15 de abril 2019. Una Iglesia que hable lenguaje mediático
no interesa a nadie. Tras Dios o nada y La fuerza del silencio, el cardenal
Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino, publica el
tercer volumen de sus libros de entrevistas con Nicolas Diat: Le soir approche
et déjà le jour baisse [Ya está cayendo la tarde y se termina el día], un
análisis implacable y, sin embargo, lleno de esperanza sobre nuestro hundimiento
espiritual y moral. Sobre él responde el cardenal en una entrevista de
Christophe Geffroy en La Nef: -En la primera parte de su libro usted describe
el "hundimiento espiritual y religioso": ¿cómo se manifiesta este
hundimiento y por qué atañe sólo a Occidente? Otras regiones del mundo, como
África, ¿están libres de esta crisis?
-La crisis espiritual
atañe al mundo entero. Sin embargo, tiene su origen en Europa. El rechazo de
Dios nació en la conciencia occidental.
»El hundimiento espiritual tiene, por consiguiente, rasgos
típicamente occidentales. Me gustaría señalar, de manera especial, el rechazo a
la paternidad. Han convencido a nuestros contemporáneos de que para ser libres
es necesario no depender de nadie. Es un error fatal. Los occidentales están
convencidos de que recibir es contrario a la dignidad de la persona. Ahora bien,
el hombre civilizado es, fundamentalmente, un heredero, recibe una historia, un
cultura, un nombre, una familia. Es lo que le distingue del bárbaro. Su
negativa a estar incluido en una red de dependencia, de herencia y filiación
nos condena a entrar desnudos en la jungla de la competencia de una economía
abandonada a ella misma. Debido a su rechazo a aceptarse como heredero, el
hombre se condena a la globalización liberal en la que los intereses
individuales chocan contra la sola ley del beneficio a toda costa.
»Sin embargo, con este libro quiero recordar a los
occidentales que la verdadera razón de este rechazo a ser heredero, de este
rechazo a la paternidad, está profundamente relacionado con el rechazo a Dios. Observo en el corazón de los occidentales
un profundo rechazo a la paternidad creadora de Dios. De Él recibimos
nuestra naturaleza de hombre y de mujer. Esto es insoportable para el espíritu
moderno. La ideología de género es un
rechazo luciferino al hecho de recibir de Dios una naturaleza sexuada.
Occidente se niega a recibir, acepta sólo lo que construye por sí mismo. El
transhumanismo es el último avatar de este movimiento. La misma naturaleza
humana, como don de Dios, es insoportable para el hombre de Occidente.
»Esta revuelta es, en su esencia, espiritual. Es la revuelta
de Satanás contra el don de la gracia. En el fondo, creo que el hombre de
Occidente rechaza ser salvado por pura misericordia. Rechaza recibir la
salvación y quiere construirla él mismo. Los
"valores occidentales" promovidos por la ONU se basan en rechazar a
Dios; yo lo comparo al joven rico del Evangelio. Dios ha mirado a Occidente
y lo ha amado porque ha hecho grandes cosas. Lo ha invitado a ir más lejos,
pero Occidente se ha rebelado, ha preferido las riquezas que ha acumulado por
su propio mérito.
»África y Asia son dos continentes que aún no están tan
contaminados por la ideología de género, el transhumanismo o el odio a la
paternidad. Pero el espíritu neo-colonialista de las potencias occidentales los
presionan para que adopten estas ideologías de muerte.
-"Cristo nunca
ha prometido a sus fieles que serían una mayoría", escribe usted. Y
continúa: "A pesar de los grandes esfuerzos misioneros, la Iglesia nunca
ha dominado el mundo. Porque la misión de la Iglesia es una misión de amor, y
el amor no se impone". Y antes había usted escrito que "es la
'pequeña minoría' la que ha salvado la fe". Si me permite usted esta
provocación, quiero preguntarle ¿cuál es, entonces el problema, dado que esta
"pequeña minoría" existe y, en un mundo hostil a la fe, consigue mantenerla?
-Los cristianos deben
ser misioneros, no pueden guardar para ellos solos el tesoro de la fe. La
misión, la evangelización, sigue siendo una emergencia espiritual.
»¿Cómo podemos permanecer tranquilos si tantas almas ignoran
la única verdad que da la libertad: Jesucristo? El relativismo que nos rodea
considera el pluralismo religioso como un bien en sí mismo. ¡No! La plenitud de
la verdad revelada que la Iglesia ha recibido debe ser transmitida, proclamada,
predicada.
