23
de marzo 2019. LA VENERACIÓN DE IMÁGENES EN LA IGLESIA CATÓLICA. ¿ES UNA
IDOLATRÍA?
La
Idolatría no es equivalente a construir imágenes. La idolatría no se refiere
sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe.
Los
católicos no adoramos imágenes, creemos en la Veneración de imágenes que es
algo completamente distinta. El capítulo 20 del libro del Éxodo nos muestra la
proclamación del Decálogo, la Alianza entre Dios y su pueblo. En ella
encontramos un mandamiento al cual le dan mucha importancia nuestros hermanos
no católicos. Ellos, al hacer la enumeración de los mandamientos, distribuyen
el texto de modo distinto a nosotros, para ellos hay un mandamiento específico
que es el que empieza con estas palabras:
“…No te
fabricarás ídolos, ni imagen alguna de lo que hay arriba, en el cielo, o abajo,
en la tierra, o en el agua, y debajo de la tierra”,
Normalmente,
en discusión sobre este tema, nos califican a los católicos de ser idólatras,
tomando como base que allí dice que no nos hagamos imágenes para el culto y que
cuando nosotros hacemos imágenes somos desobedientes a Dios y, por tanto, no
somos el pueblo escogido por Él.
Quisiera
que ellos tuvieran razón, quisiera que el problema de la idolatría fuera tan
simple como evitar el yeso, el plástico, la madera o el mármol. Si el problema
de las imágenes fuese una cosa tan sencilla ¡qué fácil sería la religión! Pero
el tema es mucho más complejo y lo es en dos sentidos:
1.-
El mismo Dios que dijo esto, luego mandó que se hicieran unas cuantas imágenes.
Al
mismo Moisés le dijo en el libro de los Números que hiciera una serpiente de
bronce. También le da instrucciones precisas para construir imágenes de
querubines (seres celestiales) para colocarlos en el arca de la alianza. Quien ordenó esto fue el mismo Dios que
inicialmente había dicho: “No te fabriques ídolos ni imagen alguna”, entonces
¿qué hacemos con esa aparente contradicción?
2.- El verdadero problema de las
imágenes no es el yeso, ni la madera, ni el mármol,
ni la piedra.
El
problema real es que nosotros nos quedemos sólo en la imagen, lo cual no se
resuelve suprimiendo los objetos, esto no suprime el problema que tiene el
corazón humano de quedarse con ídolos.
Este
tema es de la idolatría es mucho más amplio, más profundo, más complejo, porque
vivimos teniendo ídolos. De modo que un no católico que tal vez reniega de todo
tipo de imágenes, no por eso queda libre de todo tipo de ídolos. La idolatría no es equivalente a construir
imágenes.
¿Cómo debemos entender este
texto?
Debemos
entenderlo como una primera elaboración pedagógica que quiere conducir al
pueblo a la conciencia de que Dios siempre es más. A través de la legislación, Dios quiere conducir de la mano al pueblo
para que aprenda lo que significa vivir en la verdad y en alianza con Dios.
¿Cómo tenemos que cumplir el
mandamiento de las imágenes?
Teniendo
conciencia plena de que Dios es más que todo aquello que ahora podemos
contemplar, poseer, conocer y dominar. Dios es más que todo esto. Al contemplar
nuestras instituciones, construcciones académicas, preferencias litúrgicas,
estilos de evangelización, títulos adquiridos, seguridades temporales,
personajes admirados... es decir, ante cualquier realidad creada, debemos
repetirnos una y otra vez: ¡Dios es más!
¡Dios es el totalmente otro! ¡Dios es el que está siempre más allá! ¡Dios es el
completamente trascendente!
Ese
es el sentido profundo de este mandamiento, comprender y enraizarnos en esa
absoluta trascendencia de Dios por sobre todo lo que hoy vemos y conocemos, es
la manera de preservar nuestra fe en que ¡sólo Dios es Dios! Ese es el
verdadero sentido de esta formulación, y ahí nos damos cuenta que eso es más
intenso y más complejo que solo evitar yesos, maderas o plásticos.
Es
más intenso porque es un ejercicio continuo donde tengo que preguntarme una y
otra vez si la idea que tengo de Jesús
es el verdadero Jesús, o una imagen falsa que me estoy haciendo a mi medida
para satisfacer y justificar mi forma de vivir.
