27 de agosto 2019. El ofertorio en la Plegaria Eucarística. Continuando
con nuestras catequesis dominicales sobre la Eucaristía, hoy seguiremos nuestra
reflexión sobre las partes de la Plegaria Eucarística analizando la oblación o
el ofertorio. Padre Héctor Giovanny Sandoval. Delegado para la pastoral
litúrgica. Arquidiócesis de Ibagué.
Afirma el Misal Romano: “La Iglesia, especialmente la
reunida aquí y ahora, ofrece en este memorial al Padre en el Espíritu Santo la
víctima inmaculada. La Iglesia pretende que los fieles no sólo ofrezcan la
víctima inmaculada, sino que aprendan a ofrecerse a sí mismos, y que de día en
día perfeccionen, con la mediación de Cristo, la unidad con Dios y entre sí,
para que finalmente, Dios sea todo en todos” (OGMR 79f).
La Iglesia, nosotros, la comunidad que celebra, ofrece al
Padre el Cuerpo y la Sangre gloriosos de su Hijo. Ofrecemos al Padre el Cuerpo
y la Sangre de su Hijo y nosotros nos ofrecemos juntamente con El; es el gran
momento de nuestro sacerdocio bautismal:
• “Te
ofrecemos, Padre, el Pan de vida y el Cáliz de salvación” (Plegaria eucarística
II).
• “Te
ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo” (Plegaria
eucarística III).
• “Te ofrecemos
su Cuerpo y su Sangre, sacrificio agradable a ti y salvación para todo el
mundo” (Plegaria eucarística IV).
Este momento es el verdadero ofertorio de la Misa. Durante
mucho tiempo se llamó así al momento de la presentación de los dones, tenemos
que recordar que en ese momento hemos presentado los dones, pan y vino, y lo
que hemos recogido para el sostenimiento de la Iglesia y de los pobres. El
verdadero ofertorio es el ofrecimiento que hace la Iglesia al Padre de su Hijo
amado.
Es importante señalar
algunas ideas claves en esta realidad oblativa de la Eucaristía:
1) La ofrenda eucarística es hecha juntamente por el
sacerdote y por el pueblo, no por el sacerdote sólo: “Te ofrecemos, y ellos
mismos te ofrecen, este sacrificio de alabanza” (plegaria Eucarística I). El sacerdote actúa en persona de Cristo
Cabeza, y los fieles participan también del sacerdocio de Cristo por el
bautismo.
2) En la ofrenda cultual que los hombres hacemos no podemos
realmente dar a Dios sino lo que Él previamente nos ha dado: la vida, la
libertad, la salud... Por eso decimos, «te ofrecemos, Dios de gloria y
majestad, de los mismos bienes que nos has dado, el sacrificio puro, inmaculado
y santo» (Plegaria Eucarística I). Ofrecemos aquello que Dios mismo nos ha
dado: su propio Hijo muerto y resucitado.
3) La Iglesia ofrece a Cristo y se ofrece con Cristo.
Nosotros debemos ser conscientes de esa ofrenda que realizamos. Por la oración
debemos hacernos ofrenda grata al Padre.
Con la oración de María: «He aquí la esclava del Señor.
Hágase en mí según tu palabra». Con la oración de Jesús: «No se haga mi
voluntad, sino la tuya». Con oraciones-ofrenda, como aquella de San Ignacio,
tan perfecta: «Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi
entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; vos me lo diste, a
vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme
vuestro amor y gracia, que ésta me basta» (Ejercicios 234).
Pero debemos ser consecuentes con la ofrenda que hacemos.
Santa. Teresa de Jesús así la afirma: El amor verdadero busca darse al amado, y
no podemos responder al amor de un Dios que se ha entregado a la muerte por
nosotros, sino con el ofrecimiento sincero de nuestra vida.
Sigamos creciendo en el conocimiento de cada parte de la
celebración eucarística para valorar cada día más y más este sacramento
admirable.