31 de marzo 2020. “La comunión espiritual nos une a Jesús
Eucaristía.” Autor: Jorge Soley Climent. Traduzco y comparto este iluminador
artículo aparecido en L'Homme Nouveau: Sacerdote de la diócesis de Bayona que
entró en la Compañía de Jesús en 1850, el R.P. Justin Etcheverry (1815-1890) es
autor de numerosas obras. Durante sus años en la isla de la Reunión, escribió
La Communion spirituelle, libro de espiritualidad en el que recuerda los
efectos de esta práctica así como las condiciones esenciales para obtener todos
sus beneficios:
"Así es como el santo Concilio de Trento definió la
comunión espiritual: “aquellos que recibiendo con el deseo este celeste pan,
perciben con la viveza de su fe, que obra
por amor, su fruto y utilidades”. […]
“La comunión sacramental es más que la estrecha unión de dos
amigos que se abrazan, más que la unión del esposo y la esposa;
la Comunión espiritual es definitivamente
algo más que la unión que puede tener lugar entre dos corazones, por el
pensamiento, el afecto y el recuerdo. Sabemos que Aquel que es amor supera infinitamente
todo lo que puedan soñar las más ricas imaginaciones y los corazones más
ardientes; alegrémonos al escuchar a la Iglesia decirnos que cuando comulgamos
espiritualmente, nos alimentamos por el deseo de este Pan Celestial, y que en
virtud de la fe que la caridad hace fructífera, sentimos el fruto y la
utilidad. […]
Y no se piense que se trata aquí de la unión sólo con la
Divinidad; que actúa, como dijimos al principio, por la gracia santificante;
crece y se intensifica por todos los actos de virtud y por todos los impulsos
del santo amor. Aquello de lo que estamos hablando es más completo; es todo
nuestro ser que se une misteriosamente a todo el Hombre-Dios; es la Eucaristía
que recibimos espiritualmente con todos sus dones y efectos. Nos unimos con Jesús por una gracia especial
que viene de la Eucaristía: también los actos de nuestra comunión
espiritual deben dirigirse a Jesús en la Eucaristía.
Nuestro acto de fe se aplica a la presencia de Nuestro Señor
en el Sacramento del Altar; nuestra esperanza es el deseo confiado de recibir
al autor mismo de la gracia; nuestro amor se dirige al Hombre-Dios en el
misterio que es aquí abajo la más alta expresión de su caridad. Es necesario
que estos sentimientos tengan su carácter determinado de este modo, para
producir la comunión espiritual, como acabamos de explicarlo y como vamos a
explicar al exponer su método.
Puesto que la
comunión espiritual suple a la comunión sacramental, tiene que convertirse en
su fiel copia y ser calcada a ella en todo lo que la precede, la acompaña y
la sigue. Así que también tiene su preparación, su recepción y su acción de
gracias.
Preparación: En
primer lugar, el estado de gracia. Un corazón que esté en los lazos del
pecado mortal debe antes que nada ocuparse de romper sus cadenas y de regresar
por el arrepentimiento al Dios que ha abandonado; hasta que una reconciliación
plena no se pueda lograr, no se pueden pretender esas efusiones íntimas que
están reservadas al más tierno amor.
Además, ni siquiera puede imaginarlo […] Cuando está en el
estado de gracia, que es ya la unión con Dios, el alma procede a actos de fe,
de amor, de deseo, de humildad, que la unirán perfectamente al Hombre-Dios. Un
acto de fe la transporta hasta el tabernáculo y allí ella se postra y adora.
Por lo tanto, allí está, siempre presente, siempre encerrado para nosotros,
este Dios que los elegidos contemplan en sus eternos esplendores; ahí está,
humilde y velado, pero tan grande como en los cielos.[…]
Recepción: Ha llegado
el momento de la unión: hay que emplear todas nuestras potencias
espirituales. Nuestra imaginación, nuestra memoria, nuestro corazón las tienen
en abundancia; tanto que a menudo tenemos que defendernos de la invasión de sus
peligrosos sueños. Las fantasías van y vienen, presentándonos todo un mundo que
bulle ante nosotros con todos los encantos y todas las tentaciones de la
realidad; porque, ¿quién puede decir que la fertilidad de sus pensamientos no
llegue a ser un tormento diario? Santifiquemos estas facultades tan vivas, tan
activas, aplicándolas a las ideas divinas y a los impulsos del amor sagrado.
Tenemos que dilatar toda nuestra alma para recibir al huésped divino; una vez
recibido, le abrazaremos estrechándolo con respetuosa ternura; y permaneceremos
un instante en esta deliciosa alegría de la posesión, que expresa tan bien la
Esposa del Cantar de los Cantares: «Mi amado es mío, y yo suya» (Cantares, II,
16).
Acción de Gracias:
Sin embargo, no debemos separarnos (los corazones que se aman nunca se
separan), pero sí interrumpir estos santos disfrutes. Aquí abajo los gozos,
incluso los más puros, sólo pueden durar un instante. Volverán pronto, sin
duda, pero para terminar rápidamente de nuevo y sucederse como grados de
ascensión hacia el cielo.
Agradezcamos a Jesús;
bendito sea por honrar con una visita tan grande el alma que no es más que
su humilde sirvienta y a la que eleva a la dignidad de su esposa. Él ha
estrechado los lazos de su ternura que cada contacto divino hace más íntima y
dulce; que nos ha dado un beso de su boca (Cantares, I, 1), y este beso
misterioso nos ha dejado una huella viva y un suave recuerdo.
Nos retiramos felices;
y en medio de este mundo del que aún escuchamos su voz, en medio de los
trabajos que estamos a punto de reanudar, en la carrera habitual que todavía
tenemos que recorrer, este recuerdo permanecerá con nosotros para mantener vivo
nuestro inmortal amor. Podremos, como expresión de nuestra gratitud, servirnos
de algunas de las hermosas oraciones que la Iglesia dirige a su Esposo en el
tabernáculo”. Fuente: Religión en libertad.
R. P. Justin Etcheverry,
La Communion spirituelle (Édition Périsse Frères 1863)
Traducido de L’Homme Nouveau (28 de marzo de 2020) n.º 1708
NOTA: Oración para la comunión espiritual:
“Creo, Jesús mío, que estás real y verdaderamente en el
cielo y en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas y
deseo vivamente recibirte dentro de mi alma, pero no pudiendo hacerlo ahora
sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Y como si ya te
hubiese recibido, te abrazo y me uno del todo a Ti. Señor, no permitas que
jamás me aparte de Ti. Amén”