Evangelio
para el domingo 24 de marzo 2019. « Hablaba Jesús del juicio divino, cuando se
presentaron unos y le contaron el caso de los galileos que Pilato había mandado
matar mientras ofrecían sacrificios, de manera que se mezcló su sangre con la
de los animales que sacrificaban. Jesús dijo entonces: « ¿Pensáis que porque
ellos sufrieron esa muerte porque eran más pecadores que los demás galileos? Os
aseguro que no. Y si vosotros no os arrepentís, todos por igual vais a
perecer.” °°° Lucas 13, 1-9. Nuestro tiempo, es tiempo de conversión. Es el “cronos”
de hombres y mujeres que buscamos a Dios.
De la misma manera lo entiende el
Nazareno cuando nos educa sobre el juicio divino: Tendremos que rendirle
cuentas a Dios, a la sociedad, a nosotros mismos. Seremos juzgados por los
frutos que demos. Es necesario responder ante el tribunal de la
conciencia. La conversión es un tiempo
privilegiado, porque es momento bastante largo para cambiar radicalmente la
orientación de la propia conciencia. Ese mismo tiempo es a su vez un período de
Gracia. No se puede desaprovechar el tiempo, no se puede justificar nuestra
irresponsabilidad en el tiempo, con lo que otros en el pasado no supieron dar
lo mejor de sí en el tiempo. Advertía el apóstol san Pablo” Quien crea estar
firme, cuidado que no caiga” (1 Corintios 10,12). No podemos estar pidiendo siempre: “la última
oportunidad”.
La
conversión se da en el tiempo. No es una ilusión futura. Dejar que el tiempo
transcurra no soluciona los males del espíritu; aumenta su propia angustia
existencial. “Convertíos porque el Reino de Dios está cerca”. Es necesario aprender a reconocer nuestro
pecado: así llegó la salvación a la casa de Zaqueo (cf. Lucas 19,9). La
conversión es un llamado durante el tiempo: Dices “Sí” y lo haces; al
contrario, el tiempo te pasará la cuenta. (cf. Mateo 21, 28-31).
Quien
se convierte encuentra un Dios paciente y apremiante; él mismo le dará una
segunda oportunidad. (cf. Lucas 13, 8-9). En el tiempo: amor con amor se paga:
san Pedro aprendió la lección de su Maestro: Ama más quien perdona. (cf. Lucas
7, 42-43). Perdón con perdón se paga: Dice el texto sagrado: “¿No deberías tú,
haber hecho lo mismo?” (cf. Mateo 18, 23-35). El Papa Francisco piensa que no
es fácil acostumbrarse a tener misericordia con los demás, porque estamos
acostumbrados a juzgar a los demás. “Para ser misericordiosos son necesarias
dos actitudes. La primera es el conocimiento de sí mismo: saber que hemos hecho
muchas cosas malas: ¡somos pecadores! Y frente al arrepentimiento, la justicia
de Dios... se transforma en misericordia y perdón. Pero es necesario
avergonzarse de los pecados.” Cuida tu
salud: Los culpables de la perdición somos nosotros mismos. Dios no castiga a
nadie. Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué.