27 de abril 2020. “El alma de rodillas.” Autor: Juan Miguel
Carrasquilla. Comunidad neo-catecumenal. Estamos viviendo un tiempo
absolutamente excepcional que pasará a la historia porque un bicho microscópico
puso en jaque a todo el globo… puso al mundo de rodillas.
Varias son las actitudes que esta postura transmite y
hojeando la biblia he encontrado algunas que voy a reflexionar:
Humildad y súplica.
Es, sin duda, la primera actitud que emerge ante una situación vital donde se
reconoce la pequeñez y debilidad del hombre frente a lo que le desborda y lo
supera. Así, Moisés se pone de rodillas en el monte Horeb ante la gloria de
Dios que pasa proclamando su eterna misericordia. El patriarca que ha subido
por segunda vez con dos tablas de piedra y no es la primera vez que trata con
Dios, se repone rápidamente del estupor y, con su intrépida confianza,
aprovecha a pedirle misericordia para su pueblo “aunque sean un pueblo de dura
cerviz” (Éxodo 34, 8-9).
En los evangelios dos figuras caen de rodillas ante Jesús
para mostrarle su máxima humildad y su ruego suplicante. Uno es un desconocido,
un descartado, un paria que sabe de su indigencia y no tiene nada que perder
pero reconoce quién es el que tiene poder para salvarle: “Se le acerca un
leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes
limpiarme” (Marcos 1, 40). El otro es el jefe de los apóstoles que se sobrecoge
ante el poder de Jesús cuando llena sus barcas de peces, después de su
infructuosa brega de la noche: “Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de
Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador.»” (Lucas 5,
8).
Y existe un momento sublime de humilde entrega, que es
relatado en los Hechos de los apóstoles, protagonizado por el primer mártir de
la Iglesia: “Mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación: Señor
Jesús, recibe mi espíritu. Después dobló
las rodillas y dijo con fuerte voz: Señor, no les tengas en cuenta este pecado.
Y diciendo esto, se durmió” (Hechos 7, 59-60).
El signo más básico
de humildad es reconocer a quién pertenecemos, quién nos ha creado y cuál
es nuestro destino. En la era del racionalismo, no hay mayor irracionalidad que
pensar que venimos del azar, que nuestra vida es conjunto de accidentes
aleatorios y nuestro destino es la soledad y la nada. “Entrad, adoremos,
prestémonos, ¡de rodillas ante Yahveh que nos ha hecho! (Salmos 95,6)
Adoración y oración.
En muchos episodios el creyente se postra ante su Dios para orar y adorar. Por
ejemplo, como uno de los pocos buenos reyes antes de la deportación, Ezequías,
al terminar la profunda reforma eclesial llevada a cabo en el templo:
“Consumido el holocausto, el rey y todos los presentes doblaron las rodillas y
se postraron” (II Crónicas 29,29).
El sacerdote Esdras, unos siglos después, al volver del
destierro y advertir que su pueblo nuevamente tiende a la infidelidad: “A la
hora de la oblación de la tarde salí de mi postración y, con las vestiduras y
el manto rasgados, caí de rodillas y extendí las manos hacia Yahveh mi Dios”
(Esdras 9, 5).
El profeta Daniel ora de rodillas en un ejercicio de
temeraria fidelidad al Señor, que le valdrá acabar en el foso de los leones
(Daniel 6, 11). Pedro se arrodilla para orar y resucitar con el poder del Señor
a una discípula llamada Tabita (Hechos 9, 40). Y el mismo Jesús pasó la noche
en el huerto de los olivos, pidiendo al Padre la capacidad para aceptar su
destino: “Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas
oraba” (Lucas 22,41)
En la sociedad
tecnificada y materialista en que vivimos nos hemos creído dioses intocables,
seres eternos con derecho a todo. Pero la realidad es otra y el virus nos lo ha
recordado. La reflexión sobre la vida y la muerte nos golpea a diario y lo
trascendente se hace inevitable. Somos pequeños, débiles… mortales.
“Yo juro por mi nombre; de mi boca sale palabra verdadera y
no será vana: Que ante mí se doblará toda rodilla y toda lengua jurará
diciendo: ¡Sólo en Yahveh hay victoria y fuerza! A él se volverán abochornados
todos los que se inflamaban contra él” (Isaías 45,23-24)
Ternura y consuelo.
Pero para el creyente la relación con la vida, consigo mismo y con Dios, no es
de esclavitud o de triste resignación sino de confianza y amor.
Hay otra imagen bíblica, preciosa y llena de ternura, que
tiene que ver con las rodillas aunque no es de postración sino de descansar la
cabeza en las rodillas de una madre. Así, el gran profeta Eliseo realiza un
milagro, resucitando al hijo de una sunamita que habiendo enfermando
repentinamente, no pudo hacer por él más que ser su lecho de muerte: “Lo tomó y
lo llevó a su madre. Estuvo sobre las rodillas de ella hasta el mediodía y
murió” (II Reyes 4,20).
Es la auténtica imagen de la virgen de la piedad que no
puede sufrir más con el cuerpo sin vida de su hijo sobre sus rodillas. María es la que nos enseña a amar a Dios
y a los hombres.
Y es que el amor de Dios es lo único que en estos momentos
puede consolar nuestros corazones y acariciarnos con su ternura y protección…
incluso y sobre todo, para los que se está llevando con él.
“Porque así dice Yahveh: Mirad que yo tiendo hacia ella,
como río la paz, y como raudal desbordante la gloria de las naciones, seréis
alimentados, en brazos seréis llevados y sobre las rodillas seréis acariciados.
Como uno a quien su madre le consuela, así yo os consolaré y por Jerusalén
seréis consolados” (Isaías 66, 12-13)
Por tanto: “Fortaleced las manos débiles, afianzad las
rodillas vacilantes. Decid a los de corazón intranquilo: ¡Animo, no temáis!
Mirad que vuestro Dios viene vengador; es la recompensa de Dios, él vendrá y os
salvará” (Isaías 35,3-4) Porque no
estamos hechos para la muerte sino para el amor y la vida... Y la vida con
mayúsculas: la vida eterna. Fuente:
Religión en Libertad. Com Imagen del autor Religión en Libertad.