Es
por ello que tengo que volver continuamente a la Palabra para que cuestione,
agriete, derribe la imagen que tengo y me enseñe al verdadero Cristo, que es
siempre más. Porque Jesús, “Dios con nosotros”, supera todo lo que pueda
pensar:
Si
quiero quedarme con un Jesús filósofo o pensador, voy a los Evangelios y encuentro
una serie de textos y digo, no, me quedé corto, Cristo es más.
Tengo
la idea que Cristo es un revolucionario social, si lo es en un sentido, pero
voy a la Biblia, a los Evangelios y digo, no, Jesús es más que eso.
Miro
a Jesús, aquel que tiene poder para curar las enfermedades, veo en El al gran
taumaturgo, el gran obrador de milagros, pero voy ahí y digo: no, espérate, es
que en la Pasión no hizo ningún milagro. Jesús es, también, más que eso.
Este
mandamiento nos pone en un itinerario sin fin, nos pone en una purificación
continua, porque lo que entiendo de servir a Cristo, y de quién es Cristo, y
cómo quiere Dios que viva, continuamente lo tengo que estar revisando y
permitir que Dios derribe mis esquemas, tengo que redescubrir a Jesucristo.
¿Quién es Cristo?
Tal
vez tú creas que no tienes falsas imágenes de Cristo, también los discípulos
creían que ya lo conocían, pero ante cada experiencia tenían que volver a
replantearse lo que hasta ahora pensaban tener claro: creen que ya lo conocen,
pero de repente este hombre se levanta todavía adormilado en medio de la
tormenta y le manda al viento y al mar embravecido que se aquieten, así mueve
las bases de los discípulos y de nuevo ellos se preguntan: “¿y este quién es?”
Luego llega la transfiguración y de nuevo la cuestión: “¿y este quién es?” Para
que posteriormente, en el momento doloroso de la cruz se resquebrajen todas las
seguridades y vuelva a surgir: “¿y este quién es?”
Jesús
es el que siempre está por descubrir, por conocer, y lo más hermoso de nuestra
vida cristiana y especialmente de nuestra vida religiosa es eso, Jesús ¿Quién es Jesús?, es el que está siempre
por conocer.
San
Ignacio de Antioquia, obispo y mártir del circo Romano en el año 107, cuando
iba camino al martirio decía: “ahora empiezo a ser hombre, empiezo a ser
discípulo”, en ese momento antes de entregar su vida por Cristo, aún sentía que
estaba empezando.
Dichoso
el sacerdote, el religioso, la religiosa, dichoso todo cristiano que después de
20, 30 o 50 años, un día se queda mirando con admiración, con cierta
perplejidad el Evangelio y dice: “estoy empezando a conocer a mi Señor, estoy
empezando a conocer a mi Maestro”.
Dichoso aquel
que no se hace imágenes de Cristo creyendo que ya lo conoce a perfección, sino que
entiende que Cristo es más, que es aquel de quien siempre se puede aprender, al
cual nunca poseo totalmente, aquel que siempre es nuevo, siempre es actual,
siempre resplandece.
Ese es el
sentido místico profundo y bello de eso que parece tan elemental, “no te harás
imágenes, no te postres delante de ídolos”. Cristo siempre es más y tengo que
conocerlo una y otra vez. Cada cosa de mi vida me lleva a descubrirlo de otro
modo, como cada cosa de mi vida me lleva a conocerme un poco más.
A
veces en nuestra vida suceden pecados escandalosos y vergonzosos que hacen que
uno diga ¿cómo fui capaz de hacer eso? Ya aprendiste otra cosa de ti,
aprendiste que era posible que pasara, pero al mismo tiempo mi pecado sirve de
ocasión para que redescubra el perdón y el poder transformante de Dios,
percibiendo de un modo nuevo quién es Dios.
Cada
pecado perdonado, cada alabanza bien hecha, cada acción de gracias de corazón,
me lleva a descubrir quién es Dios. Ser creyente es estar descubriendo una y
otra vez quién es Aquel que ha transformado mi vida. Fuente: Fray Nelson
Medina. Catholic Net.
