11 de mayo 2018. El Papa Francisco recibió a los
participantes de la sesión plenaria del Pontificio Consejo para la Promoción de
la Unidad de los Cristianos y afirmó que esta unidad deseada por Jesús “es una
de mis principales preocupaciones”; sin embargo, recordó que “la unidad no es
uniformidad”. “La unidad de los cristianos no implica un ecumenismo de ‘marcha
atrás’ en virtud del cual se deba renegar de la propia historia de fe;
ni
tampoco se puede tolerar el proselitismo, que envenena el camino ecuménico”,
añadió el Pontífice durante la audiencia realizada en el Palacio Apostólico.
El Santo Padre recordó los diferentes encuentros ecuménicos
a los que asistió, tanto en Roma como fuera de Italia, a lo largo de este año y
afirmó que “cada una de estas reuniones ha sido para mí una fuente de consuelo
al constatar que el deseo de comunión permanece vivo con intensidad”. “La
unidad de los cristianos es un requisito esencial de nuestra fe –subrayó
Francisco–. Un requisito que fluye desde el fondo de nuestro ser como creyentes
en Jesucristo. Llamamos a la unidad porque invocamos a Cristo. Queremos vivir
la unidad porque queremos seguir a Cristo, vivir su amor, gozar del misterio de
su unidad con el Padre, que es la esencia del amor divino”.
El Obispo de Roma recordó el carácter divino del camino
ecuménico, ya que “la unidad no es el resultado de nuestros esfuerzos humanos,
o el producto de la diplomacia eclesiástica, sino que es un don del cielo”.
Según explicó, “no somos capaces de llegar a la unidad por nosotros mismos, ni
tampoco podemos decidir sobre la forma y los tiempos” en que se producirá dicha
unidad. “¿Cuál es, por lo tanto, nuestro rol? –se preguntó–. ¿Qué es lo que
debemos hacer para promover la unidad de los cristianos? Nuestra tarea consiste
en acoger nuestro don y hacerlo visible a todos”. “Desde este punto de vista
–continuó–, la unidad, antes que una meta, es un camino con su propia hoja de
ruta y su ritmo, con sus retrasos y sus aceleraciones, e incluso con sus
pausas. La unidad, como todo camino, requiere paciencia, tenacidad, esfuerzo y
compromiso. No elimina los conflictos ni los contrastes, de hecho, muchas veces
puede dar lugar a nuevos malentendidos”.
Francisco advirtió contra aquellos que no tienen una
disposición sincera a seguir ese camino. “La unidad sólo puede ser recibida por
aquellos que deciden avanzar hacia una meta que hoy puede parecer muy lejana.
Sin embargo, todo aquel que viaje en esa dirección resultará consolado por la
experiencia de comunión que alegremente se vislumbra, aunque no se ha logrado
plenamente, todavía”.
“¿Y qué vínculo puede unir a todos los cristianos más que la
experiencia de ser pecadores y, al mismo tiempo, objeto de la infinita
misericordia de Dios?”, planteó el Papa de forma retórica.
La cooperación, el diálogo, la oración conjunta, son signos
de que ese ecumenismo es real, y que, en muchos aspectos, los cristianos ya
estamos unidos, aunque hay que profundizar en esa unidad: “Del mismo modo, la
unidad del amor ya es una realidad en el momento en que aquellos a los que Dios
ha llamado a formar parte de su pueblo, anuncian juntos las maravillas que ha
hecho por nosotros”. “Hay que recordar que cuando caminamos juntos nos sentimos
como hermanos: rezamos juntos, colaboramos en el anuncio del Evangelio y en el
servicio a los unidos… Todas las diferencias teológicas y eclesiológicas que
han dividido a los cristianos se superarán a lo largo de este caminar. No
sabemos cómo y cuándo, pero ocurrirá según lo que el Espíritu Santo nos quiera
sugerir por el bien de la Iglesia”.
El Pontífice también insistió en que “la unidad no es
uniformidad”. “Las diferentes tradiciones teológicas, litúrgicas, espirituales
y canónicas que se han desarrollado en el mundo cristiano, cuando permanecen
enraizadas de forma auténtica en la tradición apostólica, son una riqueza y no
una amenaza para la unidad de la Iglesia”. En este sentido, aseguró que “tratar
de suprimir esa diversidad va en contra del Espíritu Santo, que actúa
enriqueciendo la comunidad de creyentes con una variedad de dones”. “La tarea
ecuménica implica –por lo tanto– el respeto a la legítima diversidad, a superar
las diferencias irreconciliables con la unidad que Dios nos pide. La
persistencia de estas diferencias no debe paralizarnos, sino que debe llevarnos
a buscar juntos la forma de hacer frente con éxito a esos obstáculos”.
“La comunidad cristiana, con su pluralidad, está llamada no
a competir, sino a colaborar”, concluyó.
Fuente: Aciprensa. Miguel Pérez Pichel.