Evangelio
para el domingo 17 de marzo 2019. « Llamó Jesús a Pedro, a Juan y a Santiago,
subió con ellos al monte a orar: mientras estaba orando, el aspecto de su
rostro se transformó, y su vestidura quedó blanca y deslumbrante. De pronto dos
personajes empezaron a hablar con él: eran Moisés y Elías, que aparecieron
rodeados de gloria y hablaban de la partida de Jesús de este mundo, que iba a
cumplirse en Jerusalén.” °°° Lucas 9, 28b-36.
Parodiando el Evangelio, aprendemos la
excelente enseñanza de vida propuesta por el Maestro de la redención: “Cristo
se hizo obediente hasta la muerte de cruz y por eso el Padre lo exaltó”. (cf.
Filipenses 2, 8-9). A la humillación del
bautismo, el Padre se hizo presente con la alabanza suprema: “Este es mi Hijo
muy amado, en quien me complazco”. (cf. Lucas 9,35).
La
transfiguración del Hijo de Dios, entendida como una teofanía; es una muestra
perfecta de la pedagogía de Dios para que podamos entender, la divinidad de
Cristo. No es fácil comprender el camino de la Cruz, como medio de sacrificio y
redención y a la vez vivir la experiencia de un Jesús mostrando su divinidad a
sus seguidores. Podría ser una paradoja, hablar de dos misterios que
aparentemente suenan como contradictorios: Agonía y transfiguración. Bautismo y
transfiguración. Es como el pensar filosófico, donde la tesis y la antítesis,
se funden y se transparentan. Transfigurarse es un motivo de esperanza y de
cambio. A pesar de que en muchas oportunidades Cristo muestra su divinidad, su
mesianidad, su poder, sus milagros, sus palabras de vida eterna. Es reconocido
por el soldado romano “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.” (Marcos
15,39).
El
cambio pertenece más al orden interno que externo. Verle el rostro a Dios,
encontrar el punto convergente de la voz del Señor; necesariamente debe
producirle un cambio profundo en el espíritu de un creyente. El ideal es
aprender a transfigurar la vida de cada uno de nosotros. Que puedan ver en
nosotros que hemos cambiado para mostrar la carga de nobleza y bondad que
existe en nuestro corazón. Es poder mostrar la parte tierna y delicada que imprimió
en cada uno de nosotros, aquel que nos creó. Es combinar: Dolor, sufrimiento,
trabajo y dedicación; con gloria y esperanza. La oración juega un papel fundamental:
Contemplamos a Dios y asumimos el camino de la conversión. El Papa Francisco
reflexionó en su Ángelus Regina Coeli: “Si antes de la Pasión no se nos hubiera
mostrado la transfiguración con la declaración por parte de Dios, ‘Este es mi
hijo amado’, la resurrección y el misterio pascual de Jesús no habría sido
fácilmente comprensible en toda su profundidad.” Cuida tu salud: “Hay muchos
que con su manera de proceder, se muestran enemigos de la cruz de Cristo.
(Filipenses 3, 18). Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué.