21 de abril 2020 “Dinero,
vanidad y habladurías, dividen una comunidad.” Homilía del Papa Francisco,
martes segunda semana de pascua. Hermanos y hermanas: Nacer de lo alto es nacer
con la fuerza del Espíritu Santo. Nosotros no podemos tomar el Espíritu Santo
para nosotros, sólo podemos dejar que nos transforme. Y nuestra docilidad abre
la puerta al Espíritu Santo: es Él quien hace el cambio, la transformación,
este renacer de lo alto. Es la promesa de Jesús de enviar el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es capaz de hacer
maravillas, cosas que ni siquiera podemos pensar.
Un ejemplo es esta
primera comunidad cristiana, que no es una fantasía, esto es lo que nos dicen
aquí: es un modelo, donde se puede
llegar cuando hay docilidad y dejar que el Espíritu Santo entre y nos
transforme. Una comunidad, digamos, «ideal».
Es cierto que inmediatamente
después de esto comenzarán los problemas, pero el Señor nos muestra hasta dónde
podemos llegar si estamos abiertos al Espíritu Santo, si somos dóciles. En esta
comunidad hay armonía. El Espíritu Santo
es el maestro de la armonía, es capaz de hacerlo y lo ha hecho aquí. Debe
hacerlo en nuestros corazones, debe cambiar muchas cosas de nosotros, pero debe
hacer armonía: porque Él mismo es la armonía. También la armonía entre el Padre
y el Hijo: es el amor de la armonía, Él. Y Él, con armonía, crea estas cosas
como esta comunidad armoniosa. Pero entonces, la historia nos dice – el mismo
Libro de los Hechos de los Apóstoles – de tantos problemas en la comunidad.
Este es un modelo: el Señor ha permitido que este modelo de una comunidad casi
«celestial» nos muestre a dónde debemos llegar.
Pero entonces
comenzaron las divisiones en la comunidad. El Apóstol Santiago dice en el
segundo capítulo de su Carta: «Que vuestra fe sea inmune al favoritismo
personal» – ¡porque lo hubo! «No discriminar»: los apóstoles deben salir y
amonestar. Y Pablo, en la Primera Carta a los Corintios, en el capítulo 11, se
queja: «He oído que hay divisiones entre ustedes»: empiezan las divisiones
internas en las comunidades. Este «ideal» debe ser alcanzado, pero no es fácil:
hay muchas cosas que dividen a una
comunidad, ya sea una parroquia cristiana o una comunidad diocesana o
presbiteral o de religiosos o religiosas… muchas cosas entran para dividir a la
comunidad.
Viendo las cosas que
han dividido a las primeras comunidades cristianas, yo encuentro tres: primero, el dinero. Cuando el apóstol
Santiago dice esto, que no tiene ningún favoritismo personal, da un ejemplo
porque «si en su iglesia, en su asamblea, entra un hombre con un anillo de oro,
lo ponen inmediatamente adelante, y el pobre queda al margen». El dinero. El
mismo Pablo dice lo mismo: «Los ricos
traen comida y comen, ellos, y los pobres, de pie», los dejamos allí como
para decirles: «Arréglate como puedas». El
dinero divide, el amor al dinero divide la comunidad, divide la Iglesia.
Muchas veces, en la
historia de la Iglesia, donde hay desviaciones doctrinales – no siempre, sin
embargo, muchas veces – hay dinero
detrás: dinero del poder, tanto el poder político como el dinero en
efectivo, pero es dinero. El dinero divide a la comunidad. Por esta razón, la
pobreza es la madre de la comunidad, la
pobreza es el muro que protege a la comunidad. El dinero divide, el interés
propio. Incluso en las familias: ¿cuántas familias terminaron divididas por una
herencia? ¿Cuántas familias? Y ya no se hablaban… Cuántas familias… Una
herencia… Se dividen: el dinero divide.
Otra cosa que divide a una comunidad es la
vanidad, ese deseo de
sentirse mejor que los demás. «Gracias, Señor, porque no soy como los demás»,
la oración del fariseo. Vanidad, sentirme que… Y también vanidad en mostrarse,
vanidad en los hábitos, en el vestir: cuántas veces – no siempre pero sí
cuántas veces – la celebración de un sacramento es un ejemplo de vanidad, quién
va con la mejor ropa, quién hace eso y lo otro… Vanidad… la mayor fiesta… La
vanidad entra ahí también. Y la vanidad divide. Porque la vanidad te lleva a ser un pavo real y donde hay un pavo real, hay
división, siempre.
Una tercera cosa que divide a una comunidad
son las habladurías: no es la
primera vez que lo digo, pero es la realidad. Y es la realidad. Esa cosa que el
diablo pone en nosotros, como una necesidad de hablar de los demás. «Qué buena
persona es esa…» – «Sí, sí, pero, pero…»: inmediatamente el «pero»: es una piedra para descalificar al otro e
inmediatamente algo que oigo decir y así disminuyo un poco al otro.
Pero el Espíritu
siempre viene con su fuerza para salvarnos de esta mundanidad del dinero, la
vanidad y la habladuría, porque el Espíritu no es el mundo: está contra el mundo.
Es capaz de hacer estos milagros, estas grandes cosas. Pidamos al Señor esta
docilidad al Espíritu para que nos transforme y transforme nuestras
comunidades, nuestras comunidades parroquiales, diocesanas, religiosas: las
transforme, para que podamos avanzar siempre en la armonía que Jesús quiere
para la comunidad cristiana.
La comunión
espiritual, adoración y bendición Eucarística Finalmente, el Papa terminó la
celebración con la adoración y la bendición Eucarística, invitando a todos a
realizar la comunión espiritual con esta oración:
“Creo, Jesús mío,
que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre
todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Pero como ahora no puedo
recibirte sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Como si
ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a Ti. No permitas, Señor, que
jamás me separe de Ti. Amén”.
Antes de salir de la
Capilla dedicada al Espíritu Santo, se entonó la antífona mariana que se canta
en el tiempo pascual, el Regina Coeli. Regína caeli laetáre, allelúia. Quia quem
merúisti portáre, allelúia. Resurréxit, sicut dixit, allelúia. Ora pro nobis
Deum, allelúia. Fuente: Zenit. Org.