»Sin embargo, el
objetivo de la evangelización no es dominar el mundo, sino servir a Dios.
No olvidemos que la victoria de Cristo sobre el mundo... ¡es la Cruz! Nuestra
ambición no debe ser adueñarnos del poder secular. Se evangeliza con la Cruz.
Los mártires son los primeros misioneros y, por lo tanto, a
los ojos de los hombres, su vida es un fracaso. El objetivo de la
evangelización no es "ser muchos" según la lógica de las redes
sociales, que quieren "ser noticia". Nuestro fin no es ser popular en
los medios de comunicación. Pero queremos que cada alma, todas las almas, sean
salvadas por Cristo. La evangelización no es una cuestión de éxito, sino que es
una realidad profundamente íntima y sobrenatural.
-Vuelvo a lo que usted ha dicho en la pregunta anterior:
entonces, en su opinión, ¿la cristiandad, en Europa, que supo imponer el
cristianismo a toda la sociedad, fue un paréntesis en la historia, y no puede
por tanto ser un modelo, en el sentido de que el cristianismo
"dominaba" y se imponía mediante una cierta coerción social?
-Una sociedad irrigada por la fe, el Evangelio y la ley
natural es deseable. Es tarea de los fieles laicos construirla. Es incluso su
vocación. Al construir una ciudad conforme a la naturaleza humana y abierta a
la Revelación están sirviendo al bien común. Pero el objetivo final de la
Iglesia no es construir un modelo social concreto. La Iglesia ha recibido el
mandato de anunciar la salvación, que es una realidad sobrenatural. Una
sociedad justa pone a las almas en disposición de recibir el don de Dios,
puesto que ella no podría causar la salvación. A la inversa, ¿puede existir una
sociedad justa y conforme a la ley natural sin el don de la gracia en las
almas?
»Es urgente que anunciemos el corazón de nuestra fe: sólo
Jesús nos salva del pecado. Sin embargo, es necesario subrayar que la
evangelización no está completa hasta que no llegue a las estructuras de la
sociedad. Una sociedad inspirada por el
Evangelio protege a los más débiles contra las consecuencias del pecado. Al
contrario, una sociedad separada de Dios es, cada vez más, una estructura de
pecado. Fomenta el mal. Por esto podemos afirmar que no habrá una sociedad
justa hasta que no haya un lugar para Dios en el ámbito público. Un estado que proclama el ateísmo es un
estado injusto. Un estado que encierra a Dios a la esfera privada es un
estado que está alejado de la verdadera fuente del derecho y la justicia. Un
estado que pretende basar la ley únicamente sobre su benevolencia, que no busca
basarla en un orden objetivo recibido del Creador, corre el riesgo de hundirse
en el totalitarismo.
A lo largo de la historia europea, hemos pasado
progresivamente de una sociedad en la que el grupo prevalecía sobre la persona
(holismo de la Edad Media) -un tipo de sociedad que aún existe en África y que
sigue caracterizando al islam-, a una sociedad en la que la persona se ha
emancipado del grupo (individualismo). Podemos decir también, de manera
esquemática, que hemos pasado de una sociedad dominada por la búsqueda de la
verdad a una sociedad dominada por la búsqueda de la libertad; incluso la misma
Iglesia ha profundizado su doctrina ante esta evolución proclamando el derecho
a la libertad religiosa (Vaticano II). ¿Cómo analiza usted la posición de la
Iglesia ante esta evolución? ¿Podemos encontrar el justo equilibro entre los
dos polos "verdad" y "libertad" en la medida en que tal vez
hemos pasado de un exceso al otro, siendo así que una llama a la otra?
-Es inapropiado hablar de
"equilibro" entre los dos polos: verdad y libertad.
»Efectivamente, esta manera de hablar supone que estas
realidades son exteriores la una de la otra y que son opuestas entre sí. La
libertad es, esencialmente, una tensión hacia el bien y la verdad. La verdad
reclama ser conocida y abrazada libremente. Una libertad que no esté en sí
misma orientada y guiada por la verdad no tiene ningún sentido. El error no
tiene ningún derecho. El Vaticano II ha recordado que la verdad se impone sólo por la fuerza de la misma verdad, y no por la
coerción. También ha recordado que respetar a las personas y su libertad no
nos debe dejar indiferentes en absoluto ante la libertad y el bien.
