21 de abril 2019. En el tradicional mensaje Pascual previo a
la Bendición “Urbi et Orbi”, a la ciudad de Roma y al mundo, que impartió este Domingo
de Resurrección, en la Plaza de San Pedro del Vaticano, el Papa Francisco hizo
un llamado a la paz en el mundo, y en especial en aquellos países que sufren el
drama de la guerra. “La resurrección de
Cristo es el comienzo de una nueva vida para todos los hombres y mujeres,
porque la verdadera renovación comienza siempre desde el corazón, desde la
conciencia. Pero la Pascua es también el comienzo de un mundo nuevo, liberado
de la esclavitud del pecado y de la muerte: el mundo al fin se abrió al Reino
de Dios, Reino de amor, de paz y de fraternidad”. Fuente: Aciprensa.
Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz Pascua! Hoy la Iglesia
renueva el anuncio de los primeros discípulos: «Jesús ha resucitado». Y de boca
en boca, de corazón a corazón resuena la llamada a la alabanza: «¡Aleluya!...
¡Aleluya!». En esta mañana de Pascua, juventud perenne de la Iglesia y de toda
la humanidad, quisiera dirigirme a cada uno de vosotros con las palabras
iniciales de la reciente Exhortación apostólica dedicada especialmente a los
jóvenes:
«Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa
juventud de este mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se
llena de vida. Entonces, las primeras palabras que quiero dirigir a cada uno de
los jóvenes cristianos son: ¡Él vive y te quiere vivo! Él está en ti, Él está
contigo y nunca se va. Por más que te
alejes, allí está el Resucitado, llamándote y esperándote para volver a empezar.
Cuando te sientas avejentado por la tristeza, los rencores, los miedos, las
dudas o los fracasos, Él estará allí para devolverte la fuerza y la esperanza»
(Christus vivit, 1-2).
Queridos hermanos y hermanas, este mensaje se dirige al
mismo tiempo a cada persona y al mundo. La resurrección de Cristo es el
comienzo de una nueva vida para todos los hombres y mujeres, porque la verdadera renovación comienza siempre
desde el corazón, desde la conciencia. Pero la Pascua es también el comienzo
de un mundo nuevo, liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte: el
mundo al fin se abrió al Reino de Dios, Reino de amor, de paz y de fraternidad.
Cristo vive y se queda con nosotros. Muestra la luz de su rostro de Resucitado
y no abandona a los que se encuentran en el momento de la prueba, en el dolor y
en el luto. Que Él, el Viviente, sea esperanza para el amado pueblo sirio,
víctima de un conflicto que continúa y amenaza con hacernos caer en la
resignación e incluso en la indiferencia.
En cambio, es hora de
renovar el compromiso a favor de una solución política que responda a las
justas aspiraciones de libertad, de paz y de justicia, aborde la crisis
humanitaria y favorezca el regreso seguro de las personas desplazadas, así como
de los que se han refugiado en países vecinos, especialmente en el Líbano y en
Jordania. La Pascua nos lleva a dirigir la mirada a Oriente Medio, desgarrado
por continuas divisiones y tensiones. Que los cristianos de la región no dejen
de dar testimonio con paciente perseverancia del Señor resucitado y de la
victoria de la vida sobre la muerte. Una mención especial reservo para la gente
de Yemen, sobre todo para los niños, exhaustos por el hambre y la guerra. Que
la luz de la Pascua ilumine a todos los gobernantes y a los pueblos de Oriente
Medio, empezando por los israelíes y palestinos, y los aliente a aliviar tanto
sufrimiento y a buscar un futuro de paz y estabilidad.
Que las armas dejen
de ensangrentar a Libia, donde en las últimas semanas personas indefensas
vuelven a morir y muchas familias se ven obligadas a abandonar sus hogares.
Insto a las partes implicadas a que elijan el diálogo en lugar de la opresión,
evitando que se abran de nuevo las heridas provocadas por una década de
conflicto e inestabilidad política. Que
Cristo vivo dé su paz a todo el amado continente africano, lleno todavía de
tensiones sociales, conflictos y, a veces, extremismos violentos que dejan
inseguridad, destrucción y muerte, especialmente en Burkina Faso, Mali, Níger,
Nigeria y Camerún. Pienso también en Sudán, que está atravesando un momento de
incertidumbre política y en donde espero que todas las reclamaciones sean
escuchadas y todos se esfuercen en hacer que el país consiga la libertad, el
desarrollo y el bienestar al que aspira desde hace mucho tiempo.
Que el Señor resucitado sostenga los esfuerzos realizados
por las autoridades civiles y religiosas de Sudán del Sur, apoyados por los
frutos del retiro espiritual realizado hace unos días aquí, en el Vaticano. Que
se abra una nueva página en la historia del país, en la que todos los actores políticos, sociales y religiosos se comprometan
activamente por el bien común y la reconciliación de la nación. Que los
habitantes de las regiones orientales de Ucrania, que siguen sufriendo el conflicto
todavía en curso, encuentren consuelo en esta Pascua. Que el Señor aliente las
iniciativas humanitarias y las que buscan conseguir una paz duradera.
Que la alegría de la Resurrección llene los corazones de
todos los que en el continente americano sufren las consecuencias de
situaciones políticas y económicas difíciles. Pienso en particular en el pueblo venezolano: en tantas personas
carentes de las condiciones mínimas para llevar una vida digna y segura,
debido a una crisis que continúa y se agrava. Que el Señor conceda a quienes
tienen responsabilidades políticas trabajar para poner fin a las injusticias
sociales, a los abusos y a la violencia, y para tomar medidas concretas que
permitan sanar las divisiones y dar a la
población la ayuda que necesita.
Que el Señor resucitado ilumine los esfuerzos que se están
realizando en Nicaragua para encontrar lo antes posible una solución pacífica y
negociada en beneficio de todos los nicaragüenses. Que, ante los numerosos
sufrimientos de nuestro tiempo, el Señor de la vida no nos encuentre fríos e
indiferentes. Que haga de nosotros
constructores de puentes, no de muros. Que Él, que nos da su paz, haga
cesar el fragor de las armas, tanto en las zonas de guerra como en nuestras
ciudades, e impulse a los líderes de las naciones a que trabajen para poner fin
a la carrera de armamentos y a la propagación preocupante de las armas,
especialmente en los países más avanzados económicamente.
Que el Resucitado, que ha abierto de par en par las puertas
del sepulcro, abra nuestros corazones a
las necesidades de los menesterosos, los indefensos, los pobres, los
desempleados, los marginados, los que llaman a nuestra puerta en busca de
pan, de un refugio o del reconocimiento de su dignidad. Queridos hermanos y
hermanas, ¡Cristo vive! Él es la esperanza y la juventud para cada uno de
nosotros y para el mundo entero. Dejémonos renovar por Él. ¡Feliz Pascua!