20 de agosto 2019. “Respetar las reglas de juego.” Monseñor.
Froilán Casas Ortiz - Convivir implica respetar unas mínimas reglas de
convivencia; la cultura anárquica es incompatible con la vida en sociedad. La ley del salvaje Oeste, es la ley de la
pistola, la ley del más fuerte, es la cultura que pisotea todos los valores.
Nuestro país ha vivido la cultura de los privilegios, de las
dádivas, de los que gobiernan, de las excepciones; esto ha generado una
conducta social caótica. Se llega incluso a hacer alarde del desorden:
atravesados como los campoalegrunos, por ejemplo. ¿Cómo es posible que nos
jactemos de vivir un antivalor? ¡Ah, así son las cosas! Debemos ir cambiando el
disco duro, no podemos vanagloriarnos de
nuestras falencias. ¿Cómo es posible que tras de ladrón, bufón? ¿Por qué
hay violencia? Porque no se respetan las reglas de juego pactadas. Muchos
emplean la ley del embudo: lo ancho para mí y lo angosto para usted.
La violencia es
producto del irrespeto al otro. Cuando usted es tramposo, a cada santo le
debe una vela, usted resulta una persona antisocial, no puede vivir en
sociedad. ¿Por qué usted exige respeto
si no respeta al otro? No sea incongruente, su cultura es el reflejo de su
personalidad. Si usted es sucio en los negocios, en toda parte va a envenenar
el ambiente. El avariento, el ambicioso, en todas partes va a generar
conflictos. Huya de este tipo de especímenes, no maltrate la hermosura de la
paz que debe reinar en su espíritu. Hay que huir de las personas ruidosas y
amargadas, ellas son un fastidio para el espíritu y la paz de su alma. No haga
negocios con el avariento, mañana le pone la zancadilla. ¿Por qué fracasan las
sociedades comerciales, los grupos de estudio, los grupos musicales, etc.? Por
la ambición de alguno o algunos. Por favor, tenga cuidado con ese tipo de
“personajes”.
Usted debe seguir esta máxima: GANA, GANA. Si usted va a
“tumbar” al otro, usted es un asqueroso. A usted lo debería aislar la sociedad,
a usted hay que tenerlo de lejos. Si usted se “aprovecha” de la ignorancia del
otro, nada queda oculto; más temprano que tarde se descubrirá el descaro de la
trampa y la mentira. Los colombianos, infortunadamente, tenemos fama de
tramposos, -algo es verdad-. Los japoneses, los coreanos del Sur, no se roban
“un peso”; ellos han sido formados desde el seno de la misma familia a respetar
lo ajeno. Japón y Corea del Sur, son los países de más bajo índice de
corrupción: para ellos, lo que no es mío debe ser de otro.
¡Qué tristeza! En
nuestro país se aplaude la viveza criolla. Al que roba se le llama vivo y al
que es honrado se le califica de tonto, no aprovechó el cuarto de hora. Mientras no tengamos una cultura que
censure el robo, seguiremos siendo cleptómanos. Por favor, no aplaudamos el
mal. Al pillo se debe meter a la cárcel, -bueno, -ante tanto pillo, no alcanzan
las cárceles en Colombia-. Por favor: que el bandido no salga con las suyas.
Necesitamos que el imperio de la ley se imponga sobre la falacia y la mentira.
+ Froilán Casas Ortiz. Obispo de Neiva. Conferencia Episcopal de Colombia.