17 de marzo 2020. “Siempre debemos perdonar. No es fácil,
pero debemos hacerlo.” Homilía del Papa Francisco. Texto: mateo 18, 21-25. Jesús
viene de hacer una catequesis sobre la unidad de los hermanos y la terminó con
una hermosa palabra: “Les aseguro que si dos de ustedes, dos o tres, se ponen
de acuerdo y piden una gracia, se les será concedida”. La unidad, la amistad, la paz entre los hermanos atrae la benevolencia
de Dios. Y Pedro hace la pregunta: “Sí, pero con las personas que nos
ofenden, ¿qué debemos hacer? Si mi hermano comete culpas contra mí, me ofende,
¿cuántas veces tendré que perdonarlo? ¿Siete veces?”. Y Jesús respondió con
aquella palabra que significa, en su idioma, “siempre”: “Setenta veces siete”. Siempre se debe perdonar. Y perdonar no es
fácil. Porque nuestro corazón egoísta siempre está apegado al odio, a las
venganzas, a los rencores. Todos hemos visto familias destruidas por odios
familiares que pasan de una generación a otra.
Hermanos que, frente al ataúd de
uno de sus padres, no se saludan porque guardan viejos rencores. Parece que es más fuerte aferrarse al odio
que al amor y éste es precisamente –
digámoslo así – el tesoro del diablo. Él se agazapa siempre entre nuestros
rencores, entre nuestros odios y los hace crecer, los mantiene ahí para
destruir. Destruir todo. Y muchas veces, por cosas pequeñas, destruye. Y
también se destruye a este Dios que no vino a condenar, sino a perdonar. Este
Dios que es capaz de festejar con un pecador que se acerca y olvida todo.
Cuando Dios nos perdona, olvida todo el mal que hemos hecho.
Alguien dijo: “Es la enfermedad de Dios”. No tiene memoria, es capaz de perder
la memoria en estos casos. Dios pierde la memoria de las historias malas de
tantos pecadores, de nuestros pecados. Nos perdona y sigue adelante. Sólo nos
pide: “Es lo mismo: aprende a perdonar”, no
sigas con esta cruz infecunda del odio, del rencor, del “me la pagarás”.
Esta palabra no es cristiana ni humana. La generosidad de Jesús nos enseña que
para entrar en el cielo debemos perdonar. Es más, nos dice: “¿Vas a Misa?” –
“Sí” – Pero cuando vas a Misa acuérdate de tu hermano que tiene algo contra ti,
y reconcíliate primero; no vengas a mí con el amor hacia mí en una mano y el
odio para con tu hermano en la otra. Coherencia del amor. Perdonar. Perdonar de
corazón.
Hay gente que vive
condenando a la gente, hablando mal de la gente, ensuciando constantemente
a sus compañeros de trabajo, ensuciando a sus vecinos, a sus parientes, porque
no perdonan algo que les han hecho, o no perdonan algo que no les gustó. Parece
que la riqueza propia del diablo es ésta: sembrar amor al no-perdonar, vivir
apegados al no-perdonar. Y el perdón es condición para entrar en el cielo.
La parábola que nos cuenta Jesús es muy clara: perdonar. Que
el Señor nos enseñe esta sabiduría del perdón que no es fácil. Y hagamos una
cosa: cuando vayamos a confesarnos, a recibir el sacramento de la
reconciliación, primero preguntemos: “¿Yo perdono?”. Si siento que no perdono,
no hagas de cuenta que pides perdón, porque no serás perdonado. Pedir perdón
significa perdonar. Van juntos. No pueden separarse. Y aquellos que piden
perdón para sí mismos como este señor, al que el patrón le perdona todo pero él
no perdona a los demás, terminarán como este señor. “Así también mi Padre
celestial lo hará con ustedes si no perdonan de corazón cada uno a su
propio hermano”.
Que el Señor nos ayude a comprender esto y a bajar la
cabeza, a no ser soberbios, a ser
magnánimos en el perdón. Al menos a perdonar “por interés”. ¿Cómo es eso?
Sí: perdonar, porque si no perdono, no seré perdonado. Al menos eso. Pero
siempre el perdón. Fuente: Zenit. Org.