21
de mayo 2019. En la catequesis impartida en la audiencia general del miércoles
de Ceniza que marca el inicio del tiempo litúrgico de la Cuaresma, el papa
Francisco reflexionó sobre el pasaje del Levítico que habla de la antigua
institución del jubileo. Su fin era, según el Santo Padre, crear «una sociedad
basada en la igualdad y la solidaridad, donde la libertad, la tierra y el
dinero se convirtieran en un bien para todos y no solo para algunos». También
hizo referencia a las leyes del diezmo, las primicia y contra la usura.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días y buen camino de cuaresma!
Hoy nos detenemos sobre la antigua
institución del «Jubileo», testificada en la Sagrada Escritura. Lo encontramos
particularmente en el Libro del Levítico, que lo presenta como un momento
culminante de la vida religiosa y social del pueblo de Israel.
Cada
50 años, «en el día de la Expiación» (Levítico 25,9), cuando la misericordia
del Señor venia invocada sobre todo el pueblo, el sonido del cuerno anunciaba
un gran evento de liberación. De hecho, leemos en el Libro del Levítico: «Así
santificarán el quincuagésimo año, y proclamarán una liberación para todos los
habitantes del país. Este será para ustedes un jubileo: casa uno recobrará su
propiedad y regresará a su familia [...] En este año jubilar cada uno de
ustedes regresará a su propiedad» (Levítico 25, 10.13). Según estas
disposiciones, si alguno había sido
obligado a vender su tierra o su casa, en el jubileo podía retomar la posesión;
y si alguno había contraído deudas y, no podía pagarlas, hubiese sido obligado
a ponerse al servicio del acreedor, podía regresar libre a su familia y
recuperar todas sus propiedades.
Era una especie
de «indulto general»,
con el cual se permitía a todos de regresar a la situación originaria, con la
cancelación de todas las deudas, la restitución de la tierra, y la posibilidad
de gozar de nuevo de la libertad propia de los miembros del pueblo de Dios. Un
pueblo «santo», donde las prescripciones como aquella del jubileo servían para
combatir la pobreza y la desigualdad, garantizando una vida digna para todos y
una justa distribución de la tierra sobre la cual habitar y de la cual tomar el
nutrimiento. La idea central es que la
tierra pertenece originalmente a Dios y ha sido confiada a los hombres
(Cfr. Génesis 1,28-29), y por eso
ninguno puede atribuirse la posesión exclusiva, creando situaciones de
desigualdad.
Con
el jubileo, quien se había convertido en
pobre regresaba a tener lo necesario para vivir, y quien se había hecho
rico restituía al pobre lo que le había quitado. El fin era una sociedad basada
en la igualdad y la solidaridad, donde la libertad, la tierra y el dinero se
convirtieran en un bien para todos y no solo para algunos. De hecho, el jubileo
tenía la función de ayudar al pueblo a vivir una fraternidad concreta, hecha de
ayuda recíproca. Podemos decir que el jubileo bíblico era un «jubileo de
misericordia», porque era vivido en la búsqueda sincera del bien del hermano
necesitado.
Diezmo
En
la misma línea, también otras
instituciones y otras leyes gobernaban la vida del pueblo de Dios, para que se
pudiera experimentar la misericordia del Señor a través de aquella de los
hombres. En esas normas encontramos indicaciones validas también hoy, que
nos hacen reflexionar. Por ejemplo, la ley bíblica prescribía el pago del
«diezmo» que venía destinado a los Levitas, encargados del culto, los cuales no
tenían tierra, y a los pobres, los huérfanos, las viudas (Cfr. Deuteronomio
14,22-29). Se preveía que la décima parte de la cosecha, o de lo proveniente de
otras actividades, fuera dada a aquellos que estaban sin protección y en estado
de necesidad, así favoreciendo condiciones de relativa igualdad dentro de un
pueblo en el cual todos deberían comportarse como hermanos.
Estaba también
la ley concerniente a las «primicias», es decir, la primera parte de la
cosecha, la parte más preciosa, que debía ser compartida con los Levitas y los
extranjeros
(Cfr. Deuteronomio 18, 4-5; 26,1-11), que no poseían campos, así que también
para ellos la tierra fuera fuente de nutrimiento y de vida. «La tierra es mía,
y ustedes son para mí como extranjeros y huéspedes (Lev 25,23). Somos todos
huéspedes del Señor, en espera de la patria celeste (Cfr. Hebreos 11,13-16; 1
Pe 2,11)», llamados a hacer habitable y humano el mundo que nos acoge. ¡Y
cuantas «primicias» quien es afortunado podría donar a quien está en
dificultad! Primicias no solo de los frutos de los campos, sino de todo otro
producto del trabajo, de los sueldos, de los ahorros, de tantas cosas que se
poseen y que a veces se desperdician.
