1 de abril 2019. El sacramento de la
penitencia es el sacramento de la reconciliación y del perdón. Es instituido por Cristo el mismo día de su
resurrección: Así lo dice la Escritura: “Dicho esto, sopló sobre ellos y les
dijo: A quienes perdonéis los pecados,
les quedan perdonados, a quienes se los retengáis, les quedan retenidos....”
(Juan 20, 22-37) Es un hecho muy
significativo para los que creemos en Cristo y en su Santa Palabra: la resurrección
se convierte en el símbolo y la Gracia de nuestra resurrección espiritual. Un excelente medio para
prepararnos a la celebración de la Pascua del hijo de Dios, es lograr una buena
sanación en el espíritu, arrepentimiento de nuestras faltas, una limpieza de
corazón.
A continuación presento algunos apuntes que nos pueden servir para
realizar una buena confesión. Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de
Ibagué.
Para
recibir válida y fructuosamente el sacramento de la Penitencia, se necesita
desear el sacramento y cumplir unos pasos fundamentales: Examen de Conciencia hecho a la
luz de la Palabra de Dios (Cfr.Rom.12-15. 1Cor. 12-13. Ga.5. Ef. 4-6).
La contrición y conversión: es un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la
resolución de no volver a pecar. Sentir
Vergüenza.
La confesión de los pecados, la cual nos libera y nos facilita la
reconciliación con los demás. El penitente debe enumerar todos sus pecados e
incluso aquellos que son muy secretos (Cfr. Éxodo. 20,17. Mateo. 5,28).
Toda
persona llegada a la edad del uso de razón debe confesar sus pecados al menos
una vez al año (Canon 989)
Propósito de enmienda: Es una
firme resolución de no volver a pecar y de evitar todo lo que pueda ser ocasión
de cometer pecados.
Cumplir la penitencia: Oración,
enmendar las faltas contra la justicia. Obedecer la recomendación del sacerdote
confesor.
Para que te puedas reconciliar
correctamente con Dios, con los demás y contigo. Debes responder sinceramente las siguientes preguntas:
1) Me acerco al sacramento de la
reconciliación con deseo sincero de purificarme, convertirme y renovarme en mi
vida espiritual? ____
2)
He olvidado o callado deliberadamente algún pecado grave en mis anteriores confesiones? ____
3) He cumplido la penitencia recibida?
He reparado las injusticias cometidas?
__
REGLAS DE COMPORTAMIENTO SEGÚN LA SANTA BIBLIA.
Sean perfectos Mateo 5,46-48
Si ustedes aman solamente a quienes
los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si
saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo
mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que
está en el cielo
Perdonen Mateo 6, 14-15
Si perdonan sus faltas a los demás, el
Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan
a los demás, tampoco el Padre los
perdonará a ustedes.
Acumulen tesoros en el cielo Mateo 6,
19-21 Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre
que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro,
estará también tu corazón.
No juzguen Mateo 7, 1-2
No
juzguen, para no ser juzgados. Porque con el criterio con que ustedes juzguen
se los juzgará, y la medida con que midan se usará para ustedes.
La regla de oro: Mateo 7, 12
Todos los que quieran que hagan con
ustedes, háganlo también ustedes con los demás. En esto consiste la Ley y los
Profetas.
Hagan la voluntad del Padre Mateo 7,21
No
son los que me dicen: «Señor, Señor», los que entrarán en el Reino de los
Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Un mandamiento nuevo: Juan 13, 34-35 Les doy un mandamiento nuevo: ámense
los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos
a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el
amor que se tengan los unos a los otros.
LOS PECADOS CAPITALES NOS INDUCEN A COMETER OTRAS
FALTAS.
SOBERBIA. Estima y amor indebido por sí mismo.
Apreciación descontrolada del valor propio, búsqueda intensa de atención y
honor. (cf. Romanos 12,3)
Avaricia: deseo excesivo por obtener bienes
materiales y riquezas estando dispuesto a usar, de ser necesario,
medios ilícitos para conseguirlos.
(cf. Mateo 6,24)
Lujuria: deseo desmedido de los placeres
carnales que conduce a la inmoralidad sexual. Busca satisfacer el deseo sexual
de forma impulsiva y desordenada. (1 Corintios 6, 18-20).
