21 de febrero 2018. Monseñor, Juan Carlos Cárdenas Toro - Con el
Miércoles de Ceniza, hemos iniciado una vez más el itinerario cuaresmal. En
orden a no dejar pasar de largo este Tiempo de Gracia, quisiera proponer
algunas palabras que pueden ser como señales orientadoras en este camino y que
nos conducen en la ruta correcta a la vida nueva en Jesús, muerto y resucitado
por nosotros.
Con C de Conversión
La primera de estas señales es apenas obvia. La Cuaresma es
un camino para salir de lo que nos
aparta de Dios, para dirigirnos, en un
proceso de transformación, hacia un estilo de vida de acuerdo al Evangelio.
Precisamente esto es la conversión: un proceso de cambio, apoyado por la Gracia
de Dios; dejar las situaciones de pecado, de esclavitudes, para empezar a
caminar hacia una vida movida por el amor, la misericordia, la santidad, con
palabras y con hechos.
“No podemos quedarnos parados”, decía el Papa Francisco al
despedirse de Colombia el 10 de septiembre de 2017. La vida cristiana es
constante movimiento, revisión de vida, nunca conformarse. Es dar la pelea
todos los días por avanzar hacia el ideal que nos propone el Maestro.
Aprovechemos la Cuaresma para corregir la ruta, para romper el conformismo y
caminar hacia Jesús.
Con C de Confesión
En la Cuaresma se insiste en la importancia de los
sacramentos y especialmente la Confesión. Cada sacramento es una acción a
través de la cual el Señor ofrece su salvación. En la Penitencia, la
misericordia de Dios, su perdón y purificación, llegan al creyente liberándolo
de las cadenas a las que lo somete el pecado y entregándole una nueva
oportunidad. El “yo te absuelvo” es la sentencia que el mismísimo Jesús dirige
al pecador por boca del sacerdote; una sentencia que no es condenatoria sino
liberadora, salvadora. La Sagrada Escritura, dice: «si el afligido invoca al
Señor, Él lo escucha y lo libra de sus angustias» (Salmo 34, 7).
Hoy se apela a la relación personal con el Señor, para
justificar el desistimiento de la vida sacramental. Vale la pena recordar que
es a través de estas acciones (sacramentos) que Jesús ha querido dispensar su
salvación a todos los que lo buscan. La Iglesia es la dispensadora de la obra de
Jesús: no dejemos de buscarlo allí. No nos consolemos pensando que con un gesto
subjetivo todo se soluciona; Él nos ofrece su perdón de esta manera tan
concreta; no desaprovechemos la ocasión y acudamos a la confesión. Para hacerlo
bien demos estos pasos: examen de conciencia, dolor sincero por haber fallado,
propósito de no volver a faltarle a Dios, confesión de boca y reparación con
obras de las faltas cometidas. El alivio y la fuerza sobrenatural que allí
recibimos no lo pueden expresar las palabras: hay que vivirlo.
Con C de Comunión
La Cuaresma es un tiempo especial para recuperar el valor de
sentirnos parte de una comunidad. Al hablar de comunión no nos referimos sólo a
la eucarística (Ese es un punto muy importante), sino al hecho de entender que
la vida cristiana es plena y madura cuando se asume que no somos individuos
desconectados, aislados sino que formamos parte de un cuerpo, de una familia,
que se llama Iglesia.
El individualismo es una seria amenaza para la vida
cristiana; no seremos verdaderos discípulos de Jesús mientras nos encerremos en
la cómoda autorreferencialidad. El discipulado cristiano por esencia es
abierto, proyectado a los demás. El camino cristiano no lo hacemos solitarios:
vamos juntos, ayudándonos unos a otros para mantenernos en movimiento y no
quedarnos rezagados en este viaje hacia Dios.
Aprovechemos los momentos que la parroquia nos dé para
fortalecer la dimensión comunitaria de nuestra fe: participemos en las
celebraciones litúrgicas, los encuentros de oración, las prácticas
devocionales, las reuniones de formación, y tantos otros espacios. Nos daremos
cuenta de que no estamos solos en la lucha y que con otros el camino se hace
más llevadero.
Con C de Compartir
Uno de los aspectos centrales de la Cuaresma es el llamado a
la caridad. «En esto conocerán que son mis discípulos: en que se aman los unos
a los otros» (Juan 13, 35). El ayuno, las privaciones tan propias de este
tiempo, no tienen sentido alguno si no nos llevan a compartir con quienes
padecen de las cosas básicas para tener una vida digna. Ayuno no es cambiar un
alimento por otro tal vez más exquisito. Este tipo de práctica cumple una doble
finalidad: refrenarnos, es decir, entender que no todo lo que queremos lo
debemos tener o hacer, no caer esclavos de la sociedad de consumo que nos hace
comprar hasta lo que no necesitamos. Pero por otro lado, nos ayuda a pensar en
quienes padecen, de manera permanente, la privación de lo más elemental; mas no
nos quedamos ahí, sino que salimos de nosotros para hacer algo por ellos.
Este compartir entonces se vuelve obras de misericordia,
servicio, apoyo a los que tienen hambre, a los que lloran, a los que no tienen
un techo que los cobije; a los enfermos y tantas otras maneras deshunanizantes
de marginación y sufrimiento. Si logramos salir de las burbujas de la
indiferencia en las que nos solemos refugiar, y damos el paso para hacer algo
muy concreto por los más necesitados, nuestra vida cristiana estará alcanzando
su madurez y adquirirá su mejor sentido y belleza. Descubriremos la alegría de
vivir para servir. Feliz y fructífera Cuaresma. + Juan Carlos Cárdenas Toro. Obispo
Auxiliar de Cali. Fuente. Conferencia Episcopal de Colombia.