25 de diciembre 2018. Mensaje Urbi et Orbi, Papa Francisco. Queridos
hermanos y hermanas, ¡feliz Navidad! A vosotros, fieles de Roma, a vosotros,
peregrinos, y a todos los que estáis conectados desde todas las partes del
mundo, renuevo el gozoso anuncio de Belén: «Gloria a Dios en el cielo, y en la
tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lc 2,14). Como los pastores, que
fueron los primeros en llegar a la gruta, contemplamos asombrados la señal que
Dios nos ha dado: «Un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc
2,12). En silencio, nos arrodillamos y adoramos. ¿Y qué nos dice este Niño, que
nos ha nacido de la Virgen María? ¿Cuál es el mensaje universal de la Navidad?
Nos dice que Dios es Padre bueno y
nosotros somos todos hermanos.
Esta verdad está en la base de la visión
cristiana de la humanidad. Sin la fraternidad que Jesucristo nos ha dado,
nuestros esfuerzos por un mundo más justo no llegarían muy lejos, e incluso los
mejores proyectos corren el riesgo de convertirse en estructuras sin espíritu.
Por eso, mi deseo de feliz Navidad es un deseo de
fraternidad.
Fraternidad entre personas de toda nación y cultura.
Fraternidad entre
personas con ideas diferentes, pero capaces de respetarse y de escuchar al
otro.
Fraternidad entre personas de diversas religiones. Jesús ha
venido a revelar el rostro de Dios a todos aquellos que lo buscan.
Y el rostro de Dios se ha manifestado en un rostro humano
concreto. No apareció como un ángel, sino como un hombre, nacido en un tiempo y
un lugar. Así, con su encarnación, el Hijo de Dios nos indica que la salvación
pasa a través del amor, la acogida y el respeto de nuestra pobre humanidad, que
todos compartimos en una gran variedad de etnias, de lenguas, de culturas…, pero
todos hermanos en humanidad. Entonces, nuestras diferencias no son un daño o un
peligro, son una riqueza. Como para un artista que quiere hacer un mosaico: es
mejor tener a disposición teselas de muchos colores, antes que de pocos. La
experiencia de la familia nos lo enseña: siendo hermanos y hermanas, somos
distintos unos de otros, y no siempre estamos de acuerdo, pero hay un vínculo
indisoluble que nos une, y el amor de los padres nos ayuda a querernos. Lo
mismo vale para la familia humana, pero aquí Dios es el “padre”, el fundamento y la fuerza de nuestra fraternidad.
Que en esta Navidad redescubramos los nexos de fraternidad
que nos unen como seres humanos y vinculan a todos los pueblos. Que haga
posible que israelíes y palestinos retomen el diálogo y emprendan un camino de
paz que ponga fin a un conflicto que ―desde hace más de setenta años― lacera la
Tierra elegida por el Señor para mostrar su rostro de amor.
Que el Niño Jesús permita a la amada y martirizada Siria que
vuelva a encontrar la fraternidad después de largos años de guerra. Que la
Comunidad internacional se esfuerce firmemente por hallar una solución política
que deje de lado las divisiones y los intereses creados para que el pueblo
sirio, especialmente quienes tuvieron que dejar las propias tierras y buscar
refugio en otro lugar, pueda volver a vivir en paz en su patria. Pienso en
Yemen, con la esperanza de que la tregua alcanzada por mediación de la
Comunidad internacional pueda aliviar finalmente a tantos niños y a las
poblaciones, exhaustos por la guerra y el hambre. Pienso también en África,
donde millones de personas están refugiadas o desplazadas y necesitan
asistencia humanitaria y seguridad alimentaria. Que el divino Niño, Rey de la
paz, acalle las armas y haga surgir un nuevo amanecer de fraternidad en todo el
continente, y bendiga los esfuerzos de quienes se comprometen por promover
caminos de reconciliación a nivel político y social.
Que la Navidad fortalezca los vínculos fraternos que unen la
Península coreana y permita que se continúe el camino de acercamiento puesto en
marcha, y que se alcancen soluciones compartidas que aseguren a todos el
desarrollo y el bienestar. Que este tiempo de bendición le permita a Venezuela
encontrar de nuevo la concordia y que todos los miembros de la sociedad
trabajen fraternalmente por el desarrollo del país, ayudando a los sectores más
débiles de la población. Que el Señor que nace dé consuelo a la amada Ucrania,
ansiosa por reconquistar una paz duradera que tarda en llegar. Solo con la paz,
respetuosa de los derechos de toda nación, el país puede recuperarse de los
sufrimientos padecidos y reestablecer condiciones dignas para los propios
ciudadanos. Me siento cercano a las comunidades cristianas de esa región, y
pido que se puedan tejer relaciones de fraternidad y amistad. Que delante del
Niño Jesús, los habitantes de la querida Nicaragua se redescubran hermanos,
para que no prevalezcan las divisiones y las discordias, sino que todos se
esfuercen por favorecer la reconciliación y por construir juntos el futuro del
país.
Deseo recordar a los pueblos que sufren las colonizaciones
ideológicas, culturales y económicas viendo lacerada su libertad y su identidad,
y que sufren por el hambre y la falta de servicios educativos y sanitarios. Dirijo
un recuerdo particular a nuestros hermanos y hermanas que celebran la Natividad
del Señor en contextos difíciles, por no decir hostiles, especialmente allí
donde la comunidad cristiana es una minoría, a menudo vulnerable o no
considerada. Que el Señor les conceda ―a ellos y a todas las comunidades
minoritarias― vivir en paz y que vean reconocidos sus propios derechos, sobre
todo a la libertad religiosa. Que el Niño pequeño y con frío que contemplamos
hoy en el pesebre proteja a todos los niños de la tierra y a toda persona
frágil, indefensa y descartada. Que
todos podamos recibir paz y consuelo por el nacimiento del Salvador y,
sintiéndonos amados por el único Padre celestial, reencontrarnos y vivir como
hermanos. Fuente: Aciprensa.