Envidia, celos: deseo desordenado de
poseer lo que otros tienen. Gran tristeza o pesar ante el
bien de otros y alegría frente a sus contratiempos. (cf.
Santiago 3,16)
Gula: glotonería, apetito descontrolado por
la comida y la bebida. No entiende de límites económicos o del
daño que pueda causar a la salud o a sus relaciones
interpersonales. (cf. Proverbios 23, 19-21).
Ira: sentimiento de gran enojo que nos
lleva a comportarnos de forma cruel y violenta. La causa puede ser real o
aparente, pero el sentimiento es tan fuerte que muchas
veces nubla la razón e impide diferenciar. (cf. Efesios 4, 26-27).
Pereza: afición desequilibrada al descanso y
al ocio. Descuida sus deberes para con Dios, consigo mismo y con la sociedad.
(Proverbios 6, 9-11).
PIENSA EN LAS FALTAS DE OMISION
Dejar
de hacer lo que tenías que hacer. Actuar como deberías actuar. Si hubieras sido
prudente, no hubiera sucedido... Si hubiera hablado a tiempo las cosas no
estarían así.... Si me hubiera confesado
bien..... Si hubiese reconocido mi falta,
sería diferente mi situación.
EL SANTO PADRE FRANCISCO, PROPONE UN
MÉTODO DE RECONCILIACIÓN
Nos confesamos porque somos pecadores.
El camino es escuchar la voz de Dios, un buen examen de conciencia y un propósito
de enmienda.
CONFESIÓN Y PERDÓN DE LOS PECADOS
Por qué confesarse ¡Porque somos
pecadores! Es decir, pensamos y actuamos de modo contrario al Evangelio. Quien dice estar sin pecado es un mentiroso
o un ciego. En el sacramento Dios Padre perdona a quienes, habiendo negado
su condición de hijos, se confiesan de sus pecados y reconocen la misericordia
de Dios. Puesto que el pecado de uno solo daña al cuerpo de Cristo que es la
Iglesia, el sacramento tiene también como efecto la reconciliación con los
hermanos.
Cómo confesarse No es siempre fácil
confesarse: no se sabe que decir, se cree que no es necesario dirigirse al
sacerdote…Tampoco es fácil confesarse bien: hoy como ayer, la dificultad más
grande es la exigencia de orientar de nuevo nuestros pensamientos, palabras y
acciones que, por nuestra culpa, nos distancian del evangelio. Es necesario «un camino de auténtica
conversión, que lleva consigo un aspecto “negativo” de liberación del pecado, y
otro aspecto “positivo” de elección del bien enseñado por el Evangelio de Jesús.
Este es el contexto para la digna celebración del sacramento de la Penitencia.
El camino a recorrer, comienza por la escucha de la voz de Dios y prosigue
con el examen de conciencia, el arrepentimiento y el propósito de la
enmienda, la invocación de la misericordia divina que se nos concede
gratuitamente mediante la absolución, la confesión de los pecados al sacerdote,
la satisfacción o cumplimiento de la penitencia impuesta, y finalmente, con la
alabanza a Dios por medio de una vida renovada.
Qué confesar «El que
quiere obtener la reconciliación con Dios y con la Iglesia debe confesar al
sacerdote todos los pecados graves que no ha confesado aún y de los que se
acuerde, tras examinar cuidadosamente su conciencia. La confesión de las faltas
veniales, está recomendada vivamente por la Iglesia». (Catecismo de la Iglesia
Católica, 1493)
Examen de conciencia Consiste en interrogarse sobre el mal cometido y el bien emitido: hacia
Dios, el prójimo y nosotros mismos.
En relación a Dios ¿Solo me dirijo a Dios en caso de necesidad? ¿Participo regularmente en la
Misa los domingos y días de fiesta? ¿Comienzo y termino mi jornada con la
oración? ¿Blasfemo en vano el nombre de Dios, de la Virgen, de los santos? ¿Me
he avergonzado de manifestarme como católico? ¿Qué hago para crecer
espiritualmente, cómo lo hago, cuándo lo hago? ¿Me revelo contra los designios
de Dios? ¿Pretendo que Él haga mi voluntad?
