14 de agosto de 2019

ASUNCIÓN Misterio que termina en la gloria de Dios.


14 de agosto 2019. En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la vos de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor.” °°° Lucas 1-39-56. 
LA ASUNCIÓN, un misterio que termina en la gloria de Dios. Dichoso aquel que crea profundamente en las promesas de Dios. Nuestra Iglesia Católica celebra la solemnidad de la Asunción. La Santísima Virgen es llevada por los ángeles al Reino celestial, su cuerpo es santo y sobremanera glorioso. El Papa Pío XII el primero de noviembre de 1950, a través de una constitución apostólica, Constitución “Munificentisimus Deus”, proclama el dogma de la Asunción. El mismo magisterio de la Iglesia explica qué es lo que se conmemora en esta festividad: “no sólo el hecho de que el cuerpo sin vida de la Virgen María no estuvo sujeto a la corrupción, sino también su triunfo sobre la muerte y su glorificación, a imitación de su Hijo único, Jesucristo.” Padre, Jairo Yate Ramírez.  Arquidiócesis de Ibagué.


            En la vida de la Santísima Virgen se desvela la pedagogía de la obra de Dios. Convenía para la historia de la humanidad, para la fe cristiana católica, para la misión de la misma Iglesia y la luz de la evangelización; que nuestra madre celestial por sus méritos de santidad, entrega, donación y sacrificio, ocupara un puesto especial en el corazón de Dios. San Juan Damasceno expresó así sus sentimientos ante este acontecimiento maravilloso:    "Convenía que aquella que en el parto había conservado intacta su virginidad conservara su cuerpo también después de la muerte libre de la corruptibilidad. Convenía que aquella que había llevado al Creador como un niño en su seno tuviera después su mansión en el cielo. Convenía que la esposa que el Padre había desposado habitara en el tálamo celestial. Convenía que aquella que había visto a su hijo en la cruz y cuya alma había sido atravesada por la espada del dolor, del que se había visto libre en el momento del parto, lo contemplara sentado a la derecha del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera lo mismo que su Hijo y que fuera venerada por toda criatura como Madre y esclava de Dios." 

            “El cántico de la Virgen María, refleja la actitud profunda de quien sabe reconocer la grandeza de Dios y la sublimidad de su misericordia. Ahora, la transformación del ser humano, por la obra maravillosa de Dios, se hace más visible en la medida en que somos capaces de proclamar ante el mundo los prodigios del amor de un Dios que hace historia con nosotros y desde allí: enaltece a los humildes y derriba del trono a los poderosos.
            El misterio de la muerte y resurrección del Señor, es el horizonte que nos permite comprender el destino final de nuestra existencia. No nacimos para quedarnos en el pecado, ni para la muerte. Somos hijos de la luz y la vida. Isabel llena del Espíritu Santo, profetizó para María: “Dichosa tú, que has creído.”  A través del saludo de las respectivas madres, se realiza el primer encuentro entre Juan Bautista y Jesús. En el Niño de Belén se cumplirán todas esas promesas antiguas. Dichosos, pues, aquellos que crean en las promesas de Dios.

            “La constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen gentium» del Concilio Vaticano II dice: «La Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y alma es la imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro, así en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor, antecede con su luz al Pueblo de Dios peregrinante como signo de esperanza y de consuelo».

            El pasaje del Evangelio elegido para esta fiesta es el episodio de la Visitación de María a Santa Isabel, que se cierra con el sublime canto del Magnificat. Este puede definirse como un nuevo modo de contemplar a Dios y un nuevo modo de contemplar el mundo y la historia. Dios es visto como Señor, omnipotente, santo, y al mismo tiempo como «mi Salvador»; como excelso, trascendente, y al mismo tiempo como lleno de premura y de amor por sus criaturas. Del mundo se pone en evidencia la triste división en poderosos y humildes, ricos y pobres, saciados y hambrientos, pero se anuncia también el derrocamiento que Dios ha decidido obrar en Cristo entre estas categorías: «Ha derribado a los poderosos...». El cántico de María es una especie de preludio al Evangelio. Como en el preludio de ciertas obras líricas, en él se apuntan los motivos y las arias importantes cuyo destino es su desarrollo, después, en el curso de la ópera. Las bienaventuranzas evangélicas se contienen ahí como en un germen y en un primer esbozo: «Bienaventurados los pobres, bienaventurados los que tienen hambre...».

            En el Magnificat María nos habla también de sí, de su glorificación ante todas las generaciones futuras: «Ha puesto sus ojos en la humildad de su sierva. Por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada. Porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí». De esta glorificación de María nosotros mismos somos testigos «oculares». ¿Qué criatura humana ha sido más amada e invocada, en la alegría, en el dolor y en el llanto, qué nombre ha aflorado con más frecuencia que el suyo en labios de los hombres? ¿Y esto no es gloria? ¿A qué criatura, después de Cristo, han elevado los hombres más oraciones, más himnos, más catedrales? ¿Qué rostro, más que el suyo, han buscado reproducir en el arte? «Todas las generaciones me llamarán bienaventurada», dijo de sí María en el Magnificat (o mejor, había dicho de ella el Espíritu Santo); y ahí están veintiún  siglos para demostrar que no se ha equivocado. “

PAPA FRANCISCO y la Asunción de la Virgen María
El Papa Francisco en  el rezo del Ángelus en la solemnidad de la Asunción de María (15 de agosto 2018),  explicó la importancia de este día. “La asunción en cielo, en alma y en cuerpo es un privilegio divino dado a la Santa Madre de Dios por su particular unión con Jesús. Se trata de una unión corporal y espiritual, iniciada desde la Anunciación y madurada en toda la vida de María a través de su participación singular al misterio del Hijo”.

Francisco explicó que “la existencia de la Virgen se ha desarrollado como la de una mujer común de su tiempo: oraba, gestionaba la familia y la casa, frecuentaba la sinagoga… pero cada acción diaria la hacía siempre en unión total con Jesús”.

El Papa añadió que en el Calvario “esta unión ha alcanzado el pináculo del amor, en la compasión y en el sufrimiento del corazón”. “Por eso Dios le ha donado una participación llena en la resurrección de Jesús”. “El cuerpo de la Madre ha sido preservado de la corrupción, como el del Hijo”, añadió. El Obispo de Roma dijo que este día la Iglesia “invita a contemplar este misterio que nos muestra que Dios quiere salvar al hombre por completo, alma y cuerpo”.

“La asunción de María, criatura humana, nos da la confirmación de nuestro destino glorioso”. “La resurrección de la carne es un elemento propio de la revelación cristiana, una piedra angular de nuestra fe”, añadió. “La realidad estupenda de la Asunción de María manifiesta y confirma la unidad de la persona humana y nos recuerda que estamos llamados a servir y glorificar a Dios con todo nuestro ser, alma y cuerpo”. El Papa comentó que “servir a Dios solo con el cuerpo sería una acción de esclavos; servirlo solo con el alma estaría en contraste con nuestra naturaleza humana”. Francisco indicó que “nuestro destino, en el día de la resurrección, será similar al de nuestra Madre celeste”. Fuente: Aciprensa.