y capacidades que requiere el diálogo con las culturas
amazónicas. Esta formación debe ser eminentemente pastoral y favorecer el
desarrollo de la misericordia sacerdotal.
Comunidades repletas de vida
91. Por otra parte, la Eucaristía es el gran sacramento que
significa y realiza la unidad de la Iglesia, y se celebra «para que de
extraños, dispersos e indiferentes unos a otros, lleguemos a ser unidos,
iguales y amigos». Quien preside la Eucaristía debe cuidar la comunión, que no
es una unidad empobrecida, sino que acoge la múltiple riqueza de dones y
carismas que el Espíritu derrama en la comunidad.
92. Por lo tanto, la Eucaristía, como fuente y culmen,
reclama el desarrollo de esa multiforme riqueza. Se necesitan sacerdotes, pero esto no
excluye que ordinariamente los diáconos permanentes —que deberían ser muchos
más en la Amazonia—, las religiosas y los mismos laicos asuman
responsabilidades importantes para el crecimiento de las comunidades y que
maduren en el ejercicio de esas funciones gracias a un acompañamiento adecuado.
93. Entonces no se trata sólo de facilitar una mayor
presencia de ministros ordenados que puedan celebrar la Eucaristía. Este sería
un objetivo muy limitado si no intentamos también provocar una nueva vida en
las comunidades. Necesitamos promover el encuentro con la Palabra y la maduración en la
santidad a través de variados servicios laicales, que suponen un
proceso de preparación —bíblica, doctrinal, espiritual y práctica— y diversos
caminos de formación permanente.
94. Una Iglesia con rostros amazónicos requiere la presencia
estable de líderes laicos maduros y dotados de autoridad, que conozcan las
lenguas, las culturas, la experiencia espiritual y el modo de vivir en
comunidad de cada lugar, al mismo tiempo que dejan espacio a la multiplicidad
de dones que el Espíritu Santo siembra en todos. Porque allí donde hay una
necesidad peculiar, Él ya ha derramado carismas que permitan darle una
respuesta. Ello supone en la Iglesia una capacidad para dar lugar a la audacia
del Espíritu, para confiar y concretamente para permitir el desarrollo de una
cultura eclesial propia, marcadamente laical. Los desafíos de la Amazonia
exigen a la Iglesia un esfuerzo especial por lograr una presencia capilar que
sólo es posible con un contundente protagonismo de los laicos.
95. Muchas personas consagradas gastaron sus energías y
buena parte de sus vidas por el Reino de Dios en la Amazonia. La vida
consagrada, capaz de diálogo, de síntesis, de encarnación y de profecía, tiene
un lugar especial en esta configuración plural y armoniosa de la Iglesia amazónica. Pero le hace
falta un nuevo esfuerzo de inculturación, que ponga en juego la creatividad, la
audacia misionera, la sensibilidad y la fuerza peculiar de la vida comunitaria.
96. Las comunidades de base, cuando supieron integrar la
defensa de los derechos sociales con el anuncio misionero y la espiritualidad,
fueron verdaderas experiencias de sinodalidad en el caminar evangelizador de la
Iglesia en la Amazonia. Muchas veces «han ayudado a formar cristianos
comprometidos con su fe, discípulos y misioneros del Señor, como testimonia la
entrega generosa, hasta derramar su sangre, de tantos miembros suyos».
97. Aliento la profundización de la tarea conjunta que se
realiza a través de la REPAM y de otras asociaciones, con el objetivo de
consolidar lo que ya pedía Aparecida: «establecer, entre las iglesias locales
de diversos países sudamericanos, que están en la cuenca amazónica, una
pastoral de conjunto con prioridades diferenciadas». Esto vale especialmente
para la relación entre las Iglesias fronterizas.