En relación al prójimo ¿Sé perdonar, tengo comprensión, ayudo a mi prójimo? ¿Juzgo sin piedad
tanto de pensamiento como con palabras? ¿He calumniado, robado, despreciado a
los humildes y a los indefensos? ¿Soy envidioso, colérico, o parcial? ¿Me
avergüenzo de la carne de mis hermanos, me preocupo de los pobres y de los
enfermos? ¿Soy honesto y justo con todos o alimento la cultura del descarte?
¿Incito a otros a hacer el mal? ¿Observo la moral conyugal y familiar enseñada
por el Evangelio? ¿Cómo cumplo mi responsabilidad de la educación de mis hijos?
¿Honoro a mis padres? ¿He rechazado la vida recién concebida? ¿He colaborado a
hacerlo? ¿Respeto el medio ambiente?
En relación a mí mismo ¿Soy un poco mundano y un poco creyente? ¿Cómo, bebo, fumo o me divierto
en exceso? ¿Me preocupo demasiado de mi salud física, de mis bienes? ¿Cómo
utilizo mi tiempo? ¿Soy perezoso? ¿Me gusta ser servido? ¿Amo y cultivo la
pureza de corazón, de pensamientos, de acciones? ¿Nutro venganzas, alimento
rencores? ¿Soy misericordioso, humilde, y constructor de paz? Fuente:
Aciprensa. Redacción.
Acto de contrición: Jesús, mi Señor y Redentor, yo me arrepiento de todos los pecados que he
cometido hasta hoy, y me pesa de todo corazón porque con ellos he ofendido a un
Dios tan bueno. Propongo firmemente no volver a pecar y confío en que por tu
infinita misericordia me has de conceder el perdón de mis pecados, y me has de
llevar a la vida eterna.
EL PAPA FRANCISCO ADVIERTE QUE:
El corazón de la confesión no son los
pecados que decimos, sino el amor que recibimos y del cual siempre necesitamos.
El mismo Francisco, en el curso del
rito, comentando el episodio evangélico de la adúltera subrayó que “es Jesús
que, con la fuerza del espíritu Santo, nos libra del mal que tenemos adentro,
del pecado que la ley podía obstaculizar, pero no remover.“ Sin embargo, el mal
es fuerte, tiene un poder seductor: atrae, hechiza. Para separarlo no basta
nuestra voluntad, se necesita de un amor más grande. Sin Dios no se puede vencer el mal: sólo su amor eleva desde
adentro, sólo su ternura volcada en el corazón nos hace libres. Si queremos la liberación del mal hay que
dejar espacio al Señor, que perdona y cura. Y lo hace sobre todo a través
de la confesión, que es “la escritura de Dios en el corazón. Allí leemos cada
vez que somos preciosos a los ojos de Dios, que Él es Padre y nos ama más de
cuánto nos amamos a nosotros mismos”.
“Cuántas veces-agregó aún- nos sentimos solos y perdemos el hilo de la
vida. Cuántas veces no sabemos ya cómo recomenzar, oprimidos por el cansancio
de aceptarnos. Necesitamos comenzar de nuevo, pero no sabemos desde dónde. El
cristiano nace con el perdón que recibe en el Bautismo. Y renace siempre de
allí: del perdón sorprendente de Dios, de su misericordia que nos restablece.
Solo sintiéndonos perdonados podemos salir renovados, después de haber
experimentado la alegría de ser amados plenamente por el Padre”.
“Solo
a través del perdón de Dios suceden cosas realmente nuevas en nosotros.
Volvamos a escuchar una frase que el Señor nos ha dicho por medio del profeta
Isaías: «Realizo algo nuevo» (Is 43,18). El perdón nos da un nuevo comienzo,
nos hace criaturas nuevas, nos hace ser testigos de la vida nueva.
El perdón no es una fotocopia que se reproduce idéntica cada vez que se
pasa por el confesionario”. “Recibir el perdón de los pecados a través del sacerdote es una
experiencia siempre nueva, original e inimitable. Nos hace pasar de estar solos
con nuestras miserias y nuestros acusadores, como la mujer del Evangelio, a
sentirnos liberados y animados por el Señor, que nos hace empezar de nuevo”.