¿QUÉ
DICE EL CONCILIO Y LA IGLESIA, SOBRE LAS IMÁGENES?
El
Concilio de Nicea reunido en el año 325 afirmó lo siguiente: “Siguiendo la
enseñanza divinamente inspirada de nuestros santos Padres y la tradición de la
Iglesia católica (pues reconocemos ser del Espíritu Santo que habita en ella),
definimos con toda exactitud y cuidado que las venerables y santas imágenes,
como también la imagen de la preciosa y vivificante cruz, tanto las pintadas
como las de mosaico u otra materia conveniente, se expongan en las santas
iglesias de Dios, en los vasos sagrados y ornamentos, en las paredes y en
cuadros, en las casas y en los caminos: tanto las imágenes de nuestro Señor
Dios y Salvador Jesucristo, como las de nuestra Señora inmaculada, la santa
Madre de Dios, de los santos ángeles y de todos los santos y justos”.
Si bien la fe no
depende de nuestra visión, tampoco debemos despreciar las imágenes. De hecho, el
mismo cuerpo de Jesús presente en este mundo era una imagen para sus
discípulos; como dice el Catecismo: “la Iglesia siempre ha admitido que, en el
cuerpo de Jesús, Dios que era invisible en su naturaleza se hace visible”3. Y
también: “lo que había de visible en su vida terrena conduce al misterio
invisible de su filiación divina y de su misión redentora”4.
Las
imágenes de santos y otras cosas sagradas, cumplen una función muy importante
en la vida de la Iglesia. No nos dan la
fe, pero a través de ellas permiten a nuestra naturaleza, que es a la vez
corporal y espiritual, remontarse a Dios de modo connatural.
La Iglesia ha
condenado siempre la adoración de las imágenes. Así, por ejemplo, en el segundo
concilio de Nicea (año 787), hablando de la adoración de las
imágenes, dice que “no está de acuerdo con nuestra fe, que propiamente da
adoración a la naturaleza divina, aun cuando haya gestos que tengan apariencia
de adoración, como aquéllos con los que se honra la figura de la vivificante
cruz o los libros santos de los evangelios así como otros objetos sagrados”.
El catecismo del
Concilio de Trento (año 1566) enseñó que se comete idolatría “adorando ídolos e
imágenes como si fueran Dios, o creyendo que ellos poseen alguna divinidad o
virtudes que les dé derecho a recibir nuestra adoración, a elevarle nuestras oraciones
o a poner nuestra confianza en ellos”. Y el Catecismo de la Iglesia Católica
explica que “la Escritura constantemente nos recuerda que hay que rechazar los
ídolos de plata y oro, la obra de manos de los hombres. Ellos tienen boca pero
no hablan, ojos pero no ven. Estos ídolos vacíos hacen vacíos a sus adoradores,
aquéllos que los hacen son como ellos, así como todos los que confían en ellos
(Sal 115,4-5, 8)”5. Fuente: Padre, Miguel Ángel. Catholic. Net.
¿QUÉ
ENSEÑANZA NOS REGALA
EL
CATECISMO DE LA IGLESICA CATÓLICA?
No
superstición, no idolatría, no adoración y magia
“No habrá para
ti otros dioses delante de mí”
2110
El primer mandamiento prohíbe honrar a
dioses distintos del Único Señor que se ha revelado a su pueblo. Proscribe
la superstición y la irreligión. La superstición representa en cierta manera una perversión, por exceso, de la religión.
La irreligión es un vicio opuesto por defecto a la virtud de la religión.
La superstición
2111
La superstición es la desviación del sentimiento religioso y de las prácticas
que impone. Puede afectar también al culto que damos al verdadero Dios, por
ejemplo, cuando se atribuye una importancia, de algún modo, mágica a ciertas
prácticas, por otra parte, legítimas o necesarias. Atribuir su eficacia a la
sola materialidad de las oraciones o de los signos sacramentales, prescindiendo
de las disposiciones interiores que exigen, es caer en la superstición (cf Mateo
23, 16-22).