98. Finalmente, quiero recordar que no siempre podemos
pensar proyectos para comunidades estables, porque en la Amazonia hay una gran
movilidad interna, una constante migración muchas veces pendular, y «la región
se ha convertido de hecho en un corredor migratorio». La «trashumancia amazónica no ha sido bien
comprendida ni suficientemente trabajada desde el punto de vista pastoral».
Por ello hay que pensar en equipos misioneros itinerantes y «apoyar la
inserción y la itinerancia de los consagrados y las consagradas junto a los más
empobrecidos y excluidos». Por otro lado, esto desafía a nuestras comunidades
urbanas, que deberían cultivar con ingenio y generosidad, de forma especial en
las periferias, diversas formas de cercanía y de acogida ante las familias y
los jóvenes que llegan del interior.
La fuerza y el don de las mujeres
99. En la Amazonia hay comunidades que se han sostenido y
han transmitido la fe durante mucho tiempo sin que algún sacerdote pasara por
allí, aun durante décadas. Esto ocurrió gracias a la presencia de mujeres
fuertes y generosas: bautizadoras, catequistas, rezadoras, misioneras,
ciertamente llamadas e impulsadas por el Espíritu Santo. Durante siglos las mujeres
mantuvieron a la Iglesia en pie en esos lugares con admirable entrega y
ardiente fe. Ellas mismas, en el Sínodo, nos conmovieron a todos con su
testimonio.
100. Esto nos invita a expandir la mirada para evitar reducir
nuestra comprensión de la Iglesia a estructuras funcionales. Ese reduccionismo
nos llevaría a pensar que se otorgaría a las mujeres un status y una
participación mayor en la Iglesia sólo si se les diera acceso al Orden sagrado.
Pero esta mirada en realidad limitaría las perspectivas, nos orientaría a
clericalizar a las mujeres, disminuiría el gran valor de lo que ellas ya han
dado y provocaría sutilmente un empobrecimiento de su aporte indispensable.
101. Jesucristo se presenta como Esposo de la comunidad que
celebra la Eucaristía, a través de la figura de un varón que la preside como
signo del único Sacerdote. Este diálogo entre el Esposo y la esposa que se
eleva en la adoración y santifica a la comunidad, no debería encerrarnos en
planteamientos parciales sobre el poder en la Iglesia. Porque el Señor quiso
manifestar su poder y su amor a través de dos rostros humanos: el de su Hijo
divino hecho hombre y el de una creatura que es mujer, María. Las mujeres
hacen su aporte a la Iglesia según su modo propio y prolongando la fuerza y la
ternura de María, la Madre. De este modo no nos limitamos a un
planteamiento funcional, sino que entramos en la estructura íntima de la
Iglesia. Así comprendemos radicalmente por qué sin las mujeres ella se
derrumba, como se habrían caído a pedazos tantas comunidades de la Amazonia si
no hubieran estado allí las mujeres, sosteniéndolas, conteniéndolas y
cuidándolas. Esto muestra cuál es su poder característico.
102. No podemos dejar de alentar los dones populares que han
dado a las mujeres tanto protagonismo en la Amazonia, aunque hoy las
comunidades están sometidas a nuevos riesgos que no existían en otras épocas.
La situación actual nos exige estimular el surgimiento de otros servicios y
carismas femeninos, que respondan a las necesidades específicas de los pueblos
amazónicos en este momento histórico.
103. En una Iglesia sinodal las mujeres, que de hecho
desempeñan un papel central en las comunidades amazónicas, deberían poder
acceder a funciones e incluso a servicios eclesiales que no requieren el Orden
sagrado y permitan expresar mejor
su lugar propio. Cabe recordar que estos servicios implican una estabilidad, un
reconocimiento público y el envío por parte del obispo. Esto da lugar también a
que las mujeres tengan una incidencia real y efectiva en la organización, en
las decisiones más importantes y en la guía de las comunidades, pero sin dejar
de hacerlo con el estilo propio de su impronta femenina.
