6 de mayo 2019. Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid
- En la tradición y en la fe sencilla
del Pueblo de Dios este mes es de María, el mes que, con especiales signos de
afecto, se honra a la Madre del Señor. En el hemisferio norte, corresponde al
tiempo de la primavera, el momento en el cual la naturaleza despierta y muestra
lo mejor de su belleza, las flores que animan y alegran con su color los campos
y los jardines. Ello llevó al pueblo de Dios a venerar con la belleza de las
flores a la Santísima Virgen María. De la evangelización española hemos
recibido esta profunda devoción a la Madre de Dios que cooperó en la salvación
del mundo. En este mes de mayo los cristianos van a visitar a la Virgen Santa
cargados de flores y de oraciones llenas de piedad.
En el gozo del tiempo de la Pascua, contemplamos gozosamente
la victoria de Jesús sobre el pecado y sobre la muerte; además, este mes nos
ofrece el modelo de gloriosos testigos de la fe. Lo abre San José, Obrero -el
carpintero de Nazareth- y Señor de su casa, modelo de dedicación y de
laboriosidad unidas a la oración.
El hombre justo y
piadoso que cumple con la voluntad de Dios, cooperando en todo al plan de
Dios para salvar al hombre. Luego la mirada se dirige a la Cruz, trono de la
vida y de la paz en el que Cristo nos enseña a vivir en clave de entrega y
sacrificio, la Cruz que es el trono victorioso de Cristo y que ponemos como
signo de fe en nuestros campos y en nuestras casas.
El 13 de mayo veneramos a Nuestra Señora en Fátima, allí se
nos propondrá la voz de María llamándonos a la penitencia, a la conversión y a
la búsqueda de la paz. Luego un gran olvidado: San Isidro, campesino y santo
que hizo de su simple vida un llamado a la humildad y a la bondad y cuya
devoción permanece en nuestra comunidad como ejemplo de trabajo y confianza en
Dios.
Más adelante se suceden momentos hondamente espirituales:
María Auxiliadora de los Cristianos nos motivará a prepararnos para vivir, bajo
su protección, nuestro camino de Bautizados y Enviados. Como hijos piadosos
confiaremos a Ella, la protectora y auxiliadora de los cristianos nuestros
dolores y esperanzas.
Celebrar en la vida la vida misma es ahora nuestro reto. María, modelo de santidad y de fidelidad,
nos alienta a perfeccionar nuestra fe, a crecer en la caridad, a amar con
amor verdadero al Dios de la vida y al prójimo que nos interpela constantemente
y nos llama a algo más que la solidaridad: a la fraternidad iluminada por la
gracia de Dios que todo lo eleva y santifica. Es un tiempo para retornar al
rosario en familia, para orar con devoción a la Virgen Santa, contemplando los
misterios del Evangelio.
También en mayo se nos propone pensar en la santificación
del trabajo humano y en el vivir el hondo significado de fechas entrañables
como el día de las Madres, celosas custodias de la fe y de la vida en los
hogares. También recordaremos que nuestros Maestros han de ser no solo
informadores: son modeladores de los valores que quedarán grabados en la medida
en que estén respaldados por una vida coherente y fiel.
Nuestra Iglesia diocesana tiene un particular amor a la
Santísima Virgen María, Madre del Salvador y Redentor, a ella miremos con fe y
devoción en estos días, retornando al Santo Rosario, que en cada uno de
nuestros santuarios diocesanos, lugares de amor a la Virgen Santísima, los
primeros el de Nuestra Señora de Chiquinquirá, en Cúcuta y el de Nuestra Señora
de Lourdes en Lourdes, además de todas las parroquias y familias se levante al
unísono el saludo del Santo Rosario a la llena de gracia.
“Salve, Mayo florido”, cantábamos en otro tiempo, poniendo
en cada día una flor de ternura y de confianza a los pies de María.
Qué bueno fuera que el volver la mirada a estos días de
gracia, Dios nos conceda la dicha de amarlo más, de encontrarlo en la grandeza
de sus signos de misericordia y de bendición, para que nuestro trabajo, nuestra
vida, nuestros afectos más trascendentales, nuestra experiencia de fe y
nuestras esperanzas, se iluminen con la maternal protección de la Virgen Fiel y
traigan paz y esperanza a esta Iglesia que sigue su camino acogiendo,
enseñando, santificando, haciendo presente el Reino del Señor Resucitado. +
Víctor Manuel Ochoa Cadavid. Obispo de la Diócesis de Cúcuta. Fuente:
Conferencia Episcopal de Colombia.