7 de Abril 2020 “Servir
es la gloria y la gloria de Cristo es servir.” Homilía del Papa Francisco en el
martes santo. La profecía de Isaías que hemos escuchado es una profecía sobre
el Mesías, sobre el Redentor, pero también una profecía sobre el pueblo de
Israel, sobre el pueblo de Dios: podemos decir que puede ser una profecía sobre
cada uno de nosotros. En esencia, la profecía enfatiza que el Señor ha elegido
a su servidor desde el vientre materno: lo dice dos veces. Su siervo fue
elegido desde el principio, desde el nacimiento o antes del nacimiento. El
pueblo de Dios fue elegido antes de nacer: (cf. Isaías 49, 1-6) también cada
uno de nosotros. Ninguno de nosotros cayó en el mundo por casualidad, por caso.
Cada uno tiene un destino, un destino
libre, el destino de la elección de Dios. Yo nazco con el destino de ser
hijo de Dios, de ser siervo de Dios, con la tarea de servir, de construir, de
edificar. Y esto, desde el seno materno.
El siervo de Yahvé,
Jesús, sirvió hasta la muerte: parecía una derrota, pero era la manera de
servir. Y esto subraya la manera de servir que debemos tener en nuestras vidas.
Servir es darse a sí mismo, darse a los
demás. Servir no es pretender para cada uno de nosotros otro beneficio que
no sea el de servir. Servir es la
gloria, y la gloria de Cristo es servir hasta el punto de aniquilarse hasta
la muerte, la muerte en la cruz. Jesús es el servidor de Israel. El pueblo de
Dios es siervo, y cuando el pueblo de Dios se aleja de esta actitud de servicio
es un pueblo apóstata: se aleja de la vocación que Dios le ha dado. Y cuando
cada uno de nosotros se aleja de esta vocación de servicio, se aleja del amor
de Dios, y construye su vida sobre otros amores, muchas veces idólatras.
El Señor nos ha
elegido desde el vientre materno. En la vida hay caídas: cada uno de nosotros
es un pecador y puede caer, y ha caído. Solo la Virgen y Jesús… todos los demás
hemos caído, somos pecadores. Pero lo
que importa es la actitud ante el Dios que me eligió, que me ungió como siervo;
es la actitud de un pecador que es capaz de pedir perdón, como Pedro, que jura
que “no, nunca te negaré, Señor, nunca, nunca, nunca”, pero luego, cuando el
gallo canta, llora. Se arrepiente. Este es el camino del servidor: cuando
resbala, cuando cae, pide perdón.
En cambio, cuando el
siervo no puede comprender que ha caído, cuando la pasión lo toma de tal manera
que lo lleva a la idolatría, abre su corazón a satanás, entra en la noche: eso
es lo que le pasó a Judas.
Pensemos hoy en Jesús, el siervo, fiel en el servicio.
Su vocación es servir hasta la muerte, y la muerte en la Cruz. Pensemos en cada
uno de nosotros, parte del pueblo de Dios: somos servidores, nuestra vocación
es servir, no aprovechar nuestro lugar en la Iglesia. Servir. Siempre en
servicio.
Pidamos la gracia de
perseverar en el servicio. A veces con resbalones, caídas, pero la gracia de al
menos llorar como Pedro lloró.
El Papa terminó la
celebración con la adoración y la bendición eucarística, invitándonos a hacer
la comunión espiritual. Aquí sigue la oración recitada por el Papa:
“Jesús mío, creo que
estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar. Te amo por
encima de todas las cosas y te deseo en mi alma. Ya que no puedo recibirte
sacramentalmente ahora, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Como ya has
venido, te abrazo y me uno enteramente a Ti. No dejes que nunca me separe de
ti”.
Antes de salir de la
Capilla dedicada al Espíritu Santo, se cantó la antigua antífona mariana Ave
Regina Caelorum (Ave Reina del Cielo). “Salve, Reina de los cielos y Señora de
los Ángeles; salve raíz, salve puerta que dio paso a nuestra luz. Alégrate,
virgen gloriosa, entre todas la más bella; salve, agraciada doncella, ruega a
Cristo por nosotros”. Fuente: Zenit. Org. Traducción al español Vatican News.