»La Revelación es la irrupción de la verdad divina en
nuestras vidas. No nos obliga. Dios, al entregarse, al revelarse, respeta la
libertad que Él mismo ha creado. Creo que oponer la verdad y la libertad es
fruto de una concepción falsa de la dignidad humana.
»El hombre moderno "hipostatiza" su libertad, hace
de ella un absoluto hasta el punto de creer que está amenazada cuando recibe la
verdad. Sin embargo, acoger la verdad es el acto más hermoso de libertad que el
hombre pueda realizar. Creo que su pregunta revela cuán vinculada están, en lo
más hondo, la crisis de conciencia occidental con la crisis de fe. El hombre
occidental teme perder su libertad si recibe el don de la fe verdadera.
Prefiere permanece encerrado en una libertad vacía de contenido. El acto de fe
es el encuentro entre libertad y verdad. Por eso he querido, en el primer
capítulo de mi libro, insistir sobre la crisis de fe. »Nuestra libertad está
hecha para realizarse plenamente diciendo "sí" a la verdad revelada.
Si la libertad dice "no" a Dios, reniega de sí misma.
-Usted alude con firmeza a la crisis del sacerdocio y
justifica el celibato sacerdotal. En su opinión, ¿cuál es la causa principal de
los casos de abuso sexual contra menores perpetrados por sacerdotes, y qué
conclusión ha sacado de la cumbre que se ha celebrado en Roma sobre este tema?
-Estoy convencido de que la crisis del sacerdocio es un
elemento central de la crisis de la Iglesia. A los sacerdotes se les ha arrebatado su identidad y se les ha hecho
creer que deben ser hombres eficaces. Ahora bien, un sacerdote es
fundamentalmente el continuador, entre nosotros, de la presencia de Cristo. No
se le puede definir por lo que hace, sino por lo que es: ipse Christus, Cristo
mismo.
»El descubrimiento de
los numerosos abusos sexuales contra menores revela una profunda crisis
espiritual. Es obvio que también hay factores sociales, como la crisis de
los años 60 y la erotización de la sociedad, que repercuten en la Iglesia. Sin
embargo, hay que tener el valor de ir más allá. Las raíces de esta crisis son
espirituales. Un sacerdote que no reza, que no vive concretamente como otro
Cristo, está cercenado en su ser, en su origen, y acaba muriendo. He dedicado
este libro a los sacerdotes del mundo entero porque sé que sufren. Muchos se
sienten abandonados.
»Nosotros, los
obispos, tenemos una enorme responsabilidad en esta crisis del sacerdocio.
¿Hemos sido unos padres para nuestros sacerdotes? ¿Les hemos escuchado,
comprendido, guiado? ¿Les hemos dado ejemplo? Muy a menudo las diócesis acaban siendo
estructuras administrativas. Las reuniones se multiplican. El obispo debería
ser el modelo de sacerdote. Pero estamos lejos de ser los primeros en rezar en
silencio y en cantar el Oficio en nuestras catedrales. Temo que nos estamos
perdiendo en responsabilidades profanas y secundarias.
»El lugar de un
sacerdote es la Cruz. Cuando celebra la misa, está en el origen de toda su
vida, es decir, en la Cruz. El celibato es uno de los medios concretos que nos
permiten vivir este misterio de la Cruz en nuestra vida. El celibato graba la
Cruz en nuestra carne. Es por esto que el celibato es insoportable para el
mundo moderno. El celibato es un
escándalo para los modernos, porque la Cruz es un escándalo.
»Con este libro quiero espolear a los sacerdotes, quiero
decirles: ¡amad vuestro sacerdocio! ¡Sentíos orgullosos de ser crucificados con
Cristo! ¡No temáis el odio del mundo! He querido manifestar mi afecto de padre
y de hermano a todos los sacerdotes del mundo.
-En un libro que ha dado mucho que hablar, Sodoma, el autor
sostiene que el número de prelados homosexuales en el Vaticano es muy alto,
dando la razón a monseñor Viganò, que denunciaba la influencia de una poderosa
red gay en el seno de la Iglesia. ¿Qué piensa usted de esto? ¿Hay un problema
de homosexualidad en el seno de la Iglesia? Y si es así, ¿por qué es un tabú?
-La Iglesia, hoy en día, vive con Cristo los ultrajes de la
Pasión. Los pecados de unos vuelven a Él como escupitajos a la cara. Algunos
intentan instrumentalizar estos pecados para presionar a los obispos, esperando
que adopten los juicios y el lenguaje del mundo. Algunos obispos han cedido.
