5 de diciembre 2018. El primer paso para rezar es ser
humildes. Catequesis del Papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos
días! Hoy comenzamos un ciclo de catequesis sobre el "Padre Nuestro".
Los evangelios nos presentan retratos muy vívidos de Jesús como hombre de
oración. Jesús rezaba. A pesar de la urgencia de su misión y el apremio de
tantas personas que lo reclaman, Jesús siente la necesidad de apartarse en
soledad y rezar.
El Evangelio de Marcos nos cuenta este detalle desde la
primera página del ministerio público de Jesús (cf. 1: 35). El día inaugural de
Jesús en Cafarnaúm terminó triunfalmente.
Cuando baja el sol, una multitud de enfermos llega a la
puerta donde mora Jesús: el Mesías predica y sana. Se cumplen las antiguas
profecías y las expectativas de tantas personas que sufren: Jesús es el Dios
cercano, el Dios que libera. Pero esa multitud es todavía pequeña en
comparación con muchas otras multitudes que se reunirán alrededor del profeta
de Nazaret; a veces se trata de reuniones oceánicas, y Jesús está en el centro
de todo, el esperado por el pueblo, el resultado de la esperanza de Israel.
Y, sin embargo, Él se desvincula; no termina siendo rehén de
las expectativas de quienes lo han elegido como líder. Hay un peligro para los líderes: apegarse demasiado a la gente, no
mantener las distancias. Jesús se da cuenta y no termina siendo rehén de la
gente. Desde la primera noche de Cafarnaúm, demuestra ser un Mesías original.
En la última parte de la noche, cuando se anuncia el
amanecer, los discípulos todavía lo buscan, pero no consiguen encontrarlo.
¿Dónde está? Hasta que, por fin, Pedro lo encuentra en un lugar aislado,
completamente absorto en la oración y le dice: "¡Todos te están buscando!"
(Mc 1, 37). La exclamación parece ser la cláusula que sella el éxito de un
plebiscito, la prueba del buen resultado de una misión. Pero Jesús dice a los
suyos que debe ir a otro lugar; que no son las personas las que lo buscan, sino
que en primer lugar es Él el que busca los demás. Por lo tanto, no debe echar raíces, sino seguir siendo un
peregrino por los caminos de Galilea (versículos 38-39). Y también
peregrino hacia el Padre, es decir: rezando. En camino de oración. Jesús reza.
Y todo sucede en una noche de oración.
En alguna página de las Escrituras parece ser la oración de
Jesús, su intimidad con el Padre, la que gobierna todo. Lo será especialmente,
por ejemplo, en la noche de Getsemaní. El último trecho del camino de Jesús (en
absoluto, el más difícil de los que había recorrido hasta entonces) parece
encontrar su significado en la escucha continua de Jesús hacia su Padre. Una
oración ciertamente no fácil, de hecho, una verdadera "agonía", en el
sentido del agonismo de los atletas, y, sin embargo, una oración capaz de
sostener el camino de la cruz.
Aquí está el punto esencial: Allí Jesús rezaba. Jesús rezaba
intensamente en los actos públicos, compartiendo la liturgia de su pueblo, pero
también buscaba lugares apartados, separados del torbellino del mundo, lugares
que permitieran descender al secreto de su alma: es el profeta que conoce las piedras del desierto y sube a lo alto de
los montes. Las últimas palabras de Jesús, antes de expirar en la cruz, son
palabras de los salmos, es decir de la oración, de la oración de los judíos:
rezaba con las oraciones que su madre le había enseñado.
Jesús rezaba como reza cada hombre en el mundo. Y, sin
embargo, en su manera de rezar, también había un misterio encerrado, algo que
seguramente no había escapado a los ojos de sus discípulos si encontramos en
los evangelios esa simple e inmediata súplica: "Señor, enséñanos a
rezar" (Lc. 11,1). Ellos veían que Jesús rezaba y tenían ganas de aprender
a rezar: “Señor, enséñanos a rezar”. Y Jesús no se niega, no está celoso de su
intimidad con el Padre, sino que ha venido precisamente para introducirnos en
esta relación con el Padre Y así se convierte en maestro de oración para sus
discípulos, como ciertamente quiere serlo para todos nosotros. Nosotros también
deberíamos decir: “Señor enséñame a rezar. Enséñame”.
¡Aunque hayamos rezando durante tantos años, siempre debemos
aprender! La oración del hombre, este anhelo que nace de forma tan natural de
su alma, es quizás uno de los misterios más densos del universo. Y ni siquiera
sabemos si las oraciones que dirigimos a Dios sean en realidad aquellas que Él
quiere escuchar. La Biblia también nos da testimonio de oraciones inoportunas,
que al final son rechazadas por Dios: basta con recordar la parábola del
fariseo y el publicano. Solo este último, el publicano, regresa a casa del
templo justificado, porque el fariseo era orgulloso y le gustaba que la gente
le viera rezar y fingía rezar: su corazón estaba helado. Y dice Jesús: éste no
está justificado "porque el que se ensalza será humillado, el que se
humilla será ensalzado" (Lc 18, 14).
El primer paso para
rezar es ser humildes, ir donde el Padre y decir: “Mírame, soy pecador, soy
débil, soy malo”, cada uno sabe lo que tiene que decir. Pero se empieza siempre
con la humildad, y el Señor escucha. La oración humilde es escuchada por el
Señor. Por eso, al comenzar este ciclo de catequesis sobre la oración de Jesús,
lo más hermoso y justo que todos tenemos que hacer es repetir la invocación de
los discípulos: "¡Maestro, enséñanos a rezar!". Será hermoso, en este
tiempo de Adviento, repetirlo: “Señor, enséñame a rezar”. Todos podemos ir algo
más allá y rezar mejor; pero pedírselo al Señor. “Señor, enséñame a rezar”.
Hagámoslo en este tiempo de Adviento y él ciertamente no dejará que nuestra
invocación caiga en el vacío. Fuente Aciprensa.