18 de marzo 2020. “Nuestro Dios, es el Dios de la cercanía.”
Homilía Papa Francisco. El tema de ambas lecturas de hoy es la Ley. La Ley que
Dios da a su pueblo. La Ley que el Señor quiso darnos y que Jesús quiso llevar
a la más alta perfección. Pero hay una cosa que llama la atención: la forma en
que Dios da la Ley. Moisés dice: “Porque ¿qué gran nación tiene a sus dioses
tan cerca de ella, como el Señor, nuestro
Dios, está cerca de nosotros cada vez que lo invocamos?”. El Señor da la
Ley a su pueblo con una actitud de cercanía. No se trata de prescripciones de
un gobernante, que puede estar lejos, o de un dictador… No: es la cercanía; y
nosotros sabemos por revelación que es una cercanía paternal, de un padre, que
acompaña a su pueblo dándole el don de la Ley. El Dios cercano. “De hecho, ¿qué
gran nación tiene a sus dioses tan cerca de ella, como el Señor, nuestro Dios,
está cerca de nosotros cada vez que lo invocamos?”.
Y la primera respuesta del hombre, en las primeras páginas
de la Biblia, son dos actitudes de no proximidad. Nuestra respuesta siempre es
alejarnos, nos alejamos de Dios. Él se acerca y nosotros nos distanciamos. En
esas dos primeras páginas, la primera actitud de Adán con su esposa, es
esconderse: se esconden de la cercanía de Dios, se avergüenzan, porque han
pecado, y el pecado nos lleva a escondernos, a no querer la cercanía. Y muchas
veces, se hace una teología sólo pensada “en el juez”, y por eso me escondo:
tengo miedo.
La segunda actitud, humana, a la propuesta de esta cercanía
de Dios es matar. Mata al hermano. “No soy el guardián de mi hermano”. Dos
actitudes que borran toda proximidad. El
hombre rechaza la cercanía de Dios, él quiere ser amo de las relaciones y
la cercanía siempre trae consigo alguna debilidad. El “Dios cercano” se vuelve
débil, y cuanto más cercano se hace, más débil parece. Cuando viene a nosotros,
a habitar con nosotros, se hace hombre, uno de nosotros: se hace débil y trae
la debilidad hasta la muerte y la muerte más cruel, la muerte de los asesinos,
la muerte de los más grandes pecadores. La proximidad humilla a Dios. Se
humilla para estar con nosotros, para caminar con nosotros, para ayudarnos.
El “Dios cercano” nos habla de humildad. No es un “gran
Dios”, no… No. Está cerca. Está en casa. Y lo vemos en Jesús, Dios hecho
hombre, cercano hasta la muerte, con sus discípulos: los acompaña, les enseña,
los corrige con amor… Pensemos, por ejemplo, en la cercanía de Jesús a los
angustiados discípulos de Emaús: estaban angustiados, fueron derrotados y Él se
acerca a ellos lentamente, para hacerles comprender el mensaje de vida, de la
resurrección.
Nuestro Dios es cercano y nos pide que estemos cerca unos de
otros, no que nos alejemos unos de otros. Y en este momento de crisis por la
pandemia que estamos viviendo, esta cercanía nos pide que la manifestemos más,
que la mostremos más. No podemos, quizás, acercarnos físicamente por miedo al
contagio, pero sí, podemos despertar en nosotros una actitud de cercanía entre
nosotros: con la oración, con la ayuda, muchas formas de cercanía. ¿Y por qué
deberíamos estar cerca el uno del otro? Porque nuestro Dios está cerca, quiso
acompañarnos en la vida. Es el Dios de la cercanía. Por eso no somos personas
aisladas: estamos cerca, porque la herencia que hemos recibido del Señor es la
cercanía, es decir, el gesto de cercanía.
Pidamos al Señor la gracia de estar cerca unos de otros; no nos escondamos unos de otros; no nos lavemos las manos de los problemas
de los demás, como hizo Caín: no. Juntos. Proximidad. Cercanía. “Porque
¿qué gran nación tiene a sus dioses tan cerca de ella, como el Señor, nuestro
Dios, está cerca de nosotros cada vez que lo invocamos?”. Fuente: Zenit. Org.