Ampliar horizontes más allá de los conflictos
104. Suele ocurrir que en un determinado lugar los agentes
pastorales vislumbran soluciones muy diversas para los problemas que enfrentan,
y por ello proponen formas aparentemente opuestas de organización eclesial.
Cuando esto ocurre es probable que la verdadera respuesta a los desafíos de la
evangelización esté en la superación de las dos propuestas, encontrando otros
caminos mejores, quizás no imaginados. El
conflicto se supera en un nivel superior donde cada una de las partes, sin
dejar de ser fiel a sí misma, se integra con la otra en una nueva realidad.
Todo se resuelve «en un plano superior que conserva en sí las virtualidades
valiosas de las polaridades en pugna». De otro modo, el conflicto nos encierra,
«perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda
fragmentada».
105. Esto de ninguna manera significa relativizar los
problemas, escapar de ellos o dejar las cosas como están. Las verdaderas
soluciones nunca se alcanzan licuando la audacia, escondiéndose de las
exigencias concretas o buscando culpas afuera. Al contrario, la salida se
encuentra por “desborde”, trascendiendo la dialéctica que limita la visión para
poder reconocer así un don mayor que Dios está ofreciendo. De ese nuevo don
acogido con valentía y generosidad, de ese don inesperado que despierta una
nueva y mayor creatividad, manarán como de una fuente generosa las respuestas
que la dialéctica no nos dejaba ver. En sus inicios, la fe cristiana se
difundió admirablemente siguiendo esta lógica que le permitió, a partir de una
matriz hebrea, encarnarse en las culturas grecorromanas y adquirir a su paso
distintas modalidades. De modo análogo, en este momento histórico, la Amazonia
nos desafía a superar perspectivas limitadas, soluciones pragmáticas que se
quedan clausuradas en aspectos parciales de los grandes desafíos, para buscar
caminos más amplios y audaces de inculturación.
La convivencia ecuménica e interreligiosa
106. En una Amazonia plurirreligiosa, los creyentes
necesitamos encontrar espacios para conversar y para actuar juntos por el bien
común y la promoción de los más pobres. No se trata de que todos seamos más
light o de que escondamos las convicciones propias que nos apasionan para poder
encontrarnos con otros que piensan distinto. Si uno cree que el Espíritu Santo puede actuar en el diferente,
entonces intentará dejarse enriquecer con esa luz, pero la acogerá desde el
seno de sus propias convicciones y de su propia identidad. Porque mientras
más profunda, sólida y rica es una identidad, más tendrá para enriquecer a los
otros con su aporte específico.
107. Los católicos tenemos un tesoro en las Sagradas
Escrituras, que otras religiones no aceptan, aunque a veces son
capaces de leerlas con interés e incluso de valorar algunos de sus contenidos.
Algo semejante intentamos hacer nosotros ante los textos sagrados de otras
religiones y comunidades religiosas, donde se encuentran «preceptos y doctrinas
que […] no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a
todos los hombres». También tenemos una gran riqueza en los siete sacramentos,
que algunas comunidades cristianas no aceptan en su totalidad o en idéntico
sentido. Al mismo tiempo que creemos firmemente en Jesús como único Redentor
del mundo, cultivamos una profunda devoción hacia su Madre. Si bien sabemos que
esto no se da en todas las confesiones cristianas, sentimos el deber de
comunicar a la Amazonia la riqueza de ese cálido amor materno del cual nos
sentimos depositarios. De hecho terminaré esta Exhortación con unas palabras
dirigidas a María.
108. Todo esto no tendría que convertirnos en enemigos. En
un verdadero espíritu de diálogo se alimenta la capacidad de comprender el
sentido de lo que el otro dice y hace, aunque uno no pueda asumirlo como una
convicción propia. Así se vuelve posible ser sinceros, no disimular lo que
creemos, sin dejar de conversar, de buscar puntos de contacto, y sobre todo de
trabajar y luchar juntos por el bien de la Amazonia. La fuerza de lo que une a
todos los cristianos tiene un valor inmenso. Prestamos tanta atención a lo que
nos divide que a veces ya no apreciamos ni valoramos lo que nos une. Y eso que nos
une es lo que nos permite estar en el mundo sin que nos devoren la inmanencia
terrena, el vacío espiritual, el egocentrismo cómodo, el individualismo
consumista y autodestructivo.
