5 de marzo 2020. “¡Joven, a ti te digo, levántate!” es el
título del Mensaje de la Jornada Mundial de la Juventud para el año 2020,
propuesto por el Papa Francisco. Queridos
jóvenes: En octubre de 2018, con el Sínodo de los Obispos sobre el tema: Los
jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, la Iglesia comenzó un proceso de
reflexión sobre vuestra condición en el mundo actual, sobre vuestra búsqueda de
sentido y de un proyecto de vida, sobre vuestra relación con Dios.
En enero de 2019, encontré a cientos de miles de coetáneos
vuestros de todo el mundo, reunidos en Panamá para la Jornada Mundial de la
Juventud. Eventos de este tipo —Sínodo y JMJ— expresan una dimensión esencial
de la Iglesia: el “caminar juntos”.
En este camino, cada vez que alcanzamos un hito importante,
Dios y la misma vida nos desafían a comenzar de nuevo. Vosotros los jóvenes
sois expertos en esto.
Os gusta viajar, confrontaros con lugares y rostros
jamás vistos antes, vivir experiencias nuevas. Por eso, elegí como meta de
vuestra próxima peregrinación intercontinental, en el 2022, la ciudad de
Lisboa, capital de Portugal.
Desde allí, en los siglos XV y XVI, numerosos jóvenes,
muchos de ellos misioneros, partieron hacia tierras desconocidas, para
compartir también su experiencia de Jesús con otros pueblos y naciones.
El tema de la JMJ de Lisboa será: «María se levantó y partió
sin demora» (Lucas 1,39). En estos dos años precedentes, he pensado en que
reflexionemos juntos sobre otros dos textos bíblicos: “¡Joven, a ti te digo,
levántate!” (cf. Lucas 7,14), en el 2020, y “¡Levántate! ¡Te hago testigo de las
cosas que has visto!” (cf. Hechos 26,16), en el 2021.
Como podéis comprobar, el verbo común en los tres temas es
levantarse. Esta expresión asume también el significado de resurgir,
despertarse a la vida. Es un verbo recurrente en la Exhortación Christus vivit
(Vive Cristo), que os he dedicado después del Sínodo de 2018 y que, junto con
el Documento final, la Iglesia os ofrece como un faro para iluminar los
senderos de vuestra existencia.
Espero de todo corazón que el camino que nos llevará a
Lisboa concuerde en toda la Iglesia con un fuerte compromiso para aplicar estos
dos documentos, orientando la misión de los animadores de la pastoral juvenil.
Pasemos ahora a
nuestro tema para este año: ¡Joven, a ti te digo, levántate! (cf. Lucas
7,14). Ya cité este versículo del Evangelio en la Christus vivit: «Si has
perdido el vigor interior, los sueños, el entusiasmo, la esperanza y la
generosidad, ante ti se presenta Jesús como se presentó ante el hijo muerto de
la viuda, y con toda su potencia de Resucitado el Señor te exhorta: “Joven, a ti
te digo, ¡levántate!” (cf. Lucas 7,14)» (n. 20).
Este pasaje nos cuenta cómo Jesús, entrando en la ciudad de
Naín, en Galilea, se encontró con un cortejo fúnebre que acompañaba a la
sepultura a un joven, hijo único de una madre viuda. Jesús, impresionado por el
dolor desgarrador de esa mujer, realizó el milagro de resucitar a su hijo.
Pero el milagro llegó después de una secuencia de actitudes
y gestos: «Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: “No llores”. Y
acercándose al féretro, lo tocó (los que lo llevaban se pararon)» (Lucas 7,13-
14). Detengámonos a meditar sobre alguno de estos gestos y palabras del Señor.
Ver el dolor y la muerte
Jesús puso su mirada atenta, no distraída, en ese cortejo
fúnebre. En medio de la multitud percibió el rostro de una mujer con un
sufrimiento extremo. Su mirada provocó el encuentro, fuente de vida nueva. No
hubo necesidad de muchas palabras.