“¿Qué
hacer para dejarse cautivar por la misericordia, para superar el miedo a la
confesión? Escuchemos de nuevo la invitación de Isaías: «¿No lo
reconocéis?» (Isaías 43,18). Reconocer
el perdón de Dios es importante. Sería hermoso, después de la confesión,
quedarse como aquella mujer, con la mirada fija en Jesús que nos acaba de
liberar: Ya no en nuestras miserias, sino en su misericordia. Mirar al
Crucificado y decir con asombro: “Allí es donde han ido mis pecados. Tú los has
cargado sobre ti. No me has apuntado con el dedo, me has abierto los brazos y
me has perdonado otra vez’. Es importante recordar el perdón de Dios, recordar
la ternura, volver a gustar la paz y la libertad que hemos experimentado.
Porque este es el corazón de la confesión: no los pecados que decimos, sino el
amor divino que recibimos y que siempre necesitamos. Sin embargo, nos puede
asaltar una duda: “no sirve confesarse, siempre cometo los mismos pecados”.
Pero el Señor nos conoce, sabe que la lucha interior es dura, que somos débiles
y propensos a caer, a menudo reincidiendo en el mal. Y nos propone comenzar a
reincidir en el bien, en pedir misericordia. Él será quien nos levantará y
convertirá en criaturas nuevas. Entonces reemprendamos el camino desde la
confesión, devolvamos a este sacramento el lugar que merece en nuestra vida y
en la pastoral”. Fuente: Asia News it.
LA VERGÜENZA DE LA CONFESIÓN
El confesionario no es una lavandería
para limpiar las manchas de la conciencia. Al confesarse hay que sentir
vergüenza de los pecados, dice el Papa Francisco
El perdón “es un misterio difícil de
entender”, señaló, y destacó que la vergüenza del pecado y el arrepentimiento
del pecador pueden ayudar a ser más receptivo al perdón de Dios. En este
sentido, Francisco defendió que el primer paso para una correcta confesión es
la vergüenza del propio pecador:
“Si yo pregunto: ‘Pero, ¿todos
vosotros sois pecadores?’. ‘Sí, padre. Todos’. ‘¿Y qué hacéis para obtener el
perdón de los pecados?’. ‘Nos confesamos’. ‘¿Y cómo vais a confesaros?’. ‘Voy,
digo mis pecados, el sacerdote me perdona, me dice que rece tres Avemarías y
después me voy en paz’. ¡Pues entonces no has entendido!”.nEsa actitud,
advirtió el Obispo de Roma, entraña una profunda hipocresía, “la hipocresía de robar un perdón, un perdón
que es falso”.
El Pontífice insistió en que sin
sentir vergüenza, ir al confesionario es como ir a “hacer una operación
bancaria, a hacer un trabajo de oficina”. “No te has sentido avergonzado de
aquello que has hecho. Has visto alguna mancha en tu conciencia y has creído
que el confesionario es una tintorería para limpiar las manchas. Has sido incapaz de sentir vergüenza de tus
pecados”.
Además, exhortó a creerse que en la
confesión, Dios realmente perdona los pecados, porque “si tú no tienes conciencia de haber sido perdonado, nunca podrás
perdonar. Nunca. Siempre existe esa actitud de querer pedir cuentas a los
demás”. “El perdón es total. Pero sólo puede hacerse real si siento mi pecado,
si me avergüenzo, si tengo vergüenza y pido perdón a Dios, y me siento perdonado
por el Padre. De ese modo puedo perdonar. Si no, no se puede perdonar, somos
incapaces de ello. Por eso, el perdón es un misterio”. El Papa finalizó la
homilía pidiendo “la gracia de la vergüenza delante de Dios. ¡Es una gran
gracia! Avergonzarnos de nuestros propios pecados y, de esa forma, recibir el
perdón y la gracia de la generosidad para dar ese perdón a los demás. Si el
Señor me ha perdonado tanto, ¿quién soy
yo para no perdonar?”. Fuente: Catholic Net. Miguel Pérez Pichel.