12 de marzo 2020. “Vivimos la cultura de la indiferencia”.
En la Misa celebrada este jueves en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco
advirtió el peligro de la indiferencia al saber mucha información, pero tener
el corazón cerrado que hace olvidar el dolor del otro y pidió rezar juntos por
los gobernantes que deben tomar decisiones ante la pandemia del coronavirus
COVID-19.
“Continuamos a rezar juntos en este momento de pandemia por
los enfermos, por los familiares por los padres con los niños en casa y sobre
todo yo quisiera pedir rezar por las autoridades, ellos deben decidir, y muchas
veces decidir sobre medidas que no le gustan al pueblo, pero es por nuestro
bien. Muchas veces las autoridades se sienten solas, no entendidas. Recemos por
nuestros gobernantes que deben tomar las decisiones de estas medidas para que
se sientan acompañadas por la oración del pueblo”, pidió el Pontífice al inicio
de la Eucaristía.
Durante su homilía, el Santo Padre se centró en la narración
del Evangelio de San Lucas (16:19-31) en el que Jesús narra la historia de dos
personajes: un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los
días espléndidas fiestas y de un pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su
portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del
rico.
“Esta narración de Jesús es muy clara. Parece una narración
para niños, muy simple. Jesús quiere indicar con esto no solo una historia sino
la posibilidad de que toda la humanidad viva así, también nosotros vivimos
así”, advirtió el Papa.
Al continuar con su reflexión, el Pontífice subrayó también
que el rico “era feliz así, no tenía preocupaciones, tomaba alguna precaución,
quizá alguna medicina en contra del colesterol, pero continuaba en los
banquetes. Así la vida iba bien, estaba tranquilo” pero, sin embargo, “en su
puerta estaba un pobre, Lázaro se llamaba, él sabía que estaba el pobre así,
pero le parecía natural”.
Por ello, Francisco realizó dos consideraciones sobre esta
narración del Evangelio. En primer lugar, “el hecho de que el rico sabía que
estaba este pobre y que también sabía el nombre de Lázaro, pero no le
importaba, le parecía natural. El rico hacía sus negocios que al final quizá
iban contra el pobre, conocía bien claramente, era informado de esa realidad”.
La segunda consideración, fue el gran abismo entre ellos, que cuando los dos
personajes murieron, Abraham le señaló al rico “es el mismo abismo que en la vida
había entre el rico y Lázaro” el abismo “no comenzó allá, comenzó aquí”, añadió
el Papa.
Drama de la
información que no baja al corazón
En esta línea, el Santo Padre cuestionó: “¿cuál sería el
drama de este hombre? Y dijo: “el drama de estar muy informado, pero con el
corazón cerrado. La información de este hombre rico no llegaba al corazón, no
sabía conmoverse, no se podía conmover por el drama de los otros, ni tampoco
llamar a uno de los chicos que servían a la mesa como para decirle: llévale
esto o el otro”.
“El drama de la
información que no baja al corazón. También esto nos sucede a nosotros, todos
nosotros sabemos, porque lo hemos escuchado en el noticiero, o lo hemos visto
en los periódicos, cuántos niños padecen el hambre hoy en el mundo, cuántos
niños no tienen las medicinas necesarias, cuántos niños no pueden ir a la
escuela, continentes con este drama, lo sabemos, pobrecillos, y continuamos,
esta información no baja al corazón, y muchos de nosotros, muchos grupos de
hombres y mujeres, viven esta separación entre lo que piensan y lo que saben y
lo que sienten separado al corazón de la mente, son indiferentes, como el rico
era indiferente al dolor de Lázaro, existe
el abismo de la indiferencia”, advirtió el Papa.
En este sentido, Francisco recordó que cuando visitó
Lampedusa pensó en “la globalización de la indiferencia”. “Quizá hoy nosotros
aquí en Roma estamos preocupados porque parece que los negocios están cerrados,
yo tengo que ir a comprar aquello, y parece que no puedo dar el paseo de todos
los días... preocupados por mis cosas y
nos olvidamos de los niños enfermos, olvidamos las pobres personas que están en
las fronteras de los países buscando la libertad, los migrantes forzados que
huyen del hambre, de la guerra y que solamente encuentran un muro, un muro
hecho de hierro, un muro de alambre de púas, pero un muro que no los deja
pasar”.
“Sabemos que existe eso, pero no va al corazón, no baja,
nosotros vivimos en la indiferencia, la indiferencia
de este drama de estar bien informados, pero no sentir la realidad de los otros,
este es el abismo de la indiferencia”, reiteró.
De este modo, el Papa concluyó que “sabemos el nombre del
pobre, Lázaro”, también el rico lo sabía, porque cuando estaba en los infiernos
pidió a Abraham que enviara a Lázaro, lo reconoce, pero “no sabemos el nombre
del rico, el Evangelio no dice cómo se llamaba este señor, no tenía nombre,
había perdido el nombre, solamente tenía los adjetivos de su vida, rico,
poderoso, tantos adjetivos. Esto es lo que hace el egoísmo en nosotros, hace
perder nuestra identidad real, nuestro nombre, y solamente nos lleva a evaluar
los adjetivos”.
“La mundanidad nos ayuda en esto, hemos caído en la cultura de los adjetivos, en donde tu valor es lo que
tienes, pero cómo te llamas, has perdido el nombre. La indiferencia lleva a
esto, a perder el nombre, solamente somos los ricos, somos este, somos el otro,
somos los adjetivos”. “Pidamos hoy al Señor la gracia de no caer en la
indiferencia. Que toda la información de los dolores humanos que tenemos bajen
al corazón, y nos muevan a hacer algo por los otros”, invitó el Papa. Evangelio
comentado por el Papa Francisco: Lucas 16:19-31 Fuente: Aciprensa. Mercedes de
la Torre.