19 de diciembre 2018.
Audiencia del Papa Francisco. Catequesis sobre la navidad. Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días! Dentro de seis días será Navidad. Árboles, decoraciones
y luces por todas partes recuerdan que también este año será una fiesta. La
máquina publicitaria invita a intercambiar siempre nuevos regalos para sorprenderse.
Pero, me pregunto ¿es esta la fiesta que agrada a Dios? ¿Qué Navidad le gustaría,
qué regalos y qué sorpresas? Observemos la primera Navidad de la historia para
descubrir los gustos de Dios.
Esa primera Navidad de la historia estuvo llena
de sorpresas. Comenzamos con María, que era la esposa prometida de José: llega
el ángel y cambia su vida. De virgen será madre. Seguimos con José, llamado a
ser el padre de un niño sin generarlo.
Un hijo que, -golpe de efecto-, llega en el momento menos
indicado, es decir, cuando María y José estaban prometidos y, de acuerdo con la
Ley, no podían cohabitar. Ante el escándalo, el sentido común de la época
invitaba a José a repudiar a María y salvar así su buena reputación, pero él,
si bien tuviera derecho, sorprende: para no hacer daño a María piensa
despedirla en secreto, a costa de perder su reputación. Luego, otra sorpresa: Dios en un sueño cambia sus planes y le
pide que tome a María con él. Una vez nacido Jesús, cuando tenía sus
proyectos para la familia, otra vez en sueños le dicen que se levante y vaya a
Egipto. En resumen, la Navidad trae cambios inesperados de vida. Y si queremos vivir la Navidad, tenemos que
abrir el corazón y estar dispuestos a las sorpresas, es decir, a un cambio de
vida inesperado.
Pero cuando llega la sorpresa más grande es en Nochebuena:
el Altísimo es un niño pequeño. La Palabra divina es un infante, que significa
literalmente "incapaz de hablar". Y la palabra divina se volvió
incapaz de hablar. Para recibir al Salvador no están las autoridades de la
época, o del lugar, o los embajadores: no, son simples pastores que,
sorprendidos por los ángeles mientras trabajaban de noche, acuden sin demora.
¿Quién lo habría esperado? La Navidad es
celebrar lo inédito de Dios, o, mejor dicho, es celebrar a un Dios inédito,
que cambia nuestra lógica y nuestras expectativas. Celebrar la Navidad, es,
entonces, dar la bienvenida a las
sorpresas del Cielo en la tierra. No se puede vivir "tierra,
tierra", cuando el Cielo trae sus noticias al mundo. La Navidad inaugura
una nueva era, donde la vida no se planifica, sino que se da; donde ya no se
vive para uno mismo, según los propios gustos, sino para Dios y con Dios,
porque desde Navidad Dios es el Dios con
nosotros, que vive con nosotros, que camina con nosotros. Vivir la Navidad
es dejarse sacudir por su sorprendente novedad.
La Navidad de Jesús no ofrece el calor seguro de la
chimenea, sino el escalofrío divino que sacude la historia. La Navidad es la revancha de la humildad
sobre la arrogancia, de la simplicidad sobre la abundancia, del silencio
sobre el alboroto, de la oración sobre "mi tiempo", de Dios sobre mi
"yo". Celebrar la Navidad es hacer como Jesús, venido para nosotros,
los necesitados, y bajar hacia aquellos que nos necesitan. Es hacer como María:
fiarse, dócil a Dios, incluso sin entender lo que Él hará. Celebrar la Navidad
es hacer como José: levantarse para realizar lo que Dios quiere, incluso si no
está de acuerdo con nuestros planes. San José es sorprendente: nunca habla en
el Evangelio: no hay una sola palabra de José en el Evangelio; y el Señor le
habla en silencio, le habla precisamente en sueños. Navidad es preferir la voz silenciosa de Dios al estruendo del
consumismo. Si sabemos estar en silencio frente al Belén, la Navidad será
una sorpresa para nosotros, no algo que ya hayamos visto. Estar en silencio
ante el Belén: esta es la invitación para Navidad. Tómate algo de tiempo, ponte
delante del Belén y permanece en silencio. Y sentirás, verás la sorpresa.
Desgraciadamente, sin
embargo, nos podemos equivocar de fiesta, y prefiere las cosas usuales de la
tierra a las novedades del Cielo. Si la Navidad es solo una buena fiesta
tradicional, donde nosotros y no Él estamos en el centro, será una oportunidad
perdida. Por favor, ¡no mundanicemos la
Navidad! No dejemos de lado al Festejado, como entonces, cuando "vino
entre los suyos, y los suyos no le recibieron" (Juan 1,11). Desde el
primer Evangelio de Adviento, el Señor nos ha puesto en guardia, pidiéndonos
que no nos cargásemos con "libertinajes" y "preocupaciones de la
vida" (Lucas 21,34). Durante estos días se corre, tal vez como nunca
durante el año. Pero así se hace lo contrario de lo que Jesús quiere. Culpamos
a las muchas cosas que llenan los días, al mundo que va rápido. Y, sin embargo,
Jesús no culpó al mundo, nos pidió que no nos dejásemos arrastrar, que
velásemos en todo momento rezando (cfr. v. 36).
He aquí, será Navidad
si, como José, daremos espacio al silencio; si, como María, diremos "aquí
estoy " a Dios; si, como Jesús, estaremos cerca de los que están solos,
si, como los pastores, dejaremos nuestros recintos para estar con Jesús. Será
Navidad, si encontramos la luz en la pobre gruta de Belén. No será Navidad si
buscamos el resplandor del mundo, si nos llenamos de regalos, comidas y cenas,
pero no ayudamos al menos a un pobre, que se parece a Dios, porque en Navidad
Dios vino pobre. Queridos hermanos y hermanas, ¡os deseo una Feliz Navidad, una
Navidad rica en las sorpresas de Jesús! Pueden parecer sorpresas incómodas,
pero son los gustos de Dios. Si los hacemos nuestros, nos daremos a nosotros
mismos una sorpresa maravillosa. Cada uno de nosotros tiene escondida en el
corazón la capacidad de sorprenderse. Dejémonos sorprender por Jesús en esta
Navidad. Fuente: Aciprensa.