1 de septiembre 2018. ¿Existe el pecado intergeneracional? Autor: Padre,
Raúl Ortiz Toro. Licenciado en teología patrística e historia de la teología.
Maestría en Bioética, Roma, Italia. Docente, Seminario Mayor, Arquidiócesis de
Popayán, Colombia. Sentado en el
confesionario he atendido a una joven de unos veinte años que me decía que su
pecado hacía parte de una cadena de pecados que se remontaban a un antepasado
suyo, tres generaciones atrás. Intenté explicarle la posición de la Iglesia al
respecto pero la muchacha no me creyó.
Es más, al parecer se fue con la idea de
que soy incrédulo porque, según ella, constató – no sé por cuáles medios – que
efectivamente su bisabuelo había desencadenado lo que ahora ella sufría.
Se acerca el Año de la Misericordia y el sacramento de la
Reconciliación tendrá gran protagonismo; si bien es cierto que el promedio de
católicos que se acercan a la confesión ha descendido en las últimas décadas,
también es cierto que en algunos grupos ha crecido su interés, algunos hasta el
punto de tergiversar un tanto la doctrina al respecto. Según una idea que está
siendo difundida, las personas con pecados graves que resultan recurrentes o
adicciones (alcohol, droga, sexo, aborto, envidia, codicia, hechicería,
mentira, etc.), cometen estos pecados de manera casi inevitable debido a que
sus ancestros cometieron estos mismos pecados dejando una especie de secuela en
las generaciones futuras.
El peligro de esta falsa doctrina es que soterradamente hace
que la persona que peca piense que en verdad lo hace sin mayor concurso de su
voluntad porque se encuentra ante la fatalidad del destino pecaminoso que le
fue señalado por sus antepasados. Una de las citas bíblicas más recurrentes
para defender esta falsa posición es la de Éxodo 20,5: "Yo, el Señor, tu
Dios, soy un Dios celoso: castigo la culpa de los padres en los hijos, nietos y
bisnietos cuando me aborrecen" (otras traducciones dicen: "hasta la
tercera y cuarta generación") y más adelante continúa (Éxodo 20,6):
"Pero actúo con lealtad y misericordia por mil generaciones cuando me aman
y guardan mis preceptos".
En primer lugar, debemos leer este texto en su contexto.
Esta aseveración de Dios que dice castigar el pecado de los padres en sus
descendientes tiene lugar en el ámbito de la revelación de los Diez
Mandamientos. Este texto corresponde a una advertencia relacionada con el
cumplimiento del Mandamiento fundamental de "Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas" por ello
"No tendrás otros dioses..." porque "Yo, el Señor tu Dios, soy
un Dios celoso". Por ello este texto debe leerse desde "la bendición
de mil generaciones" y no solamente desde "el castigo hasta la cuarta
generación". Esto quiere decir que si el hombre se aparta de Dios, en
verdad el castigo es evidente pero limitado (cuatro generaciones), mientras que
la misericordia es desbordante (mil generaciones); ya lo dirá san Pablo:
"donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (Romanos 5,20).
El sentido de la frase: "cuatro generaciones" debe
entenderse también en el ámbito del recorrido temporal del hombre: cuatro
generaciones miden la vida del hombre que, "aunque viva setenta años y el
más robusto hasta ochenta..." (Salmo 90,10) generalmente, alcanza a ver a
sus bisnietos (cuarta generación). Si bien es cierto que un mal ejemplo en el
comportamiento puede acarrear una imitación en los descendientes - así, el que
se embriaga, puede tener descendientes adictos al alcohol-, sin embargo, más
que pecado intergeneracional debe considerarse como "malos ejemplos"
o "antitestimonio", ni siquiera como "cadena
intergeneracional" pues este término también daría la impresión de ser un
proceso casi indefectible. Por experiencia, sabemos que a pesar de cualquier
mal ejemplo hay descendientes que no siguen los caminos pecaminosos de sus
antepasados.