La idolatría
2112
El primer mandamiento condena el politeísmo. Exige al hombre no creer en otros
dioses que el Dios verdadero. Y no
venerar otras divinidades que al único Dios. La Escritura recuerda
constantemente este rechazo de los “ídolos [...] oro y plata, obra de las manos
de los hombres”, que “tienen boca y no hablan, ojos y no ven”. Estos ídolos
vanos hacen vano al que les da culto: “Como ellos serán los que los hacen,
cuantos en ellos ponen su confianza” (Sal 115, 4-5.8; cf. Is 44, 9-20; Jr 10,
1-16; Dn 14, 1-30; Ba 6; Sb 13, 1-15,19). Dios, por el contrario, es el “Dios
vivo” (Jos 3, 10; Sal 42, 3, etc.), que da vida e interviene en la historia.
2113
La idolatría no se refiere sólo a los
cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste
en divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre
honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de dioses o de
demonios (por ejemplo, el satanismo), de poder, de placer, de la raza, de los
antepasados, del Estado, del dinero, etc. “No podéis servir a Dios y al
dinero”, dice Jesús (Mateo 6, 24). Numerosos mártires han muerto por no adorar
a “la Bestia” (cf Apocalipsis 13-14), negándose incluso a simular su culto. La idolatría rechaza el único Señorío de
Dios; es, por tanto, incompatible con la comunión divina (cf. Gálatas 5,
20; Efesios 5, 5).
2114
La vida humana se unifica en la adoración del Dios Único. El mandamiento de
adorar al único Señor da unidad al hombre y lo salva de una dispersión
infinita. La idolatría es una perversión del sentido religioso innato en el
hombre. El idólatra es el que “aplica a
cualquier cosa, en lugar de a Dios, la indestructible noción de Dios”
(Orígenes, Contra Celsum, 2, 40).
Adivinación y magia
2115
Dios puede revelar el porvenir a sus profetas o a otros santos. Sin embargo, la
actitud cristiana justa consiste en entregarse con confianza en las manos de la
providencia en lo que se refiere al futuro y en abandonar toda curiosidad
malsana al respecto. Sin embargo, la imprevisión puede constituir una falta de
responsabilidad.
2116
Todas las formas de adivinación deben
rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los
muertos, y otras prácticas que equivocadamente se supone “desvelan” el porvenir
(cf Deuteronomio 18, 10; Jeremías 29, 8). La consulta de horóscopos, la
astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los
fenómenos de visión, el recurso a “mediums” encierran una voluntad de poder
sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo
de granjearse la protección de poderes ocultos. Están en contradicción con el
honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios.
2117
Todas las prácticas de magia o de
hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para
ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo —aunque
sea para procurar la salud—, son gravemente contrarias a la virtud de la
religión. Estas prácticas son más condenables aun cuando van acompañadas de una
intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos es también reprensible. El
espiritismo implica con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso
la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él. El recurso a las
medicinas llamadas tradicionales no legítima ni la invocación de las potencias
malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo.
2132
El culto cristiano de las imágenes no es
contrario al primer mandamiento que proscribe los ídolos. En efecto, “el
honor dado a una imagen se remonta al modelo original” (San Basilio Magno,
Liber de Spiritu Sancto, 18, 45), “el que venera una imagen, venera al que en
ella está representado” (Concilio de Nicea II: DS 601; cf Concilio de Trento:
DS 1821-1825; Concilio Vaticano II: SC 125; LG 67). El honor tributado a las
imágenes sagradas es una “veneración respetuosa”, no una adoración, que sólo
corresponde a Dios:
¿Qué
es Iconoclasta?
Un
iconoclasta, en su sentido original, es una persona que se opone al culto de
imágenes sagradas. De allí que, etimológicamente, la palabra, proveniente
del griego εἰκονοκλάστης
(eikonoklástes), signifique ‘rompedor de imágenes’.
El
primer momento en que se registra una querella iconoclasta en la historia data
del siglo VIII, en el Imperio bizantino, cuando, por resolución del emperador
León III el Isáurico, se prohibió el
culto de las imágenes religiosas de Jesucristo, la Virgen María y otros
santos católicos. La crisis que esto provocó fue tal, que los iconoclastas
declararon una suerte de estado de guerra contra las imágenes cristianas, y
perseguían a quienes las veneraban, los llamados iconódulos. La prohibición, no
obstante, se levantó en el concilio ecuménico de Nicea, en 787.
