20 de agosto 2019. San Pío X. Papa, reformador, carismático
y excelente pastor. «Papa de la Eucaristía, gran reformador, celoso sacerdote y
carismático pastor; un hombre sencillo y abnegado que asumió la altísima misión
de regir a la Iglesia en medio de conmovedoras lágrimas, confesando su
sentimiento de indignidad» «Para alabar a Dios bien, no se necesita ser sabio»,
decía Giuseppe M. Sarto, segundo vástago de los diez nacidos en una humilde
familia de Riese, Italia, donde nació el 2 de junio de 1835. Su padre, cartero,
murió cuando él se hallaba en plena juventud, pero su madre, que hizo un
ímprobo esfuerzo para poder darle adecuada formación, tendría la alegría de
verle con el solideo cardenalicio; había visto crecer a su pequeño «Beppi»
recordando por activa y por pasiva que sería sacerdote. La excelente formación
catequética marcó al futuro pontífice. Precisamente la catequesis fue una de
las líneas significativas de su pontificado porque sabía el bien que una
preparación rigurosa reporta a la fe, especialmente a estas edades. Una beca
del párroco le permitió seguir cursando estudios en Castelfranco Veneto, aunque
para ello debía recorrer diariamente 8 km., una distancia que efectuaba a pie
dos veces.
Sus arduos sacrificios dieron resultado, y en 1850, con otra
ayuda que recibió del obispo de Treviso, se trasladó al seminario de Padua. Fue
ordenado previa dispensa en 1858. Durante nueve años ejerció como vicepárroco
de Tombolo y en 1867 fue designado párroco de Salzano (diócesis de Treviso). Si
en Tombolo había abierto una escuela nocturna para adultos, en Salzano y
Treviso mantuvo esta línea ocupándose de ellos y también de los jóvenes.
Sufragó las obras de ampliación del hospital de esta ciudad, restauró la
iglesia y mostró su generosidad y abnegación con los afectados por la epidemia
de cólera. Desde 1875 a 1878 fue director espiritual y rector del seminario,
canónigo, vicario general y capitular a la muerte del prelado Zanelli.
En noviembre de 1884 fue designado obispo de Mantua, una
diócesis difícil, presa de divisiones entre el clero. En su ejercicio pastoral
tuvo como singular punto de mira la formación de este colectivo. Impartió en el
seminario teología moral y dogmática; era seguidor de la doctrina tomista. En
1893 León XIII lo nombró cardenal de San Bernardo alle Terme, y casi a renglón
seguido patriarca de Venecia, en un momento político complejo por los afanes de
injerencia del gobierno italiano que hubiera querido influir en su nominación.
En Venecia prosiguió con su apostolado, promovió el canto gregoriano, estableció
la facultad de derecho canónico y se granjeó el afecto y el respeto de los
fieles. Era un hombre sencillo y humilde, de inmenso corazón, sensible al
sufrimiento de los pobres y enfermos. Luchó por amor a Cristo para superar sus
debilidades, y huyó de cualquier atisbo de pompa y ostentación, despidiendo al
servicio para ser atendido por sus hermanas. Siempre se sintió, y así aludía a
su persona, como un «cardenal rural».
Muchas obras impulsó en Venecia hasta que en 1903, tras la
muerte del papa León XIII, después de varias votaciones del cónclave fue
elegido para sucederle. Inicialmente todo apuntaba al cardenal Rampolla, pero
fue vetado por el emperador de Austria. Por eso, Giuseppe –que escogió el
nombre de Pío en honor de los pontífices que habiéndolo elegido antes dieron su
vida defendiendo la religión–, revocó la prebenda de los gobernantes para
intervenir en nombramientos que debían regirse por la voluntad de Dios. Él
mismo, abrumado por la altísima misión que se le encomendaba, y sintiéndose indigno,
quiso rehusarla, sin poder contener sus lágrimas. Pero le hicieron ver que
aceptando la elección cumplía la voluntad divina. Con el peso de la temblorosa
soledad del que ha sido designado para regir la Iglesia, manifestó: «Acepto el
pontificado como una cruz…». Creyó que Dios le daría las gracias precisas para
ejercer el gobierno, como así fue. Desde el principio se propuso «renovar todas
las cosas en Cristo». Hacia Él quería conducir al mundo entero, afligido al
constatar que el hombre vivía de espaldas a Dios.
Era piadoso y firme; estaba lleno de caridad. Había
demostrado sobradamente sus dotes para encauzar la vida espiritual de los
fieles corrigiendo y animando, exhortando a todos a que dejasen penetrar en su
espíritu el amor de Dios. Y en esa línea se mantuvo cultivando personalmente la
oración, llevando por doquier la devoción por Cristo y por María, sin abandonar
los estudios. Se ocupó de que la instrucción catequética llegase a los adultos
–es autor de un catecismo–, y a los jóvenes, en las escuelas y en la
universidad, de la formación del clero, diseñó un nuevo programa de estudios
para los seminarios, estableció el seminario regional (le preocupaba la
santidad de los sacerdotes), impulsó la redacción de un nuevo Código de Derecho
Canónico, creó el Pontificio Instituto Bíblico en Roma, emprendió una
importante restauración del Vaticano, dio realce a las misiones en la Iglesia,
etc. También fomentó la recepción de la comunión, que aconsejaba fuese diaria,
impulsó la solemnidad de los Congresos Eucarísticos, (de ahí su reconocimiento
como «papa de la Eucaristía»), promovió la música sacra y dio realce al canto
gregoriano. Además, combatió las herejías y plantó cara al modernismo entre
otras acciones encaminadas a preservar la pureza de la fe.
En el aspecto diplomático tuvo que lidiar con distintos
gobiernos reacios a la Santa Sede. Vaticinó el estallido de la Primera Guerra
Mundial, y profundamente consternado manifestó: «Esta será la última aflicción
que me mande el Señor. Con gusto daría mi vida para salvar a mis pobres hijos
de esta terrible calamidad». Pocos días después de expresarse así, cayó
gravemente enfermo. Murió el 21 de agosto de 1914. En su testamento escribió:
«Nací pobre, he vivido en la pobreza y quiero morir pobre». En el funeral se resaltaron
las tres virtudes características de su vida: pobreza, humildad y bondad. Pío
XII lo beatificó el 3 de junio de 1951, y también lo canonizó el 29 de mayo de
1954. Fuente: Zenit. Org. Isabel Orellana Vilches. Testimonios de la fe