3 de marzo 2019. ¿Qué más
querían? Autor: Padre, Mario García Isaza. Formador, Seminario mayor,
Arquidiócesis de Ibagué, en Colombia. Fue, no cabe duda, un acontecimiento profundamente significativo la
llamada “cumbre” celebrada en Roma y que se ocupó de lo que la Iglesia ha
hecho, hace y deberá seguir haciendo para enfrentar el problema, sicalíptico sin duda y lacerante,
de los abusos sexuales. Y me he detenido un poco en las incomprensibles reacciones
que, tanto entre los que se presentan como víctimas de esas aberraciones, como
en muchos medios de comunicación, se han presentado.
Me parece que no son, estas
reacciones y este enfoque de lo que fue la reunión convocada por el Papa, ni
objetivas, ni fruto de un análisis serio de lo que allí se cumplió. Ojalá otras
instituciones y organismos tuvieran la humilde valentía con que la Iglesia, con
el santo Padre a la cabeza, ha reconocido y ha enfrentado el problema. Toda las
intervenciones del Pontífice están transidas, por una parte, del dolor y la
vergüenza que causa el constatar las miserias que se han dado en el seno de la
Iglesia; por otra, de la categórica
decisión de poner todos los medios necesarios para extirpar de cuajo ese
cáncer, maligno cual ninguno. Nadie que no tenga prevenciones contra la
Iglesia, de esas que obnubilan, podría
negar que sólo ella, como institución, ha
puesto el pecho y la cara a esta dolorosa realidad.
El Sumo Pontífice ha actuado
con las armas que la ley eclesiástica, el Derecho Canónico, pone en sus manos;
y lo ha hecho de modo contundente. Sin que le temblaran ni las manos ni la voz.
Ha suspendido “a divinis” a cardenales, obispos y sacerdotes convictos; ha
pedido que quien incurra en abuso sexual sea denunciado, no solamente ante sus
superiores religiosos, sino también ante la autoridad civil; ha dado orden, sin
ambages, de que en ésta más que en
cualquiera otra materia, la norma sea “cero
tolerancia” ; ha pedido que, dentro de sus atribuciones y posibilidades, la
Iglesia brinde protección de todo orden a las víctimas de los abusadores. Acaso, ¿qué
más querían? ¿Que ante cualquier acusación, sin fórmula de juicio y sin el
respeto a un proceso en búsqueda del esclarecimiento de los hechos,
se lanzara a las tinieblas exteriores a quien bien pudo ser víctima de
una calumnia? ¿O que el Papa construyera ergástulos en el Vaticano y allí
aherrojara a los culpables?
Hay que leer y analizar con
actitud de fe las orientaciones del santo Padre. La extraordinaria intervención
que en la reunión convocada por él tuvo el señor Cardenal Rubén Salazar, si
bien está dirigida explícita y concretamente a las responsabilidades de los
señores obispos, es, sin embargo, de
veras iluminadora para todos; es una diáfana y comprometedora resonancia de las
enseñanzas que ha venido dictando el santo Padre. Y un llamado a que todos los
que debemos guiar al pueblo de Dios reflexionemos en nuestra obligación de
trabajar con ahínco en la búsqueda de la santidad. Vale la pena leerla y
releerla. Tiene una espléndida conclusión en la cita que trae de un discurso
de san Juan Pablo II: “Tanto dolor y tanto disgusto deben llevar a
un sacerdocio más santo, a un episcopado más santo, a una Iglesia más santa”. Correo
del Autor: magarisaz@hotmail.com