Les vemos pedir el abandono del celibato sacerdotal, o hacen declaraciones
dudosas sobre los actos homosexuales. ¿Cómo no asombrarse? Los mismos Apóstoles
huyeron del huerto de los olivos, abandonaron a Cristo en el momento más
difícil. »Creo que debemos ser realistas y concretos. Sí, hay pecadores. Sí,
hay sacerdotes, incluso obispos y cardenales, que son infieles y pecan contra
la castidad y, lo que es más grave, contra la verdad de la doctrina.
»El pecado no debe
sorprendernos. Lo que hay que hacer es tener el valor de llamarlo por su
nombre. Tenemos que tener el valor de encontrar de nuevo los caminos del
combate espiritual: la oración, la penitencia y el ayuno. Debemos tener la
lucidez de castigar la infidelidad y, también, debemos encontrar los medios
concretos para prevenirla. Creo que sin una vida de oración comunitaria, sin un
mínimo de vida fraternal y comunitaria entre los sacerdotes, la fidelidad es
una ilusión. Debemos volver al modelo de los Hechos de los Apóstoles.
»En lo que atañe a los comportamientos homosexuales, no
caigamos en la trampa de los manipuladores. No hay en la Iglesia un "problema homosexual". Hay un
problema de pecados y de infidelidad. No dejemos que nos impongan el
vocabulario de la ideología LGBT. La
homosexualidad no define la identidad de las personas. Califica actos
desviados y pecaminosos. Para estos actos, como para los otros pecados, sabemos
cuáles son los remedios. Se trata de volver a Cristo, de dejar que Él nos
convierta. Cuando el pecado es público, hay que aplicar el derecho penal de la
Iglesia. Castigar es una misericordia. El castigo repara el bien común que ha
sido herido y permite que el culpable se redima. El castigo forma parte del
papel paternal de los obispos. Por último, debemos tener el valor de aplicar
con claridad las normas relacionadas con la aceptación de seminaristas. No podemos aceptar como candidatos al
sacerdocio a personas con una psicología anclada de manera permanente y
profunda en la homosexualidad.
-En su libro usted ha
dedicado un capítulo a la "crisis de la Iglesia". ¿Hasta dónde se
remonta y cómo la analiza usted? Más concretamente, ¿cómo sitúa usted la
"crisis de fe" en relación a la crisis de la "teología
moral"? ¿La una precede a la otra?
-La crisis de la
Iglesia es, ante todo, una crisis de fe. Queremos convertir a la Iglesia en
una sociedad humana y horizontal. Queremos que hable un lenguaje mediático. Queremos que sea popular. Una Iglesia así
no le interesa a nadie. La Iglesia tiene interés sólo porque nos permite
encontrarnos con Jesús. Es legítima sólo porque nos transmite la
Revelación. Cuando la Iglesia se sobrecarga de estructuras humanas, obstaculiza
el esplendor de Dios en ella y a través de ella. Sentimos la tentación de creer
que nuestra acción, nuestras ideas, salvarán a la Iglesia. Sería mejor empezar
dejando que ella nos salve.
»Creo que estamos en un giro decisivo de la historia de la
Iglesia. Sí, necesita una reforma profunda y radical, que debe empezar por una
reforma del modo de vida de los sacerdotes. Todos sus medios están al servicio
de la santidad. La Iglesia es santa en sí misma. Y nosotros, con nuestros
pecados y preocupaciones mundanas, impedimos que su santidad resplandezca. Ha
llegado el momento de derrumbar todas estas superestructuras para que, al fin,
surja la Iglesia tal como Dios la conformó. A veces creemos que la historia de
la Iglesia está marcada por las reformas estructurales. Estoy seguro que son
los santos quienes cambian la historia. Las estructuras vienen después y se
limitan a perpetuar la acción de los santos.
»Necesitamos santos
que se atrevan a mirar con fe todas las cosas, que osen resplandecer a la
luz de Dios. La crisis de la teología moral es la consecuencia de una ceguera
voluntaria. Nos negamos a ver la vida a la luz de la fe.
»En la conclusión de mi libro, hablo de este veneno del que
todos somos víctimas: el ateísmo
líquido. Se infiltra en todas partes, incluso en nuestros discursos
eclesiásticos. Consiste en admitir, al lado de la fe, modos de pensar o de vida
radicalmente paganos y mundanos. ¡Y nosotros aceptamos satisfechos esta
cohabitación contra natura! Esto demuestra que nuestra fe es líquida e
inconsistente. Lo primero que hay que reformar es nuestro corazón, y para ello
hay que dejar de mentir. La fe es, al mismo tiempo, el tesoro que queremos
defender y la fuerza que nos permitirá defenderla.
-Las partes dos y tres de su libro abordan el tema de
nuestra sociedad occidental en crisis: el tema es tan amplio y usted se detiene
sobre tantos puntos importantes (desde la extensión de la "cultura de la
muerte" hasta los problemas de consumismo vinculados al liberalismo
mundial, pasando por las cuestiones de identidad, de transmisión, el islamismo,
etc.) que es imposible tratarlos todos. Entre todos estos problemas que usted
analiza, ¿cuáles le parecen que son, verdaderamente, los más importantes y
cuáles son las causas principales de este declive de Occidente?
-Desearía, ante todo, explicar por qué yo, hijo de África,
me permito dirigirme a Occidente. La Iglesia es la guardiana de la
civilización. Ahora bien, estoy convencido de que la civilización occidental
vive una crisis mortal. Ha alcanzado los límites del odio autodestructivo. Como
en la época de la caída de Roma, las élites sólo se ocupan de aumentar el lujo
de su vida cotidiana y los pueblos están anestesiados con el entretenimiento y
la diversión, que son cada vez más vulgares. Como obispo, ¡es mi deber advertir
a Occidente! Los bárbaros ya están dentro de la ciudad. Los bárbaros son todos
aquellos que odian la naturaleza humana, que ultrajan el sentido de lo sagrado,
que desprecian la vida.
»Occidente está ciego debido a su sed de riqueza. El afán de dinero que el liberalismo
difunde en los corazones adormece a los pueblos. Durante este tiempo, la
tragedia silenciosa del aborto y la eutanasia continúan. Estamos acostumbrados
a la barbarie, ¡ya ni siquiera nos sorprende! He querido lanzar un grito de
alarma que es, también, un grito de amor. Lo he hecho con el corazón lleno de
agradecimiento filial por los misioneros occidentales que murieron en mi tierra
africana. ¡Quiero continuar su obra, recoger su legado!
»¿Cómo no subrayar también el peligro que constituye el
islam? Los musulmanes desprecian este
Occidente ateo. Se refugian en el islamismo por rechazo a una sociedad de
consumo que se les propone como religión. ¿Sabrá proponerles Occidente
claramente la fe? Sería necesario, para ello, que volviera a sus raíces e
identidad cristiana. De manera insistente se les dice a los países del tercer
mundo que Occidente es el paraíso porque está gobernado por el liberalismo de
mercado. Y favorecemos, así, los flujos migratorios, trágicos para la identidad
de los pueblos. Un Occidente que reniega de su fe, su historia y sus raíces
está condenado al desprecio y la muerte. »Quiero, sin embargo, decir que todo
está preparado para la renovación. Veo familias, monasterios y parroquias que
son el oasis en medio del desierto. Occidente renacerá a partir de estos oasis
de fe, liturgia, belleza y silencio.
-Usted termina su hermoso libro con una parte titulada:
"Reencontrar la esperanza: la práctica de las virtudes cristianas".
¿Qué quiere usted decir y en qué esta práctica puede ser un remedio a la crisis
multiforme de la que hemos hablado en esta entrevista?
-No hay un programa. Debemos tan solo vivir nuestra fe,
completa y radicalmente. Las virtudes
cristianas son la realización plena de la fe en todas las facultades humanas.
Trazan el camino de una vida feliz según Dios. Debemos crear lugares donde puedan
florecer. Hago un llamamiento a los cristianos para que abran oasis de
gratuidad en el desierto de la rentabilidad triunfadora. Debemos crear lugares
en los que el aire sea respirable, en los que la vida cristiana sea posible.
Nuestras comunidades deben poner a Dios en el centro. En la avalancha de
mentiras, debemos poder encontrar lugares en los que la verdad no sólo se
explique, sino que también se viva. Se
trata de vivir el Evangelio; no pensar que es una utopía, sino hacer
experiencia concreta del mismo. La fe es como un fuego. También nosotros
debemos arder para poder transmitirla. ¡Velad este fuego sagrado! Que este sea
vuestro calor en el corazón del invierno de Occidente. Cuando un fuego
resplandece en la noche, los hombres poco a poco se reúnen a su alrededor. Esta
es nuestra esperanza. "Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra
nosotros?". Traducción del francés de Elena Faccia Serrano. Fuente:
Religión en libertad. Amplia entrevista en “La Nef” sobre su último libro.