A Jesús hay que
aceptarlo como Dios para poderlo comprender como Él realmente es, un Dios; no
es lo que la humanidad ha pretendido encontrar en Él: Un revolucionario, un
gran didacta, un pedagogo insuperable, un hombre que aventajó la historia de
los demás hombres, un verbo, un sustantivo, una doctrina increíble. La divinidad de Jesús, no se manifiesta en un
ambiente de poder, de fuerza, de dejar atrás como superado sus contendientes.
Sino que el rostro de Dios es una cara amable, tierna, amorosa, plena de luz,
cambia el horizonte de cualquier vida desviada por la tentación y el
materialismo presente. Dios descargó
todo su amor y misericordia en la transfiguración de su propio Hijo. Mostró a los apóstoles qué es lo que había
detrás de ese gran hombre, de ese inmenso predicador, de ese Maestro de
maestros. La reacción no se hace
esperar: Pedro, como siempre, atento a todo lo que sucede; dice a su Maestro:
“Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra
para Moisés y otra para Elías”. La gente
cambia cuando logra encontrar el sentido de Dios en sus vidas; la gente cambia
porque descubre el rostro de Dios en los rostros de la gente amable, dulce,
tierna, sencilla, humilde; La gente cambia porque se propone expresar el rostro
divino en su propia vida; a eso me atrevo a llamarle la transfiguración del
cristianismo. El Papa Francisco propone un elemento significativo: “El
encuentro con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a bajar de la montaña y
a volver hacia la llanura para encontrarnos con los más necesitados °°°”. Cuida tu salud: La cara amable generosa muestra el rostro de
Dios. Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué.