29 de abril 2020. “El
reino de los cielos es de los perseguidos.” Audiencia del Papa Francisco. Queridos
hermanos y hermanas, buenos días: Con la audiencia de hoy concluimos el
itinerario sobre las Bienaventuranzas del Evangelio. Como hemos escuchado, la
última proclama la alegría escatológica de los perseguidos por la justicia. Esta
bienaventuranza anuncia la misma felicidad que la primera: el Reino de los
cielos es de los perseguidos así como de los pobres de espíritu; así
comprendemos que hemos llegado al final de un itinerario unificado jalonado por
los anuncios precedentes.
La pobreza de espíritu, el llanto, la
mansedumbre, la sed de santidad, la misericordia, la purificación del corazón y
las obras de paz pueden conducir a la persecución por causa de Cristo, pero esta persecución al final es causa de
alegría y de gran recompensa en el cielo. El sendero de las Bienaventuranzas es
un camino pascual que lleva de una vida según el mundo a una vida según Dios,
de una existencia guiada por la carne – es decir, por el egoísmo – a una guiada
por el Espíritu.
El mundo, con sus
ídolos, sus compromisos y sus prioridades, no puede aprobar este tipo de
existencia. Las «estructuras de pecado», a menudo producidas por la mentalidad
humana, tan ajenas al Espíritu de verdad que el mundo no puede recibir (cf. Juan
14,17), no pueden por menos que rechazar la pobreza o la mansedumbre o la
pureza y declarar la vida según el Evangelio como un error y un problema, por
lo tanto como algo que hay que marginar. Así piensa el mundo: «Estos son
idealistas o fanáticos…». Así es como piensan.
Si el mundo vive en base al dinero,
cualquiera que demuestre que la vida se puede realizar en el don y la renuncia
se convierte en una molestia para el sistema de la codicia. Esta palabra «molestia» es clave, porque el
testimonio cristiano de por sí que hace tanto bien a tanta gente porque lo
sigue, molesta a los que tienen una mentalidad mundana. Lo viven como un
reproche. Cuando aparece la santidad y
emerge la vida de los hijos de Dios, en esa belleza hay algo incómodo que
llama a adoptar una postura: o dejarse cuestionar y abrirse a la bondad o
rechazar esa luz y endurecer el corazón, hasta el punto de la oposición y el
ensañamiento (cf. Sabiduría 2, 14-15). Es curioso ver cómo, en la persecución
de los mártires, la hostilidad crece hasta el ensañamiento. Basta con ver las
persecuciones del siglo pasado, de las dictaduras europeas: cómo se llega al
ensañamiento contra los cristianos, contra el testimonio cristiano y contra la
heroicidad de los cristianos.
Pero esto muestra
que el drama de la persecución es
también el lugar de la liberación del sometimiento al éxito, a la vanagloria y
a los compromisos del mundo. ¿De qué se alegra el que es rechazado por el
mundo a causa de Cristo? Se alegra de haber encontrado algo más valioso que el
mundo entero. Porque « ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si
arruina su vida?» (Marcos 8:36). ¿Qué ventaja hay?
Es doloroso recordar
que, en este momento, hay muchos cristianos que sufren persecución en varias
partes del mundo, y debemos esperar y rezar para que su tribulación se detenga
cuanto antes. Son muchos: los mártires de hoy son más que los mártires de los
primeros siglos. Expresemos a estos hermanos y hermanas nuestra cercanía: somos
un solo cuerpo, y estos cristianos son los miembros sangrantes del cuerpo de
Cristo que es la Iglesia.
Pero también debemos
tener cuidado de no leer esta bienaventuranza en clave victimista, auto-
conmiserativa. En efecto, el desprecio
de los hombres no siempre es sinónimo de persecución: precisamente un poco
más tarde Jesús dice que los cristianos son la «sal de la tierra», y advierte
contra la «pérdida del sabor», de lo contrario la sal «no sirve para otra cosa
que para ser tirada y pisoteada por los hombres» (Mateo 5,13). Por lo tanto,
también hay un desprecio que es culpa nuestra cuando perdemos el sabor de
Cristo y el Evangelio.
Debemos ser fieles
al sendero humilde de las Bienaventuranzas, porque es el que lleva a ser de
Cristo y no del mundo. Vale la pena recordar el camino de San Pablo: cuando se creía un hombre justo, era de
hecho un perseguidor, pero cuando descubrió que era un perseguidor, se convirtió
en un hombre de amor, que afrontaba con alegría los sufrimientos de las
persecuciones que sufría (cf. Colosenses 1,24).
La exclusión y la persecución, si Dios nos
concede la gracia, nos asemejan a Cristo crucificado y, asociándonos a su pasión, son la manifestación
de la vida nueva. Esta vida es la misma que la de Cristo, que por nosotros los
hombres y por nuestra salvación fue «despreciado y rechazado por los hombres»
(cf. Isaías 53,3; Hechos 8,30-35). Acoger su Espíritu puede llevarnos a tener
tanto amor en nuestros corazones como para ofrecer nuestras vidas por el mundo
sin comprometernos con sus engaños y aceptando su rechazo. Los compromisos con
el mundo son el peligro: el cristiano siempre está tentado de hacer compromisos
con el mundo, con el espíritu del mundo. Esta – rechazar los compromisos y
seguir el camino de Jesucristo – es la vida del Reino de los Cielos, la alegría
más grande, la felicidad verdadera. Y luego, en las persecuciones siempre está
la presencia de Jesús que nos acompaña, la presencia de Jesús que nos consuela
y la fuerza del Espíritu que nos ayuda a avanzar. No nos desanimemos cuando una
vida coherente con el Evangelio atrae las persecuciones de la gente: existe el
Espíritu que nos sostiene en este camino. Fuente: Zenit. Org.