Evangelio
para el domingo 1 de septiembre 2019. « °°° Cuando te conviden a un banquete de
bodas, ve a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te
convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba." Entonces quedarás muy bien
ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el
que se humilla será enaltecido. » (Lucas 14, 1. 7-14). La sabiduría de Dios se
impone notablemente ante los grandes razonamientos de la inteligencia humana. Qué
complicado y difícil la vida para muchas personas aceptar el reto de Dios:
Serás el primero, serás el mejor, cuando aprendas a ser el último y el servidor
de los demás. (cf. Marcos 9,35). No es una experiencia placentera para nadie
estando ubicado en el puesto que le gusta, en el lugar que la persona cree que
le corresponde, o en el sitio que cree que se merece y alguien le diga:
Disculpe, pero ha llegado una persona con más categoría que usted, tenga la
bondad de buscar un lugar en el último puesto.
La
humildad, es una virtud que se adquiere con el convencimiento de que no existe
otro camino para ser grande en la vida. El humilde es la persona que siempre
recibe de todos, es quien está dispuesto a cambiar, es quien medita las
críticas, acepta los consejos, es el más virtuoso, continuamente está
construyendo su vida. El humilde encontró a Dios cuando aceptó el mensaje que le
decía: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al
hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor
de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los
humildes.” (Eclesiástico 3, 17). La humildad no es asunto de bajar la cabeza.
Es la conciencia de lo que somos y hacia dónde vamos. Es la virtud que regula nuestra
conciencia. Es la gracia que conmueve a Dios. Pedro y Pablo, columnas de la
Iglesia, eran así: transparentes ante Dios. Pedro se lo dijo a Jesús de
inmediato: «Soy un pecador» (Lucas 5,8). Pablo escribió que él era «el menor de
los apóstoles, no digno de ser llamado apóstol» (1 Corintios 15,9). Mantuvieron
durante su vida esa humildad, hasta el final.
Humildad
no significa negar lo que se es: el Hijo de Dios le responde a Pilato: “Tú lo
has dicho.” (cf. Lucas 23,3). El primer paso para lograr la humildad, es
reconocer nuestra propia debilidad. El orgullo y la vanidad nos ubican en el
puesto del fariseo; la humildad nos permite ser un publicano: “Ten compasión de
mí señor, soy pecador” (cf. Lucas 18, 10-14).
Crecemos en humildad cuando reconocemos nuestra nada y contemplamos la
grandeza de Dios. Cuando recibimos las humillaciones como un don de Dios. Cuando rectificamos los errores en lugar de
justificarnos. El Papa Francisco recomendaba: “Silencio y humildad, el mejor
estilo de Dios. ¡No el espectáculo!” Cuida
tu salud: “Nadie es tan vacío, como aquel que está lleno de sí mismo”. Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué.