18 de noviembre 2018. Monseñor. Víctor Manuel Ochoa Cadavid –
Obispo, diócesis de Cúcuta, en Colombia. El Santo Padre Francisco ha querido crear en
la Iglesia la Jornada Mundial de los pobres. Desea que la Iglesia entera dirija
su mirada a los pobres, a los que sufren, a los que tienen gran necesidad en
sus vidas. Nosotros, en nuestra ciudad tenemos una masiva presencia de personas
que tienen gran necesidad, urgencias y afugias en sus vidas.
Gritar. Esta palabra revela una de las acciones más vivas
del ser humano. Hoy escuchamos muchos gritos, gritos de euforia, gritos de
alegría, gritos de desconsuelo. El verbo gritar implica una acción que puede y
debe tener dos sentidos: Escuchar para saber que se vive, actuar para
interpretar el grito como una llamada de atención que no se puede quedar en una
mera conmoción sino que pasa a una acción en la que siempre se ha ofrecido la dinámica
de la caridad que, como bien lo propuso el Señor, es silenciosa, eficaz y
luminosa, así no la perciba el mundo.
Responder. La respuesta ante el grito de los que sufren
siempre ha sido generosa y clara. No se puede ignorar el raudal inmenso de acciones,
de obras, de signos de misericordia, tantas veces desconocidos o ignorados a
propósito porque la alegría de dar, las saludables iniciativas de servicio y de
caridad no son ni deben ser meras expresiones que se vuelven ostentación de las
acciones, sino modos concretos de acudir presurosos a las raíces mismas del
dolor, de la pobreza, del sufrimiento humano. Nosotros sabemos de humanidad y,
concretamente, esta Iglesia que peregrina en Cúcuta, ha sabido salir al
encuentro de muchas realidades con unos signos evidentes y concretos que
manifiestan que, aún desde las naturales limitaciones, hemos podido dar desde
la pobreza con una generosidad ejemplar, activa, gozosa, que trae paz y
esperanza, que es capaz de iluminar la vida de tantísimos que han recibido un
servicio amoroso hecho desde la fe y la esperanza.
Liberar. Esta expresión es también muy usada, ha denominado
acciones y tareas que, cuando se viven desde la fe, incluyen la superación del
pecado que provoca la esclavitud, el hambre, la muerte, enfrentados con
valerosa alegría por acciones simples, concretas, amorosamente realizadas por
los que, iluminados por el amor de Jesús, han imitado al que, con su vida, nos
libera y nos fortalece. Liberar implica el conocimiento real de la persona, de
la cultura, que tantas veces se ve atada, restringida, violentada por acciones
humanas que destruyen la obra de Dios.
La Iglesia es experta en humanidad y por ello, a pesar de
que no se reconozcan con justica sus acciones, ha sabido romper cadenas,
desatar el corazón de los que sufren, sanar heridas y llevar a los que
necesitan “el vino del consuelo y el aceite de la alegría”, como dice un texto
litúrgico que retrata la acción liberadora del Buen Samaritano que es Cristo
mismo acudiendo presuroso al corazón necesitado de aliento y fortaleza. Gritar, Responder, Liberar; verbos activos, dinámicos,
comprometedores, son acciones constantes entre nosotros que no podremos negar
con cuanto amor se ha procedido siempre, con qué alegría espiritual hemos
buscado llegar incluso desde nuestras limitaciones, al corazón del que
experimenta la pobreza en sus consecuencias más dramáticas: desplazamiento,
indigencia, esclavitud.
Nos corresponde no solo mirar cuanto hemos hecho con amor,
sino también cobrar aliento para seguir escuchando con amor, para seguir
llegando al dolor del hermano, para seguirlo liberando de verdad en acciones en
las que el amor a Dios se hace concreto cuando se llega al hermano con la misma
fuerza del Señor que sigue tendiendo su mano y que sigue recibiendo, con una
gratitud que bendice, la buena voluntad con la que seguimos ofreciendo amor y
esperanza. Ayudemos a los pobres, interesémonos por sus necesidades,
dediquemos a ellos esfuerzos y trabajo, vivamos la caridad de Cristo, oremos
por sus necesidades. Fuente: Conferencia Episcopal de Colombia.