Y mi mirada, ¿cómo es? ¿Miro con ojos atentos, o lo hago
como cuando doy un vistazo rápido a las miles de fotos de mi celular o de los
perfiles sociales? Cuántas veces hoy nos pasa que somos testigos oculares de muchos
eventos, pero nunca los vivimos en directo. A veces, nuestra primera reacción
es grabar la escena con el celular, quizás omitiendo mirar a los ojos a las
personas involucradas.
A nuestro alrededor, pero a veces también en nuestro
interior, encontramos realidades de muerte: física, espiritual, emotiva,
social. ¿Nos damos cuenta o simplemente sufrimos las consecuencias de ello? ¿Hay algo que podamos hacer para volver a
dar vida?
Pienso en tantas situaciones negativas vividas por vuestros
coetáneos. Hay quien, por ejemplo, se juega todo en el hoy, poniendo en peligro
su propia vida con experiencias extremas. Otros jóvenes, en cambio, están
“muertos” porque han perdido la esperanza. Escuché decir a una joven: “Entre
mis amigos veo que se ha perdido el empuje para arriesgar, el valor para
levantarse”.
Por desgracia, también entre
los jóvenes se difunde la depresión, que en algunos casos puede llevar
incluso a la tentación de quitarse la vida. Cuántas situaciones en las que
reina la apatía, en las que caemos en el abismo de la angustia y del
remordimiento.
Cuántos jóvenes lloran sin que nadie escuche el grito de su
alma. A su alrededor hay tantas veces miradas distraídas, indiferentes, de
quien quizás disfruta su propia happy hour manteniéndose a distancia.
Hay quien sobrevive en la superficialidad, creyéndose vivo
mientras por dentro está muerto (cf. Apocalipsis 3,1). Uno se puede encontrar
con veinte años arrastrando su vida por el suelo, sin estar a la altura de la
propia dignidad.
Todo se reduce a un “dejar pasar la vida” buscando alguna
gratificación: un poco de diversión, algunas migajas de atención y de afecto
por parte de los demás… Hay también un
difuso narcisismo digital, que influye tanto en los jóvenes como en los
adultos. Muchos viven así.
Algunos de ellos puede que hayan respirado a su alrededor el
materialismo de quien sólo piensa en hacer dinero y alcanzar una posición, casi
como si fuesen las únicas metas de la vida. Con el tiempo aparecerá
inevitablemente un sordo malestar, una apatía, un aburrimiento de la vida cada
vez más angustioso.
Las actitudes negativas también pueden ser provocadas por
los fracasos personales, cuando algo que nos importaba, para lo que nos
habíamos comprometido, no progresa o no alcanza los resultados esperados. Puede
suceder en el ámbito escolar, con las aspiraciones deportivas, artísticas…
El final de un
“sueño” puede hacernos sentir muertos. Pero los fracasos forman parte de la
vida de todo ser humano, y en ocasiones pueden revelarse también como una
gracia. Muchas veces, lo que pensábamos que nos haría felices resulta ser una
ilusión, un ídolo.
Los ídolos pretenden todo de nosotros haciéndonos esclavos,
pero no dan nada a cambio. Y al final se derrumban, dejando sólo polvo y humo.
En este sentido los fracasos, si derriban a los ídolos, son una bendición,
aunque nos hagan sufrir.
Podríamos seguir con otras condiciones de muerte física o
moral en las que un joven se puede encontrar, como las dependencias, el crimen,
la miseria, una enfermedad grave… Pero dejo para vuestra reflexión personal
tomar conciencia de lo que ha causado “muerte” en vosotros o en alguien
cercano, en el presente o en el pasado.
Al mismo tiempo, recordemos que aquel muchacho del
Evangelio, que estaba verdaderamente muerto, volvió a la vida porque fue mirado
por Alguien que quería que viviera. Esto puede suceder incluso hoy y cada día.
