11 de julio
2019. Autor: Padre, Mario García Isaza, formador, Seminario mayor,
Arquidiócesis de Ibagué. Los medios de comunicación, -periódicos y noticieros
de radio y de televisión- amanecieron hoy con esta noticia, tomada de los
órganos franceses: “Vincent Lambert est mort, finalement”: murió, finalmente,
Vincent Lambert.
Vincent Lambert
era un joven enfermero francés, que hace cerca de diez años sufrió un accidente
a consecuencia del cual quedó cuadraplégico. Y los médicos del hospital de
Reims, considerando que no existía esperanza de recuperación, desde hace varios
años decidieron que no debía seguir viviendo. Ese propósito homicida provocó
una agria y dolorosa controversia; y una profunda división incluso en la
familia de Vincent, algunos de cuyos miembros se mostraban de acuerdo con tal
parecer.
Pero gran parte de la misma familia, y especialmente sus padres,
católicos de profundas convicciones, se oponían a que se le diera muerte y
entablaron una larga batalla jurídica en defensa de la vida de su hijo; batalla
que, finalmente, perdieron cuando hace diez días los citados médicos tomaron la
determinación de negarle a Vincent toda alimentación e hidratación, y provocar
así su muerte, acontecida al amanecer de hoy. Por eso el encabezamiento con que
presento esta reflexión. Decir que Vincent murió, no es del todo cierto; hace
parte de esa manera torticera, cobarde e hipócrita de no dar a las cosas su
verdadero nombre. Murió, sí, pero ¡fue que lo mataron! El hospital de Reims lo
mató de hambre.
El Santo Padre
Francisco, hace un par de días, había dicho, ante el acto de eutanasia perpetrado
contra el joven francés: “Una sociedad es humana si protege la vida,
toda vida, desde el principio hasta su fin natural, sin decidir quién merece o
no vivir. ¡Que los médicos protejan la vida, no la quiten!” Y hoy
volvió a manifestarse, así: ”Que Dios Padre acoja en sus brazos a
Vincent Lambert. No construyamos una civilización que elimina a las personas
cuya vida considera que ya no merece vivirse; toda vida humana tiene valor,
siempre.”
¿Estaremos
perdiendo la batalla en defensa de la vida? ¿Terminará por imponerse, en
nuestro mundo convulsionado, la “cultura de la muerte”? ¿Cantarán victoria los
que, soberbios y enceguecidos, se arrogan el derecho de decretar que hay seres
humanos que no merecen vivir? ¿El asesinato de los niños no nacidos o de los
enfermos graves – el aborto y la eutanasia- seguirán imponiéndosenos bajo la cobarde impostura de nombres como IVE o
muerte digna, y presentándose como “derechos”? ¿Y continuaremos callando, no sé
si anestesiados por una especie de insensibilidad ante los más horrendos
pecados contra la ley de Dios o acobardados y pusilánimes ante los corifeos del
mal, e incapaces de enfrentarlos con la verdad del Evangelio? Yo no lo sé. Pero
me estremecen estos interrogantes. Y lo que sí sé es que esas teorías execrables y
criminales están asentadas entre nosotros; en instituciones y organismos como las Cortes, el
ICBF, Profamilia… y que les sirven de altavoces órganos de difusión – revistas,
diarios, programas radiales y televisivos- sostenidos y aupados en la sombra por poderosísimos apoyos económicos
como Soros, Rockefeller, Planned Parenthooud, y otros. Y sé, también, que el NO
MATARÁS es precepto de ley divina y
natural inquebrantable, y que Dios juzgará a los homicidas. “Non occides, et
qui occiderit reus erit judicio” , leemos en el Evangelio. (Mateo 5,21) No
matarás; y el que mate será sometido a juicio. Correo del autor: magarisaz@hotmail.com