16 de mayo 2018. Catequesis del Papa Francisco con respecto
al bautismo: Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Hoy concluimos el
ciclo de catequesis sobre el Bautismo. Los efectos espirituales de este
sacramento, invisibles para los ojos pero que operan en el corazón de quien se
ha convertido en una nueva criatura, se hacen explícitos mediante la entrega de
la prenda blanca y la vela encendida. Después del lavacro de regeneración, capaz de recrear al
hombre según Dios en la verdadera santidad (cf. Ef 4,24),
pareció natural,
desde los primeros siglos, revestir a los nuevos bautizados con una prenda
nueva, blanca, a semejanza del esplendor de la vida conseguida en Cristo y en
el Espíritu Santo. La vestimenta blanca expresa simbólicamente lo que ha
sucedido en el sacramento, y anuncia, al mismo tiempo, la condición de los
transfigurados en la gloria divina
San Pablo recuerda el significado de revestirse de Cristo,
cuando explica cuáles son las virtudes que deben cultivar los bautizados:
"Elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de
bondad, humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros y
perdonándoos mutuamente al otro…Y por encima de todo esto revestíos de caridad,
que es el vínculo de la perfección”. (Col 3: 12-14).
La entrega ritual de la llama tomada del cirio pascual
también recuerda el efecto del Bautismo: "Recibid la luz de Cristo",
dice el sacerdote. Estas palabras
recuerdan que nosotros no somos la luz, sino que la luz es Jesucristo (Jn 1, 9,
12, 46), quien, resucitado de entre los muertos, ha vencido las tinieblas del
mal. ¡Nosotros estamos llamados a recibir su esplendor! Al igual que la llama
del cirio pascual ilumina cada vela, el amor del Señor resucitado inflama los
corazones de los bautizados, llenándolos de luz y calor. Y por eso desde los
primeros siglos el sacramento del bautismo también se llama "iluminación"
y al bautizado se le llamaba "el iluminado”.
Esta es ciertamente la vocación cristiana: "Caminar
siempre como hijos de la luz, perseverando en la fe" (cf. Rito de la
iniciación cristiana de adultos, n. ° 226, Jn 12, 36). Si se trata de niños, es
deber de los padres, junto con los padrinos y madrinas preocuparse por
alimentar la llama de la gracia bautismal en sus pequeños, ayudándolos a
perseverar en la fe (cf. Rito del bautismo de los niños, n. 73). " La
educación en la fe, que en justicia se les debe a los niños, tiende a llevarles
gradualmente a comprender y asimilar el plan de Dios en Cristo, para que
finalmente ellos mismos puedan libremente ratificar la fe en que han sido
bautizados. "(ibid., Introducción, 3).
La presencia viva de Cristo, que debemos proteger, defender
y dilatar en nosotros, es la lámpara que ilumina nuestros pasos, luz que
orienta nuestras decisiones, llama que calienta los corazones para ir al
encuentro del Señor, haciéndonos capaces de ayudar a los que hacen el camino
con nosotros, hasta la comunión inseparable con Él. Ese día, dice también el
Apocalipsis, "Noche ya no habrá; no tienen necesidad de luz de lámpara ni
de luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará y reinarán por los siglos de
los siglos"(véase 22: 5).
La celebración del bautismo termina con la oración del Padre
Nuestro, propia de la comunidad de los hijos de Dios. En efecto, los niños
renacidos en el bautismo reciben la plenitud del don del Espíritu en la
confirmación y participan en la eucaristía, aprendiendo lo que significa
dirigirse a Dios llamándolo "Padre".
Al final de estas catequesis sobre el Bautismo, repito a
cada uno de vosotros la invitación que expresé en la exhortación apostólica
Gaudete et Exsultate: "Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un
camino de santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por él,
elige a Dios una y otra vez. No te desalientes, porque tienes la fuerza del
Espíritu Santo para que sea posible, y la santidad, en el fondo, es el fruto
del Espíritu Santo en tu vida (cf. Ga 5,22-23)”. Fuente: Aciprensa.