Tener compasión
Con frecuencia, las Sagradas Escrituras expresan el estado
de ánimo de quien se deja tocar “hasta las entrañas” por el dolor ajeno. La
conmoción de Jesús lo hace partícipe de la realidad del otro. Toma sobre sí la
miseria del otro. El dolor de esa madre se convierte en su dolor. La muerte de
ese hijo se convierte en su muerte.
En muchas ocasiones los jóvenes demostráis que sabéis
con-padecer. Es suficiente ver cuántos de vosotros se entregan con generosidad
cuando las circunstancias lo exigen. No hay desastre, terremoto, aluvión que no
vea ejércitos de jóvenes voluntarios disponibles para echar una mano. También
la gran movilización de jóvenes que quieren defender la creación testimonia
vuestra capacidad para oír el grito de la tierra.
Queridos jóvenes: No os dejéis robar esa sensibilidad. Que
siempre podáis escuchar el gemido de quien sufre; dejaos conmover por aquellos que lloran y mueren en el mundo actual.
«Ciertas realidades de la vida solamente se ven con los ojos limpios por las lágrimas»
(Christus vivit, 76). Si sabéis llorar
con quien llora, seréis verdaderamente felices.
Muchos de vuestros coetáneos carecen de oportunidades,
sufren violencia, persecución. Que sus heridas se conviertan en las vuestras, y
seréis portadores de esperanza para este mundo. Podréis decir al hermano, a la
hermana: “Levántate, no estás solo”, y hacer experimentar que Dios Padre nos
ama y que Jesús es su mano tendida para levantarnos.
Acercarse y “tocar”
Jesús detiene el cortejo fúnebre. Se acerca, se hace
prójimo. La cercanía nos empuja más allá y se hace gesto valiente para que el
otro viva. Gesto profético. Es el toque de Jesús, el Viviente, que comunica la
vida. Un toque que infunde el Espíritu Santo en el cuerpo muerto del muchacho y
reaviva de nuevo sus funciones vitales.
Ese toque penetra en la realidad del desánimo y de la
desesperación. Es el toque de la divinidad, que pasa también a través del
auténtico amor humano y abre espacios impensables de libertad, dignidad,
esperanza, vida nueva y plena. La eficacia de este gesto de Jesús es
incalculable. Esto nos recuerda que también un signo de cercanía, sencillo pero
concreto, puede suscitar fuerzas de resurrección.
Sí, también vosotros jóvenes podéis acercaros a las
realidades de dolor y de muerte que encontráis, podéis tocarlas y generar vida
como Jesús. Esto es posible, gracias al Espíritu Santo, si vosotros antes
habéis sido tocados por su amor, si vuestro corazón ha sido enternecido por la
experiencia de su bondad hacia vosotros.
Entonces, si sentís dentro la conmovedora ternura de Dios
por cada criatura viviente, especialmente por el hermano hambriento, sediento,
enfermo, desnudo, encarcelado, entonces podréis acercaros como Él, tocar como
Él, y transmitir su vida a vuestros amigos que están muertos por dentro, que
sufren o han perdido la fe y la esperanza.
“¡Joven, a ti te digo, levántate!”
El Evangelio no dice el nombre del muchacho que Jesús
resucitó en Naín. Esto es una invitación al lector para que se identifique con
él. Jesús te habla a ti, a mí, a cada uno de nosotros, y nos dice:
«¡Levántate!». Sabemos bien que también nosotros cristianos caemos y nos
debemos levantar continuamente.
Sólo quien no camina
no cae, pero tampoco avanza. Por eso es necesario acoger la ayuda de Cristo
y hacer un acto de fe en Dios. El primer paso es aceptar levantarse. La nueva
vida que Él nos dará será buena y digna de ser vivida, porque estará sostenida
por Alguien que también nos acompañará en el futuro, sin dejarnos nunca,
ayudándonos a gastar nuestra existencia de manera digna y fecunda.