¿EXISTE EL PECADO
INTERGENERACIONAL? (II)
Padre. Raúl Ortiz Toro
A las consideraciones expresadas en el artículo anterior,
sobre la manera correcta de interpretar el texto de Éxodo 20,5: “Yo, el Señor,
tu Dios, soy un Dios celoso: castigo la culpa de los padres en los hijos,
nietos y bisnietos cuando me aborrecen” debemos agregar otros argumentos. En
primer lugar, debemos advertir que el pecado es un acto personal donde confluye
el consentimiento propio y la libertad individual para obrar el mal; también el
conocimiento personal y las ocasiones que se buscan para caer en la tentación.
Es decir: Yo soy el que peco, nadie peca por mí, y ninguna fuerza externa me
obliga a pecar, ni siquiera el demonio; las consecuencias de mi pecado son
intransferibles, es decir, yo tuve “culpa” y yo tendré una “pena” por ello.
Recordemos el texto de Ezequiel 18,2: ¿Por qué andáis repitiendo este proverbio
en la tierra de Israel: Los padres comieron el agraz, y los dientes de los
hijos sufren la dentera? Por mi vida, oráculo del Señor Yahveh, que no
repetiréis más este proverbio en Israel. Mirad: todas las vidas son mías, la
vida del padre lo mismo que la del hijo, mías son. El que peque es quien
morirá” (Ver también Jeremías 31, 30).
Pero el argumento en contra del concepto de pecado
intergeneracional fue dado definitivamente por Cristo mismo. Al pasar junto a
un ciego de nacimiento, los discípulos le preguntan: “Maestro, ¿quién pecó, él
o sus padres, para que haya nacido ciego?” A lo que respondió Jesús: “Ni él
pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios” (Juan
9,2). Seguramente que en la época de Jesús aún se discutía qué tanta influencia
ejercía el pecado de los mayores en sus descendientes; el Señor deja resuelto el
tema cuando se trata de endilgarle a las antiguas generaciones la
responsabilidad del infortunio presente.
Y concluyamos con un argumento no escriturístico. La
genética y la neurología han confirmado que no solo se heredan de nuestros
padres los rasgos físicos, o la predisposición a ciertas enfermedades, sino
también ciertos rasgos del carácter. En el momento de la fecundación toda la
información genética de los padres es trasmitida a la nueva creatura; por ello
no es extraño que una persona herede también el estado emocional y mental:
padres compulsivos, melancólicos, nerviosos, pueden engendrar hijos con estas
características. Si el padre, para calmar su ansiedad, recurre al tabaco, la
droga, el alcohol, el sexo, o cualquier adicción, es muy probable que el hijo,
con el mismo cuadro caracteriológico, siga los mismos pasos así no haya tenido
un ejemplo constante o visible de estos pecados.
No obstante, Explica el Catecismo de la Iglesia Católica
(No. 1868) que a pesar de ser el pecado un acto personal “nosotros tenemos una
responsabilidad en los pecados cometidos por otros cuando cooperamos a ellos:
participando directa y voluntariamente; ordenándolos, aconsejándolos,
alabándolos o aprobándolos; no revelándolos o no impidiéndolos cuando se tiene
obligación de hacerlo; protegiendo a los que hacen el mal”. Es claro que esta
especie de co-responsabilidad no tiene nada que ver con el esquema
intergeneracional que ya hemos cuestionado. Allí debemos hablar, mejor, de
cooperación al pecado, cuando por ejemplo la falta de autoridad de un padre
hace que el hijo se hunda en un pecado que le es indiferente, como la madre que
le compra los preservativos al hijo adolescente o el padre que tolera que su
hijo consuma alcohol siempre y cuando sea en la casa. O también de consecuencias
indirectas del pecado como el caso del hijo de un mafioso que debe cargar
durante su vida con el lastre de su historia.
Pero nunca somos simples víctimas que tenemos que pecar
porque nos toca o porque así lo dispuso el pecado de nuestros antepasados. Cada
uno es responsable de sus propios actos y cada uno sabrá dar cuenta de sus
aciertos y desafueros. Esa es la responsabilidad moral.