Y
justamente pensando en esto, la Sagrada
Escritura exhorta con insistencia a responder generosamente a los pedidos de
préstamos, sin hacer cálculos mezquinos y sin pretender intereses imposibles:
«Si tu hermano se queda en la miseria y no tiene con qué pagarte, tú lo
sostendrás como si fuera un extranjero o un huésped, y él vivirá junto a ti.
No le exijas ninguna clase de interés: teme a tu Dios y déjalo vivir junto a ti
como un hermano. No le prestes dinero a interés, ni le des comidas para sacar
provecho» (Levítico 25,35-37). Esta enseñanza es siempre actual. ¡Cuántas situaciones de usura estamos
obligados a ver y cuánto sufrimiento y angustia llevan a las familias! Es
un grave pecado que grita en la presencia de Dios. El Señor en cambio ha
prometido su bendición a quien abre la mano para dar con generosidad (Cfr.
Deuteronomio 15,10).
Queridos
hermanos y hermanas, el mensaje bíblico es muy claro: abrirse con valentía al
compartir. Entre conciudadanos, entre familias, entre pueblos, entre
continentes. Contribuir en realizar una tierra sin pobres quiere decir
construir una sociedad sin discriminación, basada en la solidaridad que lleva a
compartir cuanto se posee, en una distribución de los recursos fundada en la
fraternidad y en la justicia. (Audiencia Papa Francisco 10 de febrero 2016)
EN
QUÉ CONSISTE EL DIEZMO
Fray
Nelson Medina
La
idea con el diezmo es muy sencilla: todos hemos de colaborar para que el culto,
los ministros y las obras de la Iglesia sean económicamente posibles. En la
Biblia esto se expresa de varios modos: dar la décima parte de todo (como en
Génesis 14,20); ofrecer las primicias, los primeros frutos, de la cosecha
(Éxodo 23,19; Levítico 2,12 y sobre todo, 27,30) y del ganado (Levítico 27,32).
Según este modo de pensar, también un décimo de la población ha de ser ofrecido
al servicio de Dios; tal es el sentido
de la tribú de Leví, la tribu sacerdotal (Números 18,24). Los levitas no deben
considerarse dueños de lo que reciben sino que también ha de parendar a diezmar
de los diezmos (Números 18,26).
Ese
diezmo de los productos del campo no implica la destrucción física de lo que se
ofrece sino, según el ideal del Deuteronomio, ha de servir como de catequesis,
como de escuela de lo que significa alegrarse en Dios y con Dios. Un pasaje muy
significativo es Deuteronomio 12,17-19: "No te es permitido comer dentro
de tus ciudades el diezmo de tu grano, de tu mosto, o de tu aceite, ni de los
primogénitos de tus vacas o de tus ovejas, ni ninguna de las ofrendas votivas
que prometas, ni tus ofrendas voluntarias, ni la ofrenda alzada de tu mano,
sino que lo comerás en presencia del SEÑOR tu Dios en el lugar que el SEÑOR tu
Dios escoja, tú, tu hijo y tu hija, tu siervo y tu sierva, y el levita que vive
dentro de tus puertas; y te alegrarás en presencia del SEÑOR tu Dios de toda la
obra de tus manos. Cuídate de no desamparar al levita mientras vivas en tu
tierra."
El
levita aparece así como ministro de la unidad, y del gozo en el Señor--algo en
lo que uno no suele reflexionar. Leamos Deuteronomio 18,1-7: "Los
sacerdotes levitas, toda la tribu de Leví, no tendrán porción ni heredad con el
resto de Israel; comerán de las ofrendas encendidas al SEÑOR y de su porción. Y
no tendrán heredad entre sus hermanos; el SEÑOR es su heredad, como les ha
prometido. Y este será el derecho de los sacerdotes de parte del pueblo, de los
que ofrecen como sacrificio buey u oveja: darán para el sacerdote la
espaldilla, las quijadas y el cuajar. Le darás las primicias de tu grano, de tu
mosto, de tu aceite y del primer esquileo de tus ovejas. Porque el SEÑOR tu
Dios le ha escogido a él y a sus hijos de entre todas tus tribus, para que esté
allí y sirva en el nombre del SEÑOR, para siempre. Y si un levita sale de
alguna de tus ciudades, de cualquier parte de Israel en que resida, y llega con
todo el deseo de su alma al lugar que el SEÑOR escoja, él ministrará en el
nombre del SEÑOR su Dios, como todos sus hermanos levitas que están allí delante
del SEÑOR."