Es realmente una nueva creación, un nuevo nacimiento. No es
un condicionamiento psicológico. Probablemente, en los momentos de dificultad,
muchos de vosotros habréis sentido repetir las palabras “mágicas” que hoy están
de moda y deberían solucionarlo todo: “Debes creer en ti mismo”, “tienes que
encontrar fuerza en tu interior”, “debes
tomar conciencia de tu energía positiva”…
Pero todas estas son simples palabras y para quien está
verdaderamente “muerto por dentro” no funcionan. La palabra de Cristo es de
otro espesor, es infinitamente superior. Es una palabra divina y creadora, que
sola puede devolver la vida allí donde se había extinguido.
La nueva vida “de resucitados”
El joven, dice el Evangelio, «empezó a hablar» (Lucas 7,15).
La primera reacción de una persona que ha sido tocada y restituida a la vida
por Cristo es expresarse, manifestar sin miedo y sin complejos lo que tiene
dentro, su personalidad, sus deseos, sus necesidades, sus sueños. Tal vez nunca
antes lo había hecho, convencida de que nadie iba a poder entenderla.
Hablar significa también entrar en relación con los demás.
Cuando estamos “muertos” nos encerramos en nosotros mismos, las relaciones se
interrumpen, o se convierten en superficiales, falsas, hipócritas. Cuando Jesús
vuelve a darnos vida, nos “restituye” a los demás (cf. v. 15).
Hoy a menudo hay “conexión” pero no comunicación. El uso de los dispositivos electrónicos, si
no es equilibrado, puede hacernos permanecer pegados a una pantalla. Con
este mensaje quisiera lanzar, junto a vosotros, los jóvenes, el desafío de un
giro cultural, a partir de este “levántate” de Jesús. En una cultura que quiere
a los jóvenes aislados y replegados en mundos virtuales, hagamos circular esta
palabra de Jesús: “Levántate”.
Es una invitación a abrirse a una realidad que va mucho más
allá de lo virtual. Esto no significa
despreciar la tecnología, sino utilizarla como un medio y no como un fin.
“Levántate” significa también “sueña”, “arriesga”, “comprométete para cambiar
el mundo”, enciende de nuevo tus deseos, contempla el cielo, las estrellas, el
mundo a tu alrededor.
“Levántate y sé lo que eres”. Gracias a este mensaje, muchos
rostros apagados de jóvenes que están a nuestro alrededor se animarán y serán
más hermosos que cualquier realidad virtual.
Porque si tú das la vida, alguno la acoge. Una joven dijo:
“Si ves algo bonito, te levantas del sofá y decides hacerlo tú también”. Lo que
es hermoso suscita pasión. Y si un joven se apasiona por algo, o mejor, por
Alguien, finalmente se levanta y comienza a hacer cosas grandes; de muerto que
estaba, puede convertirse en testigo de Cristo y dar la vida por Él.
Queridos jóvenes: ¿Cuáles son vuestras pasiones y vuestros
sueños? Hacedlos surgir y, a través de ellos, proponed al mundo, a la Iglesia,
a los otros jóvenes, algo hermoso en el campo espiritual, artístico, social.
Os lo repito en mi lengua materna: ¡hagan lío! Haced
escuchar vuestra voz. De otro joven escuché: “Si Jesús hubiese sido uno que no se implica, que va sólo a lo suyo, el
hijo de la viuda no habría resucitado”.
La resurrección del muchacho lo reúne con su madre. En esta
madre podemos ver a María, nuestra Madre, a quien encomendamos a todos los
jóvenes del mundo.
En ella podemos reconocer también a la Iglesia, que quiere
acoger con ternura a cada joven, sin excepción. Pidamos, pues, a María por la
Iglesia, para que sea siempre madre de sus hijos que permanecen en la muerte, y
que llora e invoca para que vuelvan a la vida.
Por cada uno de sus hijos que muere, muere también la
Iglesia, y por cada hijo que resurge, también ella resurge.
Bendigo vuestro camino. Y vosotros, por favor, no os
olvidéis de rezar por mí.