28 de marzo de 2019

EL ACTO PENITENCIAL EN LA MISA. Catequesis Mistagógica


28 de marzo 2019. Continuando con nuestras catequesis mistagógicas, profundizaremos este domingo en el sentido y la forma de realizar el acto penitencial en la eucaristía. Padre, Héctor Giovanni Sandoval Moreno. Delegado Episcopal para la liturgia. Arquidiócesis de Ibagué.
El sentido del acto penitencial:
La Iglesia -que es santa y, a la vez, comunidad de pecadores- es consciente de que sus miembros necesitan convertirse continuamente para obtener el perdón divino y participar dignamente en los sagrados misterios.
Eso explica que ya desde los orígenes se prescribiese el arrepentimiento público de los propios pecados previamente a la celebración eucarística, para que el sacrificio fuese agradable a Dios. El acto penitencial es una expresión concreta de esta realidad por parte del ministro y de los fieles, que reconocen humildemente sus pecados, se arrepienten de ellos e imploran la misericordia de Dios para participar con fruto de los sagrados misterios.

En la Didajé, obra escrita a fines del siglo I, se escribe: “Reunidos cada día del Señor, partid el pan y dad gracias, después de haber confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro”. 


Alrededor del siglo X aparece este rito incluido en los misales y consistía en la recitación por parte del sacerdote de algunas oraciones destinadas a manifestar sus sentimientos de indignidad como ministro del Santo Sacrificio. Sólo en el Misal de Pablo VI este rito se extiende a toda la comunidad, pues hasta entonces era sólo el sacerdote quien lo realizaba. 

En los domingos, especialmente en tiempo pascual, el acto penitencial puede adoptar la forma de la aspersión con el agua bendita. Tiene el sentido de recordarnos nuestro bautismo y nos invita a una continua purificación como lo exige la vivencia de este sacramento. 

Estructura del acto penitencial:

El acto penitencial se inicia con una monición del presidente que normalmente estará relacionada con la monición de entrada, como una conclusión. Luego viene un momento de silencio, que debe notarse como tal: los asistentes deben darse cuenta de que están haciendo silencio, para poder situarse verdaderamente ante Dios.

Luego viene la expresión comunitaria de la penitencia. «Yo confieso, ante Dios todopoderoso». Los que frecuentamos la Eucaristía hemos de ser los más convencidos de esa condición nuestra de pecadores, que en la Misa precisamente confesamos: «por mi gran culpa». Y por eso justamente, porque nos sabemos pecadores, por eso frecuentamos la Eucaristía, y comenzamos su celebración con la más humilde petición de perdón a Dios, el único que puede quitarnos de la conciencia la mancha de nuestros pecados.

El acto penitencial concluye con la fórmula: «Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna». Esta hermosa fórmula litúrgica, que dice el sacerdote, no es una fórmula de absolución de los pecados. Tiene más bien un sentido de petición, de tal modo que, por la mediación suplicante de la Iglesia y por los actos personales de quienes asisten a la Eucaristía, perdona los pecados leves de cada día, guardando así a los fieles de caer en culpas más graves.

Luego se canta el Señor, ten piedad. La Ordenación General del Misal Romano dice: “Es un canto con el que los fieles aclaman al Señor y piden su misericordia” (OGMR, 30). En él se habla del señorío, realeza y divinidad de Jesucristo a quien se acude, como durante su vida pública, implorando su misericordia. 

Con frecuencia los Evangelios nos muestran personas que invocan a Cristo, como Señor, solicitando su piedad: así la cananea, «Señor, Hijo de David, ten compasión de mí» (Mt 15,22); los ciegos de Jericó, «Señor, ten compasión de nosotros» (20,30-31) o aquellos diez leprosos (Lc 17,13). 

En este sentido, los Kyrie eleison (Señor, ten piedad), pidiendo seis veces la piedad de Cristo, en cuanto Señor, son por una parte prolongación del acto penitencial precedente; pero por otra, son también proclamación gozosa de Cristo, como Señor del universo, y en este sentido vienen a ser prólogo del Gloria que sigue luego. En efecto, Cristo, por nosotros, se anonadó, obediente hasta la muerte de cruz, y ahora, después de su resurrección, «toda lengua ha de confesar que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2,3-11).
Por todo lo anterior debemos recordar que el acto penitencial no es un examen de conciencia. Es un momento de silencio, de preparación y de reconocimiento de la salvación de Dios.

Que al seguir profundizando en los momentos celebrativos de la Eucaristía podamos seguir creciendo en el conocimiento de este gran misterio para celebrar y participar mejor en este Sacramento admirable.