26 de marzo 2020.
“La idolatría nos lleva a una religiosidad equivocada.” Homilía Papa Francisco.
En la primera lectura (Éxodo 32, 7-14), está la escena del motín del pueblo.
Moisés fue al Monte para recibir la Ley: Dios se lo dio, en piedra, escrita con
su dedo. Pero el pueblo se aburrió y se aglomeró alrededor de Aarón y le dijo:
“Pero, este Moisés, hace tiempo que no sabemos dónde está, dónde se ha ido, y
estamos sin guía. Haznos un dios para ayudarnos a seguir adelante”. Y Aarón,
que más tarde se convirtió en sacerdote de Dios, pero allí era un sacerdote de
la estupidez, de los ídolos, dijo: “Pero sí, denme todo el oro y la plata que
tengan”, y lo dieron todo e hicieron ese
becerro de oro.
En el salmo (Salmo
105), escuchamos el lamento de Dios: “En Horeb se fabricaron un ternero,
adoraron una estatua de metal fundido: así cambiaron su Gloria por la imagen de
un toro que come pasto”. Y aquí, en este momento, comienza la lectura: “El
Señor dijo a Moisés: ‘Baja enseguida, porque tu pueblo, ése que hiciste salir de Egipto, se ha pervertido.
Ellos se han
apartado rápidamente del camino que Yo les había señalado, y se han fabricado
un ternero de metal fundido. Después se postraron delante de él, le ofrecieron
sacrificios y exclamaron: ‘Éste es tu Dios, Israel, el que te hizo salir de
Egipto’”. ¡Una verdadera apostasía!
Desde el Dios viviente a la idolatría. No tuvieron paciencia para esperar el
regreso de Moisés: querían algo nuevo, querían algo, un espectáculo litúrgico,
algo.
Sobre esto quisiera
mencionar algunas cosas. En primer lugar, esa
nostalgia idolátrica en el pueblo: en este caso, pensaba en los ídolos de
Egipto, la nostalgia de volver a los ídolos, de volver a lo peor, sin saber
esperar al Dios vivo. Esta nostalgia es una enfermedad, también nuestra. Uno
comienza a caminar con el entusiasmo de ser libre, pero luego comienzan las
quejas: “Pero sí, es un momento difícil, el desierto, tengo sed, quiero agua,
quiero carne… pero en Egipto comíamos cebollas, cosas buenas y aquí no hay…”. Siempre, la idolatría es selectiva: te
hace pensar en las cosas buenas que te da pero no te hace ver las cosas malas.
En este caso, ellos pensaban en cómo estaban en la mesa, con estas comidas tan
buenas que les gustaban tanto, pero olvidaban que ésta era la mesa de la
esclavitud. La idolatría es selectiva.
Y otra cosa: la idolatría hace que lo pierdas todo.
Aarón, para hacer un ternero, les pidió: “Dadme oro y plata”, pero era el oro y
la plata que el Señor les había dado cuando les dijo: “Pedid oro a los egipcios
en préstamo”, y luego se fueron con ellos. Es un regalo del Señor, y con el don
del Señor ellos idolatran. Y eso es muy malo. Pero este mecanismo también nos sucede
a nosotros: cuando tenemos actitudes que nos llevan a la idolatría, nos apegamos a cosas que nos alejan de
Dios, porque hacemos otro dios y lo hacemos con los dones que el Señor nos
ha dado. Con la inteligencia, con la voluntad, con el amor, con el corazón…
estos son los dones del Señor que usamos para hacer idolatría.
Sí, algunos de
ustedes pueden decirme: “Pero yo no tengo ídolos en casa. Tengo el Crucifijo,
la imagen de Nuestra Señora, que no son ídolos…” – No, no: en tu corazón. Y la
pregunta que deberíamos hacernos hoy es: ¿cuál
es el ídolo que tienes en tu corazón, en mi corazón? Esa salida escondida
donde me siento bien, que me aleja del Dios vivo. Y también tenemos una actitud
muy astuta con la idolatría: sabemos cómo esconder los ídolos, como hizo Raquel
cuando huyó de su padre y los escondió en la silla del camello y entre sus
ropas. Nosotros también, entre nuestras ropas del corazón, hemos escondido
muchos ídolos.
La pregunta que me
gustaría hacer hoy es: ¿cuál es mi ídolo? Mi
ídolo de la mundanidad… y la idolatría llega también a la piedad, porque
querían el becerro de oro no para hacer un circo: no. Para adorar: “Se
postraron ante él”. La idolatría te
lleva a una religiosidad equivocada, en efecto: muchas veces la
mundanalidad, que es la idolatría, te hace cambiar la celebración de un
sacramento en una fiesta mundana. Un ejemplo: no sé, pensemos, y en una
celebración de boda. No sabes si es un sacramento donde los recién casados
realmente dan todo y se aman ante Dios y prometen ser fieles ante Dios y
recibir la gracia de Dios, o es una exhibición de modelos, cómo se visten… la mundanalidad. Es una idolatría. Este
es un ejemplo. Porque la idolatría no se detiene: siempre continúa.
Hoy la pregunta que
me gustaría hacer a todos nosotros, a todos: ¿Cuáles son mis ídolos? Cada uno
tiene el suyo. ¿Cuáles son mis ídolos? Donde los escondo. Y que el Señor no nos
encuentre, al final de nuestras vidas, y diga de cada uno de nosotros: «Te has
pervertido. Te has desviado del camino que te había indicado. Te has postrado
ante un ídolo». Pidamos al Señor la
gracia de conocer a nuestros ídolos. Y si no podemos expulsarlos, al menos
mantenerlos en la esquina… Fuente:
Zenit. Org. Traducción del italiano al español, según Vatican News