109. A todos los cristianos nos une la fe en Dios, el Padre
que nos da la vida y nos ama tanto. Nos une la fe en Jesucristo, el único
Redentor, que nos liberó con su bendita sangre y con su resurrección gloriosa.
Nos une el deseo de su Palabra que guía nuestros pasos. Nos une el fuego del
Espíritu que nos impulsa a la misión. Nos une el mandamiento nuevo que Jesús
nos dejó, la búsqueda de una civilización del amor, la pasión por el Reino que
el Señor nos llama a construir con Él. Nos une la lucha por la paz y la
justicia. Nos une la convicción de que no todo se termina en esta vida, sino
que estamos llamados a la fiesta celestial donde Dios secará todas las lágrimas
y recogerá lo que hicimos por los que sufren.
110. Todo esto nos une. ¿Cómo no luchar juntos? ¿Cómo no
orar juntos y trabajar codo a codo para defender a los pobres de la Amazonia,
para mostrar el rostro santo del Señor y para cuidar su obra creadora?
CONCLUSIÓN
LA
MADRE DE LA AMAZONIA
111. Después de compartir algunos sueños, aliento a todos a
avanzar en caminos concretos que permitan transformar la realidad de la
Amazonia y liberarla de los males que la aquejan. Ahora levantemos la mirada a
María. La Madre que Cristo nos dejó, aunque es la única Madre de todos, se manifiesta
en la Amazonia de distintas maneras. Sabemos que «los indígenas se encuentran
vitalmente con Jesucristo por muchas vías; pero el camino mariano ha
contribuido más a este encuentro». Ante la maravilla de la Amazonia, que hemos
descubierto cada vez mejor en la preparación y en el desarrollo del Sínodo,
creo que lo mejor es culminar esta Exhortación dirigiéndonos a ella:
Madre de la vida, en tu seno materno se fue formando Jesús,
que es el Señor de todo lo que existe. Resucitado, Él te transformó con su luz
y te hizo reina de toda la creación.
Por eso te pedimos que reines, María, en el corazón
palpitante de la Amazonia. Muéstrate como madre de todas las creaturas, en la
belleza de las flores, de los ríos, del gran río que la atraviesa y de todo lo
que vibra en sus selvas.
Cuida con tu cariño esa explosión de hermosura. Pide a Jesús
que derrame todo su amor en los hombres y en las mujeres que allí habitan, para
que sepan admirarla y cuidarla.
Haz nacer a tu hijo
en sus corazones para que Él brille en la Amazonia, en sus pueblos y en sus
culturas, con la luz de su Palabra, con el consuelo de su amor, con su mensaje
de fraternidad y de justicia.
Que en cada Eucaristía se eleve también tanta maravilla para
la gloria del Padre. Madre, mira a los pobres de la Amazonia, porque su hogar
está siendo destruido por intereses mezquinos.
¡Cuánto dolor y cuánta miseria, cuánto abandono y cuánto
atropello en esta tierra bendita, desbordante de vida! oca la sensibilidad de
los poderosos porque aunque sentimos que ya es tarde nos llamas a salvar lo que
todavía vive. Madre del corazón traspasado que sufres en tus hijos ultrajados y
en la naturaleza herida, reina tú en la Amazonia junto con tu hijo.
Reina para que nadie más se sienta dueño de la obra de Dios.
En ti confiamos, Madre de la vida, no nos abandones en esta hora oscura. Amén.
Dado en Roma, junto a San Juan de Letrán, el 2 de febrero,
Fiesta de la Presentación del Señor, del año 2020, séptimo de mi
Pontificado. FRANCISCO.