Otra
etapa particularmente significativa de la iconoclasia fue la que se vivió durante
el proceso de la conquista en América, donde las imágenes que adoraban los
aborígenes americanos fueron destruidas para ser remplazadas por las impuestas
por la religión católica, y los aborígenes obligados a convertirse al
cristianismo.
Hoy en día, por
su parte, se reconoce como iconoclasta a aquel individuo que rechaza las normas
y las tradiciones, que va a contracorriente de las convenciones sociales y de
los modelos estatuidos. En este sentido, el iconoclasta es una persona que
reacciona críticamente a su realidad, de actitud controversial y
revolucionaria.
Las
vanguardias artísticas de comienzos del siglo XX, por ejemplo, fueron
movimientos iconoclastas en el sentido de que enfrentaron críticamente el canon
artístico que los precedía y procuraron una profunda transformación, a nivel de
formas y procedimientos, en las prácticas del arte. Fuente: “Iconoclasta” en: Significados.
Com
¿QUÉ
DICE LA IGLESIA CATÓLICA
SOBRE
LA ICONOCLASIA?
Después de la tormenta de los siglos
octavo y noveno (ICONOCLASIA), la Iglesia en todo el mundo se calmó nuevamente
en la segura posesión de sus imágenes. Desde su triunfante retorno en la Fiesta
de la Ortodoxia en 842, su posición no ha sido nuevamente cuestionada por
ninguna de las viejas Iglesias. Solamente ahora la situación ha sido definida
más claramente. El Séptimo Concilio
General (Nicea II, 787) ha sentado los principios, establecido las bases
teológicas y restringido los abusos de la veneración de imágenes. Este
concilio fue aceptado por la gran Iglesia de los cuatro patriarcados como igual
a los otros seis. Sin aceptar sus decretos nadie puede ser un miembro de esa
iglesia, nadie puede hoy ser Católico u Ortodoxo. Las imágenes y su culto se
han convertido en una parte integral de la Fe. La Iconoclasia fue entonces definitivamente una herejía condenada por
la Iglesia tanto como el Arrianismo o el Nestorianismo. La situación no fue
cambiada por el Gran Cisma de los siglos noveno y undécimo, Ambos bandos
todavía mantienen los mismos principios en esta materia; ambos reverencian
igualmente como un sínodo ecuménico el último en el cual ellos se encontraron
al unísono antes de la calamidad final. Los ortodoxos aprobaron todo lo que
dijeron los Católicos sobre el principio
de venerar imágenes. Lo mismo hicieron las viejas Iglesias Orientales
Cismáticas. Aunque ellas se apartaron mucho antes que la Iconoclasia y Nicea II
tomaron como propios los principios que mantenemos – lo que es suficiente
evidencia de que tales principios no eran nuevos en 787. Los Nestorianos, Armenios,
Jacobitas, Coptos y Abisinios llenan sus iglesias con íconos santos, se
inclinan ante ellos, los incensan, los besan, lo mismo que los Ortodoxos.
Tanto
en Oriente como en Occidente la reverencia que se le presta a las imágenes ha
cristalizado en ritual formal. En el
Rito Latino el sacerdote tiene la obligación de inclinarse ante la cruz en
la sacristía antes de abandonarla para decir la Misa ("Ritus
servandus" en el Missal, II, 1); Se inclina profundamente de nuevo “ante
el altar o la imagen del crucifijo ubicado sobre él” cuando comienza la Misa
(ibid., II, 2); comienza por incensar el altar incensando el crucifijo que está
sobre él (IV, 4), y se inclina ante él cada vez que pasa (ibid); también ofrece
incienso a cualquier reliquia o imagen de santo que pueda haber sobre el altar
(ibid). Del mismo modo muchas obligaciones parecidas que existen como regla
muestran que siempre se brinda una reverencia a la cruz o a imágenes de santos
cada vez que nos aproximamos a ellos. Fuente: Fortescue, Adrian. "Veneration of Images."
The Catholic Encyclopedia.Vol.7.NewYork:RobertAppletonCompany,1910.<http://www.newadvent.org/cathen/07664a.htm>.
Traducido
por Luis Alberto Alvarez Bianchi