18 de agosto 2019. “Debemos ser coherentes con el Evangelio”.
Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos
días!. En el pasaje del Evangelio de hoy, Jesús advierte a los discípulos que
ha llegado el momento de la decisión. Su llegada al mundo, de hecho, coincide
con el momento de las decisiones decisivas. La opción por el Evangelio no puede posponerse. Para comprender
mejor su llamado, usa la imagen del fuego que Él mismo vino a traer a la
Tierra. Y dice así: He venido a traer fuego a la Tierra y cuanto desearía que
ya estuviera ardiendo. Estas palabras tienen el propósito de ayudar a los
discípulos a abandonar toda actitud de pereza, apatía, indiferencia, y cierre,
para recibir el fuego del amor de Dios. Ese amor que, como nos recuerda san
Pablo: “ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Romanos
5, 5). Porque es el Espíritu Santo que nos hace amar a Dios y amar al prójimo.
Y es el Espíritu Santo que todos tenemos dentro.
Jesús revela a sus amigos y a nosotros su deseo más
ardiente: Traer a la Tierra el fuego del amor del Padre, que ilumina la vida y
a través del cual el hombre se salva. Él nos llama a difundir este fuego en el
mundo, gracias al cual seremos reconocidos como verdaderos discípulos. El fuego
del amor encendido por Cristo en el mundo a través del Espíritu Santo es
ilimitado, universal. Esto se ha visto desde los primeros días del cristianismo.
El testimonio del Evangelio se ha
extendido como un fuego beneficioso, superando todas las divisiones entre
individuos, categorías sociales, pueblos y naciones. El testimonio del
Evangelio quema. Quema toda forma de particularismo y mantiene la caridad
abierta a todos, con una sola preferencia: la de los más pobres y los
excluidos.
Adherirse al fuego del amor que nos Jesús trajo a la Tierra
envuelve toda nuestra existencia y también requiere la voluntad de servir al
prójimo. Adoración y la disponibilidad a servir al prójimo. La primera: Adorar a Dios, significa
también aprender la oración, que normalmente olvidamos. Por eso invito también
a todos a descubrir la belleza de la oración.
Y después la segunda
disponibilidad a servir al prójimo. Pienso con admiración en tantas
comunidades y grupos de jóvenes que incluso durante el verano se dedican a ese
servicio a favor de los enfermos, los pobres y las personas con discapacidad
para vivir de acuerdo con el espíritu del Evangelio es necesario que ante las nuevas
necesidades que se avecinan en el mundo haya discípulos de Cristo que sepan
responder con nuevas iniciativas de caridad. Así, el Evangelio se manifiesta
verdaderamente con la adoración y servir al prójimo, el Evangelio se manifiesta verdaderamente como el fuego que salva, que
cambia el mundo, a partir del cambio del corazón de cada uno.
Desde esta perspectiva, también podemos entender la otra
afirmación de Jesús que se informa en el pasaje de hoy, que a primera vista
puede desconcertar. “¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la Tierra? No,
os digo. He traído la división” (Lucas 12, 51). Él vino a separar con fuego. ¿A separar qué? El bien del mal, lo
correcto de lo injusto. En este sentido, llegó a dividir, a poner en crisis
pero de manera saludable la vida de sus discípulos, rompiendo las ilusiones
fáciles de aquellos que creen que pueden
combinar la vida cristiana y la mundanidad. Vida cristiana y compromisos de
todo tipo. Prácticas y actitudes religiosas contra el prójimo. Para combinar, algunos piensan, la verdadera religiosidad
con prácticas supersticiosas: ¡cuántos cristianos autodenominados van al
adivino o al adivino para ser leídos de la mano! Y esto es superstición, no de
Dios. Se trata de no vivir
hipócritamente, sino de estar dispuestos a pagar el precio por elecciones
coherentes en la actitud que cada uno de nosotros tiene que tratar de
buscar en la vida: la coherencia. Y pagar el precio de ser coherentes con el Evangelio, porque es bueno llamarnos
cristianos pero sobre todo ser cristianos en situaciones concretas dando testimonio del Evangelio, que es
esencialmente amor por Dios y por nuestros hermanos.
Que María Santísima nos ayude a dejar que el corazón sea
purificado por el fuego, traído por Jesús para propagarlo con nuestra vida a través
de decisiones decisivas y valientes. Fuente: Zenit. Org.