Señal
de corrupción, en cambio, es cuando los que debían representar a Dios se
adueñan de las ofrendas. Samuel, el profeta, advierte al pueblo que una vez que
tengan un rey, el rey pensará sólo en sus intereses, de manera que cobrará un diezmo
inicuo: "Entonces Samuel habló todas las palabras del SEÑOR al pueblo que
le había pedido rey. Y dijo: Así será el proceder del rey que reinará sobre
vosotros: tomará a vuestros hijos, los pondrá a su servicio en sus carros y
entre su gente de a caballo, y correrán delante de sus carros. De vuestro grano
y de vuestras viñas tomará el diezmo, para darlo a sus oficiales y a sus
siervos. Tomará también vuestros siervos y vuestras siervas, vuestros mejores
jóvenes y vuestros asnos, y los usará para su servicio. De vuestros rebaños
tomará el diezmo, y vosotros mismos vendréis a ser sus siervos" (1 Samuel
8,1011.15-17).
Sin
embargo de ese riesgo, el principio fundamental permanece válido en el Nuevo
Testamento. Pablo, ya bien convertido, hace una gran colecta para llevar
ofrendas al templo de Jerusalén (Hechos 24,17-18). Este mismo apóstol sugiere
que haya una colecta organizada de antemano, de modo que no haya que hacerla
precipitadamenete cuando él llegue: "Que el primer día de la semana, cada
uno de vosotros aparte y guarde según haya prosperado, para que cuando yo vaya
no se recojan entonces ofrendas" (1 Corintios 16,2). Y también en esa
carta dice: "¿No sabéis que los que desempeñan los servicios sagrados
comen la comida del templo, y los que regularmente sirven al altar, del altar
reciben su parte? Así también ordenó el Señor que los que proclaman el
evangelio, vivan del evangelio." ( 1Corintios 9,13-14).
Jesús
por su parte nos hace ver una cosa muy importante, al poner como ejemplo de
generosidad a una viuda pobre (Lucas 21,1-4): más que la cantidad, importa la
actitud de corazón que acompaña a esa cantidad. No es lo mismo dar mucho
mientras uno se siente bien seguro en lo que se está guardando que dar
numéricamente poco pero con un acto de abandono en Dios, hasta el punto de
perder la seguridad para un mañana. Ese "darlo todo," ese confiarse
en Dios y entregarse a él y a su servicio es la imagen perfecta del sacrificio,
es la máxima ofrenda, la que nos hace entrar más de lleno en el acto de amor de
Cristo en la Cruz. Porque hay que saber que, de fondo, Cristo en la Cruz pagó
el diezmo por todos nosotros, porque él el la Primicia (1 Corintios 15,20.23),
él es el Primogénito (Romanos 8,29; Colosenses 1,15; Apocalipsis 1,5), y en él
nosotros somos también "primicias" (Santiago 1,18; Apocalipsis 14,4)
de la Gran Cosecha, o sea la Humanidad Resucitada, restaurada a imagen del
querer de Dios.
Pero
toda esta reflexión espiritual no debe hacernos perder de vista que en esto del
diezmo hay una motivación muy concreta, casi "material" : hay que
apoyar a los que predican al Evangelio y hay que colaborar para el culto y las
obras de misericordia que hace el Papa y que se hacen en la Iglesia. Por eso
hay que dar algunas indicaciones prácticas, sabiendo que el detalle de las
disposiciones cambia de lugar a lugar según las distintas Conferencias
Episcopales.
Algo
que debe quedar claro es que todos debemos apoyar a nuestras iglesias locales,
y esto quiere decir en primer lugar la parroquia, aunque hay excepciones cuando
por ejemplo un colegio o comunidad se convierte en realidad en la fuente de
vida sacramental de muchas familias. En países como Colombia se ha sugerido que
el diezmo anual sea un día de salario para la parroquia; dado de una sola vez,
o en distintos momentos. Esa ofrenda que se hace así, con un porcentaje
definido es lo que hoy se suele llamar diezmo, y que ya no corresponde
normalmente al diez por ciento, aunque hay personas que con libertad de corazón
pueden dar y dan todo eso. Incluso conocí el caso de un predicador que un
cierto año empezó dando él mismo el diez por ciento, y al año siguiente, dio el
11, luego el 12, luego el 13, y su testimonio es: "¡Cada vez el Señor
bendice más mi vida y a mi familia!"
Cualquier
otro aporte es una ofrenda, y bajo ese título entran muchas cosas. Si uno está
recibiendo bendición en un grupo de oración, debe apoyar con recursos
proporcionados y generosos a ese grupo. Lo mismo vale para los praesidia de la
Legión de María, las comunidades del Camino Neocatecumenal, y cualquier otro
servicio de evangelización u obra de misericordia.