6 de mayo 2019. La marcha por la vida y la ley de Dios. Autor: Padre,
Mario García Isaza. Formador. Seminario mayor, Ibagué (en Colombia). Se
cumplió, el sábado cuatro de mayo, la Marcha por la vida. Y tanto en Bogotá
como en todas las grandes ciudades de Colombia, fue masiva la participación; y
lo mismo aconteció en muchísimas de las ciudades intermedias y de los pueblos.
Y fue alegre, fue valiente, fue paladino y sin ambigüedades el mensaje que en
esa macha transmitían las voces, las pancartas, los lemas cantados, las consignas:
no a la muerte, sí a la vida. No al asesinato de los no nacidos, no al crimen
de la eutanasia, no a la manipulacíon de la vida, no a los legisladores y
gobiernos que pretenden arrogarse el poder de disponer de la vida de un ser
humano.
Nuestros Pastores, en comunicado de la Conferencia Episcopal, en el que
se invitaba a participar en la marcha, nos habían dicho : “ Conviene que nos
pongamos en la tarea de defender la vida, lo cual implica: acogerla, recibirla
como don sagrado, ofrecerle todas las oportunidades para que crezca dignamente,
asumirla personalmente con responsabilidad…Los obispos católicos de Colombia
animamos a promover acciones en defensa de la vida y a asumir el compromiso
comunitario frente a situaciones y legislaciones que desconocen el derecho a la
vida o atentan contra ella”
Tras la marcha del sábado, se impone una primera observación: los
grandes medios escritos de comunicación, ni siquiera consignaron ese
hecho social; ni en El Tiempo, ni el El Espectador, ni en Semana, hubo
siquiera, en la edición de hoy domingo, un renglón para dar cuenta de esa manifestación del sentimiento y la
opinión de muchísimos miles de colombianos. Eso, para ellos, los directores de
los grandes medios, no es noticia; no les interesa; no tiene la más mínima
relevancia. Si un puñado de forajidos o de desadaptados hace manifestación, y
perturba el orden público, y atenta contra los bienes comunes, y mancilla los
más sagrados símbolos de nuestra cultura e incurre en las más procaces formas
de irrespeto a la legítima autoridad; o si un puñado de homosexuales realiza
una “besatón” (¡qué grotesco atentado contra el buen decir!) para protestar por
lo que consideran un atropello, ¡ah!,
entonces se les dedican páginas enteras. Pero una acción como la del sábado,
masiva, respetuosa, expresiva de auténticos valores humanos y cristianos,
cumplida en defensa de los más entrañables y auténticos valores, eso no merece
una apostilla…Es algo que desnuda la proterva mentalidad que orienta esos
órganos de comunicación.
En el pasaje del libro de los Hechos de los Apóstoles que hemos leído en
la celebración litúrgica de hoy, encontramos : “ Obedire oportet Deo magis quam
homínibus” (Act. 5,29) Hay que obedecer a Dios, antes que a los
hombres. Encierra, esta frase bíblica, un principio ético absoluto; un
principio cuya negación o desconocimiento es la verdadera causa del
desconcierto moral y del vórtice de descomposición social en que el mundo se
hunde. Existe una ley de Dios, que el ser racional no puede soslayar, so pena
de perder su rumbo; se trata de la ley positiva, consignada en los mandamientos
y en la revelación, y de la ley natural, inscrita en la naturaleza misma, en el
corazón y en la mente del ser humano. Nos dice el Vaticano II : ”La
norma suprema de la vida humana es la propia ley divina, eterna, objetiva y
universal, por la que Dios dirige el mundo universo y los caminos de la comunidad
humana según el designio de su sabiduría y de su amor” (Dignitatis
humanae, 3) “ En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia
de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer” (Gaudium
et spes, 16) El Catecismo nos enseña que
“
la ley natural expresa el sentido moral original que permite al hombre
discernir, mediante la razón, lo que son el bien y el mal, la verdad y la
mentira…muestra al hombre el camino que debe seguir para alcanzar su
fin…contiene los preceptos primeros y esenciales que rigen la vida moral…La ley
natural, presente en el corazón de todo hombre y establecida por la razón, es
universal en sus preceptos y su autoridad se extiende a todos los hombres…es
inmutable y permanente a través de las variaciones de la historia…proporciona
los fundamentos sólidos sobre los que el hombre puede construir el edificio de
las normas morales que guían sus decisiones…” (CEC, 1954 a 1960)
“El
ejercicio de la libertad, afirma San Juan Pablo II, implica
la referencia a una ley moral natural, de carácter universal, que precede y
aúna todos los derechos y deberes” (Veritatis splendor, 50) Ni siquiera la ceguera y la maldad humana
pueden destruir la ley divina natural. Dice San Agustín, en el sublime libro de
las Confesiones: “ lex scripta in cordibus hominum, quam ne ipsa quidem delet iniquitas”
(Cfr. Compendio de la Doctrina Social, Conferencia Episcopal de Colombia, 142)
A la luz de esta incuestionable doctrina, las decisiones de
instituciones legislativas o judiciales, cualquiera sea su naturaleza, -
llámense Cortes, o Congreso, o tribunales de cualquier nivel-, que van en contravía de la ley natural son
por naturaleza írritas; jamás podrán hacer que un homicidio – y lo son el
aborto y la eutanasia – por el hecho de ser “legales” dejen de ser crímenes
abominables. Anda descaminado quien identifica lo legal con lo bueno. Y, porque
“hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres”, ninguna autoridad humana puede obligar a una persona, o a una
institución, a cometer un asesinato. Y resulta aberrante toda pretensión de
establecer como un “derecho” el disponer de la vida de otro ser humano.
Plegue a Dios que todos nosotros seamos capaces, con nuestro testimonio,
nuestras palabras y nuestras acciones, vivir en una permanente “marcha por la
vida”.