20 de diciembre 2018. Monseñor. Omar de Jesús Mejía Giraldo:
“La conversión comienza en la cabeza, pasa al corazón y culmina en el
bolsillo”. La conversión no se realiza sólo en el plano moral, sino también en
la mente; aún más, para que la conversión moral sea real y efectiva, debe
haberse dado primero en la mente. Sin cambio de mentalidad no hay conversión
moral. Según el evangelio, Juan Bautista hablaba con tal convicción que la
gente termina preguntando: ¿Y nosotros qué tenemos que hacer? Una vez más, es
necesario decirlo: La conversión inicia desde dentro hacía afuera. Es decir, la
conversión inicial es cambiar de mentalidad,
es una manera novedosa de ver la historia y la vida. Conversión es empezar a amar a los demás desde los criterios de Dios y no desde los criterios humanos.
es una manera novedosa de ver la historia y la vida. Conversión es empezar a amar a los demás desde los criterios de Dios y no desde los criterios humanos.
Recordemos que Juan escucha la Palabra de Dios en el
desierto y desierto en Sagrada Escritura, según el libro del Deuteronomio (Cf
Dt 8, 15) es un lugar vasto y terrible, con serpientes de hálito abrasador y
escorpiones, región árida carente de agua. Según el profeta Jeremías, el
desierto es un lugar solitario, pero no siempre totalmente estéril o
desprovisto de vegetación y agua, se trata de un lugar, en el cual a pesar de
todo hay pastoreo (Cf Jer 9, 9; 17, 6). Cuando el Evangelio dice que a Juan
Bautista le vino la Palabra de Dios en el desierto, quiere decir que eran
tempos sumamente difíciles, donde reinaba la incertidumbre y la incredulidad y
por lo tanto habían muchísimos falsos profetas. Cualquier parecido con la
realidad de hoy con seguridad que no es mera coincidencia. En el mundo nunca ha
sido fácil anunciar el evangelio.
Sin embargo, observemos cómo a pesar de la gran indiferencia
que reinaba en el pueblo, queda aún un pequeño grupo, los anawin o pobres de
Yaveh, que esperaban al salvador. En este contexto tan doloroso, el evangelio
nos ofrece una pregunta común: ¿Y nosotros qué tenemos que hacer?, pregunta que
brota del corazón de la gente, de unos publicanos y de unos militares. El texto
al ir de lo general a lo particular, nos está demostrando que el interrogante
es valido para todos, también para nosotros hoy. Frente a la pregunta el
evangelio nos ofrece tres respuestas: (1) Caridad - Compartir: “El que tenga
dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida,
haga lo mismo”. (2) Justicia: “No exijan más de lo establecido”. (3)
Honestidad: “No hagan extorsión a nadie, ni se aprovechen con denuncias, sino
conténtense con la paga”.
A pesar de la situación difícil, aún corriendo riesgo por su
vida, Juan Bautista “exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia”. El
profeta es un hombre de Dios. El profeta no se anuncia a sí mismo. El profeta
obra con el poder que ha recibido de lo alto. Para el profeta no hay barreras.
El profeta sabe que para Dios nada es imposible, él mismo lo ha experimentado.
El profeta se sabe amado de Dios, por eso, sus palabras y sus acciones brotan
de un corazón agradecido que ha sabido gozarse del amor divino.
Hermanos, hoy nos corresponde a nosotros asumir el evangelio
y aplicarlo a nuestra vida. Miremos: la actitud de Juan el Bautista en el
evangelio de hoy es la de un hombre que no regaña, pero muestra caminos
concretos de superación. Recordemos que la invitación a la conversión no debe
partir de la critica ni de los defectos de los demás, la invitación a la
conversión debe ser una buena noticia. Cuando se predica la conversión, lo
importante es hacer ver la gracia que pierde la persona que vive en el pecado.
La primera acción de quien predica la conversión es escuchar a Dios y desde
Dios escuchar a los hermanos.
