19 de febrero 2018. La oración es buscar el rostro de Dios. Monseñor,
José Gómez, arzobispo de los Ángeles (Estados Unidos). El Catecismo nos
recuerda la historia de cómo San Juan María Vianney se encontró una vez a un
campesino orando ante el Santísimo Sacramento. El Santo le preguntó qué estaba
haciendo, y el hombre respondió: “Yo lo miro y Él me mira”.
En esto consiste la
oración, en un diálogo amoroso, en un ir y venir, en un dar y recibir entre un
hijo de Dios en conversación con su Padre.
La semana pasada les hablaba acerca de la importancia que
tiene para ustedes el poder hablar con Dios de forma natural y honesta; de hablarle
como se habla con un amigo, con un padre; hablando desde el corazón de ustedes
hacia el corazón de Él. Esta semana quiero recomendarles una de las formas más
antiguas de la oración cristiana, la lectio divina, es decir, practicar la
lectura orante de la Sagrada Escritura como un diálogo con Dios. Si la oración
es conversación, entonces tenemos que escuchar a Dios tanto como hablamos con
Él. “Al leer la Biblia, Dios te habla”, dijo San Agustín. “Cuando oras hablas
con Dios”.
La lectio divina transforma nuestra lectura de las
Escrituras en una audiencia privada con el Dios vivo que viene a nosotros con
amor y nos habla en las páginas de los textos sagrados. Existen diferentes
enfoques con respecto a la lectio divina. Yo sigo una especie de método clásico,
que consiste en cinco “movimientos”: lectura, meditación, oración,
contemplación y acción.
Ustedes pueden utilizar este método con cualquier texto
bíblico, pero les recomiendo que en su práctica diaria de la lectio divina o al
unirse a la liturgia de la Iglesia, usen la lectura del Evangelio
correspondiente a cada día.
Al leer en oración el Evangelio del día, nuestras vidas se
convierten en un camino que estamos recorriendo con Jesús, en una peregrinación
del corazón. Día tras día, vamos caminando con Él, vamos escuchando sus
enseñanzas, vamos aprendiendo de Él, al presenciar la manera en que maneja las
situaciones y trata con las personas. Al empezar la lectio divina, es necesario
que busquen un lugar tranquilo, en el que no se les interrumpan. Apaguen todas
sus “pantallas”: computadora, teléfono celular, televisión. Traten de apartar
15 minutos para estar a solas con el Señor.
Empiecen poniéndose ante la presencia de Dios. Dense cuenta
de que Él está en todas partes y de que los ama. Pidan que su Espíritu Santo
abra sus corazones. Pídanle a nuestra Santísima Madre que los ayude a
reflexionar en su corazón sobre los misterios de Cristo, como Ella lo hizo.
Luego, empiecen a leer despacio el texto del Evangelio de
ese día. Léanlo una y otra vez. Y conforme van leyendo, fíjense en los
detalles. ¿Qué está pasando? ¿Quiénes son los personajes principales?
Deténganse en las palabras o en las frases que les llamen la atención. Presten
especial atención a lo que Jesús está diciendo y haciendo. Pero recuerden que
no están leyendo una novela. Se trata de un encuentro con el Dios vivo. Jesús
vive en los textos sagrados. Dios está hablándoles a ustedes, personalmente. Así,
su lectura se transformará, naturalmente, en meditación. En este momento,
ustedes le preguntan a Dios lo que está tratando de decirles en este pasaje de
la Escritura. ¿Hay aquí una promesa para ustedes? ¿Una orden? ¿Una advertencia?
¿Cómo se aplica este texto a la situación que están ustedes viviendo en este
momento? Permítanle a la Palabra de Dios transformarse en un reto para ustedes.
Si tienen dificultad para entender lo que están leyendo, pídanle al Espíritu
que los ayude. Jesús nos dijo que si pedimos, se nos dará, y que si tocamos las
puertas cerradas, se nos abrirán. Así que hay que pedirle especialmente a Dios
que nos ayude a entender las escenas y enseñanzas que no se ajusten a la manera
de pensar, a las expectativas y a los prejuicios.
La oración es lo que le decimos a Dios en respuesta a la
Palabra que nos dirige. Puede ser una oración de agradecimiento o de alabanza.
La oración de ustedes puede ser una petición, una petición de que Dios les dé
la fuerza para seguir adelante o de que les otorgue alguna gracia o virtud en
especial.
Nuestra lectio divina termina con la contemplación. En este
momento, tratamos simplemente de permanecer en silencio y conocer a Dios. En la
contemplación, somos como niños que buscan conocer la manera de pensar y la
voluntad del Padre que nos ama. Con nuestra mente tranquila, descansa la
presencia de su mirada. “Yo lo miro y Él me mira”. A partir de nuestra
contemplación, la lectio divina nos lleva a tomar resoluciones y a
comprometernos para la acción. La verdadera oración nos lleva a desarrollar un
profundo sentido de responsabilidad por la misión de Cristo, por la misión de
la Iglesia. La oración de todo discípulo en todo momento debe ser: “¿Qué he de
hacer, Señor?” Cuanto más oremos con los Evangelios, más podremos pensar según
“la mentalidad de Cristo”, más nos apropiaremos de sus pensamientos y
sentimientos; más podremos ver la realidad a través de sus ojos. Mientras más
oremos, más experimentaremos el llamado de Cristo a cambiar el mundo, para así
moldear la sociedad y la historia de acuerdo al designio amoroso de Dios.
¡Oremos unos por otros esta semana! Y pidámosle a nuestra
Santísima Madre María que consiga para nosotros un renovado deseo de buscar el
rostro de Dios en la lectura orante de las Escrituras. Fuente: Aciprensa.