30 de marzo 2020. “Avergoncémonos
de ser pecadores.” Homilía del Papa Francisco. En el Salmo Responsorial
rezamos: “El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace
recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el sendero justo, por el honor de
su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan”. (Salmo 22)
Esta es la
experiencia de estas dos mujeres, cuya historia leímos en las dos lecturas. Una
mujer inocente, falsamente acusada, calumniada, (Daniel 13, 41-62) y una mujer pecadora. (Juan 8, 1-11) Ambas condenadas a muerte. La inocente y la
pecadora. Algunos Padres de la Iglesia vieron en estas mujeres una figura
de la Iglesia: santa, pero con hijos pecadores. Decían en una hermosa expresión
latina: “La Iglesia es la casta meretriz”, la
santa con los hijos pecadores.
Ambas mujeres
estaban desesperadas, humanamente desesperadas. Pero Susana confía en Dios.
También hay dos grupos de personas, de hombres; ambos al servicio de la
Iglesia: los jueces y los maestros de la Ley. No eran clérigos, pero estaban al
servicio de la Iglesia, en el tribunal y en la enseñanza de la Ley. Diferentes.
Los primeros, los que acusaron a Susana, eran corruptos: el juez corrupto, la figura emblemática de la historia. También en
el Evangelio, Jesús retoma, en la parábola de la viuda insistente, al juez
corrupto que no creía en Dios y no se preocupaba por los demás. Los corruptos. Los doctores de la ley no eran corruptos,
sino hipócritas.
Y de estas mujeres,
una cayó en manos de hipócritas y la otra en manos de corruptos: no había
salida. “Aunque vaya al valle de la sombra de la muerte, no temo ningún mal,
porque tú estás conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan”. Ambas mujeres
estaban en un valle oscuro, fueron allí: un valle oscuro, hacia la muerte. La
primera confía explícitamente en Dios y el Señor interviene. La segunda,
pobrecita, sabe que es culpable, desvergonzada delante de todo el pueblo –
porque el pueblo estaba presente en ambas situaciones – el Evangelio no lo
dice, pero seguramente rezaba en su interior, pedía ayuda.
¿Qué hace el Señor
con esta gente? Salva a la mujer
inocente, le hace justicia. Perdona a la mujer pecadora. A los jueces
corruptos los condena; a los hipócritas
los ayuda a convertirse, y ante el pueblo dice: “Sí, ¿de verdad? El primero
de vosotros que no tenga pecados, que tire la primera piedra”, y uno a uno se
van. Tiene algo de ironía, el Apóstol Juan, aquí: “Aquellos, habiendo escuchado
esto, se fueron uno por uno, comenzando por los ancianos”. Les deja un poco de
tiempo para que se arrepientan; a los
corruptos no los perdona, simplemente porque los corruptos son incapaces de
pedir perdón, fue más allá. Se ha cansado… no, no está cansado: no es
capaz. La corrupción también le ha quitado la capacidad que todos tenemos de
avergonzarnos, de pedir perdón. No, el
corrupto está a seguro, sigue adelante, destruye, explota a la gente, como
esta mujer, todo, todo… continúa. Se puso en el lugar de Dios.
Y a las mujeres el
Señor responde. A Susana la libera de estos corruptos, la hace seguir adelante,
y a la otra: “Yo tampoco te condeno. Vete, y de ahora en adelante no peques
más”. La deja ir. Y esto, delante del pueblo. En el primer caso, el pueblo
alaba al Señor; en el segundo caso, el pueblo aprende. Aprende cómo es la misericordia de Dios.
Cada uno de nosotros
tiene sus propias historias. Cada uno de nosotros tiene sus propios pecados. Y
si no se recuerdan, piensa un poco: los encontrarás. Agradece a Dios si los
encuentras, porque si nos lo encuentras,
eres un corrupto. Todos tenemos nuestros pecados. Miremos al Señor que hace
justicia, pero es tan misericordioso. No
nos avergoncemos de estar en la Iglesia: avergoncémonos de ser pecadores.
La Iglesia es la madre de todo. Agradezcamos
a Dios que no somos corruptos, que somos pecadores. Y cada uno de nosotros,
mirando cómo actúa Jesús en estos casos, confíe en la misericordia de Dios. Y
rece, confiando en la misericordia de Dios, pida el perdón. “Porque Dios me
guía por el camino correcto con motivo de su nombre. Aunque pase por un valle
oscuro, el valle del pecado, no temo ningún mal porque tú estás conmigo. Tu
vara y tu cayado, sosiegan”. Fuente: Zenit. Org.