30 de mayo 2018. Catequesis del Papa Francisco, con respecto
al sacramento de la confirmación. Queridos hermanos y hermanas: Continuando con
el tema de la Confirmación o Cresimación, hoy deseo resaltar la “íntima
relación de este sacramento con toda la iniciación cristiana"
(Sacrosanctum Concilium, 71). Antes de recibir la unción espiritual que
confirma y fortalece la gracia del bautismo, los que van a ser confirmados
están llamados a renovar las promesas hechas un día por sus padres y padrinos.
Ahora son ellos mismos los que profesan la fe de la Iglesia, dispuestos a
responder "creo" a las preguntas del obispo. Dispuestos, en
particular, a creer "en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que hoy
os será comunicado de un modo singular por el sacramento de la Confirmación,
como fue dado a los Apóstoles el día de Pentecostés" (Rito de
Confirmación, No. 26).
Ya que la venida del Espíritu Santo requiere corazones
reunidos en oración (Hechos 1:14), después de la oración silenciosa de la
comunidad, el obispo, con las manos extendidas sobre los que se van a confirmar,
suplica a Dios que infunda en ellos su santo Espíritu Paráclito. Uno sólo es el
Espíritu, (cf. 1 Cor 12,4) pero viniendo a nosotros trae consigo riqueza de
dones: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y santo
temor de Dios (cf. Rito de la confirmación, 28-29).
Hemos escuchado el pasaje de la Biblia con estos dones que
trae el Espíritu Santo. Según el profeta Isaías (11: 2), estas son las siete
virtudes del Espíritu derramadas sobre el Mesías para el cumplimiento de su
misión. También San Pablo describe el abundante fruto del Espíritu que es
"amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad,
mansedumbre, dominio de sí" (Gal 5, 22).
El único Espíritu distribuye los múltiples dones que
enriquecen a la única Iglesia: él es el Autor de la diversidad, pero al mismo
tiempo el Creador de la unidad. Así, el Espíritu da todas estas riquezas que
son diversas, pero del mismo modo aporta la armonía, es decir la unidad de
todas estas riquezas espirituales que tenemos nosotros, los cristianos.
Por tradición atestiguada por los Apóstoles, el Espíritu que
completa la gracia del bautismo se comunica a través de la imposición de las
manos (cf. Hechos 8.15 a 17; 19.5 a 6; Heb 6,2). A este gesto bíblico, para
reflejar mejor la efusión del Espíritu que impregna a los que la reciben, muy
pronto, para mejor significar el don del Espíritu Santo, se añadió a la
imposición de las manos una unción con óleo perfumado (crisma)[1]], mantenida
en uso hasta hoy, tanto en Oriente como en Occidente. (cf. Catecismo de la
Iglesia Católica, 1289).
El óleo –el crisma- es una sustancia terapéutica y cosmética
que, al penetrar en los tejidos del cuerpo cura las heridas y perfuma los
miembros; por estas cualidades fue asumido por el simbolismo bíblico y litúrgico
para expresar la acción del Espíritu Santo que consagra e impregna al
bautizado, embelleciéndolo con carismas.
El sacramento es conferido mediante la unción con el crisma
en la frente, efectuada por el obispo con la imposición de la mano y con estas
palabras: "Recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo"[2]. El
Espíritu Santo es el don invisible otorgado y el crisma es su sello visible. Al
recibir en la frente la señal de la cruz con el óleo perfumado, el confirmado
recibe así una huella espiritual indeleble, el "carácter" que lo
configura más perfectamente a Cristo y le da la gracia para difundir entre los
hombres el "buen olor" (ver 2 Cor 2:15).
Escuchemos nuevamente la invitación de San Ambrosio al
recién confirmado. Dice así: "Recuerda que has recibido el sello
espiritual [...] y guarda lo que has recibido. Dios Padre te ha marcado, Cristo
el Señor te ha confirmado y ha puesto en tu corazón como prenda al Espíritu
"(De mysteriis 7,42: CSEL 73,106; cf. CIC, 1303). El Espíritu es un don
inmerecido, que hay que recibir con gratitud, dejando espacio a su creatividad
inagotable. Es un don para conservar con cuidado, para secundar con docilidad,
dejándose moldear, como la cera, por su ardiente caridad, 'para reflejar a
Jesucristo en el mundo de hoy' (ibid.Gaudete et Exsultate, 23).