Frente a la pregunta: ¿Y nosotros qué tenemos que hacer?, la
respuesta de nuestra parte, al igual que la de la época de Juan, ha de ser la
de buscar la justicia social. Hermanos, igual que en la época de los profetas,
hoy también, nuestras devociones religiosas deben cederle el paso a toda forma
de justicia social. Nuestras devociones debe concordar con la caridad, con la
fraternidad, con la justicia, con el respeto por la vida y el amor por el
hermano, de lo contrario, no pasamos de vivir ciertos actos que lo que hacen es
hacernos perder el norte. Recordemos las palabras de San Juan de la Cruz: “Al
final de la jornada seremos juzgados en el amor”.
La conversión no se puede quedar en un discurso o en una
idea, recordemos: “debe pasar de la mente al corazón y del corazón al
bolsillo”; es decir, a la conversión hay que darle cuerpo, esto se logra cuando
adquirimos, con la gracia y el poder de Dios unas acciones nuevas y concretas.
“La conversión se reconoce en la “praxis”, sobre todo la de la caridad y la
justicia” (Fidel Oñoro). En el evangelio cada categoría de persona es invitada
a realizar su proceso de conversión (la gente, publicanos, militares). Igual
para nosotros hoy, cada uno poseemos una misión especifica, tenemos una
personalidad concreta, tenemos una manera única e irrepetible de ser, así a de
ser la conversión. Cada uno de nosotros nos conocemos, lo propio es que en la
intimidad de nuestro ser hagamos nuestro examen de conciencia, nos reconozcamos
pecadores y necesitados del poder salvador del Señor, y desde nuestra
“mismidad”, asumamos nuestro proceso de conversión.
Terminemos nuestra meditación con una pregunta personal: ¿Y
yo qué tengo que hacer? Juan el Bautista le dice a los cobradores de impuestos:
“No exijan más de lo justo”, los está invitando a que renuncien a la
“corrupción”. Hermanos, ¿esta invitación nos dirá algo en la actualidad?, cada
uno da su propia respuesta. Estemos atentos porque precisamente el evangelio de
Lucas nos va a contar muchos episodios en los que varios cobradores de
impuestos se convirtieron e incluso terminaron siendo discípulos del Señor.
Para Dios y para el hombre de Dios ninguna causa es perdida, todos tenemos
siempre la oportunidad de convertirnos, lo importante es dejar actuar a Dios.
Ánimo hermanos, todo es posible para Dios.
Entendamos una cosa más: la conversión tiene que ser para
nosotros una buena noticia y no una mala noticia. ¿Por qué nos extrañamos tanto
cuando una persona decide comenzar una vida nueva en Dios, en el fondo no será
envidia? Conozco muchas personas que cuando inician un proceso de conversión
serio y honesto, en un inicio, son ridiculizadas por sus compañeros de trabajo
e incluso por algunos miembros de su propia familia. ¡Cuánto nos falta hermanos
conocer y experimentar mayor alegría en la vivencia de las cosas de Dios! La
conversión total, continua y cotidiana va llenando el corazón de luz, de
justicia, de amor, de paz y de alegría. Una persona que comienza de verdad un
buen proceso de conversión y logra perseverar, su vida va cambiando poco a
poco, hasta tal punto que su mismo cuerpo comienza a ser diferente. Hermanos,
vivir en Dios y para Dios es causa de alegría y de belleza aún física.
Atentos hermanos, porque el signo más elocuente de la
persona que vive en Dios, desde Dios y para Dios es la alegría. San Lucas,
durante el presente año en su evangelio nos lo va a demostrar. Por favor, que
este tiempo de adviento y navidad, sea para todos nosotros un tiempo de gracia,
de bendición, de paz y de alegría en el Señor. Cuidado con la pólvora, con el
licor, con los abusos en la comida… Para vivir una buena navidad, se necesita
sólo dejar que Dios tome nuestra vida y desde Él transformemos nuestras
relaciones dolorosas con los demás, en relaciones de hermandad y
fraternidad. Evangelio: Lucas 3, 10-18. Monseñor, Omar de Jesús Mejía Giraldo. Obispo
de Florencia, en Colombia.