15 de marzo 2019. Autor: Por Corazón Eucarístico de Jesús. Hemos
de seguir el juicio de la conciencia siempre, pero hemos de procurar que el juicio sea correcto y que la ignorancia
vencible se ilumine reconociendo el bien. Ninguna acción es buena simplemente
por seguir el juicio de la conciencia, porque ésta puede estar deformada; por
ejemplo, los terroristas tal vez pueden obrar según el juicio de su propia
conciencia, pero está claro que está conciencia está deformada: el asesinato
jamás es un bien. O si recordamos la película "Vencedores y
vencidos", una recreación sobre los juicios de Nuremberg, veremos
claramente expuesto el problema.
La doctrina católica señala que hemos de obrar según el juicio formulado por la conciencia; sigamos
el Catecismo:
1786 Ante la
necesidad de decidir moralmente, la conciencia puede formular un juicio recto
de acuerdo con la razón y con la ley divina, o al contrario un juicio erróneo
que se aleja de ellas.
1787 El hombre se ve a veces enfrentado con situaciones que
hacen el juicio moral menos seguro, y la decisión difícil. Pero debe buscar siempre lo que es justo y bueno
y discernir la voluntad de Dios expresada en la ley divina.
El hombre debe obedecer a
su conciencia:
"La persona humana debe obedecer siempre el juicio
cierto de su conciencia. Si obrase deliberadamente contra este último, se
condenaría a sí mismo" (CAT 1790).
Sabemos que "en
este plano, el plano del juicio (el de la conscientia en sentido estricto), es
válido el principio de que también la conciencia errónea obliga. En la
tradición del pensamiento escolástico, esta afirmación es plenamente
inteligible. Nadie debe obrar en contra
de sus convicciones, como ya había dicho san Pablo (cf. Rm 14,23)"
(Ratzinger, El elogio de la conciencia, Madrid, Palabra, 2010, p. 32).
Pero, ¿y si la conciencia está equivocada? ¿Si no ha hecho
bien el discernimiento? ¿Si hay una perversión en ella que le impide reconocer
el bien y la Verdad? ¿Y si obra movida por una ignorancia, por el
desconocimiento?
Sigamos con las palabras
del Catecismo:
1790 La persona humana debe obedecer siempre el juicio
cierto de su conciencia. Si obrase deliberadamente contra este último, se
condenaría a sí mismo. Pero sucede que la conciencia moral puede estar afectada
por la ignorancia y puede formar juicios erróneos sobre actos proyectados o ya
cometidos.
1791 Esta ignorancia puede con frecuencia ser imputada a la
responsabilidad personal. Así sucede “cuando
el hombre no se preocupa de buscar la verdad y el bien y, poco a poco, por
el hábito del pecado, la conciencia se queda casi ciega” (GS 16). En estos
casos, la persona es culpable del mal que comete.
1792 El desconocimiento de Cristo y de su Evangelio, los
malos ejemplos recibidos de otros, la servidumbre de las pasiones, la
pretensión de una mal entendida autonomía de la conciencia, el rechazo de la
autoridad de la Iglesia y de su enseñanza, la falta de conversión y de caridad
pueden conducir a desviaciones del juicio en la conducta moral.
1793 Si por el contrario, la ignorancia es invencible, o el
juicio erróneo sin responsabilidad del sujeto moral, el mal cometido por la
persona no puede serle imputado. Pero no deja de ser un mal, una privación, un
desorden. Por tanto, es preciso trabajar
por corregir la conciencia moral de sus errores.
Así, aunque seguimos
el juicio de la conciencia errónea, hemos de lograr que la conciencia sea clara
y ajustada al bien y la Verdad, ser formada y bien formada, alejada de la
subjetividad, cercana a la objetividad de la Verdad y del bien:
"Ahora bien, el hecho de que la convicción adquirida
sea obviamente obligatoria a la hora de obrar, de ningún modo significa la
canonización de la subjetividad. Seguir
las convicciones que uno se ha formado nunca supone una culpa; es más, ha
de seguirlas. Pero no menos culpable puede resultar que uno llegue a formarse
convicciones tan desquiciadas, por haber ahogado la repulsión hacia ellas que
advierte la memoria de su ser. La culpa, pues, se encuentra en otro lugar, a
mayor profundidad: no en el acto momentáneo, ni en el presente juicio de la
conciencia, sino en ese descuido de mi propio ser que me ha hecho sordo a la
voz de la verdad y a sus sugerencias interiores. Por esta razón, también los
criminales que obran con convicción -Hitler, Himmler o Stalin- siguen siendo
culpables. Estos ejemplos extremos no deben servir para tranquilizarnos, sino
más bien para despertarnos y hacernos tomar en serio la gravedad de la súplica:
'¡líbrame de las culpas que no veo!' (Sal 19,13)" (Ratzinger, id., p. 33).
Es necesario que la
conciencia esté bien formada, iluminada, buscando aquello que es bueno y bello
y verdadero, en todo reconociendo la voluntad de Dios.
CAT 1785 En la formación de la conciencia, la Palabra de
Dios es la luz de nuestro caminar; es preciso que la asimilemos en la fe y la
oración, y la pongamos en práctica. Es preciso también que examinemos nuestra
conciencia atendiendo a la cruz del Señor. Estamos asistidos por los dones del
Espíritu Santo, ayudados por el testimonio o los consejos de otros y guiados
por la enseñanza autorizada de la Iglesia (cf DH 14).
Y, para un juicio
concreto, la conciencia debe acudir a otros recursos y gracias actuales:
CAT 1788 Para esto, el hombre se esfuerza por interpretar
los datos de la experiencia y los signos de los tiempos gracias a la virtud de
la prudencia, los consejos de las personas entendidas y la ayuda del Espíritu
Santo y de sus dones. Fuente: Religión en libertad. Padre, Javier Sánchez Martínez. Diócesis de Córdoba.