23 de agosto 2019. Teología de la improvisación. Onofre sousa e Icíar santiago. Los que nos
movemos en ambientes cristianos seguramente hemos escuchado alguna vez hablar
de la teología de la liberación o de la teología de la prosperidad. Es cierto
que nos encontramos en un tiempo algo convulso en la Iglesia, en el que parece
que existen diferentes teologías o
maneras de entender el Evangelio.
A partir del Concilio Vaticano II descubrimos la tendencia
de los que apuestan por la reforma y la renovación en la Iglesia para un tiempo
nuevo; la tendencia de los que apuestan por una reforma que haga surgir una
Iglesia nueva para este tiempo; y la tendencia de los que no apuestan por la
reforma que aporta el Concilio, bien de manera explícita o implícita.
Aunque el Evangelio de Jesucristo es uno, en demasiadas
ocasiones parece que existen tantas
interpretaciones como personas; sin embargo, somos nosotros los que debemos
ajustarnos a Cristo y no al revés. En la Iglesia no estamos llamados a la
uniformidad sino a la unidad del Evangelio desde la diversidad de los
creyentes. Algunos están empeñados en la
uniformidad de los creyentes desde la diversidad del Evangelio, pero no
podemos pretender una Iglesia que se mueva con el mundo sino que siempre
debemos trabajar por una Iglesia que mueva al mundo, como decía el genial
Chesterton.
El Papa Francisco, que no teme incomodar la teología de
algunos, habla muy claro al respecto cuando se refiere al peligro de la mundanidad espiritual en la Iglesia. En el número 94
de la Exhortación apostólica, Evangelii gaudium afirma sin miedo a despertar
susceptibilidades:
“Esta mundanidad puede alimentarse especialmente de dos
maneras profundamente emparentadas. Una es la fascinación del gnosticismo, una fe encerrada en el subjetivismo, donde
sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y
conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva
el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus
sentimientos. La otra es el neopelagianismo
autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo sólo confían en sus
propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas
o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del
pasado. Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un
elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace
es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la
gracia se gastan las energías en controlar. En los dos casos, ni Jesucristo ni los demás interesan
verdaderamente. Son manifestaciones de un inmanentismo antropocéntrico. No
es posible imaginar que de estas formas desvirtuadas de cristianismo pueda
brotar un auténtico dinamismo evangelizador.”
Como vemos, tal y como expresa el Papa Francisco, existen
formas desvirtuadas de cristianismo en la Iglesia que no tienen a Jesucristo en
el centro, ni encajan con el Evangelio. La primera expresión de mundanidad
espiritual, una fe encerrada en el subjetivismo, parece que se corresponde con
la teología de los que apuestan por una reforma rupturista que haga surgir una
Iglesia nueva para nuestro tiempo. La segunda expresión de mundanidad
espiritual, el neopelagianismo autorreferencial y prometeico, parece que
coincide con la teología de los que rechazan la renovación que supone el
Concilio Vaticano II en la Iglesia actual.
Seguramente podemos comprender mejor ahora el motivo por el
que cuesta tanto esfuerzo un auténtico dinamismo evangelizador en la Iglesia
del tercer milenio. Cuando Cristo no
está en el centro de nuestras vidas, nos ponemos nosotros en el centro y es
entonces cuando surgen formas desvirtuadas de cristianismo, propias de una
Iglesia de mantenimiento y autorreferencial.
Estoy convencido que no has oído hablar de la teología de la
improvisación, mucho más sutil que las anteriores pero que también puede
suponer una barrera que hoy debemos sortear.
En los últimos años nos ha tocado tratar con asociaciones,
grupos y realidades eclesiales muy diversas, en diferentes partes de nuestra
geografía, y lo que nos hemos encontrado es que normalmente, aún donde las
cosas caminan mejor, se dan una serie de fenómenos que parecen repetirse en
todas partes que son la causa de por qué andan tan mal las cosas que andan
bien. Situaciones que casi con total seguridad encontraremos donde las cosas
andan mejor y que son las causantes de que las cosas anden tan mal.
Cuando se trata de emprender la tarea de una nueva
evangelización, en el mejor de los casos vemos una serie de problemas que
tienen algo en común: la improvisación. La falta de visión, de un propósito
claro, de unas prioridades y de una planificación, suelen formar parte de
nuestras realidades diocesanas cotidianas. En
la Iglesia todo parece estar organizado para saciar una sed que no existe, y
nada organizado para despertar esa sed. También descubrimos lo que
podríamos llamar la pastoral de papel; planes pastorales elegantes que
demuestran que hablar de nueva evangelización hoy está de moda, pero que se
queda sobre el papel porque todavía no estamos dispuestos a reestructurar las
diócesis, de manera que la
infraestructura sirva a la misión, y seguimos condicionando la misión de la
Iglesia a la infraestructura actual.
Cuando me enfrento a un reto, lo primero que hago es orar;
después, planificar. Sin un plan, no hay manera de llegar donde hace falta
llegar. Los grandes líderes, como Nehemías, son expertos planificadores. Dice
san Pablo a los Corintios que “Dios no es un Dios de desorden sino de paz” (1
Corintios 14,33). Los líderes emplean tiempo para pensar, se preparan para las
oportunidades porque saben que no planificar es lo mismo que planificar un
fracaso (cf. Nehemías 2), se fijan una meta, saben prever los problemas, pero
siguen adelante a pesar de sus propios temores, calculan el precio y siempre
están dispuestos a pedir ayuda a otros porque saben trabajar en equipo.
Muchas veces me he encontrado con sacerdotes y agentes de
pastoral que no habían planificado lo suficiente porque, según ellos, confiaban
en la divina Providencia. A veces
corremos el riesgo de disfrazar nuestra pereza o falta de diligencia con un
ropaje espiritual. Pretender que sea Dios quien haga la parte que nos
corresponde a nosotros, podría ser la antesala de un conformismo que apunta a
la mediocridad espiritual. “Trabaja como
si todo dependiera de ti y ora como si todo dependiera de Dios”, decía san
Agustín.
Otra manifestación de la teología de la improvisación es el
funcionalismo. El Papa Francisco habló de ello en su discurso al CELAM durante
la JMJ del año 2013 en Brasil, como una de las tentaciones contra el
discipulado misionero. El funcionalismo
es la reducción de la Iglesia a una mera transacción o comercio, donde “lo
que vale es el resultado constatable y las estadísticas” como afirmó el papa
Francisco.
«La Iglesia es institución pero cuando se erige en
"centro" se funcionaliza y poco a poco se transforma en una ONG.
Entonces, la Iglesia pretende tener luz propia y deja de ser ese
"misterium lunae" del que nos hablaban los Santos Padres. Se vuelve
cada vez más autorreferencial y se debilita su necesidad de ser misionera.»
(Palabras del papa Francisco en el encuentro con el Comité de Coordinación del
CELAM en el Centro de Estudios de Sumaré, Río de Janeiro, Brasil, en el último
día de la JMJ Río 2013).
Es momento de
recuperar el centro y de volver a las fuentes, de manera que Jesucristo pueda
ser anunciado y presentado con pasión a esta generación que clama en silencio.
Solo una Iglesia que sea fiel al Evangelio y que salga del centro para que
Cristo sea el único centro, tendrá autoridad y credibilidad para ser escuchada
por este mundo que anhela encontrar el camino, la verdad y la vida. Fuente:
Kairosblog. Evangelización. Es. Publicado en religión en libertad. Com.